Capítulo 34
Yona y su feliz grupo de Hambrientos habían abandonado la aldea hacía ya un par de días, y aquella noche calurosa de verano montaban de nuevo las tiendas para dormir unas horas antes de continuar su viaje.
Mio, como de costumbre, ayudaba a prepararlas, aunque tampoco dormiría. Al fin y al cabo, en su cabeza no dejaba de pensar "soy inmortal, no necesito dormir". Aquel terrible malestar y dolor de cabeza que había tenido en el pueblo se había desvanecido sorprendentemente rápido, así que había dejado de preocuparse por eso. En cuando Kija y ella hubieron terminado de asegurar la tienda pequeña, ella se acomodó la pesada capa sobre sus hombros y echó una ojeada a su alrededor. Reconocía al lugar. Estaban cerca de Suiko, la capital de la Tribu del Agua. A lo lejos podía verse una cadena montañosa que dividía el reino de Kouka con el de Sei.
-Por aquí crece el Ginkgo.- dijo la inmortal en voz alta, escudriñando la oscuridad.- Iré a buscar un poco. Quizá podamos venderlo en el siguiente pueblo.
-Está bien, ve con cuidado.- respondió Yoon, concentrado en la cena.
-Yo te acompañaré, Mio.- se ofreció Kija, situándose a su lado.- Así puedo recoger madera también.
-Como quieras.
Ambos Dragones se alejaron del pequeño campamento mientras que Jae-ha reñía con un perezoso Zeno en el fondo y Hak y Shin-Ah montaban la otra tienda. Yona les vio marchar, olvidando a Yoon, a quien ayudaba, por un momento.
Era noche cerrada, por lo que el bosque parecía sumido en una oscuridad amenazante. Kija no sabía si debía decir algo o mantenerse en silencio, como la chica a quien acompañaba, pero ella parecía relajada y tranquila, así que se decantó por no decir nada. Ella lo guió entre la vegetación hasta un claro donde la luz de la luna caía en toda su plenitud, haciendo que toda aquella asfixiante oscuridad se atenuara y diera brillo a las flores y plantas.
Mio tuvo que estirar sus brazos para alcanzar la rama de uno de los árboles cercanos, y cuando la tuvo entre sus dedos tiró de ella para bajarla un poco a su altura. Comenzó a tomar algunas hojas del árbol, en silencio, observada por el Dragón Blanco. Él se dio cuenta, reprimiendo una sonrisa, de que ella debía ponerse de puntillas para tomar la rama. Mio la soltó y guardó las hojas recién tomadas en su bolsa, mientras Kija se movía hasta su lado.
Cuando Mio fue a alzar la cabeza y los brazos para estirarse hasta la siguiente rama, se topó con el rostro del albino, muy cerca de ella, con las mejillas algo sonrojadas y los labios entreabiertos. Ella se heló en su sitio mientras que, entre sus manos, Kija sostenía un par de las delgadas ramas del árbol, que había alcanzado para ella sin tener que estirarse demasiado. Mio se mantuvo quieta un momento mientras que sentía la cálida cercanía del cuerpo del contrario, que apenas era separado por unos centímetros, y la poca distancia que separaba sus rostros.
Kija tardó unos segundos en ser consciente de la situación y su rostro se coloreó al completo de un color rojo brillante, al mismo tiempo que soltaba las ramas del árbol, y éstas lo golpeaban en la cara para regresar a su sitio.
El chico soltó una exclamación de dolor mientras retrocedía dos pasos nervioso y se llevaba las manos al rostro, tanto para esconder su sonrojo como para cubrirse del golpe.
Mio giró la cabeza hacia un lado y se cubrió la boca con el dorso de su mano, tapando así también el suave color rojizo de sus mejillas. Trató de mantener su respiración en calma, aunque su corazón indudablemente se había acelerado. Lo sentía golpear contra su pecho, al igual que había sentido la respiración del contrario sobre sus labios por unos segundos.
-¡L-lo siento! ¡N-no era mi intención...!- trató de excusarse el más alto, avergonzado, cubriendo su rostro con las manos. Mio tardó unos segundos en contestar mientras controlaba su voz.
