Capítulo 28
Ambientado en los capítulos 69-73 del manga.
Campo de batalla.
Li Hazara cabalgaba detrás de Kan Soo-Jin, a una distancia segura, donde nadie podría verlos en el mismo plano. Ambos tomaban el mismo camino, uno casi a las puertas de la capital y otro pisándole los talones. Excepto ellos dos, las tropas de Sen y alguna parte de las de Soo-Jin, nadie se esperaba lo que estaba por ocurrir.
-Pronto estaremos dentro del área controlada por la Tribu del Cielo.- dijo Soo-Jin, serio pero elevando la voz para hacerse oír.- Mantendremos alejadas a las tropas de la Provincia de Sen.- mintió.
"Y luego capturaremos al castillo Hiryū... y reclamaremos la cabeza de Soo-Won", pensó.
Desde el reinado de Il, Kan Soo-Jin había estado reuniendo en secreto soldados y armas, aquellas que tan prohibidas estaban. La oportunidad de rebelarse se le presentó sola, llamando su puerta como si fuera el mayor de los milagros, la señal divina para que reclamara su trono. Todo su plan se vio algo perturbado al ver que Soo-Won estaba planeando una revolución, pero eso no importó. El rey actual, el hijo del general Yu-hon era, según el propio Soo-Jin, un mocoso ingenuo nada parecido a su padre, un chico malcriado que no podría dirigir el reino. Habían pasado tres meses desde que había tomado el trono, y no había demostrado nada que hiciera ver que era digno o capaz de liderar el reino.
Kan Soo-Jin creía ser más adecuado para liderar Kouka, como rey y como descendiente de los dioses.
-¡Infantería, deprisa!- gritó, liderando su ejército.- ¡Estamos entrando en Kūto!- dijo, avisando de la cercanía a la capital del reino y al castillo Hiryū. Sin embargo, la advertencia de uno de sus soldados lo sorprendió.
-¡General Kan Soo-Jin-sama!- exclamó. Alzó el brazo y apuntó al horizonte.- ¡Mire! E-eso es...
En el horizonte, ante ellos, se extendía una amplia muralla de soldados del Rey, permaneciendo en fila con las lanzas en ristre y las espadas listas para ser desenvainadas.
-¡¿Qué?!- exclamó el general de la Tribu del Fuego, sin dar crédito a lo que veía. El líder de Sen también detuvo su marcha y sus tropas al encontrarse con el panorama frente a ellos.- ¡Soo-Won-sama...!
Las nerviosas tropas del Fuego comenzaron a murmurar entre ellos y a removerse en su sitio.
-Su majestad Soo-Won-sama...
-La armada imperial...
Soo-Jin maldijo frustrado. Se preguntó ansioso si había descubierto su plan. Li Hazara no sabía reaccionar mientras miraba al joven líder de Kouka permanecer erguido obre su caballo, tranquilo y orgulloso.
-¡General Soo-Jin, ¿qué deberíamos hacer?!- preguntó un inquiero soldado.
-¡Calmaos! ¡Combinaremos las fuerzas con Sen en caso de que eso sucediese. ¡Asumid la formación de batalla! ¡Tropas de la Tribu del Fuego, dirigíos a la derecha! ¡Tropas de la provincia de Sen, a la izquierda!
Los soldados se movieron como fueron ordenados mientras que Hazara se ponía a la par de Kan Soo-Jin.
-Esto detendrá un poco las cosas.- dijo, todavía mirando al gobernante.
-Maestro Hazara.- saludó el contrario.
-Ese joven rey de ahí parece ser más competente de lo que escuché de su boca.- dijo, algo agresivo pero sin exaltarse.
-Es verdad que el mocoso no se comporta como acordamos con el plan.- afirmó Soo-Jin, sin poder llevarle la contraria.- Pero al final, él apenas es un novato que no sabe nada sobre el campo de batalla. Juzgando por lo que se ve, no tienen más de diez mil soldados. Nosotros tenemos veinte mil. Si tenemos más gente que ellos, tenemos ventaja a la hora de la batalla. Soo-Won pobremente no consideró que nuestras fuerzas estrían desde un principio en formación...- pensó, sintiendo que recuperaba de nuevo la confianza para ganar.- O lo trabajada que será nuestra coordinación.- Kan Soo-Jin sonrió de forma casi enfermiza de poder.- Con tanta diferencia de fuerza, ¡esto será realmente corto!
