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Capítulo 25

Ansiedad.

Mio no era capaz de despegar aquellas ideas de su cabeza. ¿En qué momento había comenzado a preocupase por los demás?

Aquello era ilógico, y sin duda un problema. Ni siquiera confiaba en ellos, había cosas que ella no quería recordar o compartir, secretos que quería que siguieran siendo privados. No quería confiar en ellos. 

Si Mio terminaba necesitándolos... Sufriría de nuevo cuando se fueran. Mio no quería hacer lazos con aquellas personas porque no quería salir más lastimada. Tras ver las acciones precipitadas y temerosas que ellos tomaban, nunca sabía cuándo se verían envueltos en algún problema, en alguna batalla. Y, cuando se fueran... Ella estaría sola, de nuevo, vagando sin rumbo por los reinos, sin tener a dónde regresar, sin tener a alguien con quien volver. Tenía miedo de que aquello le ocurriera. Mio no quería estar sola, no otra vez.  

Entre las oscuras calles de Saika, se apoyó contra una pared. Se llevó una mano a la cara, cubriendo parte de esta, y tratando de alejar esos pensamientos. Mio no necesitaba a nadie... No podía necesitar. Había sobrevivido sola mucho tiempo. Podría seguir haciéndolo después. Sin embargo...  

Suspiró, echando al cabeza hacia atrás y alzando la mirada al cielo. 

"-¿Por qué siempre miras al cielo, Miu?"

"-Es que mi familia está allí... Mis personas preciadas están allí... Muy lejos de aquí. Y quiero ir con ellos, pero... Nunca podré ir y reunirme... Mi alma... Siempre va a estar aquí."

"-Entonces yo también, Miu. Mi alma se quedará con la tuya, siempre."

Mio soltó un gruñido de frustración. 

-¿Por qué ese recuerdo...? ¿Por qué tengo que recordarlo justo ahora...?- se llevó la mano al pecho, allí donde sentía bajo la ropa el pequeño secreto que había compartido con el Ryokuryū. Lo apretó entre sus dedos.- ¿Por qué tengo que recordarte...? 

Apartó la mirada de las estrellas y cerró los ojos. Quería llorar. 

Contuvo las lágrimas con todas sus fuerzas, logrando que no se derramase ninguna. Se frotó la cara con las manos para despejarse, y luego se colocó bien su capucha. Comenzó a andar entre las oscuras calles. Las puertas de las casas estaban cerradas, las tiendas y bares habían recogido todo y no había nadie por allí. Sabía que bajando las calles llegaría a la parte nocturna de la capital, donde había burdeles y bares nocturnos que estaba dispuesta a evitar. 

Se deslizó hacia las puertas, llegando tras esquivar a algún borracho y sin ningún otro problema. Al estar cerca de las puertas del norte, trepó al techo de una casa y se acercó desde arriba. La oscuridad era buena compañera para ocultarse, sin embargo no era capaz de ver con claridad qué ocurría fuera. 

Vio un gran grupo de hombres, un ejército o una parte de este, situados enfrente a la capital. Estaban a una distancia prudente, lejos. Simplemente se mantenían allí, de pie, en silencio, haciendo frente a una pequeña parte del ejército de Kyo-Ga, el cual permanecía de espaldas a las puertas y situados en medio, en una postura defensiva. 

Mio suspiró y saltó el muro en silencio, aterrizando de pie y sin hacer apenas ruido. Ya se preocuparía por cómo regresar más tarde. Se ciñó la capucha y se reprendió a sí misma. ¿Qué estaba a punto de hacer? ¿Esos niños que tiene por compañeros de grupo habían terminado por contagiarle su irresponsabilidad y su temeridad? 

Se acercó a las filas de Kyo-Ga, con la cabeza agachada y mirando al suelo. Se envolvió en su capa para que nadie viera la carencia de su uniforme. Se colocó en silencio al lado de uno de los soldados de la última fila. 

Había dos opciones. O salía bien, o la pillaban y se montaba un revuelo. Y sólo tendría una oportunidad. Aclaró su garganta casi sin hacer ruido.

