Capítulo 23
Ambientado en los capítulos 67-68 del manga.
¿Estás bien, Mio?
-El Imperio Kai ha traspasado la frontera.
-¿Qué?- exclamó Kija, como si no hubiera oído bien. Sung-joon le lanzó una mirada seria.
-Tenéis que coger al resto de vuestro grupo e iros de aquí. Si las cosas son como creemos y Soo-Jin está aliado con Li Hazara para revelarse contra Kouka, la capital no es segura.
-Probablemente dejará que los del Imperio Kai entren y atraviesen los fuertes.- dijo Mio, pensativa.- La capital está muy expuesta.- el de tez morena asintió.
-Id, reuniros con vuestro grupo e iros. Yo tampoco creo que me quede por mucho tiempo.
Mio asintió.
-Sí.- miró a Kija. No quiso llamarle o pronunciar su nombre, ya que llamarle "Hakuryū" haría que el contrario sospechase. Le hizo una seña con la cabeza.- Vámonos.- el albino asintió.- Muchas gracias por todo, Sung-joon.- dijo, girándose hacia él.- Ya puedes cortarte el pelo, pero si volvemos a pasar por alguna capital te buscaré.- aseguró. El de ojos claros sonrió.
-Seguro que lo harás. Anda, ahora, marchad.
Les apremió con las manos, y ambos Dragones se fueron. Sung-joon les vio marchar, alegre de haber vuelto a encontrar a aquella chica inmortal que le había salvado tanto tiempo atrás. Si no hubiese sido por ella, el chico de catorce años estaría tumbado sobre la nieve, boca abajo, mientras que aquellos soldados trataban de matarlo al ver que acababa de robar información secreta. Ella le había salvado, recibiendo el corte de una espada en su rostro y su pecho.
Recordó vagamente aquel suceso, donde el menor había sido salvado y curado por aquella mujer. Le había acompañado de vuelta a su ciudad, por lo que se había encariñado mucho con la mayor. Ver que seguía siendo ella y que estaba bien le había traído buenos recuerdos, que casi había olvidado con el paso de los años.
Les vio marchar, algo melancólico, aunque pensaba que acababa de ayudarla a salir de aquella sin ser lastimados. Nunca podría devolver la deuda que ella le había dado, una oportunidad de seguir viviendo, pero con aquella pequeña ayuda estaba un paso más cerca de lograrlo.
Se dio la vuelta, lanzó una gran sonrisa al aire y empezó a caminar. Sus brillantes ojos azules rebosaban llenos de vida y alegría. Así había sido aquel chaval que había conocido a Mio, y así quería ser hasta el día de su muerte.
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Kija y Mio caminaban de regreso, algo más rápido de lo normal. Ambos querían coger al resto del grupo e irse de allí, poniendo a los demás a salvo de la batalla que podía llegar a librarse en la capital. La inmortal iba detrás esta vez, siguiendo a Kija en silencio mientras que este abría el camino.
Sin previo aviso, una figura se interpuso en el camino de la inmortal, haciendo que se chocase contra la espalda del hombre que acababa de retroceder de golpe.
Mio reconoció al hombre que antes discutía frente al puesto de joyas, con un rostro de tener muy poca paciencia y estar muy enfadado. Se giró violentamente hacia Mio, furioso, y la agarró de la muñeca sin miramientos. La de cabello violeta, sorprendida por aquel atrevimiento que tanto acababa de enfadarla, vio como el más alto compuso una mueca y se acercó a su rostro.
-¡¿No vas mirando por dónde andas, mujer?!- le gritó, de forma desagradable y brusca. Mio trató de calmarse. Odiaba a la gente así, y no sería el primero que había matado a sangre fría. Sin embargo, no podía permitirse el lujo de acabar con él en aquel momento, no podía convertirse en el centro de atención por asesinar a un hombre y tenía que sacar a la pelirroja y a su grupo del lugar de batalla. Cerró los ojos y respiró profundamente.- ¡Eres una irrespetuosa! ¡Pide perdón, de rodillas, como una mujer debería hacerlo!
