Capítulo 2
Asesino.
Uno de los hombres lanzó una estocada con su espada hacia mí, que yo bloqueé con la vara de mi arma. Le di una patada en el estómago, inclinando mi cuerpo, y él cayó de espaldas.
Mis sentidos se activaron y mi cuerpo se movió con rapidez hacia mi derecha, y pude oír al instante el sonido de metal contra metal. Había conseguido parar el golpe de una espada de otro de los traficantes con la hoja de mi Hsu Quandao, y rápidamente di una voltereta para realizar el siguiente movimiento.
Apoyé el extremo de mi arma en el suelo, clavándola en él, para luego dar un salto mientras me agarraba a la alabarda. Me elevé y le di una patada en el rostro al hombre, que le hizo dar una vuelta completa sobre sí mismo antes de caer al suelo.
Oí un grito al lado, y me agaché para evitar un corte horizontal de una espada. Me volví a erguir y observé al enemigo cambiar de postura, y realizar un corte vertical hacia mí. La hoja de la espada ya había alcanzado su punto máximo y comenzaba a bajar hacia mí.
Cuando quise mover el brazo para usar mi alabarda para defenderme, fui consciente de un peso que evitaba que pudiera realizar ese movimiento. Miré rápidamente que me impedía defenderme para ver cómo el primer traficante que había golpeado estaba sujetando mi arma.
No podía liberar mi lanza y defenderme de la espada a la vez, así que solté mi Hsu Quandao, apoyé las manos en el suelo y elevé los pies, dándole una patada en las manos al oponente y haciendo que su espada cayera varios metros más allá.
Gritó dolorido, mientras que yo me erguía y tomaba un daga guardada en mi pantorrilla, y al instante se la clavé al hombre de la mano rota en el estómago. Abrió los ojos al ver lo que había hecho cuando yo ya estaba arrancando el arma de su cuerpo.
Se agarró la zona afectada, de dónde comenzó a salir sangre a borbotones, y algo de ese líquido bermellón escapaba también de sus labios tras subir por su garganta. Cayó al suelo, soltando gemidos mientras se ahogaba con su propia sangre.
Me erguí, apartando la mirada y fijándola en los otros enemigos. Uno de ellos, al que había golpeado en la nariz, se limpiaba la sangre que salía de la parte afectada. Creo que se la había roto.
Otro sostenía mi Hsu Quandao, poniéndose de pie con una mirada terrible en sus ojos.
Suspiré tratando de aliviar el dolor que me embargaba. Mi cabeza palpitaba, mis piernas flaqueaban y mi cuerpo temblaba. Podía asegurar que tenía fiebre alta.
Me sentía realmente mal, pero sabía que si paraba ahora, luego no sería capaz de moverme en unas horas. Si dejaba que la poca adrenalina que todavía sentía se fuera, quedaría totalmente fuera de combate.
No iba a dejar que eso pasara.
Miré al hombre que se mantenía frente a mí. Sintiendo que comenzaba a marearme, busqué de forma apresurada y confusa al otro traficante, y me di la vuelta a tiempo de evitar un corte que había hecho con mi propia arma.
Puse algo de distancia entre ellos y yo, y de pronto fui consciente de que entre tantas vueltas y giros había terminado cara a cara con aquellas presencias que trataba de evitar a toda costa.
Maldije en lengua antigua.
Busqué una forma rápida de ponerme de nuevo de espaldas a ellos para evitar cualquier contratiempo que me costara la vida cuando mis ojos se toparan sin querer con los de él, afirmando mi capucha sobre mi rostro.
Cogí una espada que antes había pateado y encaré al hombre. Con un movimiento seco y directo, obligué con la espada a que el hombre que tenía mi lanza que la pusiera de forma horizontal. Puse la hoja de ésta en el mango de mi Hsu Quandao y hice un brusco movimiento hacia la derecha, así que él no pudo evitar torcer el arma para no hacerse daño en los brazos.
Sujetaba el arma con ambas manos, así que decidí aprovecharme de eso. Di un salto y pisé sobre el largo mango de la lanza y me impulsé hacia arriba de nuevo. Salté sobre el hombre, y mientras caía a su espalda le di una patada en la espalda, para aterrizar de forma un poco torpe con una rodilla en el suelo. Tosí y me cubrí la boca con la mano mientras el traficante caía de cara al suelo por mi golpe, y vi que al toser había salido algo de sangre de mi boca.