-No pasa nada.- respondió finalmente, sin mirarlo a la cara, todavía con el rostro girado.
-I-iré a recoger madera...- añadió el más tímido, alejándose torpemente hacia otro árbol, uno más viejo.
Mio, que ya no era observada por el albino, se permitió soltar un suspiro en voz baja. Aquello la había tomado desprevenida, sin lugar a dudas. Y, en lugar de todos los otros hombres que se acercaban a ella con sonrisas lascivas y malas intenciones (y los tontos acercamientos de Jae-ha que ella decidía ignorar), aquella acción no le había causado ni asco, ni odio, ni miedo. De echo, una parte de ella aún estaba nerviosa y exaltada.
Chasqueó la lengua, algo molesta consigo misma.
-No soy una niña, por los dioses.- murmuró, molesta, quizá sonrojándose un poco más, aunque por la oscuridad no se pudo distinguir bien. Trepó al árbol en un par de movimientos y se sentó sobre una rama alta a horcajadas, y continuó en su tarea de recoger las hojas de Ginkgo con las manos quizá algo temblorosas.
Miró un par de veces hacia el chico torpe, algo alejado de ella, recogiendo madera caída y algunas ramas que arrancaba de algún árbol. En alguna ocasión se le cayó lo que mantenía en brazos, en otra partió la rama sin querer con su garra de dragón, sin llegar a controlar la fuerza que ejercía sobre esta. Sus movimientos eran firmes y cuidados como los propios de un príncipe, y sin embargo contaban con la torpeza propia del joven que no salía demasiado de su palacio. Era entretenido observar al chico, así que en algún punto Mio dejó de realizar su tarea inconscientemente para mantener su curiosa mirada esmeralda sobre el dragón de ojos celestes.
Una corriente de viento hizo presencia y la obligó a sostener las hojas en sus manos con fuerza para que no fueran arrastradas por el aire, y quizá eso la despertó de su ensoñación. Bajó del árbol de un salto, escuchando un suave crujido que decidió ignorar.
-Hakuryū.- llamó, tranquila. Su voz resonó en el lugar y Kija se giró para mirarla al momento. Se miraron un segundo en silencio y luego la mayor le hizo un gesto con la cabeza hacia el campamento.- Regresemos.
-¡Voy!- exclamó el albino, regresando a su lado rápidamente. Ella esperó, paciente, y cuando la hubo alcanzado ambos recorrieron el camino de vuelta.- ¿Has recogido mucho Ginkgo?- inquirió, tratando de sacar algún tema de conversación.
-Lo suficiente.- respondió ella. Miró el montón de palos y ramas, bastante grande, que el contrario cargaba.- ¿Te ayudo?
Kija se puso nervioso y negó vehementemente con la cabeza.
-No, no, está bien. Yo puedo.
La inmortal no dijo nada. Ella pretendía ayudar pero parecía haber olvidado por un momento que el Hakuryū contaba con una fuerza asombrosa y que no les gustaba que se le cuestionase. Recordó a Gu-En, y quizá fue en ese momento en que se dio cuenta de que estaba mirando al Hakuryū a su lado como Kija, no como un reemplazo de alguien que conoció. Al igual que con Shin-Ah, Mio comenzaba a ver la realidad de sus compañeros no como sus ya fallecidos hermanos, sino como personas diferentes con miedos y aspiraciones.
Recordó un poco la noche en que había vuelto a ver los ojos del Dragón Azul, y el miedo y malestar que Shin-Ah sentía al exponerlos. Lo pensó en silencio unos segundos antes de decidirse a preguntar.
-Hakuryū...
-¿Sí?- inquirió curioso, mirándola.
-¿Qué le ha pasado a Seiryū...?- preguntó en voz baja, sintiéndose algo avergonzada aunque no sabía por qué. Preguntar por el pasado de Yona y Hak como había hecho no mucho tiempo atrás o por el de los demás compañeros dragones estaba dejando en claro que se preocupaba por ellos, aunque fuera algo que ella no quería admitir en voz alta.- Sus ojos...
Kija sintió que ella tenía varias cosas en la cabeza y por eso no podía decir mucho más, sin embargo entendía lo que estaba tratando de decir. Redirigió su mirada al frente mientras pensaba en silencio.
