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Capítulo 33

"Y una voz, como Lázaro, espera
que le diga: Levántate y anda!" (*)

Cuando estuvieron de regreso, fue inevitable que Yona y Yoon no vieran a Mio toda golpeada, y pidieron una explicación preocupados. La de cabello violeta, sintiendo un gran dolor de cabeza cuando entró en el cuarto, se sentó cerca de la pelirroja, por lo que sus heridas sanaron rápido, manteniendo los ojos y la boca cerrados, cediéndole la explicación a Jae-ha.

-Unos soldados vinieron al bar queriendo llevarse a Mio a algún lugar, amenazándola con espadas, pero peleamos y logramos inmovilizar al líder.- explicó vagamente, sin mirar a nadie en particular.- Vine por refuerzos, pero al regresar...

-Escaparon.- interrumpió Mio, sin querer oír de los labios de nadie que ella había sido vencida. Las palpitaciones en su cabeza la estaban abrumando. Yona parecía preocupada, y el hecho de que Mio no parecía cómoda a su alrededor le hacía replantearse las cosas. Colocó su mano sobre la de la inmortal, que permanecía en su regazo, haciendo que la mayor se tensara y la mirara seria.

-Mio, no te esfuerces tanto. Si necesitas ayuda, está bien pedirlo.- explicó la pelirroja, tratando de animarla, pero sólo haciendo que ella se pusiera más nerviosa.- Además, todos notamos que ya no te curas tan rápido como antes, y que ahora funciona mejor cuando estás cerca de mi.- aquellas palabras hicieron que la de ojos esmeralda comenzara a sentir angustia y temor, su corazón se aceleró a una velocidad pasmosa.- Nosotros estamos para ayudarnos entre nosotros, sobre-esforzarte no es bueno.

Mio, tratando de escapar de las voces agonizantes que comenzaban a escucharse en su cabeza, retiró su mano lejos de la de Yona y se puso en pie. Se cubrió el rostro, más generalmente la nariz y la boca, y cerró los ojos. Se centró en respirar por un momento.

Yona la estaba poniendo ansiosa, como de costumbre, pero en aquel momento había algo más que la estaba afectando para que su cuerpo doliera así. 

-Necesito tomar aire.- murmuró, saliendo del cuarto con rapidez, dejando un mal ambiente en el lugar. 

Yona se sintió culpable, pero no pudo hacer nada para impedirlo. Mio dejó la posada y subió al tejado de esta, respirando agitadamente. Se sentía enferma, se sentía débil.

Una parte de ella no dejaba de pensar en lo que la pelirroja le había dicho. Ahora, la velocidad de curación de la inmortal había disminuido considerablemente, de momento sólo afectando a la regeneración de sus heridas. Su cabeza daba vueltas mientras se preguntaba por qué, tras tantos años de desear poder morir, por qué ahora que había aceptado la inmortalidad, su cuerpo invencible comenzaba a fallar. 

Y recodó aquellas palabras, que creía olvidadas, que hacían que su corazón se contrajese del miedo y del dolor, que tanto tiempo atrás había escuchado. 

"-Tú tienes la sangre de un dios, y también tienes una misión que cumplir. Y tú..."

Mio tuvo tiempo de llevarse las manos a la boca antes de gritar, un desgarrador alarido lleno de dolor con tal de ahogar aquellas palabras, de acallarlas con su propia voz; un grito que fue silenciado con sus manos y que no llegó a ser escuchado.

Las estrellas brillaron, y la suave brisa se convirtió en viento para remover su cabello y su capa, que ondeó en el aire con brusquedad. 

Se agarraba el rostro con las manos, sobre sus oídos, inclinada hacia delante y dejando que el cabello se escurriese sobre sus hombros, suelto. 

A sus compañeros les parecía extraño que Mio, con su gran fuerza e inteligencia, hubiera sido derrotada por un par de soldados de la Tribu del Cielo. Quizá, incluso, algo sospechoso, pero no sabían qué podía ocupar en aquel momento la cabeza de la inmortal. 