Me levanté con molestia, chasqueando la lengua y limpiándome la mano en la capa. Me di la vuelta y dejé a esas molestas presencias a mi espalda. Volví a ocultar mi rostro bajo la capucha y di un paso hacia mi oponente, que ya se estaba levantando para encararme.
En cuanto apoyé el pie derecho en el suelo sentí un fuerte dolor recorrerme toda la pierna y subir hasta que tuve que dejarme caer sobre esa rodilla con un quejido ahogado y apretando los puños y la mandíbula.
Oí una risa burlona.
-¿Te hiciste daño, chico? Vaya, es una pena. Ahora espera quieto, acabaré con tu dolor.
Se acercó con la intención de darme un tajazo con mi arma, elevando la cuchilla en el aire sobre su hombro para herirme. Le miré fijamente, hirviendo de rabia, y esperé. Esperé inmóvil viendo cómo sonreía, y en el último momento moví mi brazo en un amplio arco sujetando la espada con fuerza. Corté sin remordimiento al hombre en las piernas, sobre la altura de su espinilla. Ninguna de sus piernas se libró, y sentí que cortaba tela y carne con la fría hoja del arma.
Soltó un grito mientras caía al suelo, y le oí aullar de dolor mientras me levantaba de nuevo. Otro traficante se puso delante de mí.
-Maldición, ¿es que no se acaban nunca?- me quejé con un resoplido.- Sois persistentes, ¿eh?
Tomé mi Hsu Quandao y dejé caer la espada, con la sangre ya escurriendo hacia el mango, y me sentí algo mejor al tener mi arma entre mis manos.
Mi oponente me miró fijamente, sin ninguna expresión en su rostro, mientras que yo me colocaba en una postura defensiva. Esperé su ataque, pero sólo permaneció de pie, apuntándome con su espada y a la espera de algo.
Me moví, y choqué mi arma contra la suya, y vi que reaccionó a la defensiva. Me embargó la confusión al ver cómo poco a poco, una sonrisa macabra emergía en sus labios. Me dio una patada en mi pierna derecha, aquella en la que me había torcido el tobillo, y me obligué a retroceder tambaleándome.
De pronto sentí un brazo rodearme el torso y apresarme los brazos al mismo tiempo, inmovilizándolos contra mi cuerpo, y una fría cuchilla de una daga posicionarse en mi cuello. Mi capucha resbaló un poco, pero no llegó a caerse del todo.
-Quieto, chaval, o te mato.
Solté casi un gruñido de frustración. El hombre que había estado frente a mí se acercó y me arrancó la lanza de mis manos de un golpe brusco, y sólo la dejé caer. Sólo les amenacé con la voz ronca.
-Mira, tengo un terrible dolor de cabeza y muy pocas ganas de pelear con vosotros. Así que o me sueltas ya, o seré yo quién os mate a ambos.
Los traficantes rieron.
-No digas tonterías.- rió el hombre a mi espalda.- Acabemos con esto.
El contrario tomó con fuerza su espada y se puso frente a mí.
-Puedo rajarte el cuello y dejarte morir de un dolor agónico mientras te ahogas con tu propia sangre, o podemos apuñalarte en el estómago y dejar que te desangres aquí. ¿Te apetece alguna en especial, chico?- susurró lo último junto a mi oído, y su aliento al sake inundó mis fosas nasales.
El traficante que tenía la espada colocó la punta de su arma en la boca de mi estómago, haciendo algo de presión a través de la tela. Sentí una pequeña herida hacerse paso en mi vientre.
En condiciones normales, me costaría mucho menos recuperarme de esa herida, y por el lugar donde estaba posicionada la espada se veía que el tipo quería perforarme varios órganos. Sabía dónde estaba apuntando, qué destrozaría dentro de mi cuerpo y cómo quedaría al final. Si estuviera en mis plenas capacidades, luego no me costaría nada liberar a esa gente, pero en mi estado actual no lo tenía tan claro. Así que opté por la opción rápida.
Sin decir nada, giré la cabeza con violencia hacia la izquierda, recibiendo un profundo corte en la garganta, que manchó al instante de sangre mi ropa y mi piel, al igual que la hoja de la espada. Ambos hombres estaban tan sorprendidos y desencajados por mi acción que apenas pudieron reaccionar mientras les asesinaba a ambos con mi daga en tres movimientos.
Los cuerpos cayeron al suelo y observé jadeante la situación. Sentí que muy lentamente la herida de mi garganta se cerraba con dificultades.