-La aldea del Dragón Azul era todo lo contrario a todo lo que yo conocía.- comenzó a explicar, haciendo que ella le mirase atenta.- En mi aldea, todo está hecho para asegurar que el Hakuryū tenga todo lo que quiera y necesite. Se venera a los Dragones y al Rey Hiryū, hay celebraciones y el poder del Dragón otorga honor y protección a su gente.- hizo una pequeña pausa antes de continuar.- La aldea de Shin-Ah no era así.
>>No sabemos toda la historia, ya que su gente parecía odiarnos y nos trataba a la Princesa Yona y a los demás como simples bandidos.- parecía algo enfadado al recordar aquello, con el ceño fruncido, pero siguió hablando.- Al parecer, el poder del Seiryū hizo que su aldea siempre fuera atacada por aquellos que buscaban su poder, por lo que tuvieron que mudarse muy lejos. Y luego comenzaron a pensar que mirando a los ojos del Dragón Azul la gente se convertiría en piedra, y que todo lo que el poder de los dioses conllevaba era una maldición de la que no podían librarse. Por eso siempre le dieron máscaras y no le permitían vivir en la superficie, sino que le obligaban a permanecer en las cuevas y pasillos subterráneos sin poder ver la luz.
Mio apretó la mandíbula, molesta.
-Él teme usar sus poderes por miedo a perjudicar a las personas que el protege y ama, es por eso que usa su máscara y no permiten que los demás vean sus ojos casi nunca. Él considera que está "maldito", a causa de esas alimañas con las que tuvo que vivir y a las que siempre protegió a pesar de cómo lo trataron.
Por la cabeza de Mio pasaron varios improperios en diferentes idiomas, pero se mordió la lengua para contenerlas. El Seiryū paralizaba el corazón de sus oponentes si llegaba a desatarse todo su poder, por lo que lo de "convertirse en piedra" no tenía ningún sentido. Shin-Ah nunca había aprendido a utilizar su poder porque no había tenido permitirlo usarlo, y aquello era una fuerte y notable desventaja en el campo de batalla. Él podría recibir su poder de rebote y caer inmóvil.
-Al menos tiene una habilidad sorprendente con la espada.- continuó el chico, con una suave sonrisa esta vez.
-Es un alivio, la verdad.- concordó la mayor. Kija se giró a mirarla y le sonrió.
-Te preocupas mucho por todos, Mio.
Ella, al instante, giró la cabeza hacia el frente y se mordió la lengua avergonzada.
No respondió.
Cuando llegaron, Hak fue el primero en saludar amablemente.
-¿Serpiente Albina, esos son todos los palos que puedes cargar? Más que una serpiente eres una pequeña víbora. O quizá una culebra.
Kija y el ex general no tardaron en comenzar a pelearse y a gritarse, animados por Zeno, mientras que la inmortal llegaba donde Yoon y le daba lo que había recogido.
-Gracias, Mio. Realmente serán de ayuda.
-No hay de qué.
-¡Bestias! ¡Dejad de hacer el idiota y venir aquí o no cenaréis!
En menos de un segundo, todo el grupo estuvo rodeando al apuesto genio con los cuencos de comida vacíos entre sus manos, a la espera de ser servidos.
-Si, madre.- dijo la mayoría al unísono.
-Ya os voy a dar madre yo a vosotros...- refunfuñó el menor para sí.
-Mio, tu capa se ha rasgado.- puntuó Yona una vez se hubieron sentado, estirando los dedos hacia la tela violeta. La inmortal se incomodó y observó el corte, probablemente se había enredado en alguna rama y se había roto al saltar del árbol.
-Dámela y te la coseré después.- intervino Yoon, buscando al instante en su bolsa aguja e hilo, sin apenas mirarla.- Cuanto antes se arregle, menos se te estropeará.
-Yo la coseré.- refutó ella, apretando la capa en un puño con fuerza, sin querer pensar en quitar la capa de sus hombros. No con tanta gente delante.
