Capítulo 39
Maratón 2/3
Bajo la piel.
Había comenzado a llover. El colorido grupo se había dividido en varios equipos pequeños. Unos atendían a los heridos, otros buscaban al hombre responsable de varias muertes en la cueva y otros buscaban a su compañera desaparecida. El primer grupo lo conformaban aquellos que llevaban realizando la tarea desde el principio, Yona, Yoon y Zeno; en el segundo estaban Hak y Kija; y en el tercero Jae-ha y Shin-Ah, aunque los dos últimos grupos estaban más centrados en buscar a Mio que en nada.
Un grupo de mujeres aterradas había bajado la montaña, algunas cargando niños y otras cuerpos de hombres pertenecientes a los aldeanos, y habían buscado ayuda tan pronto como pudieron.
La descripción de Mio puso nerviosos a sus compañeros, sobre todo al ver cómo la describían con horror y ansiedad. Yona fue seria y les avisó que no hablaran de la inmortal de aquella forma frente a ella, con sus ojos violetas centelleando, y las contrarias trataron de cambiar de tema y suplicaron ayuda para encontrar al niño desaparecido.
Yona y Zeno terminaron dejando a Yoon a cargo después de pasar casi una noche completa trabajando. Hak y Kija habían regresado hacía unos minutos, y pasaron por allí para ver como iban los heridos. Tras una pequeña charla, dejaron al menor trabajar un rato más (a pesar de que trataron de convencerle para que se fuera a dormir un poco y él rechazara), y los cuatro salieron en busca de la mayor. Yoon les deseó suerte por lo bajo, con la cabeza agachada y un tono desanimado.
Ellos anduvieron por un tiempo, en silencio. Se lamentaron de que Mio sólo pudiera sentir la presencia de Yona, y que ni los demás dragones ni ella misma tuvieran una conexión con la inmortal que les permitiera sentirla de la misma forma. Reencontrarse quedaba en manos de Mio, o de sus propias habilidades de búsqueda.
Regresaron de nuevo al lugar donde debería haber caído tras la explicación de las aldeanas del sitio, muy abajo. Desde allí veían la pared que se había abierto y el agujero formado cuando el techo se hundió, sobre sus cabezas.
Otra vez, llamaron a gritos y buscaron entre los escombros. Buscaron por los alrededores, en caso de que se hubiera levantado y tratado de regresar a la aldea, y ellos atravesaron los altos árboles buscando tras cada tronco.
Yona estaba a punto de echarse a llorar, cuando sus pies se redirigieron al bajo lleno de rocas al pie de la montaña. Buscó y buscó sin descanso, llamando a Mio con una voz temblorosa y cansada.
Según lo que los niños le habían dicho, ni aunque Mio quisiera, no podría gritar de regreso. Su voz parecía haber sido dañada, y no tenía idea de cómo iba a hacer para encontrarla.
-¡Mio!- gritó, desesperada.- ¿¡Dónde estás!?
Había muchas cosas que quería gritarle, pero su garganta se aferraba a aquellas palabras con fuerza.
Recordaba muy vívidamente lo que les habían dicho. El hombre que logró escapar había hablado con Mio acerca de un "trato", la trataba de usted con un escalofriante respeto y hacía las cosas que ella decía. No quería pensar en esa posibilidad, ninguno de los siete quería, pero aquella idea continuaba regresando a sus cabezas, en una parte posterior de esta donde no lograban olvidarla.
Mio no sería capaz de hacer algo así... ¿no?
Yona bajó la mirada y se abrazó a sí misma.
Mio les decía que a veces la sangre de dragón actuaba dentro de ella para proteger a Yona sin que ella quisiera hacerlo. Sin embargo, también les decía que a veces se obligaba a reprimir aquella parte de ella que quería hacerle daño a la pelirroja. Decía que tras varios años conviviendo con Hiryū y sintiéndose de la misma manera, lo hacía de la mejor forma posible para suprimir aquellos impulsos.
Sin embargo, entre el Rey Rojo y Mio había ocurrido algo, que había llevado a la expulsión de la menor del reino. Zeno a veces le contaba leyendas sobre él, y le hablaba de su gran paciencia y corazón.