Sin embargo, en la distancia, el joven Soo-Won sonreía calmado y confiado.
-Así que vinieron con una fuerza completamente ofensiva.- observó, casi con una suave risa, como si hubiera considerado esa opción como el peor de los movimientos para la victoria de su enemigo.- General Joo-Doh, modere el calvario de la Tribu del Fuego de acuerdo a nuestro plan. Cuento contigo.
-Escuché que el número de los soldados de la Tribu del Fuego es tres veces mayor al nuestro.- avisó el nombrado.- Somos 1500.
-Las probabilidades están en nuestra contra, ¿no es así?- preguntó el rey con un tono de voz tonto e ingenuo.
-Ciertamente.- firmó el general, algo harto de aquel comportamiento tan ingenuo e infantil que veces Soo-Won usaba. Sin embargo, cuando volvió a hablar, fue con un tono de voz y un rostro serio, con una mirada afilada.
-No deberíamos perder.
-Déjemelo a mí.
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Mio tenía un mal sentimiento.
Mientras cabalgaban hacia la capital, veía a Yona y a Hak cabalgar ante ella, liderando al grupo. Mio dejó el caballo a cargo de Kija y se echó hacia atrás, apoyando las manos tras la silla de montar, sobre las patas del caballo. Alzó la mirada al cielo y pensó en la pelirroja.
No sabía mucho de Yona, sólo que el actual rey había asesinado al padre de la princesa y que ella y Hak se habían visto obligados a huir. No sabía realmente más nombres, o qué es lo que motivaba a Yona y hacía que se pusiera tan seria frente a una situación como esa. La mayor parte del tiempo, parecía una chica amable y tranquila, pero muy ingenua. Sin embargo, podía recordar la mirada violeta de la líder del grupo durante esos últimos días, donde la vida de las personas de Kouka se había visto amenazada por aquella rebelión.
Mio pensó que quizás Yona buscaba el bien de su pueblo, que trataba de buscar la justicia para todos los mortales y que si no podía ayudarlos desde el trono lo haría desde abajo. Aquello indudablemente le recordó a Hiryū, y pensó por un momento que quizá la princesa se parecía un poco a él.
Mio no quería pensar en el Rey Rojo, pero no pudo evitar que sus pensamientos se dirigieran a él. Hiryū había sido su hermano mayor, desde el principio hasta el final. Había confiado en él como no lo había hecho en nadie, le había ofrecido todo de ella sin pensarlo.
Y, casi dos mil años después, seguía sin comprender por qué el Rey había hecho aquello, la había culpado de algo que ella no había hecho y la había exiliado. Aún recordaba aquel día, donde él dijo aquellas palabras casi como si se estuviera asfixiando con ellas, y recordaba como la inmortal había llorado y le había gritado enfurecida y dolida, fuera de sí. Incluso recordó con algo de vergüenza cómo había dejado que la parte mala dentro de ella la controlase y se lanzase a atacar a Hiryū. Sin embargo, había sido capaz de controlarse y simplemente huir de allí destrozando todo a su paso.
"-¡Mio!
-¡¿Qué has hecho?! ¡¿Por qué me haces esto?! ¡Esto es todo tu culpa!
-Mio, si hubieras ido...
-¡Muertos! ¡Todos muertos! ¡Por tu culpa!"
Trató de regularizar su respiración, que se había acelerado con los latidos de su corazón, y frunció el ceño ante el recuerdo.
"-No podías ir...
-¡Yo les habría salvado! ¡Están muertos por tu culpa! ¡Hiryū!"
Mio tragó saliva y abrió los ojos, aterrizando su mirada en la espalda del Hakuryū.
"Se han ido, Mio. No pienses en eso.- se rogó a si misma.- Hiryū y tu familia se han ido. Deja de pensar en eso."
Trató de convencerse de que todo estaba bien, y en cambio se centró para entrar al campo de batalla. Había estado peleando todo ese tiempo, pero no formaba parte de una gran batalla así desde que estaba con el Rey Rojo.
Debía de tener siempre en mente su objetivo. Debía proteger a Yona.
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El general de la Tribu del Cielo Joo-Doh mostró sus respetos ante el Rey.
-Déjemelo a mí. Con la confianza de mi maestro, voy a avanzar con lealtad y me juntaré...- quiso seguir hablando, pero la voz del distraído Soo-Won lo interrumpió mientras que el de sangre real observaba a las tropas.