-Está bien.- respondió el chico, al notar que ella parecía algo nerviosa. Sabía que había ciertas cosas que molestaban y hacían que Mio se sintiera incómoda, así que no quiso presionarla.- Es bonita. ¿Es un regalo?- continuó, tratando de aligerar la tensión. Mio se relajó y asintió con la cabeza.
-Sí...- afirmó, con un tono triste y nostálgico.- Ya de hace mucho tiempo.
-Con lo cómoda que parece y el valor sentimental que le tienes, no me extraña que la lleves siempre puesta.- intervino Yona, sonriéndole.
-Me... aporta seguridad.- aseguró la de ojos verdes, mirando a la pelirroja.- Y me recuerda a esa persona.
La mente de Yona acabó por aterrizar en el guardapelo que Soo-Won le había regalado. Antes lo había tenido como un objeto al que le aportaba más valor sentimental que nada, y siempre que lo recordaba recordaba a su primo. Se preguntó qué tipo de persona le había regalado la capa a Mio, cómo se comportaba ella a su lado, el tipo de relación que tenían. Por alguna razón, quizá pensando en su propia experiencia, en Soo-Won y en la inmortalidad de la contraria, Yona pensó que aquella debió de ser una historia de amor trágica, con sólo un desenlace posible.
El pensamiento de la muerte de Soo-Won la inquietaba. No le podía perdonar, jamás sería capaz de hacerlo, pero a pesar de todo seguía preocupándose por él. Durante 16 años de su vida, había sido lo más importante en su día a día, junto a Hak. Miró a Mio, que ahora hablaba con Kija sobre algo que ella no estaba escuchando, y agradeció no ser inmortal. Mio debió sentirse tan sola que imaginarse en su situación le provocaba ese escozor en la garganta propio de cuando se va a llorar.
La princesa se puso de pie y caminó hacia la otra mujer, se arrodilló a su lado y la abrazó. Mio se quedó muy quieta en ese momento, pero acabó alzando una mano para ponerla sobre el brazo de la menor, que cruzaba sobre su pecho y la acercaba a ella.
-...¿Ama?- habló Mio, confusa. Yona no dijo nada, pero la abrazó más fuerte.
La pelirroja se separó de nuevo, y se acercó a su pequeña mochila, observada por todos en el lugar. Rebuscó algo en el interior de esta, bajo la atenta y curiosa mirada del Dragón Violeta. Cuando la princesa encontró lo que buscaba, regresó a su lado y se lo tendió con ambas manos.
Era un abanico, que a pesar de estar cerrado podía verse que era caro y bonito, decorado con colores rosas, amarillos, violetas y verdes. La de ojos verdes observó el objeto un momento en silencio, y luego subió la mirada hacia la menor dudosa.
-Sé que no es algo realmente útil.- dijo Yona, algo avergonzada.- Pero es de las pocas cosas que tengo de cuando vivía en el palacio. Pertenecía a mi madre.- su voz parecía algo triste al pronunciar las últimas palabras, pero volvió a alzar la mirada, decidida.- Quiero que lo tengas tú. Porque, pase lo que pase, y de una forma u otra, estaremos juntas.- una gran sonrisa emergió de sus labios mientras que sus ojos violetas se cerraban, y el corazón de Mio se aceleraba.- Algún día, nuestras almas se reencontrarán de nuevo, y mientras tanto, esta será la prueba de que cumpliré mi promesa.
Mio, sin palabras, aceptó el regalo en silencio. Lo observó entre sus manos, que temblaban ligeramente. Tardó unos segundos en recuperar la compostura.
-Gracias.- dijo, sintiendo una agradable calidez extenderse en su corazón.- Lo atesoraré, Ama.
Yona sonrió y le dio otro abrazo. Zeno, desde su lugar, mantenía una suave y quebrada sonrisa en los labios, recordando a Hiryū y el medallón que le había obsequiado, aquel que tanto quería pero odiaba al mismo tiempo, aquel recordatorio constante de que su alma nunca regresaría al cielo para reunirse con Kaya y sus hermanos.
Al fin y al cabo, Yona era igual que Hiryū, y en aquel instante, Zeno pensó que él y Mio, quienes compartían la misma maldición, también eran iguales.