-Deberíamos ir a buscarla...- murmuró Kija, preocupado. 

-Iré.- aseguró el de cabello azul, tranquilo. 

-¿Seguro?- inquirió Yona, preocupada. El contrario asintió en silencio. 

Tal y como pidió, Shin-Ah salió fuera para esperar y acompañar a Mio dentro, sentado contra la pared, listo para hacerle compañía cuando ella se sintiese mejor.

Shin-Ah era muy tranquilo y siempre lograba calmar y tranquilizar a todos sin necesidad de palabras, por lo que sabían que probablemente era la mejor opción para que alguien buscara a Mio. Él la había visto subir al tejado con sus ojos dorados y la veía en aquel momento tan inestable, así que pensó que sería mejor si no la interrumpía. Cuando ella estuviera lista, bajaría.

Mio no estaba llorando, pero estaba temblando mientras arañaba sus brazos en un abrazo a sí misma, como si estuviera tratando de mantenerse unida porque si no se caería a pedazos. 

"-Miu..."

-Vuelve...- susurró, dolida, aunque queriendo que también se marchase para que su cabeza dejara de doler.

"-No puedes quedarte aquí."

-Tú no podías irte...- susurró, casi sin voz, incapaz de olvidar al dueño de la voz. Casi era capaz de oír sus suspiros, de sentir su cercanía. El tacto cálido de su mano sobre su hombro, reconfortante y doloroso al mismo tiempo. 

-Levanta, anda.

Y Mio, haciendo uso de su fuerza de voluntad, se irguió en su sitio, tomó aire profundamente y cerró los ojos. Tranquilizó a su adolorido corazón y miró al cielo. En las estrellas podía ver sus ojos, en la media luna veía su sonrisa. Y sin embargo, se obligó a bajar la mirada al sentir la presencia del Dragón Azul cerca, y caminó hasta el borde para bajar de un salto. Shin-Ah la miró, mientras que ella observaba al suelo incómoda. 

No acostumbraba a expresar sus sentimientos, y tampoco a alzar la voz. Sin embargo, el recuerdo de las palabras de Yona la aterraban. ¿Y si Mio era lastimada pero no llegaba a tiempo junto a la pelirroja? Ella... ¿se curaría a tiempo?

Un escalofrío recorrió su cuerpo mientras que veía al Dragón Azul abrir sus brazos frente a ella, invitándola en silencio. Mio, sintiendo su corazón doler por la fuerza con que palpitaba, se acercó despacio y dejó que la abrazara. Ella, que era algo más baja, se permitió cerrar los ojos y apoyar ligeramente su cabeza sobre el hombro del contrario.

Shin-Ah la envolvió en sus brazos, y Mio reconoció en silencio que él tenía razón, que a ella realmente le gustaban los abrazos porque le recordaban cómo se sentía que alguien se preocupase por ella, cómo se sentía ser querida. La calidez y la firmeza de los brazos a su alrededor la hacían olvidarse por un momento de las cosas malas, y sanaban su tristeza.

No admitiría aquello en voz alta, por supuesto.

-Gracias.- susurró Mio al separarse, algo avergonzada, sin mirarlo. Dio una mirada alrededor, viendo que estaban solos, y que ni siquiera los recuerdos de aquel que la llamaba "Miu" ocupaban su cabeza en aquel momento. 

-¿Mio está mejor?- inquirió, el peliazul, con su usual suave voz. Ella asintió, algo distraída, y elevó su mirada para posarla en el contrario. La silenciosa máscara le observaba de vuelta. 

Recordó aquella vez que había tratado de ver sus ojos, y él le había dicho que no podía, que estaban malditos. Bajó la mirada de nuevo. 

No solía interactuar con aquel Dragón. Era muy silencioso y su presencia tranquilizaba a Mio, sin embargo, una parte de ella tenía miedo de saber qué le habían hecho para que pensara eso de sus ojos. Los ojos más hermosos que ella había visto jamás, una mirada profunda y sincera que parecía esconder tantas cosas y al mismo tiempo ser clara como el agua. Siempre había admirado aquellos iris de oro líquido, que nunca habían fallado en sacarle una sonrisa mientras se quedaba hipnotizada mirándolos. 