-¿Cuándo crees que atacaremos?- preguntó, girándose hacia el soldado, poniendo una voz algo ronca. Este no la miró, apenas se interesó por ella. 

-¿Eres de los que no lo saben? Maldición, debieron de avisar a todo el ejército.- Mio frunció el ceño. El soldado no se preocupó por confirmar quién le hablaba, no parecía interesado en ella.

-¿A qué te refieres?

-Lord Kan Soo-Jin-sama nos dio órdenes de no atacar hasta que él llegara.- aquello le dio a entender a Mio que ella tenía razón. Aquel general tenía algo entre manos. 

-Pero, ¿él no está peleando en Kah-Sho?

-Vendrá.- afirmó, seguro de sus palabras. 

-¿Y si Kan Kyo-Ga...sama...- murmuró el honorífico, al no estar acostumbrada.- nos manda atacar?

-No lo hará.- Mio observó al hombre fijamente.- No todavía. Li Hazara no atacará aún, y sus soldados tampoco.

Mio fue consciente de la situación entonces. Los más probable es que su teoría de que Hazara y Soo-Jin estuviesen aliados fuese cierta.

Observó al soldado de reojo. Éste miraba al frente, ni interesado ni aburrido. Simplemente estaba allí, de pie, a la espera de órdenes. Mio dudó sobre si debía continuar con la conversación. Si seguía haciendo preguntas, el soldado podría molestarse y podría llegar a descubrirla. Sin embargo, Mio necesitaba esa información. Podía hacerse a la idea de lo que ocurría, pero si afirmaba sus teorías, tenía suficiente para llevarse a Yona y a los demás lejos de allí. Alejarlos de la batalla.

Al final, habló.

-¿Y, a qué está esperando?

Oyó al soldado suspirar.

-De verdad eres estúpido.- dijo, girándose a mirarla. Mio bajó la cabeza al momento, ocultando su rostro bajo la capucha.- ¿A qué crees que esperan? Están esperando a que llegue.

-¿Quién?- murmuró la inmortal, conociendo la respuesta.

-El Rey.

Mio trató de no reaccionar a aquello. No lo había dicho directamente, pero la inmortal podía hacerse a la idea. Soo-Jin deseaba el reino, tenía metido en la cabeza que él era descendiente de Hiryū y que debía de liderar el reino. No sabía bien qué era lo que Hazara quería, pero aliado con el líder de la Tribu del Fuego no debía de tener ninguna buena intención. 

-Oye.- llamó el soldado. Mio alzó un poco su rostro. Vio cómo el soldado se alejaba de la fila y se dirigía hacia el muro que rodeaba la capital, aquel que Mio había saltado. Le hizo un gesto con la cabeza, y tras pensarlo un poco, Mio le siguió. Mientras caminaba hacia él, buscó entre su ropa una bufanda oscura que se colocó al rededor del cuello y con la que cubrió parte de su rostro. Cuando Mio estuvo lo suficiente cerca, siguió hablando.- No voy a quedarme aquí a morir en una rebelión sinsentido. 

Aquella palabra relució en la mente de la inmortal. Rebelión. Ahora que sabía la verdad, vio que los movimientos de Soo-Jin eran demasiado obvios, y sus sospechas acababan de ser confirmadas. Un golpe de estado. 

-Vámonos. Eres inteligente, chaval, sabes que morir en esta tontería no te dará nada.- colocó una mano en el muro.- No podemos abrir la puerta sin una excusa, pero ayúdame a subir y luego te echaré una mano. Iremos a buscar algo de sake y nos alejaremos de esto. ¿Qué me dices, chico?

Mio le observó, en silencio. Quisiera o no, aquella pared era demasiado alta como para traspasarla sin echar mano de su fuerza de inmortal y sin llamar la atención, y las puertas estaban cerradas a cal y canto por la inminente pelea. Sabía que había un alto porcentaje de probabilidades de ser traicionada, y abandonada fuera de la capital a su suerte. Sin embargo, tenía la oportunidad de obtener más información sin sufrir consecuencias graves por ello, así que al final decidió aceptar.

-Yo primero.- dijo el soldado al ver a Mio asentir. Ella prefería subir antes para asegurarse que no sería abandonada, pero el otro hombre tenía el mismo pensamiento en mente.