Mio debía haber hecho algo... pero no sabía el qué.
Y aquel pensamiento que se aferraba con fuerza a su cabeza y que no podía quitarse de ningún modo seguía insistiendo, como una leve voz que susurraba en su oído constantemente.
Sus hombros se hundieron lentamente. Su corazón hacía doler su pecho con cada latido, oprimiéndose contra las costillas y acelerando su respiración. ¿Habría sido ella capaz...?
Su torbellino de pensamientos fue interrumpido por un golpe. Elevó la cabeza al momento, buscando la procedencia del sonido. Parecía haber sido una piedra pequeña golpeando el suelo, pero no podía estar segura. Todo a su alrededor, sin embargo, continuaba desértico. Oía las voces de Zeno y Kija, aún cerca, y los pasos pesados de Hak más próximo a su zona. Se frotó los brazos con las manos, bajando de nuevo la mirada.
Sin embargo, otro golpe similar al anterior llegó a sus oídos. Esta vez, se frotó los ojos para alejar los rastros silenciosos de un par de lágrimas, y se puso en pie.
Agudizó su oído, mirando alrededor con cuidado. Un tercer, y un cuarto golpe se hicieron oír, logrando que girara finalmente en la dirección correcta. Comenzó a caminar entre las rocas, tratando de hacer sus pasos más silenciosos, más livianos, y escuchando con mayor atención aún sobre el sonido de la lluvia. Su rostro se llenó de decisión.
Los golpes eran irregulares, unos más fuertes que otros, algunos con más lapso de tiempo entre ellos y otros casi seguidos, pero todos desde la misma dirección. Su corazón aceleró su pulso mientras que sus pasos de precaución comenzaron a acelerarse como sus latidos.
Y, finalmente, dio escuchado la suave y ahogada voz.
-¡Aquí! ¡Aquí!
Yona corrió con la vista fija en el frente, razón por la cual no tardó mucho en tropezar con una roca y caer al suelo con un golpe sordo. Hak la oyó caer y se giró en su dirección, a tiempo de verla levantarse y continuar corriendo con rapidez. Apenas se había puesto en pie por completo cuando tropezó de nuevo, pero no cayó. Su vestido se había roto y se había hecho un corte en la rodilla, que ahora ardía y sangraba, pero ella no le dio importancia.
Hak comenzó a caminar hacia la pelirroja, con una mirada confusa.
Yona siguió la voz con velocidad, pero de golpe los gritos se callaron y los golpes se silenciaron. Giró sobre sí misma varias veces, buscando ansiosa, como un ciego que acababa de perder el oído.
-¡¡¿Dónde?!!- chilló, con las manos convertidas en puños, gritando tan fuerte como su garganta permitía, haciéndose algo de daño.- ¡¡¿Dónde estás?!!- su voz se quebró al final, aterrada.
Los segundos pasaron, tortuosos, haciendo que de nuevo sintiera las inquebrantables ganas de lanzarse a llorar. Como un rayo de esperanza que cruzaba el nublado cielo en la noche, un nuevo golpe se escuchó, mucho más débil, mucho más bajo, pero sin duda, cercano.
Y la vista de Yona encontró allí, a los pies de la montaña, un gran montón de rocas del derrumbe. Y no tuvo ninguna duda.
Cambió su dirección y corrió hacia allí, jadeando, lanzándose al suelo donde las rocas y apoyando sus manos en estas, tratando de retomar el aire. Oyó, pero el golpe no regresó. Tomó una gran bocanada de aire y gritó, de nuevo.
-¡¿Aquí?!
-Aquí...- respondió aquella suave y rota voz, justo bajo ella. Yona tragó en seco y lanzó sus manos a una de las rocas, que eran bastante pesadas, y usó toda su fuerza para aferrarse a ella como si su vida fuera en ello y apartarla del medio.
La lluvia caía con una fuerza atronadora, y se oyeron varios truenos de fondo. Se había hecho de noche, y las nubes de tormenta sólo dificultaban más aún la visión. Las rocas mojadas eran difíciles de agarrar, los temblorosos dedos de Yona no podían sujetarlas bien y pronto estuvieron llenos de cortes y rojos, hinchados, sus uñas se rompieron y sus yemas sangraban.