La cena pasó con tranquilidad y risas, aunque cuando ya había terminado comenzó a llover y todos se despidieron y se fueron a sus tiendas, a excepción de Zeno y Mio, que harían la primera guardia. Todos esperaban que el rubio se quedara dormido pronto, por lo que Kija no había tardado en ofrecerse voluntario para acompañar a Mio durante la segunda guardia.
Sentados al cobijo de un árbol y frente al fuego extinto por la lluvia, los Dragones inmortales se mantenían en silencio. Mio observaba el recién adquirido abanico, Zeno miraba las nubes oscuras sobre ellos. Estaban en un silencio cómodo, cada uno sumido en sus pensamientos, aunque dirigidos hacia lugares muy parecidos.
Fuel el rubio quien rompió el silencio, con un tono animado en su voz.
-¿Puede Zeno hacer una pregunta?
-Dime.- afirmó la contraria, elevando la mirada hacia él.
-¿Mio-nee-san recuerda a Hiryū?
La contraria soltó un suave suspiro.
-Sí, lo hago. La última vez que lo vi... ambos estábamos enfadados, creo.- dijo, frunciendo un poco el ceño.- Él tenía una mirada llena de ira. Recordarlo todavía me hace sentir como en aquel momento.
Se quedó unos segundos en silencio, y aquello sólo alimentó la curiosidad del contrario.
-¿Puede Zeno hacer otra pregunta?
Mio le miró con los ojos entrecerrados.
-Sólo si tú respondes a otra.
-¡Trato hecho!- sonrió Zeno, despreocupado.- ¿Por qué estaba Hiryū tan enfadado?
-No lo sé.- se sinceró ella, bajando la mirada.- Quizá yo fui algo inmadura en mi momento, pero no hice nada tan malo como para que me expulsara del reino. Tenía catorce años, y aunque mi cuerpo podía ser inmortal, mi cabeza todavía era la de una niña. No sé si alguna vez lograré saber la verdad.- sus palabras tristes y su mirada abatida inundaron el corazón de Zeno de lástima. Daba igual cuánto lo pensara, no daba con una explicación razonable.
-¿Qué hizo Mio-nee-san?- preguntó, absorto en sus pensamientos. Ella frunció el ceño, molesta.
-¡No hice nada!- exclamó, girándose para mirarlo. Los ojos azules del contrario brillaron y ella se vio obligada a apartar su mirada.- Además, es mi turno de preguntar.
-Está bien~- canturreó el rubio, inmutable. Ella se avergonzó ligeramente. No había pensado en nada que preguntar, y lo pensó en silencio unos segundos.
-¿Cómo era el anterior Ouryū?- atinó a murmurar al final. Ante el silencio del contrario, continuó hablando.- Nunca llegué a conocer al primero, y vosotros sois los primeros Dragones que me encuentro desde entonces.
Zeno alzó la mirada y rumió en voz alta, pensativo.
-No conocí a otro Ouryū tampoco.- dijo finalmente, sin decir ninguna mentira. Sus labios mostraban una suave sonrisa, aunque sus ojos no tenían brillo. Parecía querer decir algo más, pero no sabía qué. Mio respetó su silencio y sus pensamientos y observó su rostro.
Con los latidos de su corazón comenzando a acelerarse, sus ojos aterrizaron en el medallón dorado del Dragón Rojo que Zeno colgaba de la bandana verde que usaba, reconociéndolo casi al momento.
-Ese medallón...- murmuró, queriendo extender la mano hacia él para rozarlo con los dedos. Zeno la miró, dio una suave risa calmada y sus ojos retomaron su brillo, esta vez, con tristeza.
-También es un regalo.- aclaró, recordando la escena de la cena, bajando su mirada de color del cielo hasta el abanico que la inmortal sostenía.- Y también, de una persona especial.
Mio quiso preguntar, pero no fue capaz.
De nuevo, la sonrisa silenciosa de Zeno acalló todas las palabras que pretendía decir. Su gesto triste pero alegre de nuevo parecía el de alguien que tenía miles de secretos, que escondía cosas inimaginables. Y Mio vio de nuevo que no sabía nada ni de aquel chico ni de lo que había vivido, pero su rostro mostraba algo de cansancio digno de alguien con historias que prefería olvidar.