Ella juntó sus manos y apoyó su espalda en la pared. El hombre pisó sobre sus manos y ella le impulsó hacia arriba, logrando que pudiera agarrarse del borde y trepar hasta arriba. Sonriendo, asomó desde arriba, y le tendió una mano a Mio. Ella retrocedió unos pasos, tomó carrerilla y saltó antes de llegar a la pared para dar dos pasos sobre esta y llegar más alto.

El soldado la cogió de la mano, con aquella sonrisa que la ponía nerviosa, y tiró de ella hacia arriba para subirla. Ambos bajaron de un salto dentro de la capital y Mio se sintió más resguardada una vez tuvo la pared a su espalda.

-Bien chico, espero que te guste el sake bien fuerte, porque es todo lo que vamos a tomar esta noche. Al alba, nos iremos de aquí. Puedes imaginar que las cosas van a ponerse feas.

Mio asintió en silencio. Si bien ahora estaban dentro, la luz era mucho más fuerte y eso hacía que su identidad fuese más fácil de descubrir. Se cubrió mejor con su capucha, pensando que era sorprendente que el soldado aún no se hubiera dado cuenta de ese detalle. De todas formas, parecía no importarle.

Bajaron por las calles hacia la zona nocturna, él andando delante y Mio siguiéndole en silencio.

-Maldición, estoy harto del ejército.- se quejaba en voz baja, pero tratando de ser oído.- Kan Soo-Jin-sama nos exige demasiado. ¿Verdad?

-Sí.- respondió secamente la inmortal. Cuántas menos palabras dijera, menos posibilidades de revelar su identidad. Daba gracias a que su voz pudiera confundirse con la de un chico joven, si no se le veía la cara podía pasar desapercibida. Eso le había ayudado en muchas ocasiones.- El líder es muy duro.- continuó.- A veces se comporta extraño, ¿no?- preguntó, rezando para que colaste. Ella no sabía si era cierto o no, pero si lo admitía el contrario no pensaría que estaba mintiendo.

-Sí, es cierto.- respondió el soldado, encogiéndose de hombros.- Pero tampoco me importa. Viste lo que hizo con Kan Tae-Jun, y apenas se preocupa por su paradero. Nadie sabe realmente dónde está ese hijo menor y a nadie le importa, ni siquiera al general. No me extraña, la verdad, ese niño mimado no ha hecho nada útil en su vida, simplemente dejar morir a la princesa Yona y avergonzar a la Tribu del Fuego. Se merece ser olvidado.

Mio no respondió. Se dio cuenta de que en realidad no sabía nada sobre la pelirroja o el resto de conformantes de su grupo, y que aquello le hacía sentir algo curiosa y mal consigo misma. Todos decían que ella formaba parte de su familia, sin embargo, la realidad parecía muy diferente.

-El único que puede arreglar su destrozo es Kan Soo-Jin-sama. O su hijo mayor, Kan Kyo-Ga. Ojalá tuviera nuestro mismo ideal...- susurró para sí mismo, a pesar de que la de cabello violeta lo escuchó. No supo a qué se refería, pero tampoco le dio importancia.

-La Tribu del Fuego son los verdaderos descendientes del Rey Rojo.- dijo ella, casi vomitando las palabras con asco.- Nos merecemos el trono.

El hombre, sin dejar de caminar, giró su rostro hacia ella y le mostró una sonrisa escalofriante.

-Buen razonamiento, chico.

Mio bajó la mirada.

No dijeron más mientras entraban en un bar nocturno y se sentaban en la barra. Había bastantes personas allí, hombres bebiendo y mujeres con poca ropa paseándose por el local atrayendo "clientes". Mio deseaba salir de allí.