De sus ojos caían lágrimas, que se mezclaban con las gotas de lluvia. Sin embargo, su rostro estaba serio, lleno de decisión. Sus ojos bailaban y sus iris brillaban como si un fuego devorador estuviera ardiendo con furia en ellos.
Apartó una gran roca, y pronto agarró la siguiente y comenzó a tirar de ella. La piedra no se movió ni un centímetro, y daba igual cuánta fuerza hiciera, esta no parecía ceder. Sus manos temblaron cuando vio que no era capaz, y la angustia comenzó a trepar por su garganta.
Separó las manos, y se frotó un segundo el rostro, dejando inconscientemente manchas de sangre sobre sus párpados y sus mejillas. Volvía a colocar las manos sobre la piedra cuando una cálida mano más grande que la suya se posó sobre la de la pelirroja. Yona alzó su mirada, y sus ojos dieron con los azules de Hak. Él bajó su mirada primero a las heridas manos de la menor, luego la subió a los labios de la contraria y observó en silencio por unos segundos. Suspiró, apartando la mirada, mientras que los ojos violetas de ella saltaban entre ambos iris del contrario, sin emitir ni una palabra.
-Déjeme las más pesadas, Princesa.- pidió, soltando las manos de Yona y apartando su mirada de ella, tomando su lugar para cerrar sus manos al rededor de la roca. Hizo fuerza durante unos segundos, y pronto la piedra se desencajó de su lugar y cayó a un lado con un fuerte ruido sordo.
Juntos, comenzaron a apartar las rocas. Las manos de Hak se dañaron como las de Yona, y al igual que ella, no le dio importancia. Mantenía su rostro serio mientras trabajaba arduamente. No pasó mucho tiempo hasta que se escucharon pasos acelerados. Se giraron para mirar hacia atrás, viendo llegar a los cuatro Dragones, apresurados. Shin-Ah no portaba su máscara, y Jae-ha parecía no tener aquel sobresaliente interés de siempre en detenerse para ver sus ojos dorados brillantes.
-Shin-Ah os ha visto desde lejos.- habló Kija, apresurado, todo despeinado y jadeante.- Hemos venido lo más rápido posible.
Nadie más dijo nada, pero los dos primeros se apartaron para hacer sitio a los recién llegados. Ni siquiera Zeno emitió alguna palabra, y tampoco se preocupaba en apartar el pelo mojado que había caído todo hacia abajo y cubría ahora parte de sus ojos. Su rostro estaba sombrío, pero aún así nadie habló.
Con las seis personas luchando por apartar los escombros, de los cuales la mayoría tenía una fuerza asombrosa, tras al menos un cuarto de hora lograron destapar por completo el sitio. Abajo había un agujero que parecía dar a una cueva subterránea natural, pero ningún sonido provenía de allí.
La tormenta se intensificó sobre ellos, pero Yona no tenía tiempo para preocuparse por ello. Se aferró a los bordes de la entrada y se inclinó hacia delante, tanto que los chicos sintieron que iba a caer. Hak alargó una mano y la agarró de las ropas, de la parte de atrás de su cintura, para poder tirar de ella si perdía el equilibrio.
-¡¿Estás ahí?!- gritó, su corazón palpitando con fuerza.- ¡Responde, por favor!- suplicó, viendo el rostro de Mio en su mente. Pasaron unos segundos en silencio absoluto, sólo interrumpido por la aparatosa lluvia.
-A...quí...- oyeron, poniéndolos ansiosos. Kija, que estaba a su lado, puso las manos en los hombros de Yona, y tiró de ella hacia atrás.
-Iré primero.- dijo, para poder ayudarla a ella y a los demás a bajar. Yona se dejó hacer y Kija se agachó junto al agujero y saltó al interior de este, sus ropas blancas siguiéndolo. Tras un momento de silencio, oyeron sus pies aterrizar sobre el duro suelo varios metros más abajo.
-¡Por Hiryū!- le oyeron gritar, con una voz amortiguada.- ¡Es Mio! ¡Está aquí!
Jae-ha se coló y saltó directamente hacia dentro, aterrizando abajo grácilmente. Yona sintió su corazón detenerse por un segundo, y estaba por bajar también cuando Hak la detuvo.