Soltó la muñeca de Mio y la tomó del hombro para empujarla al suelo. La chica podía permitir que le gritase sin razón, pero jamás se arrodillaría ante aquel tipo de persona, así que usó parte de su fuerza de Dragón para quedarse de pie en su sitio, inmóvil. Sus afilados ojos verdes se clavaron en los del contrario, quien tuvo un primer instinto de huir al ver su mirada y ser consciente de que no podía moverla. Rechazó aquel instinto de supervivencia y lo volvió a intentar, enfurecido.
-¡Que te arrodilles! ¡Te mataré por esto, mujer!
Mio ya estaba cerrando su puño para golpearle en el rostro y romperle el tabique nasal cuando una mano tomó la muñeca del hombre, apretándola. Ambos dirigieron su mirada a Kija, quien usaba su mano izquierda para detener al hombre.
-Ella está conmigo, así que suéltala o seré yo quien te mate.- amenazó, ocultando su mirada bajo su capucha.
Mio se quedó paralizada. En aquel momento, acababa de ver reflejado en él a su hermano. Gu-En había hecho algo similar una vez, igual de peligroso y amenazante que el actual Hakuryū en aquel momento. Vio que pasaba algo más, oyó los gritos del hombre y la calmada voz de su compañero, aunque estuviese apretando fuertemente la muñeca del contrario.
Vio vagamente como, cuando las cosas empezaban a tomar otro color, Kija golpeaba con fuerza el rostro del hombre con su mano derecha, haciendo uso de su fuerza sobrehumana, pero en un golpe tan rápido y certero que si alguien había visto su garra pensaría que se lo había imaginado. Tomó a Mio de la mano y ambos se fueron corriendo, el albino tirando de ella, calle abajo, sin detenerse a mirar atrás. Tras unos minutos de carrera, el de ojos claros se dirigió a un callejón apartado del flujo de personas en el mercado, para detenerse allí a respirar agitadamente.
Mio miró su mano derecha, todavía retenida por la izquierda del albino, casi ajena a ello como si su mano no fuese parte de su propio cuerpo. Todavía no era capaz de mirar a Kija a los ojos. En su lugar, veía el rostro de Gu-En, su hermano mayor, aquel a quien tanto había querido, como hermano de su propia sangre.
Kija, en cambio, tardó unos segundos en ser consciente de que aún sostenía la mano de la contraria. Se sonrojó un poco, la soltó nervioso y le dijo algo. Mío era vagamente consciente de que le estaba hablando, creía que le estaba preguntando si estaba bien, pero ella no estaba realmente escuchándolo.
En su lugar, escuchaba otra voz, muy diferente, más grave y con una tonalidad menos musical, pero una voz que había calificado como un sinónimo de cariño y protección.
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-Oye, enana. ¿Me estás escuchando?
La chica movió la cabeza energéticamente de un lado a otro, despertando de su ensoñación.
-Mio no estaba escuchando, y lo siente, hermano mayor.- dijo, formando una pequeña sonrisa.
El albino suspiró y le reprendió con la mirada.
-Mañana por la mañana partiremos hacia el campo de batalla.- repitió, serio. Mio escuchó atenta.- Hemos decidido que llevarás tu arco para atacar desde lejos.- habló, desviando la mirada como si no estuviese interesado. La menor puso una mueca infantil.
-¡Pero Mio quiere pelear con su espada, con sus hermanos!- se quejó, inflando sus mofletes molesta.- Mio no quiere quedarse atrás y pelear de lejos, Mio quiere proteger a sus hermanos.
El Dragón Verde se situó a su lado y se agachó, ya que ella estaba sentada en el suelo. La miró, tranquilo.
-Pero los hermanos mayores quieren proteger a su hermana pequeña.- dijo, mostrando sus dientes en una sonrisa.
-¡Pero Mio no puede hacerse daño! ¡Sus heridas se curan muy rápido!- alegó, tratando de hacer ver a Shu-Ten su punto de vista. El Ryokuryū le revolvió el cabello.
-Sabemos que no te pueden dañar, pero es nuestro instinto el que nos empuja a eso. De vez en cuando es algo molesto tener que estar siempre pendiente de una mocosa adorable como tú.- bromeó, soltando una carcajada. La contraria iba a decir algo, pero su otro hermano habló.