El soldado pronto se puso a jugar, a beber y a hablar con otros hombres, teniendo a una chica rubia sentada en su regazo que le daba caricias en el pelo. La inmortal se cubrió mejor con su capucha y se revolvió en su sitio, incómoda. En aquel lugar, sólo había hombres borrachos y prostitutas. No era su ambiente preferido. Ella apenas había bebido sake, tampoco estaba segura de qué era realmente lo que estaba bebiendo. Llevaban allí casi toda la noche y ella no paraba de alejar a las chicas que se acercaban a ella y de rechazar las ofertas de los jugadores. Tras ganar otra partida, el soldado se acercó a ella, haciendo que la chica que estaba sentada sobre él tuviera que levantarse, y rodeó por la espalda con uno de sus brazos a Mio inmovilizado a la chica y sus brazos.

-¡Oye, chico! ¿No quieres jugar un poco? ¡Hay premios realmente interesantes!- miró a la mujer rubia, que ahora le miraba a la espera de su regreso con una sonrisa pícara.- Premios como esa belleza. ¿Qué pasa, no quieres disfrutar de estas hermosas mujeres antes de irnos?

-Estoy bien así...- tartamudeó Mio nerviosa ante la atención del resto de personas en la mesa, desviando la mirada.- Yo... Estoy casado, no podría...

El lugar estalló en carcajadas. Mio bajó la mirada. El soldado la aplastó contra él y acercó su boca al oído de la mayor.

-¿No te gustan las mujeres que no se resisten? Estas de aquí lo hacen por gusto. Puedo conseguirte a una mujer contra la que podrás pelearte...- dijo, haciendo que Mio se tensase más aún. Se liberó de su agarre.

-He dicho que estoy bien.- dijo, sin alzar la voz pero hablando seria. Un hombre puso una mano en su hombro y tiró de ella para juntarla a él, poniendo su pecho en la espalda de la inmortal. Mio se quedó inmóvil.

-¡No me importa que seas un chico, puedes ser uno de mis premios también! ¿Qué me dices, niño?

Sintió que ponía su otra mano en el otro hombro de Mio y ella se sintió agobiada. Otro hombre se acercó por delante, sonriendo. Mio, de un movimiento brusco, se soltó y salió del lugar sin detenerse. Quería información de la guerra, pero no iba a permanecer ahí ni un minuto más. Se sentía en constante peligro.

-¡Oye, chaval!- oyó a lo lejos. Se detuvo y se giró nerviosa para ver al soldado acercarse a ella. Sonreía.- No te vayas sin avisarme, los desertores se mueven juntos, ¿no?- Mio tomó aire, sin decir nada.- Venga, vamos.

El soldado puso una mano en su hombro y empezó a caminar, guiándola a ella también.

-¿Seguro que no quieres volver a por alguna mujer?- insistió el hombre, lascivo.- Había unas realmente hermosas ahí.

-No.- respondió seria. Se ajustó bien la capucha.- Ya lo he dicho.

-Ah, ya, eso de que estás casado.- dijo el hombre. Ambos salieron del callejón de dónde se encontraba el bar para entrar a otro más estrecho.- Pero bien sabemos ambos que eso no es cierto, ¿no, chico?

Mio se tensó, aunque trató de no dejarlo ver.

-¿A qué te refieres?

-Además...- continuó el hombre. Mio se puso alerta.- Avisaron a todos los soldados del pelotón lo que estaba pasando.

Tras esas palabras, justo cuando Mio iba a hacer un movimiento para retroceder y ponerse a salvo, sintió la fría hoja de una daga clavarse hasta la empuñadura en su costado, en las costillas. El hombre movió el cuchillo con fuerza hacia un lado, sacándolo del cuerpo de la inmortal mientras desgarraba más piel y órganos.

La de cabello violeta retrocedió algo torpe hasta que su espalda dio contra una pared. Llevó su mano a la herida, manchándola al instante de sangre oscura y espesa.

Observó al soldado. De nuevo, lucía en sus labios aquella sonrisa escalofriante que ponía a Mio tan nerviosa.

-¿Qué?- jadeó confusa y asustada la inmortal, viendo al hombre acercarse a ella. El contrario rió.

-Lo vi, cuando ese hombre quería tomarte.- habló, en voz baja.- Debía matarte, nadie va a detener a Lord Soo-Jin-sama, y nadie va a evitar la muerte de ese niño que juega a ser rey.- Mio se enderezó.- Pero ese hombre me abrió los ojos. Parecías ansioso por entregarte. Qué dices, ¿no quieres ser tú mi premio?