-Bajaré y la cogeré cuando salte.- dijo, y esperó el distraído asentimiento de la chica. Vio al ex-general entrar, y lo oyó aterrizar y observar a su alrededor. Se obligó a esperar pacientemente, aunque sus manos se aferraban a la piedra, nerviosa. Tras unos segundos, Hak habló de nuevo.- Princesa, baje.
No tuvo que repetirlo dos veces. Se deslizó por la estrecha entrada y cerró los ojos mientras caía, asustada. Sin embargo, su cuerpo fue fácilmente atrapado por los fuertes y firmes brazos del general, que la abrazaron contra él unos segundos, con fuerza. Luego, con cuidado, la puso en el suelo, y ella dirigió rápidamente su mirada a su alrededor.
No había mucha luz, pero había un río de agua clara unos metros más allá, y cerca de este había un par de figuras en el suelo. El niño que había caído junto a Mio estaba bajo ella, con uno de los brazos de la inmortal sobre sus hombros y sujetándola sobre su espalda. Él tenía ahora una rodilla apoyada en el suelo, y su cuerpo temblaba. Mio estaba inconsciente, su cabeza colgaba hacia abajo y su cabello enredado y mojado cubría su rostro.
El niño, al ver que la ayuda había por fin llegado, no pudo soportarlo más y se desplomó. El Dragón Verde fue lo suficientemente rápido como para atraparlo antes de que golpeara el suelo, y con él también cogió a Mio. Kija y Yona se acercaron con velocidad para ayudar, pero Hak miró hacia arriba. Vio a Zeno a punto de saltar, y elevó la voz para hacerse oír.
-Zeno, Shin-Ah, quedaos arriba. Necesitamos sacarlos de aquí y necesitamos ayuda allí.
-Pero...- murmuró triste el rubio, con los hombros hundidos. No podía ver bien su rostro, pero su voz parecía llena de dolor. Le oyó suspirar cuando Shin-Ah puso una mano sobre su hombro, y retrocedió.- Está bien, señor. Shin-Ah y Zeno quedarán aquí.
El Dragón Azul también encontraba molesto no poder bajar, pero él al menos podía ver lo que ocurría abajo dada su visión divina. Zeno se mordió el interior de las mejillas y se forzó a esperar sentado. Kija se arrodilló junto a los cuerpos agotados de los recién aparecidos, y tomó con cuidado el cuerpo de Mio. La apoyó en su regazo, girándola y poniéndola boca arriba. Ambos tenían todas las ropas mojadas y manchadas de sangre, y aunque Jae-ha revisó, el niño no parecía tener heridas.
Supusieron que la sangre pertenecía a la inmortal, cuyas ropas también estaban manchadas del oscuro líquido que pasaba algo desapercibido en el color de sus ropajes. Yona se arrodilló junto a Mio y le apartó el pelo del rostro, viendo su expresión sin emociones, como si estuviera muerta. Estaba muy pálida y fría, pero su pecho continuaba subiendo y bajando, apenas de forma perceptible. Puso su mano en la frente de la mayor, y vio cómo lentamente un corte de su rostro comenzaba a sanar con lentitud. Hak se agachó junto a ellos, mientras que Yona descubría dos fuertes golpes en la cabeza de la de cabello violeta.
Ya habían dejado de sangrar, uno era menos fuerte que el otro, y dedujo que el más profundo se lo había hecho al caer. Abrió la túnica, apartó la capa y levantó un poco la camiseta, revelando su delicado abdomen cubierto de heridas recientes, y unas extrañas cicatrices que ya habían curado. Los hombres, sobre todo los Dragones, se obligaron a apartar la mirada de la piel expuesta de la inmortal, un fuerte sonrojo llenando los pómulos del albino y un leve rubor en las orejas del peliverde.
Los dedos de Yona acariciaron aquellas viejas cicatrices sin curar, que tanto le extrañaban. No recordaba la de veces que Mio se había herido y ella misma había visto el corte desaparecer sin dejar marca, sin dejar rastro. Entonces, ¿por qué tenía cicatrices tan antiguas en su piel?
Se obligó a apartar aquellos pensamientos, y acarició las heridas recientes y abiertas, haciendo que sanaran al instante sin dejar trazas o vestigios de que allí había habido una herida tan profunda.