-Oh, todos en las líneas de infantería están formando de acuerdo al plan...
-¡Todavía estaba hablando!- exclamó el general exaltado pero tratando de no elevar mucho la voz.
-¿Eh? ¿Qué ocurre?- preguntó el rubio despistado.
-Nada...- murmuró el contrario a regañadientes. Los soldados de alrededor pensaron que aquellos dos estaban muy calmados a pesar de la situación en la que se encontraban.
Soo-Won bajó la mirada, sintiendo un mal presentimiento y un escalofrío recorrer su cuerpo. Serio, tomó su rol como Rey y líder del ejército imperial.
-Comenzará pronto.- dijo, sin titubear, haciendo uso de esa faceta calculadora y seria que lo caracterizaba como el líder de Kouka, el hombre que había matado al Rey anterior y que se había apoderado del reino entre sombras.
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-¡Ha llegado el momento!- gritó Soo-Jin alzando su espada sobre su cabeza.- ¡Esto resonará como el el fin de la era de los falsos reyes! El verdadero Rey, quien es el real descendiente de nuestro fundador el gran Hiryū, nos devolverá ese noble y rojo castillo! ¡Uníos a mí, hijos de Hiryū!- mientras que Hazara observaba escéptico y aburrido a Soo-Ji, y Joo-Doh se mantenía concentrado para la batalla; Soo-Won mostraba en su rostro una suave sonrisa, llena de arrogancia y confianza, y sus ojos mostraban tranquilidad y soberbia.- ¡Derrotar a este falso Rey! ¡Quemad a los falsos ciudadanos, dejadlos arder con nuestras ardientes llamas hasta que recuperemos lo que es nuestro!
La Tribu del Fuego rugió, elevando lanzas y espadas, gritando con fuerza para llenarse de energía a ellos mismos y a sus compañeros.
Un gran halcón surcó el campo de batalla batiendo sus fuertes alas y se posó con en el brazo de Soo-Won, quien mantenía su sonrisa en sus labios.
-Su moral está muy alta.- observó Soo-Won, hablando suave pero haciéndose oír.- Ellos son los soldados infectados de la Tribu del Fuego. Sin embargo, lo apegados que están a una vieja mentira, no será capaz de atar los corazones de la gente.
-Su majestad Soo-Won, sus tropas comenzaron a moverse.- avisó un soldado de infantería situado a su lado.
-Bueno, entonces, ¿comenzamos? No deberían estar tan ansiosos de arriesgar sus vidas.- Joo-Doh observó al Rey. Era curioso ver aquella faceta suya que tanto se oponía a su infantil, inmadura e inocente forma de ser.
Gulfan, el gran halcón, se posó ahora en el hombro del gobernante con gentileza.
-Como sabéis, esta batalla es apenas la primera montaña que debemos superar.
Y con un rugido, estalló la batalla.
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-¡Primera línea de infantería, avanzad!
El ejército del Fuego comenzó a moverse en dirección al Rey mientras que Soo-Jin y Hazara permanecían atrás.
Se esparció la noticia de que la Tribu del Cielo había hecho varios agujeros en la formación contraria y había inutilizado las trampas que Soo-Jin había mandado colocar a los lados del campamento.
Aquel que había filtrado la información sobre los agujeros en las tropas enemigas había sido nada más y nada menos que el Rey. Soo-Won, a pesar de saber que se enfrentaba a los considerados como "enemigos", sabía que aquellos soldados también eras ciudadanos de Kouka. Por eso mandó a un soldado infiltrado en medio del fragor de la batalla para avisar de aquellos huecos que ponían en peligro el futuro de Soo-Jin y Hazara.
La Tribu del Fuego y la provincia de Sen habían formado una formación de v invertida, por lo que a pesar de los huecos en su formación, atravesarían la armada imperial justo por el centro, pasando sobre Soo-Won y tomando la fortaleza.
A pesar de lo confiados que estaban los dos líderes en la retaguardia, en el frente los soldados entraron en caos. Las tropas de Soo-Won tenían tigres amaestrados sobre los que se acercaban a ellos, amenazantes y listos para atacar.