Tomé de nuevo mi arma, ignorando a las otras presencias, y me acerqué al tipo a quien había cortado parte de las piernas. Vi que la herida era más profunda de lo que pensaba, podía ver una punta blanca en la herida de su pierna izquierda que me aseguraba que había llegado hasta su hueso.
-Nos vemos en el Infierno.- le dije, inmutable, mientras que él observaba aterrorizado cómo clavaba mi arma en su pecho y le mataba sin ningún remordimiento.
Respiré profundamente, entre otras cosas para menguar mi dolor de cabeza, y me aseguré con una mirada rápida de que todos los traficantes estaban muertos y que no quedaba ninguno por ahí. Luego, con esas presencias a mi espada, empecé a caminar.
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Los cadáveres estaban ya esparcidos a mi alrededor. Tomé aire y me aseguré la capucha, tirando de ella con fuerza sobre mi rostro.
Con la mirada de aquellos peligrosos observadores sobre mí y un gran mareo asaltándome, me dirigí al carro. Agarrando con fuerza la lanza con ambas manos, elevé el arma y la clavé con fuerza en las cadenas, destrozando la cerradura y abriendo la puerta.
La gente en el interior se revolvió asustada y nerviosa, supongo que más aún al ver mi vestimenta cubierta de sangre y mi propio líquido rojo bajar por la piel de mi cuello.
-Tranquilos... Estáis a salvo. Podéis salir.- murmuré suave, alzando una mano para ayudar a la gente a dar el considerable salto hasta el suelo.
Poco a poco los secuestrados fueron bajando. Yo bajaba a los niños o a la gente a la que se le dificultara, para ayudarles a llegar al suelo sin problemas. La mayoría eran mujeres jóvenes, pero también había bastantes niños y niñas pequeños. De entre todos ellos, sólo había algunos hombres que trataban de controlar la situación.
Sentí que alguien tiraba de mi ropa a mi lado, y moví la cabeza hacia abajo para ver a un pequeño niño de pelo y ojos oscuros.
Me agaché a su lado y me coloqué de cuclillas al lado del carro, soltando un suave suspiro y mirando al infante.
-¿Necesitas algo, pequeño?
Pillándome totalmente por sorpresa, el menor se lanzó directamente a mis brazos, sujetándome por el cuello y pegándose a mí. Mis grandes reflejos consiguieron salvarme de la caída agarrándome al carro con una mano, para recuperar el equilibrio.
-¿Pero qué...?- murmuré.
-Gracias, nii-san.- el niño me apresó un poco más fuerte, y tragué saliva.
Hacía demasiado tiempo que nadie me demostraba algo de cariño, aunque fuera de una forma tan simple y común como un abrazo. Sentí que se me formaba un nudo en la garganta y que una pequeña grieta comenzaba a aparecer en las murallas que había construido con tanto esfuerzo.
Lentamente, casi con miedo, envolví con mis brazos al niño, y sentí los brazos del pequeño ceñirme con más fuerza mientras escondía su cabecita en mi cuello.
-Gracias.- dijo en bajo, casi susurrando.
Suspiré para calmarme y mi abrazo dejó de ser frío y forzado para volverse algo más cálido, a pesar de seguir teniendo todos mis sentidos alerta. En mucho tiempo, disfruté de la calidez y el cariño de un abrazo.
-Ten cuidado al volver a casa, ¿sí?- pedí, mientras nos separábamos.
-¡Sí!- aseguró el niño, sonriente, antes de que él y las otras personas comenzaran a regresar por el camino a su aldea.
Bien, ahora es mi momento de marcharme.
Usé mi alabarda para ponerme en pie, y adelanté mi pie derecho para poner pies en polvorosa y largarme de allí.
De pronto, sentí que mi cabeza retumbaba de nuevo, y no pude evitar llevar una mano a esta. Ahogué un gemido, tanto por el dolor de mi cabeza como por el de mi tobillo derecho, aquel que me había torcido.
Me dejé caer al suelo con un gruñido de dolor, arrodillándome con la pierna derecha por aquel dolor punzante.
-¿A dónde cree que va? No voy a dejar que se acerque.
Una voz sonó a mis espaldas, obviamente dirigida a otra persona para resguardar su integridad física de mí. Oí movimientos y unos pasos, aunque nadie se me acercó.
-Está herido, sólo voy a ver si está bien.- respondió una mujer. Mi cabeza retumbó de nuevo, mi cuerpo se estremeció y solté un quejido.