Tras un par de minutos, todos dirigieron su mirada a la chica, que comenzaba a removerse mientras despertaba. Creían que continuaría inconsciente al menos hasta la mañana siguiente, pero ahora sus párpados temblaban como si tratara de abrir los ojos pero no pudiera. Yona la llamó con suavidad.
-Mio. Despierta.
Su mente regresando lentamente a su cuerpo, y sintiendo sus extremidades de vuelta en su lugar, abrió los ojos, muy poco, mientras que observaba el techo de la cueva con una mirada borrosa y desenfocada.
-¿... Hermano...?- susurró ella, casi sin voz, haciendo que el corazón de los presentes temblara con dolor.-¿Hi...ryū...?
Lamentablemente, todos sabían que Hiryū no estaba allí, y no tuvieron corazón como para negarlo.
Cuando la mirada de la inmortal enfocó los rostros sobre ella y vio que aquellos colores de los cabellos eran los mismos que su antigua familia pero las caras eran diferentes, el brillo regresó a sus ojos claros y pareció regresar de golpe. Sus ojos se abrieron, y se sentó con rapidez, alejándose del cuerpo de Kija, y tratando de levantarse. Sin embargo, se llevó una mano a su martilleante cabeza y sus piernas cedieron. Habría caído si Hak no la hubiera detenido con su cuerpo, sosteniéndola de un brazo y del otro hombro, ayudándola a estabilizarse.
Ella bajó la cabeza, mirando su mano libre temblar. Agarró su muñeca con la otra mano, mientras que todo su cuerpo se estremecía como una débil llama en medio de una tormenta.
-Respira.- pidió Hak, serio. Ella trató de hacerlo, llenar sus pulmones de aire, pero cuanto más lo intentaba menos lo lograba y más nerviosa se ponía. Su respiración se aceleraba y sus ojos se llenaban de lágrimas, que sólo Hak vio. Mio intentó tomar aire, pero se ahogó y comenzó a toser. Se cubrió la boca con las manos mientras que Hak la sujetaba. Jae-ha dejó al niño en el suelo y se aceró a ellos, y también ayudó a Hak a mantener a Mio en pie.
Cuando pudo detener los tosidos, vieron sus manos manchadas de la sangre que acababa de expulsar, algo que no les gustó demasiado. Kija y Yona se acercaron, pero no se atrevieron a hacer nada.
-¿Qué hacemos?- preguntó nervioso el Dragón Blanco, con el rostro cubierto por una mueca de preocupación.
Yona negó con la cabeza, triste.
-No sé.
Jae-ha se puso delante del campo de visión de la mayor, y la tomó por los hombros.
-Mio-chan, siéntate. Debes calmarte primero.
Ella no pudo responder, trató de hablar pero las palabras no podían salir de su garganta. Tenía punzadas en el pecho y su ansiedad no le permitía tomar aire. Negó con la cabeza muchas veces, tratando de retroceder y alejarse de ellos, pero el contrario la agarraba con fuerza.
Jae-ha, caracterizado por su gran paciencia, frunció el ceño y dejó de resistirse. Sin un ápice de duda, en un par de movimientos se agachó, puso un brazo tras la espalda de la chica y otro bajo las rodillas de Mio, golpeando estas con algo de fuerza para hacerla caer y atraparla entre sus brazos. La elevó como un hombre toma a su mujer tras el casamiento, sin importarle los sorprendidos rostros de sus compañeros o la, de pronto, completamente sonrojada expresión de la inmortal. Sus orejas, mejillas, nariz y cuello se tiñeron de aquel color rojo casi al instante, aunque no tardó en golpear casi sin fuerza el duro pecho del más alto y a dar patadas al aire.
No podía hablar, pero gemía y soltaba exclamaciones ahogadas desde el fondo de su pecho. Jae-ha pensó que jamás se iba a acostumbrar a aquella sensación de sostener a Mio de aquella forma junto a su pecho, ya que su corazón seguía dando saltos y esquivando latidos cada vez que notaba la suave y delgada figura de la inmortal bajo sus dedos. De nuevo, se sorprendió por lo mullida que era la capa, tanto que sentía la gruesa capa de tela como un obstáculo entre su mano y la espalda de la contraria.