Los aterrados soldados se retiraron para escapar de los animales mientras que Soo-Won sonreía tranquilo. La Tribu del Fuego tardó un tiempo en caer en la cuenta de que no eran tigres reales, si no que eran caballos disfrazados de estos. A pesar del caos provocado, no pudieron prevenir la lluvia de flechas que cayó sobre ellos, y dado al agujero que tenían las tropas reagruparse, defenderse y eliminar a los arqueros se volvió una batalla difícil. Los arqueros disparaban justo al centro de la formación de la Tribu del Fuego y se la provincia de Sen, retrasando su avance hacia Soo-Won.
Aquello había tomado desprevenidos tanto a Li Hazara como a Kan Soo-Jin. El primero de ellos había estado observando al enemigo en silencio, y podía ver que el Rey de Kouka era más de lo que el general del Fuego quería ver. Soo-Won no era un niño inexperto en la guerra y sabía lo que estaba haciendo. Miró a su aliado, impertérrito.
-Kan Soo-Jin...- llamó. El contrario le miró, a la espera de sus palabras.- Me parece que...- dijo, sincero.- Deberías de dejar de subestimarlo lo antes posible.
Tras bastante tiempo, las tropas que planeaban atravesar la armada imperial fueron conscientes de que no estaban avanzando demasiado. Sin embargo, la diferencia numérica hizo mella y poco a poco comenzaron a ganar terreno. Y cuando el general Kan podía ver su victoria, se escucharon gritos, golpes y caballos.
Nadie estaba preparado para ver llegar a Geun-Tae, general de la Tribu de la Tierra, llegar tras el ejército imperial, disculpándose con una sonrisa tranquila y arrogante por llegar tarde y listo para enzarzarse en la batalla. Soo-Won sonrió, mientras que aquellos que trataban de tomar su cabeza miraban nerviosos hacia el nuevo ejército que acababa de llegar como refuerzos del Rey.
En el campo de batalla, Geun-Tae se unió a Joo-Doh, y llegó para burlarse y bromear con él como si no estuvieran en medio de una pelea.
El general de la Tribu del Cielo le confesó que la idea de disfrazar a los caballos fue de Soo-Won, al igual que esparcir la mentira de que el ejército contrario tenía agujeros en su formación cuando no los había. Eso les había hecho agruparse de formas diferentes que romperían su formación y que le daría ventaja a la armada imperial.
Pronto vieron como el ejército de la provincia de Sen comenzaba a retirarse. Hazara sentía que el Rey de Kouka era una persona aterradora y que en aquel momento no iban a conseguir nada que no fuese la derrota.
Li Hazara fue notificado de que los recursos de las tropas se habían terminado, y él demandó la retirada para restablecerse en aldeas cercanas, aplastando, matando y quemando todo a su paso si era necesario.
Habían arribado a una pequeña villa, y mientras Hazara amenazaba a un par de campesinos, otros de ellos trataban de huir y refugiarse para mantenerse a salvo.
Sin embargo, se oyó un grito, y un golpe sordo de un soldado cayendo al suelo con una estocada en su estómago. Hazara observó la gran alabarda dar una vuelta en el aire y apoyarse cómodamente sobre el hombro del ex-general, que hacía ver que aquel arma no era nada pesada.
Ante él, ocho jinetes sobre cuatro caballos se presentaron con miradas sombrías y las armas listas. Yona, al frente, lideraba el grupo, y su mirada violeta destelló con la luz del sol.
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-Esto es un campo de batalla.- dijo seria la pelirroja.- Huid antes de acabar involucrados.
Los aldeanos asintieron aterrados y echaron a correr, dejando que Li Hazara centrara toda su atención en el grupo de recién llegados.
-Vosotros no sois soldados de la Tribu del Fuego, ¿no?- inquirió, impertérrito.
-Li Hazara, de la provincia de Sen, quédate quieto.- ordenó la princesa.- Invadiste el reino de Kouka y amenazaste a los ciudadanos. No creas que te vas a librar tan fácilmente de esta.
-Encargaos de ellos.- ordenó Hazara desinteresado.
Un jinete de Sen se adelantó para acercarse a Yona, pero en lugar de eso otro caballo apareció en el medio y el soldado vio una enorme garra blanca cerrarse al rededor de su cabeza y estrellarlo contra el suelo. Ante ese movimiento, Kija bajó del caballo y su compañera se quedó sobre este tranquila, con la capucha de su capa cubriendo su rostro como de costumbre.
Sin embargo, las miradas de todos estaban puestas sobre el Dragón Blanco, que lanzó una mirada ladeada bajo su flequillo hacia Hazara amenazándolo de muerte si se acercaba a Yona.