Aquellos ojos que tanto le recordaban a Abi, su hermano mayor y una de las personas más importantes en su pequeño mundo. 

Abi había sido el primer Dragón con quien sintió esa hermosa conexión, era el más joven de todos los chicos y Mio se había identificado un poco con él al principio. Ambos tenían un don poderoso, y ambos terminaban lastimándose siempre que lo usaban. Todos los Dragones sufrían daños tras abusar de su poder, si bien los Dragones Blanco y Verde sufrían más repercusiones físicas tardías como fiebre o exceso de agotamiento que los podía dejar en cama, el Dragón Azul podía caer paralizado en medio del campo de batalla. Mio no sabía bien sobre el Amarillo, pero sí sabía sobre ella misma y su poder. No quería pensar en su verdadero don, aquel que a causa de su inmortalidad había dejado de usar; pero pensó en el poder del chico de cabello Azul. 

Él tenía unas habilidades excepcionales con la espada, lo había visto en más de una ocasión. Aquella era parte de la razón por la que no usaba sus ojos, una razón que en parte enfadaba a Mio. Aquel había sido un regalo de los dioses, aquella razón por la que debía sentirse orgulloso de ser diferente... 

Ella pensó que, por otra parte, ella tampoco estaba totalmente agradecida con su poder. 

-... ¿Quién... te enseñó a usar la espada?- inquirió Mio, queriendo preguntar sobre sus ojos pero sin ser capaz. 

-Ao.- respondió llanamente el contrario. Mio le miró, entre frunciendo el ceño y elevando una ceja. A su cabeza sólo llegó la pequeña y traviesa ardilla. 

-Ao... ¿el anterior Seiryū?- el chico asintió, silencioso. Se llevó una mano a la máscara, como esperando encontrar algo allí, pero recordando en silencio que había dejado los cascabeles en su aldea, hace ya tiempo atrás.- ¿Fue él... quien te dijo que tus ojos estaban malditos...?- preguntó en voz baja, no queriendo sonar irrespetuosa. 

Antes de encontrarse con Yona y su grupo, Mio ni siquiera sabía que los Dragones se reencarnaban. Si quizá lo hubiera sabido, los hubiera buscado, sin descanso, hasta dar con ellos y enmendar sus errores del pasado. Sin embargo, Kija le había contado que siempre se habían estado sucediendo diferentes Dragones, haciendo así que ninguno de ellos viviese mucho más de 30 años. Poco a poco iban perdiendo su poder mientras el nuevo Dragón crecía, y cuando llegaba el momento, se convertirían en humanos, dejando de ser aquello que eran, y muriendo como humanos. 

De aquella forma, sabía que en ese momento no había más Dragones vivos que ellos cinco. Una cosa que caracterizaba a Mio, quizá por su personalidad, su historia, o todos sus años vividos, era un profundo respeto hacia las personas fallecidas, y aún más si eran Dragones como sus hermanos lo fueron. Su corazón se contraía un poco siempre que pensaba en ello. 

Shin-Ah se mantuvo un momento en silencio, y luego asintió levemente. 

-Hace daño a las personas.- habló el alto, con su usual tranquilizadora y suave voz.- Es malo.

-No es así, Seiryū.- negó ella, cerrando sus ojos.- El poder del Dragón Azul es increíble. Y sí, es difícil de controlar, pero se debe sacrificar todo en el campo de batalla para proteger a Hir... al Rey Rojo.- se corrigió, tras una pequeña pausa.- Mi poder... no me gusta usarlo.- se sinceró, abrazándose a sí misma y mirando al suelo.- Siempre trato de evitar usarlo. Yo crecí en una época muy diferente. Ir a la batalla y regresar con las manos manchadas de sangre era habitual, y no me molestaba porque estaba ayudando... a Hiryū. 

Se tomó unos segundos en silencio hasta mirar al cielo, con un suspiro.