Mio continuó golpeando el pecho del contrario, aunque no tenía nada de fuerza para emplear, hasta que los ojos violetas se clavaron severos en los esmeraldas. Ella se detuvo, por un momento, y encontró algo más difícil respirar que antes, así que su cuerpo se congeló unos segundos. Tosió de nuevo, mientras Jae-ha se giraba y dejaba a los sorprendidos espectadores con muecas de sorpresa e incredulidad a su espalda. Mio no tuvo fuerza de voluntad como para mirarlos tras terminar de toser, se cubrió el rostro con una larga manga violeta y negra y con la otra agarró el hombro del chico.
El peliverde la elevó un momento en el aire para cogerla mejor, y esta vez pudo posicionar su mano sobre la delgada y pequeña cintura de la inmortal. La capa parecía ser más fina allí, ya que sus dedos apenas estaban separados de la blanquecina piel de la mayor por dos capas de ropa. Cerró sus dedos en torno a la cintura, y la atrajo más hacia él, si era posible. Mio tosió y gimió, pataleando de nuevo y golpeando el hombro del más alto, que continuaba caminando sin mirarla. Usaba su otra mano para cubrirse el rostro, sobre todo la nariz, las mejillas y la boca, pero mantenía su clara mirada enfadada sobre el rostro imperturbable de Jae-ha.
Hak recogió al niño tras negar con la cabeza un par de veces, con los ojos bien abiertos, como si ya lo hubiera visto todo y un poco más fuera a provocarle una enfermedad. Se lo colocó a Kija en los brazos, que pareció despertar de su ensoñación en ese momento, mientras que su sonrojado rostro pasaba por un montón de diferentes expresiones en unos pocos segundos.
Hak le dio un leve empujoncito a Yona por la espalda, y ambos conectaron miradas. El más alto le hizo un gesto con la cabeza, indicando que debían seguirlos, y eso hicieron. Jae-ha se detuvo bajo la entrada, mirando hacia arriba.
Dio un salto hacia arriba con el uso de su pierna derecha, y pronto alcanzó el estrecho túnel casi horizontal por el que habían bajado. Mio fue obligada a agarrarse a él con ambas manos, ya que para sujetarse y no caer hacia atrás, el contrario tuvo que soltar las piernas de la inmortal. La agarraba sólo por la cintura, con su brazo rodeando su cuerpo, y a ella no le quedó más opción que usar sus brazos para rodear el cuello del menor y aferrarse a él en un firme abrazo.
El corazón de Jae-ha parecía querer salírsele del pecho, pero ocultó su expresión semi sonrojada y comenzó a trepar hacia arriba.
En la parte de la salida, el camino era muy estrecho, así que Jae-ha alejó un poco su rostro del oído de la chica para gritar.
-¡Niños! ¡Echadnos una mano, ¿sí?!- pidió, haciéndose oír sobre la lluvia. La cabeza de Zeno pronto asomó desde arriba, seguida por la de Shin-Ah. Zeno lanzó sus brazos hacia abajo al instante, nada más ver la situación, para ayudar a Mio a subir. Ella alzó una mano, con miedo de soltar la otra y caer, pero el peliverde afirmó su brazo alrededor de su cintura con fuerza, infundiendo una tranquila seguridad en ella. Mio alzó las dos manos, y pronto Zeno las tomó para comenzar a hacer fuerza y tirar de ella hacia arriba. Al ver que comenzaba a subir y estaba asegurada por las dos manos de Zeno y una de Shin-Ah, el Dragón Verde la soltó y le dio un empujón en la parte alta del muslo, por detrás, cerca de su culo, para ayudarla un poco más.
Sin embargo, sobresaltada por la desvergonzada acción, ella se sonrojó aún más fuertemente y miró hacia abajo, con los ojos muy abiertos y una expresión de incredulidad e ira que llenó al contrario de satisfacción, quien no pudo evitar reprimir una amplia sonrisa desvergonzada. Si Mio pudiera hablar, estaba seguro de que le estaría gritando y maldiciendo, e incluso pareció estar a punto de darle una patada en la cara y mandarlo de vuelta hacia abajo.