El caos cundió entre las tropas. Los gritos y las acusaciones de ser un monstruo inundaron los oídos de Kija, pero él los ignoró. Podían llamarle lo que quisieran porque él sólo estaba interesado en proteger a la princesa y a sus amigos. Pronto comenzaron a cargar flechas en los arcos, pero cuando alzaron las miradas vieron una sombra en el aire haciendo una pirueta. Jae-Ha les lanzó sus kunais sin pensarlo dos veces mientras que Shin-Ah se bajaba del caballo para atacar con su espada.
Zeno, Hak, Yona y Yoon permanecieron sobre los caballos. Mientras los otros tres dragones desataban el caos entre las tropas de Sen, Hazara observó otra figura. Vio a Mio bajar del caballo con calma y tranquilidad, despacio, casi con cuidado. Puso ambos pies sobre el terreno y alzó su mirada esmeralda directamente a los ojos del líder enemigo. Estaba entre él y el caballo de Yona y Hak, y a pesar de eso ella se veía muy grande e intimidante. Su mirada hizo que un escalofrío recorriera el cuerpo de Hazara.
-¿Pero qué...?- masculló confuso y asustado. No miró al rededor pero oyó la batalla y los gritos de sus soldados.- ¿Quién...?
Mio tomó su alabarda, que estaba sujeta a la montura de su caballo, con un solo amplio y flexible movimiento. Y lentamente, comenzó a andar hacia Li Hazara, con una mirada oscura y una promesa de venganza.
El líder se vio obligado a retroceder un poco, y sus soldados al instante trataron de defenderle para atacar a Mio. Bajo la sombra de la capucha de la inmortal, se vio emerger una sonrisa sarcástica, y un poco fuera de sí, casi con locura.
Quizá, después de tanto tiempo sin pisar el campo de batalla, la parte de Mio llena de ardiente venganza y sed de sangre se desató sin que ella pudiera controlarlo, ya que durante los siguientes minutos hizo correr de forma descontrolada abundantes ríos de sangre.
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-¡General Soo-Jin!- exclamó un soldado, acercándose al líder, exaltado.- ¡El ejército de la provincia de Sen se está retirando poco a poco! ¡Algunas de nuestras tropas fueron capturadas por el ejército real! ¡No podemos seguir aguantando!- avisó, buscando el bien de su general.- Retirada... No.- se corrigió, seguro de sus palabras.- ¡Deberíamos rendirnos!- afirmó. Sin embargo, al escuchar sus últimas palabras, Soo-Jin no mantuvo su cordura.
-¿Qué... acabas de decir...?- preguntó, girando su rostro lentamente para lanzarle una mirada oscura y desorbitada.
Y sin dudarlo ni un segundo, movió su brazo en diagonal y dio un corte limpio sobre el cuello del soldado. Su cabeza cayó al suelo con un ruido sordo, seguida de su cuerpo inerte.
Los soldados a su alrededor dieron un paso atrás asustados con un grito ahogado.
-¿Rendirse?- inquirió el general Kan.- ¡¿Rendirse?! ¡Imposible!- le gritó al cadáver.- ¡Por ningún motivo! ¡De ninguna manera! ¡Soy el descendiente del Rey Hiryū! ¡¿Me dices que debo reverenciar a un rey falso?!
Los soldados retrocedieron otro paso ante la locura desatada de su general.
-¡Si sois verdaderos ciudadanos de la Tribu del Fuego, si de verdad sois la gente del Rey Hiryū, hasta su último aliento, debéis dar vuestras vidas para pelear por el Rey!- los soldados no podían creer lo que su líder estaba diciendo. Kan Soo-Jin parecía haber perdido la cabeza, tal como el soldado al que acababa de decapitar.- ¡Esto no terminará mientras ese impostor siga vivo! ¡El castillo Hiryū, ese castillo rojo, sigue estando ahí!- gritó con toda su voz, fuera de sí.- ¡Pelead! ¡Pelead por mí, el verdadero y legítimo Rey!
Todos los soldados del Fuego estaban completamente aterrorizados por el miedo, excepto uno que dio dos pasos al frente, tembloroso. En su rostro se veía el miedo y el nerviosismo, pero aún así tuvo la valentía de mirar a su general a los ojos y hablar.
-¡General Kan Soo-Jin, debe parar esto! ¡Debe detenerse!