-A Abi también le costó controlarlo al principio.- aseguró, con un tono de voz bajo.- Sin embargo, todos teníamos que hacer lo posible para sobrevivir y ayudar al Rey. Los poderes de los Dragones se convirtieron en objeto de alabanzas y de historias casi irreales, son una leyenda que aporta calma y seguridad a las personas. Algo tan hermoso como los ojos del Seiryū... no deberían estar oculto al mundo. 

-Si los ves...- habló el contrario, en un susurro.- deja de pedirlo. 

Mio bajó la mirada para ponerla sobre el peliazul, apresurada. Shin-Ah la observaba en silencio, expectante, por lo que ella se tragó sus palabras y asintió débilmente. 

Alzó una mano muy lentamente y la puso sobre la máscara del Dragón Azul. De pronto, tenía algo de miedo. Los ojos de Abi... Se preguntó si tendría la fuerza suficiente como para soportarlo, pero estaba decidida a obligarse a dejar el pasado atrás si era necesario. No podía mantenerse anclada, y no podía arrastrar con ella los agrios recuerdos de personas que ya no estaban en ese mundo. 

Inspiró en silencio, y retiró la máscara con gran lentitud con ambas manos mientras retenía el aire en su pecho. 

Al principio, todo a su alrededor se vio opacado cuando conectaron miradas. Aquellos ojos de oro líquido que reflejaban todo lo bueno del mundo se presentaban ante Mio tras más de 2000 años, y seguían causando en ella aquella sensación tan añorada. Sentía regresar una parte importante de ella, creía oír las risas de Abi y sentir su tacto cálido. 

Y después todo regresó a ella, y no veía sólo los ojos. Veía un rostro completamente diferente, una persona extraña y nueva que llevaba el título de Seiryū. Los suaves rasgos del pálido rostro de Shin-Ah que eran nuevos a los ojos esmeralda de la inmortal. 

Perdida en la mirada del contrario, Mio alzó una mano, y rozó con la yema de sus dedos la mejilla del contrario. Apenas fue una caricia, un suave roce de apenas unos segundos, cuando de entre sus labios se escapó una ligera risa nerviosa que la obligó a cubrirse el rostro con la mano contraria, aún sosteniendo la máscara. 

Shin-Ah se cubrió el rostro con las manos y escondió sus ojos de nuevo. Mio suspiró para volver a mirarle tras unos segundos. 

-No cubras tu rostro.- pidió con una voz tranquila, frotándose su frente con la mano. 

-Haré daño a Mio.

-No, Seiryū. Son hermosos. 

Tomó las manos de Shin-Ah y las bajó, aunque él mantuvo sus ojos cerrados con fuerza. 

-Los ojos del Dragón Azul... siempre reflejaron las cosas por las que aún merece la pena vivir.

Miró la máscara del contrario y la sostuvo entre sus manos, mirándola con una mueca triste. Con delicadeza, la colocó de nuevo sobre el rostro del mortal, y él volvió a mirarla una vez sus ojos estuvieron cubiertos, con algo de curiosidad y confusión.

Mio no sabía qué más decir. Escondió sus brazos y sus manos en su larga capa y se envolvió un poco en ella. Apretó los labios y se giró un poco hacia la posada y trató de desviar la atención que recibía de los silenciosos ojos dorados. 

-Y el portador de esos ojos, también las refleja.- añadió en voz baja, bajando la cabeza un poco para esconderse tras su cabello y caminando de regreso a la posada. Shin-Ah ladeó la cabeza, aunque no tardó en seguirla en silencio. 

"-Eso es, Miu."

Una repentina ráfaga de viento inundó el lugar, haciendo que la inmortal se aferrase a su capa disimuladamente. Se detuvo justo antes de entrar y miró atrás, hacia Shin-Ah, para asegurarse de que la seguía. Le hizo un gesto con la cabeza y ambos se adentraron en el lugar.

-Lo estás haciendo bien.

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Definitivamente, había algo en el lugar que estaba incomodando a Mio. 