Los Dragones que estaban ayudando a Mio pronto lograron ponerla en suelo firme, y apenas pasó un segundo hasta que Zeno se lanzó a ella para abrazarla con fuerza. El rubio, cuyo cabello mojado lo hacía lucir triste y perdido, colocó su cabeza cerca del corazón de la inmortal, y rodeó su cuerpo con sus brazos en un firme abrazo. Mio quiso decir algo, pero no fue capaz.
Shin-Ah no esperó a que el contrario se hubo movido, sino que también se echó hacia delante para abrazarla. Si Zeno había pasado sus propios brazos bajo los de la chica para que ella pudiera moverlos, el Dragón Azul, aún sin su máscara, la abrazó cubriendo sus brazos y su pecho, aprisionándolos y manteniéndola inmóvil. Él colocó su frente entre el hombro y el cuello de Mio y cerró sus ojos.
A pesar de la lluvia, la mantuvieron allí por unos segundos, hasta que la voz del de ojos violetas se hizo oír de nuevo.
-Hola. ¿Una ayudita?
Shin-Ah, algo a regañadientes, soltó a Mio y se estiró para tomar la mano libre de su hermano, tirando de él para subirlo como anteriormente había hecho con Mio.
Una vez arriba, se dejó caer en el suelo, con un gran suspiro. Sus ojos se posaron en Mio, todavía retenida por Zeno. Ella observaba la cabellera rubia colocada en su pecho, y tenía una mano elevada sobre esta. Dudó por unos segundos, pero muy lentamente la puso con cuidado entre las hebras rubias de cabello del despeinado Dragón Amarillo. Ella ya parecía respirar bien, ya no tosía y la velocidad de sus latidos se había calmado considerablemente. Jae-ha sintió celos, ya reconocidos un tiempo atrás, y apartó la mirada con las orejas sonrojadas.
-¡Eh, Bestia del Trueno, no es tan complicado!- gritó hacia abajo, apoyando las manos en el suelo a su espalda y apoyado en ellas.- ¡Pero si ves que no puedes subir a Yona-chan, yo lo haré encantado! O puedes rodear su pequeña cintura con los brazos y abrazarla fuertemente hasta que...- no dio acabado la frase, ya que una piedra salió lanzada fuera del agujero y le golpeó con fuerza en la frente.- ¡Ah!
Abajo, Hak apretó la mandíbula y se cruzó de brazos.
-Qué mal me tratas, Hak.- lloriqueó el peliverde, frotándose la zona afectada.
Kija fue el siguiente que subió, ya que el niño en sus brazos continuaba inconsciente y Yona le dijo que fuese primero. Shin-Ah ayudó a subir a ambos, y Jae-ha recibió a su hermano con un "Kija-kun, estoy cansado, llévame de vuelta con tu poderosa garra de Dragón al pueblo", y el contrario le respondió con una mala mirada.
Yona quiso intentar subir sola, pero no fue capaz. Sus dedos seguían manchados de sangre y no se daba agarrado a las rocas para escalar por ellas, así que Hak la cargó (no como Jae-ha tomó a Mio, sino como si la pelirroja fuera un saco de patatas), y subieron por el túnel.
En todo aquel tiempo, Zeno no había soltado a Mio, y ella mantenía su mano sobre los cabellos rubios del otro inmortal. Una vez todos estuvieron fuera, obligaron al más bajo a separarse de Mio y la ayudaron a ponerse en pie.
Los nueve regresaron bajo la lluvia hacia el pueblo. Shin-Ah llevaba un brazo de Mio sobre sus hombros, y Zeno caminaba junto a ellos. Kija llevaba al pequeño niño en sus brazos, tratando de cubrirle de la lluvia con su túnica, y aunque no resultaba de mucha ayuda su buena voluntad era visible. Jae-ha parecía volver a ser el tranquilo y confiable hermano mayor del grupo, pero nadie podía olvidar cómo había actuado en la cueva.
Cuando llegaron, a Yoon casi le da un paro cardíaco.
Todas las ropas habían sido rotas y rasgadas, Mio estaba cubierta de sangre por todas partes y estaban empapados de pies a cabeza.
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4703 palabras.
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