Apenas había terminado de decir eso cuando el general se giró hacia él y realizó un corte horizontal con su espada, listo para acabar con aquel hombre de la misma forma en que lo había hecho con el anterior.
Sin embargo, algo se lo impidió. Su espada se detuvo brusca y secamente no muy lejos del soldado.
Las miradas se posaron en la figura encapuchada que apareció entre la espada y el hombre, de un momento a otro como si de repente se hubiera materializado en el lugar.
Los ojos verdes esmeralda subieron lentamente hasta posarse en los ojos negros del general Kan, transmitiendo una amenaza silenciosa digna de un lobo hambriento acompañado de su manada.
Mio había detenido la espada con su antebrazo, pegado a su rostro, salvando al hombre que permanecía atónito detrás de ella. La inmortal comenzó a sangrar allí donde la espada se había incrustado en su piel. Kan Soo-Jin se sorprendió de ver a esa figura, que para él le recordaba a un chico joven y algo escuálido y bajo para lo habitual. ¿De dónde había salido y quién era? Y, ¿qué pasaba con él, qué acababa de hacer?
Lo que más le impresionó y asustó fue su mirada. Aquellos ojos verdes brillantes eran tan oscuros y amenazantes que le heló en su sitio.
El silencio que precedió a ese revuelo del general se extendió por todo el campo de batalla, atrayendo la atención de Soo-Won. Vio aquella figura negra y violeta en la lejanía, y a pesar de no poder ver su rostro con caridad, un escalofrío recorrió su cuerpo. Esa figura tenía algo especial y extraño que acababa de hacerlo sentirse ansioso y deseoso de conocer a aquella persona.
-Joo-Doh, acerquémonos.- pidió, sin despegar la mirada de la figura de Mio.
-Puede ser peligroso, majestad.- dijo, tratando de disuadirle. Sin embargo, Soo-Won no quiso hacerle caso.
-No nos acercaremos demasiado.- aseguró, comenzando a cabalgar lentamente hacia el lugar.
Mientras el líder de la Tribu del Fuego trataba de comprender qué acababa de pasar, una voz se hizo oír en el lugar.
-Haga retroceder a sus tropas, general Soo-Jin.
Yona lideraba al grupo, seria y confiada, rodeada y protegida por los demás. Kan Soo-Jin desvió su mirada lentamente de los ojos de Mio y los fijó en la princesa pelirroja.
-Tú eres...- murmuró, sorprendido de verla tras su supuesta muerte. Mientras comprendía lentamente que aquella persona era Yona, Mio se separó y alejó su brazo, que sanó sólo, con rapidez.
La inmortal sintió una mirada sobre ella, y un escalofrío recorrió su cuerpo. Hiryū.
Se giró sobre sí misma, viendo sombras borrosas a su alrededor, en busca de una cabellera pelirroja que correspondiera a lo que estaba sintiendo.
Sin embargo, Mio no pudo verlo. Aquel que al principio había sido su objetivo, después su salvador, su hermano y finalmente quien la había traicionado, no estaba ahí. Sin embargo, en el aire se sentía su presencia, notaba su mirada sobre ella y casi oía su voz en su cabeza.
Y, a lo lejos, se topó con una mirada celeste.
De golpe, se sintió como una mortal. Observada, atacada, débil. Dejó de respirar por unos segundos mientras sentía que su mundo se venía abajo.
No, no era Hiryū. Sus ojos no eran violetas y su cabello no era pelirrojo. No era tan alto o musculoso, no era tan dominante o llamativo.
Pero era el mismo rostro. Tenía la misma mirada, transmitía exactamente lo mismo que el Rey Rojo.
Se quedó allí quieta, helada en su sitio mientras ambos se miraban directamente, en silencio. Soo-Won la miró absorto. No era capaz de verla bien, sin embargo se sentía atraído hacia la inmortal como si la conociera de siempre, como un cálido recuerdo de sus sueños que, a pesar de desvanecerse y olvidarse al despertar, su presencia siempre perduraba.
Mio se sintió aterrada de experimentar de nuevo aquella sensación. Hacía más doscientos años desde que había visto al Rey Rojo por última vez, y creyó que jamás volvería a ver su rostro. El rubio de ojos celestes era la viva imagen del que fue su hermano mayor.
-¡Mio!- gritaron cerca de ella. Parpadeó levemente, confusa, sintiendo que había pasado años mirando aquel rostro. No tuvo tiempo de reaccionar antes de oír un grito y sentir un frío metal incrustarse en su abdomen.