Mio, observando inmóvil a los ojos del contrario, no se dio cuenta del momento en que el soldado presionó sin piedad la reciente herida de Mio, haciendo que soltase un grito ahogado de dolor y que más sangre comenzara a salir y a manchar su ropa. Vio, estática, cómo el hombre la empujaba y la tiraba al suelo, de espaldas, cayendo sobre ella.

El impacto hizo que la capucha de la inmortal se deslizase y el rostro de Mio quedase expuesto. Al verla, el soldado sonrió más ampliamente.

-Vaya, pero si resulta que el pequeño soldado es una mujer.- dijo, con voz suave.- Qué grata sorpresa. 

Mio estaba congelada. Quería pelear, quería alejarse de ese hombre y ponerse a salvo. Sin embargo, se sentía paralizada.

Hacía mucho que Mio no sentía tanto miedo. No tenía miedo a morir, no tenía miedo a ser herida. Sin embargo, aquellos recuerdos distorsionaron su visión y la llenaron de terror. Oyó al soldado hablar, y sintió cómo este amenazaba con desprenderla de su ropa. La situación se volvió borrosa ante sus ojos. Mezcló el presente con aquellos recuerdos, con las voces, las risas, el dolor. 

Le costaba respirar. No era capaz de moverse, y veía al hombre como una sombra borrosa. Quería llorar, quería alejarse de allí y ponerse a salvo. En aquel momento, Mio sólo quería que esa persona la abrazara y la consolara, que le secase las lágrimas y le sostuviera la mano, protegiéndola. 

Con el corazón golpeando en su pecho, se las arregló para tomar uno de los cuchillos del soldado, que tenía en la cintura, y sin detenerse ni un segundo le rebanó el cuello al contrario. Toda su ropa, su rostro y su cabello se tintaron con la sangre del contrario, quien se ahogó en su propia sangre durante unos segundos antes de morir. El cuerpo cayó inerte sobre Mio, quien no se movió. 

Se quedó muy quieta, en silencio. Tenía los ojos cerrados y el brazo derecho, sosteniendo el cuchillo, cubriéndolos. La parte izquierda de su cuerpo estaba aplastada bajo el cuerpo del soldado, pero ella no intentó ni siquiera sacarlo de encima. 

Estaba a punto de amanecer. La luz no tardaría en despuntar en el horizonte y revelar una escena llena de charcos de sangre oscura en medio del callejón. Sin embargo, la inmortal no le tomó importancia. Le dolía mucho el pecho, le costaba respirar. Trataba de no derramar lágrimas, pero aún así sollozaba angustiada. Asustada, herida y congelada, se quedó tumbada en el frío suelo del callejón bastante tiempo, con el cadáver encima, sin hacer nada. 

Mio quería olvidarlo todo. Aquellos recuerdos que guardaban su memoria y su piel jamás desaparecerían, ella lo sabía. Aún así, Mio deseó, de nuevo, ser capaz de morir. 

---⛩️---

3250 palabras.

Un dato importante para entender a Mio es que sufre de ansiedad, desde muy pequeña. Es una enfermedad grave, por si no estáis al día con eso. No está así justo desde que bebió la sangre del Dragón Violeta, pero no dista mucho de ese momento. Tiene muchos traumas que supongo que habéis imaginado con este final, ya se hablará de ello con más profundidad en el futuro. Ahora puede controlarse mejor y esconde algo más su inseguridad y eso, pero sigue teniendo esta enfermedad. 

¿Qué os parece esta dimensión de Mio? Ella, a pesar de ser inmortal, se estancó en los diecisiete años, como Zeno, y no es una edad muy adulta. Tuvo que volverse adulta por la fuerza, y no vivió las mejores situaciones, que digamos. 

Quería darle algo de profundidad al personaje. Quería hacer ver cosas serias que pasan desde siempre y que siguen pasando hoy en día, sin tener en cuenta la edad, la raza o el sexo, y quejarme de nuevo de ello. Dejadme vuestras opiniones.

Espero que os haya gustado; gracias por leer, como siempre; y cuidaos mucho. ¡Os quiero! 😊❤️







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