Estaba, por supuesto, ignorando el hecho de que Jae-ha se había adjudicado un lugar junto al futón de Mio, y que Kija le hubiese reñido y reprochado que no debía de comportarse de aquella forma con su "hermana", y para asegurarse de que no le hacía nada malo a la inmortal, el albino se había quedado con el otro lado libre de la mayor. Por supuesto que ella no dormiría y que se iba a quedar tumbada boca arriba hasta que todos parecieron dormirse, momento en que ella pudo levantarse para sentarse contra una pared y volver a sentir su espacio personal. 

Era algo, un martilleo contante en su cabeza que le hacía daño, unas fuertes punzadas por todo su cuerpo que la hacían sentir terriblemente vulnerable. Odiaba sentirse de aquella manera. 

Se frotó el rostro. Evidentemente, no les había dicho nada a los demás. Ya había formado parte de una pésima actuación con un par de soldados unas horas atrás como para decirles ahora que estaba preocupada por la extraña dolencia de su cuerpo. 

Y Mio se preguntó en qué momento había cambiado. Recordaba, de una forma dolorosamente vívida, todos aquellos años en que había estado sola y perdida, devastada y vacía. Cada herida y autolesión, cada cicatriz que desaparecía al instante, cada marca que era borrada con cada lágrima caída. Las noches sin dormir, las semanas sin comer. 

Mio aún tenía pesadillas de aquellos años. Había sido aterrador. Le daba demasiado miedo mantenerse anclada en el tiempo, mientras que todo a su alrededor lentamente se marchitaba y moría. Era una de las primeras veces en que era tan consciente de lo que su inmortalidad causaba. Su cuerpo siempre sería el mismo. Su corazón, sin embargo... no parecía sanar igual. 

Y no sabía cómo, pero en algún momento Mio comprendió que estaba aterrada de morir. No sabía dónde estaba su alma. Jamás iría junto a Hiryū, junto a sus hermanos y su familia, ni con nadie que alguna vez Mio pudo llamar "hogar". Y había decidido vivir en aquella eterna existencia aunque le doliera, había adquirido el miedo irracional y humano por la muerte. 

Ahora que Mio se sentía vulnerable, ahora que se sentía débil, un silencioso miedo comenzaba a reptar y a arañar en su interior, en la boca de su estómago, arrastrándose por su pecho queriendo tomar el control. 

Se frotó el rostro con fuerza, manteniendo sus manos sobre su nariz y su boca al final. Respiró allí unos segundos y sintió el dolor de cabeza disminuir. Extrañada, se irguió en su lugar y retiró las manos, y el mareo se intensificó. Sus ojos terminaron deslizándose hacia una esquina donde dormía Zeno, tranquilo, y por alguna razón comenzó a sentirse más tranquila. Tomó un trozo de tela de su bolsa y se tumbó en el suelo, lejos de su futón. Se cubrió la nariz y la boca con la tela y poco a poco comenzó a sentirse mejor. 

No sabía por qué, y tampoco tuvo tiempo de pensarlo demasiado, ya que Mio terminó durmiéndose sin darse cuenta por primera vez en un largo tiempo. Por la mañana despertaría antes que nadie, por lo que ninguno de sus compañeros pensarían que había descansado lo suficiente; y ella ya habría guardado la tela y volvería a fingir encontrarse bien a pesar de la pesadez en su cuerpo y la dolorosa sensación que arrastraba con ella. 

El colorido grupo abandonó la posada, y el aire fresco le devolvió a la inmortal algo de la vitalidad que sentía haber perdido. Aún estaba dolida y mareada, pero estaba definitivamente mejor. Esperó que aquello hubiese sido algo pasajero, aunque Mio aún no sabía que se equivocaba, y que a veces, lo más grandes temores pueden ser reales. 

---⛩️---

3180 palabras.

*Fragmento de un poema de Gustavo Becker

Espero que os haya gustado, os dejo aquí con dramas de la vida inmortal de Mio~

Gracias por leer❤️😊


¡Smooth like Butter!✨🧈🧈💛



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