Soo-Won retuvo el aire en sus pulmones. No podía, no quería creer lo que acababa de ocurrir. No sabía qué lo ocurría, no conocía a esa persona, pero ver cómo Soo-Jin le atravesaba con la espada sin titubear la revolvió el estómago.
Mío no había escuchado nada de lo que había pasado anteriormente, dado que estaba totalmente abstraída con el chico rubio, y sin duda lamentaba aquello. Sin embargo, aún no entendía bien qué acababa de ocurrir, y para evitarlo pretendía esquivar aquella mirada de la misma manera.
Miró a Kan Soo-Jin, seria, y tomó la hoja de la espada con su mano sin darle importancia y arrancó la espada de su cuerpo ante la atónita mirada de todos. Soo-Won sintió un extraño pero enorme alivio en su cuerpo.
-¿Qué crees que estás haciendo?- inquirió Mio con una voz oscura, amenazante e intimidante. Al general de la Tribu del Fuego se le fueron las ganas de mantenerse cerca de la de ojos esmeralda.
-No lo repetiré, Soo-Jin.- amenazó Yona, seria.- Ríndete. Tú no eres adecuado para ser Rey.
Esas palabras desataron el caos dentro del general, quién señaló a la pelirroja y gritó a sus tropas.
-Matadlos. ¡Matadlos! ¡A esta niña y a estas personas! ¡A la gente de aquí, a todos! ¡Fuera de mi vista!- demandó fuera de sí.
Los soldados, titubeando, rodearon al grupo de Yona con sus armas.
-Me pregunto si saldremos vivos de aquí~...- canturreó Jae-Ha, algo divertido por la situación.
-No digas eso, Jae-Ha.- riñó Yoon, preocupado.
-¿Que dices? Esto es una victoria sencilla.- aseguró el veinteañero.
-Tu única cualidad buena es ese punto de vista positivo, Serpiente Albina.- afirmó Hak, tranquilo.
-¡Zeno os animará!- gritó el rubio. Shin-Ah no dijo nada pero tomó su espada y la desenvainó un poco.
Mio se mantuvo en tensión, como un depredador a punto de saltar sobre su presa, casi sin respirar o moverse. Su mirada estaba vidriosa mientras trataba de recuperar el control.
Con un estallido, los Dragones Blanco, Azul y Verde se lanzaron a la pelea.
-Princesa, Yoon, quedaos detrás de mí.- ordenó Hak. El menor se puso del otro lado de la pelirroja, dejándola protegida por ambos lados.
-¡Yoon! ¡Puedo pelear!
-¡Eso no importa, Yona! ¡Lo único que yo pudo hacer ahora es servirte de escudo!
El Feliz grupo de hambrientos no trataba de matar a los soldados, por lo que era difícil defenderse, aunque es cierto que sin querer alguien acababa sucumbiendo a los ataques de los Dragones.
Mio estaba tensa, sintiendo una gran parte de ella deseando saltar a la batalla para dejar de tratar de controlarse, pero ella sabía que debía estar con Yona. No mucha gente se le había acercado a ella ya que la herida de su abdomen había desaparecido, así como la de su brazo, y aquellas cualidades sólo podían pertenecer a un "monstruo".
Yona lanzaba sus flechas, y sin querer vio un halcón familiar surcar el cielo. Siguió su trayectoria hasta verlo posarse sobre el hombro de Soo-Won, quién no daba crédito a lo que veía.
Mio se giró rígida para ver a Yona, y siguiendo la dirección de su mirada dio con el joven Rey. Sintió que volvía a paralizarse y su pecho dolió con la fuerza de sus latidos. La mirada celeste del rubio se deslizó y aterrizó en la esmeralda de la inmortal.
Y Mio sintió que Hiryū no se había ido del todo.
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4748 palabras.
¡Holi! He vuelto~
Este es un capítulo algo más largo pero bueno, no es muy seguido, hay muchos cortes :')
De todas formas espero que os haya gustado, ¡gracias por leer y permanecer aquí!🥰❤️
Y si alguien va al día con el manga, que me asista porque me muero 🥺
Créditos de la imagen a su respectiva autora.
P.D.: Decidme que no soy la única con sentimientos encontrados por este hombre... De verdad me confunde, pero yo confío en él~
Esta expresión es cuando ve a Yona aquí al final y luego mira a Mio🙊
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