-Si estamos pendientes de ti, podríamos despistarnos de la batalla.- aclaró Abi, tranquilo.- Le diré a Haru que te acompañe.- avisó, refiriéndose a una de las águilas con las que se le encontraba a veces. Aún así, la de cabello violeta parecía molesta.
-Pero Mio no puede hacerse daño... Y sus hermanos sí... ¿Y si sus hermanos se hacen mucho daño y Mio no puede estar ahí para protegerlos?- preguntó, triste, sintiendo un nudo en su garganta. Gu-En se arrodilló frente a ella y colocó su mano sobre la cabeza de la inmortal.
-Entonces nos cuidarás hasta que nos recuperemos.
Los ojos verdes de Mio resplandecieron, y una lágrima escapó de uno de ellos.
-¿Estás bien, Mio?
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-¿Estás bien, Mio?
La mayor cerró los ojos con fuerza. De repente, era otra voz la que oía, era un tacto distinto el que sentía sobre su hombro. Abrió los ojos para encontrarse con el rostro preocupado de Kija, quien le miraba inquieto y tratando de comprobar que la mayor estuviese bien. Mio tenía un nudo en la garganta. Asintió, a duras penas.
-Sí.- susurró. No estaba llorando, no iba a permitirse hacerlo, pero su estómago estaba contraído como si estuviera a punto de hacerlo.- Sólo... recordé algo.- murmuró. Kija, con una mirada compasiva, quiso animarla un poco, o al menos alejarla de aquellos pensamientos que la hacían ver tan triste.
Dio un paso hacia adelante y la envolvió en un abrazo. Mio se tensó al instante, sin esperar aquella reacción, pero se heló al sentir aquel calor humano. Hacía mucho tiempo que no abrazaba a alguien, menos a un hombre, pero aquella sensación era vagamente familiar. Pensó en Gu-En. No era lo mismo, tenían una complexión corporal y sentimientos diferentes, pero se sintió cálida, recibida, y querida. Tomó aire lentamente, mientras que elevaba muy poco a poco sus brazos y los posaba en la espalda del albino. Kija no se esperaba aquella reacción, más bien esperaba un golpe o un grito, pero se sintió satisfecho al ver que su abrazo era correspondido.
Tras unos segundos, Kija sintió como Mio se relajaba y dejaba su cabeza reposar en el pecho del contrario. El albino, tras pensarlo unos segundos, puso una mano sobre la cabeza de la de ojos verdes, se separó y le sonrió.
-¿Mejor?- preguntó. Mio, bajando la mirada avergonzada, asintió en silencio.- Bien. Ahora vamos, los demás no están esperando.- dijo, sonriendo. Tomó la mano de Mio y empezó andar, ahora despacio, guiándola en silencio de vuelta al reencuentro con el resto de su grupo.
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En el bar, el resto del grupo esperaba pacientemente en la esquina, aguardando el regreso de sus compañeros. Yona estaba un poco preocupada, dado que estaban tardando un poco, pero confió en que podrían defenderse en caso de que algo llegara a ocurrir. Shin-Ah y Zeno jugaban con Ao, mientras que Yoon y Hak hablaban tranquilamente. Jae-Ha estaba cortejando a una mujer. Con su sonrisa seductora, su voz melosa y sus miradas penetrantes. Hak había suspirado al verlo."Un caso perdido", al menos desde su punto de vista.
En ese momento, la puerta del lugar se abrió de golpe, haciendo un fuerte estruendo al chocar contra la pared. Dos hombres, que cayeron al suelo agotados, llamaron la atención del lugar mientras que respiraban forzosamente, dejando en claro que habían estado corriendo.
-Oye, ¿a qué viene tanto escándalo?- inquirió alguien desde el fondo del bar, molesto. Uno de los recién llegados miró hacia arriba, asustado, temblando.
-Qué ruidodos.- se quejó otro.- Seguro que están borrachos.
Otro par de personas se acercó a comprobar si estaban bien.
-E-es... Es terrible...- murmuró el que acababa de llegar, con una mirada de terror.- E-el Imperio Kai... Todas las t-tropas del Imperio Kai... han traspasado la frontera. ¡Vienen a invadir Kouka!- gritó.