-Ouryū, no sonrías.- dijo, seria, girando la cabeza ligeramente molesta y posando su mirada en las gotas de agua que continuaban cayendo. Zeno estaba genuinamente sorprendido, dejando de sonreír al instante perplejo.
-¿Perdón?- inquirió, confuso. Sus grandes ojos curiosos se abrieron y parpadearon varias veces.
-Si no quieres sonreír, no sonrías.- habló, con un tono de voz bajo.- Si no quieres recordarlo, no hables del tema, pero no te fuerces.- Quizá algo intimidada por la silenciosa y penetrante mirada del inmortal, subió un poco los hombros, mirando ahora al abanico que apretaba entre sus dedos.- Puedes engañar a los demás...- continuó, recordando a quien le había dedicado esas palabras tiempo atrás.- ... pero no puedes engañarte a ti mismo.
Una genuina y conmovedora sonrisa creció en los labios del chico de cabellos de oro. Al igual que Yona, se lanzó a los brazos de Mio, y ella reaccionó pensando que se caía y puso sus brazos para atraparlo, aunque el contrario terminó abrazándose a su torso con los ojos cerrados y manteniendo la sonrisa en su rostro.
-Mio-nee-chan es la mejor hermana que Zeno podía desear.
Ella quizá se sonrojó, y quizá disfrutó de aquel gentil abrazo con su corazón acelerado en su pecho.
-No digas eso.- reprochó Mio, apartando la mirada. Zeno asomó la lengua por la comisura de su boca, tomó la mano de Mio y la colocó sobre su propia cabeza, entre los cabellos rubios desordenados del Ouryū.
-Zeno no miente~- canturreó, feliz.- ¡Acaricia a Zeno!
Mio tomó una gran bocanada de aire. Al menos, no podía ver su rostro, así que con lentitud comenzó a dar suaves caricias a la cabeza del contrario, que estaba tumbado sobre su regazo y abrazado a su cintura.
Si el chico hubiera sido un gato, probablemente hubiera ronroneado, pero en su lugar soltó una limpia y cristalina carcajada de alegría.
Tal como se esperaba, Zeno se durmió pronto, y cuando Kija llegó para tomar su lugar encontró al Ouryū abrazado a Mio, quien mantenía su mano sobre la cabeza del contrario y los ojos cerrados. Kija descubrió a ambos Dragones dormidos, cosa que le sorprendió por parte de la de cabello violeta, pero aún así permitió una suave sonrisa asomar en sus labios. Regresó a la tienda y despertó a Jae-ha, quien le siguió fuera adormilado, algo molesto por haber sido despertado.
La escena que se encontró también le sacó una sonrisa, y observó a los dos inmortales como si de su hermano mayor se tratase.
-Llevémoslos dentro.- dijo el de cabello verde, recibiendo un asentimiento del albino. El más alto tomó entre sus brazos a Mio como si cargara una princesa, y Kija subió a Zeno sobre su hombro.
En su sueño, la chica se removió en los cálidos brazos del Ryokuryū, totalmente dormida y agotada del viaje y la experiencia vivida en el último pueblo en que estuvieron, con una expresión calmada y tranquila.
Jae-ha sintió su corazón acelerarse un poco al ver a la chica permanecer relajada tan cerca de él, pero se obligó a seguir a Kija hacia la tienda grande para acostarlos a ambos junto a los demás y cubrirlos con una manta.
Al menos, Hak dormía con Yona aquella noche en la tienda pequeña, por lo que a los dos Dragones que ahora montaban guardia les alivió saber que Mio tendría espacio.
Se sentaron en el mismo lugar que sus hermanos, bajo un viejo árbol que, en gran parte, les protegía de la lluvia, y hablaron un poco sobre Mio. Debía ser la primera o segunda vez en que la veían dormir, y les alegraba saber que al menos aquella noche descansaría un poco y repondría fuerzas.
No sabían que, un par de horas después, una flecha con fuego sería disparada de entre la oscuridad e incendiaría la tienda grande donde Yoon y los Dragones dormían.
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4004 palabras.
Quizá se nota "un poco" que me apetecía un capítulo con algo de romance. No sé.
Gracias por leer. ❤️
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