-Es peligroso, no voy a dejar que se acerque a él. ¿Acaso no ha visto lo que acaba de hacer?
-¡Salvó la vida de esa gente, Hak! No puede ser una mala persona. Además, tú también eres peligroso, pero no eres malo.
-Uh, parece que Yona-chan piensa que eres peligroso, Bestia del Trueno.- una risa sarcástica se hizo oír tras las palabras de la mujer.
-Cierra esa boca si no quieres que te castre, Ojos Caídos.- respondió el llamado Hak, frío y cortante. Luego debió de dirigirse a la chica.- Nos vamos, ese hombre es peligroso, y no me fío de él.
-¡Hak, suéltame!
Mientras ellos peleaban, un pequeño roedor de mejillas infladas se detuvo delante de mí, mirándome con unos ojos extremadamente grandes y su cabecita algo ladeada.
-¡Pukyu!- chilló el animal, y yo le observé fijamente.
¿Pukyu?
-Ao...- susurró una suave voz junto a los que seguían discutiendo, de forma lenta y suave.
-Yona, yo también creo que deberías mantenerte alejada.- dijo un chico, un niño por el tono de su voz.- Sólo por si acaso. Deja que vayan las Bestias...
-¿A quién llamas bestia? Yo soy el hermoso Dragón Verde, el irresistible, el incomparable, el inalcanzable, y por supuesto, el amador de mujeres y bellas damas.
Rodé los ojos con frustración. Genial, el Ryokuryū estaba presente.
-Zeno no es una bestia, niño. Zeno es Zeno.
-Ao...
-Deja de meterte con Yona-chan, ¡Hak! No tienes derecho a...
-Cállate, Víbora Albina, o juro que te mataré.
-¡Hak! ¡No digas eso!- riñó la mujer, en su tono de voz chillón.
Suspiré. De pronto la ardilla subió por mi ropa y se colocó en mi hombro. Traté de alejar mi rostro del roedor, pero vi cómo se metía dentro de mi capucha. Sentí un tirón en el pelo de mi nuca y chasqueé la lengua.
Tomé a la ardilla y la puse de nuevo en el suelo con molestia. Me puse de nuevo en pie. Tenía que escapar ahora que nadie me estaba prestando atención.
-Se va...- murmuró esa silenciosa voz.- Zeno, se va...
-¡Zeno tiene hambre! ¿Puedes cocinar algo, niño?
-¡Zeno, suéltame!
-¡Yona-chan! ¡Voy a tu rescate!
-¡Hak, Kija, ya basta! ¡Parad!
Cojeando, di unos pasos temblorosos para huir de allí, con una mano sujetando mi cabeza.
Oí un fuerte estrépito a mi espalda, y estuve a punto de girarme. Todos se callaron de golpe y sentí que las miradas se posaban en mí.
Miré un poco hacia atrás, hacia el suelo, para ver a esa maldita ardilla al lado de una de las ruedas del carro, que había sido separada del vehículo y había caído al suelo con un ruido sordo.
-¡Pukyu!
-Te mataré, estúpida ardilla. Juro que te mataré.- gruñí, al oír unos pasos acercarse a mí. Seguí andando, esta vez hacia el acantilado que había unos metros más allá.
-¡Espera, por favor!- la voz de esa "Víbora Albina" se oyó cerca de mí, haciendo que me detuviera al borde del precipicio.- Soy Kija, el Dragón Blanco que sirve al rey Hiryū.
-¿Hiryū...?- gruñí, tratando de no darme la vuelta y rajarle el cuello con mi arma, que usaba de bastón. Debía de estar dando una imagen pésima, pero mi cabeza dolía demasiado y mi cuerpo apenas respondía.- Maldito Hakuryū...
Debió de quedarse sorprendido, quizá me escuchó, ya que no dijo nada.
-Deja que cure tus heridas, sólo queremos preguntarte algo.- dijo el niño, acercándose despacio y haciendo algo de ruido al buscar algo en alguna bolsa.
Solté una carcajada sarcástica, sin girarme.
-Y una mierda.
Me dejé caer hacia delante, lanzando mi cuerpo al vacío. Vi el lago al fondo, el lago dónde había establecido mi campamento hace tantos años. Cerré los ojos y me dejé llevar, sintiendo cómo el agua me engullía y me empujaba hacia abajo.
No pude evitar sonreír al oír gritos ahogados y exclamaciones de aquellas personas al verme saltar.
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2885 palabras.
Un capítulo largo, espero que os guste. ¡Gracias por leer!❤️⛩️
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