Al escuchar aquello, el Feliz Grupo de Hambrientos se heló. Sobre todo, la mirada de sorpresa y miedo de Yona fue la que más fijamente se clavó en el hombre que acababa de hablar. Uno de los hombres que se habían acercado al recién llegado para mirar fue el primero en hablar.
-¿Qué dices?
-Es información de la aldea del norte, Hil. No es ningún error.- se explicó el hombre.- La poderosa familia de la provincia de Sen, con Li Hazara al frente, está liderando un gran ejército. Es... aterradoramente grande.- afirmó, asustado. Las personas del lugar se congelaron al oír eso.- ¡Y están avanzando hacia Saika!
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En el castillo de la capital, Kan Kyo-Ga, el hijo mayor del general, recibió la noticia aterrado. Más de diez mil hombres acababan de penetrar la frontera, sin negociaciones previas, sólo trayendo la promesa de una guerra. Su padre, Kan Soo-Jin, le tranquilizó y le dijo que pensara con mente fría, que dejarse alarmar por aquello no resolvería las cosas. Su hijo, ahora con eso en mente, ordenó mandar cartas a las oficinas del gobierno; pedir tropas a la fortaleza de la Tribu del Fuego que estaba más al norte, Rokka; reforzar los muros de Saika, la capital; y avisar al rey con rapidez. Los soldados se movieron por todas partes, poniéndose sus armaduras y tomando sus armas, listos para entrar en combate.
Se juntaron flechas, se tensaron los arcos, se afilaron las espadas. Todos los soldados y guardas estaban corriendo de un lado a otro, apresurados, teniendo en mente como objetivo una batalla para defender su reino.
Mientras tanto, Soo-Jin y su hijo observaban desde el balcón. El padre preguntó por el paradero de su hijo menor, Tae-Jun, pero Kyo-Ga respondió molesto que no sabía ni donde se encontraba ni qué estaba haciendo. Kyo-Ga maldijo a Li Hazara, y juró proteger su país, defender Kouka hasta su muerte. Sin embargo, una terrible noticia se hizo llegar con un soldado mensajero al lugar.
Mientras que el general oía en silencio, impasible, su hijo mayor estalló. La fortaleza de Rokka había caído, sus puertas habían sido traspasadas y Li Hazara continuaba marchando hacia Saika.
Kyo-Ga no daba crédito. No entendía como la fortaleza que era el orgullo de la Tribu del Fuego había caído tan rápido. A ese paso, la provincia de Sen definitivamente llegaría hasta la capital.
Soo-Jin pidió que preparasen su caballo y su espada. Aunque su hijo primero se negó, no pudo desobedecer las órdenes de su padre, quien se dirigiría ahora a Rokka con parte de los soldados para defender la fortaleza. Avisó de que montaría un campamento cerca de la puerta Kah-Sho. Le dijo a su hijo que no se preocupase, ya que acababan de pedir refuerzos a Soo-Won. Kyo-Ga le deseó suerte y Soo-Jin marchó al frente de batalla, dejando a su hijo a cargo.
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Las noticias se seguían extendiendo. Llegó a los oídos del grupo de hambrientos la noticia de que Rokka había caído. Nadie en el lugar era capaz de creérselo. Había sido demasiado rápido. Todos en la capital habían oído los rumores, y también que el general había partido hacia Kah-Sho. Yona y su grupo oían en silencio, algo preocupados por Kija y Mio, quienes aún no habían regresado.
-La situación se está dirigiendo a un escenario inesperado...- susurró Jae-Ha, algo preocupado pero sin mostrarlo en su rostro.
-Me pregunto si las zonas rurales cercanas allí estarán bien...- pensó Yoon para él, pensando en las pequeñas aldeas similares a donde él pertenecía.
Yona, en silencio, escuchaba. Su mirada oscura y su rostro serio dejaba en claro que, de ninguna manera, iba a permitir que muriese gente inocente.
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2864 palabras.
¡Aquí tenéis el siguiente capítulo! ¿Decidme, os gusta? ¿Hay algún pensamiento o teoría interesante por ahí?
¡Gracias por leer! ¡Cuidaos mucho!😊❤️
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