Capítulo 13
-La verdad es que encontré a Hiryū antes de que los otros Dragones me alcanzaran.
Admite, sin mirar a nadie y perdida en sus recuerdos. Los demás prestaron atención, mientras que ella tomaba aire y comenzaba a contar su historia, hablando lentamente y pensando en los sucesos que vivió hace tantos años.
---⛩️---
La mujer se acercó a la puerta, respirando agitadamente.
Sus ropas, rotas y desgastadas, dejaban a la vista todo su esplendor. Era una humana con la sangre de un dios, y eso hacía que se viera tan grande e implacable que algunos de los guardias habían dudado sobre si deberían acercarse para detenerla. Estaba manchada de sangre, tanto en su piel como en las telas. Tenía una espada que había tomado de un guardia tras acabar con él, y la hoja del arma también brillaba con ese color carmesí. Sus manos estaban bañadas en el líquido rojo.
Sin pensarlo demasiado, usó su hombro para abrir la puerta, dándole un golpe seco y duro a la espera de un cerrojo, pero se sorprendió al ver que no estaba cerrada o atrancada. Estaba confusa ante la facilidad de hacerse un camino hacia la habitación del rey.
Observó el lugar, temerosa e iracunda a la vez.
Era una amplia habitación, de colores rojizos y los muebles necesarios, con una gran ventana al fondo que mostraba la oscuridad de la noche. Al otro lado de esta, la suave brisa de verano soplaba con calma y dejaba entrar un calor casi bochornoso al cuarto.
Había una cama al lado de la ventana, con sábanas rojas y una almohada blanca como si fuera nieve, que daba la impresión de ser realmente cómoda.
A la derecha, un armario y una armadura, colocada meticulosamente en su lugar al lado de una larga y reluciente espada.
Y en medio de la habitación, mirando a la chica directamente, tranquilo y despreocupado, se encontraba el rey Hiryū.
Frente a ella, se hallaba el hombre que había dejado de ser un Dragón por su devoto amor a los humanos que demostraban lo contrario por él. Su mirada, sabia y serena, relucía con aquel brillo violeta que intimidó a la mujer por su tranquila atención en ella.
El Dragón observó al humano, sintiendo culpa y un extraño miedo por haber irrumpido en aquel lugar matando a sus hombres y manchada con su sangre. Ella no conocía al Rey Rojo, nunca le había hecho nada malo, ni siquiera le importaba su existencia, y viceversa. Pero un odio oscuro e irracional la empujaba hacia él, deseando lastimarlo y acabar con su vida.
Estaba confusa, no quería hacer nada más. Había tratado de detenerse, de afirmarse a sí misma que eso estaba mal y que debía parar en ese momento, pero era incapaz de hacerlo. Su cuerpo se movía casi sólo, impulsado por aquellas ganas de matar a Hiryū, y ella estaba tan asustada y confundida que no sabía qué podía hacer.
-Tú...- murmuró, su voz cargada de ira y odio. Sus ojos centellearon y sujetó más fuerte la espada en su mano.- Tú...
Sentía que estaba a punto de saltarle a Hiryū y arrancarle la yugular de un mordisco, su cuerpo temblaba. Su puño izquierdo estaba cerrado con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos, sus piernas temblaban como si estuvieran a punto de fallarle.
Un fuerte dolor de cabeza asaltó a la muchacha, que se encorvó y se llevó una mano a su sien izquierda. La deslizó con fuerza y dolor hacia su cabello, lo tomó y tiró de él mientras gemía. Luego deslizó su mano por el lateral de su rostro, dejando un rastro de sangre allí donde tocaba.
Casi sin voz, la chica logró susurrar con un tono suplicante.
-Ayuda...
Gimió de nuevo, mientras veía como elevaba su otro brazo y apuntaba al hombre indefenso. Hiryū no portaba ningún arma, y aún así permanecía impertérrito frente a ella, inmóvil, mirándola con atención.
Sin poder evitar aquel arranque de ira, tomó la espada con ambas manos y se lanzó contra él. Trató de darle un mandoblazo, que fue esquivado con facilidad por el pelirrojo. El Dragón gruñó de rabia.
Trató de atacarle de nuevo, obteniendo el mismo resultado. Se giró, histérica, hacia él, lanzando un corte horizontal dispuesta a atravesarle de lado a lado.
El humano se movió de nuevo en silencio, y la espada se clavó con fuerza en el pilar rojo. La mujer trató de arrancar su arma de la columna, pero tras un par de tirones se rindió con un grito de frustración. Tomó una daga y se acercó a él sin pensarlo.
Alzó el arma dispuesta a clavársela a Hiryū en el pecho, pero el contrario tomó su muñeca y la detuvo en el acto. La chica respiraba muy agitadamente, su pecho subía y bajaba a gran velocidad. Sus ojos estaban aguados, llenos de odio y miedo, de ansias de sangre y de súplicas y tristeza a la vez.
El rey se mantuvo en silencio, y ella sólo pudo gritar. Se separó de él, iracunda, y retrocedió. Se detuvo al chocar contra una mesa, y se giró rápidamente a ver qué era.
Sobre la mesa vio la espada de Hiryū, una larga y elegante arma que captó al instante su atención. Su primer instinto fue tomarla y lanzarse de nuevo en busca de la cabeza del pelirrojo, pero algo la detuvo. No podía hacerlo. ¿No podía hacerlo? Otra voz, totalmente opuesta a la sangrienta e iracunda, le dijo que debía de salvar a Hiryū. ¿Qué le estaba pasando?
Le dolía mucho la cabeza. Tenía miedo, estaba confusa. No entendía nada, era como si dos personas diferentes estuvieran viviendo en ella, y por mucho que lo intentara, pelear contra ellas era inútil. Estaba aquella irracional y furiosa, y había una seria y tajante que le ordenaba detenerse.
Su cuerpo tenía espasmos, le costaba respirar, las piernas estaban a punto de dejarla caer.
Impotente, cerró los ojos con fuerza y se cubrió los oídos. Se sorprendió de haber podido realizar esa acción por sí misma, como ser consciente, no como una marioneta controlada con los hilos enredados.
Durante unos segundos, se quedó allí, tratando de lidiar con aquellas imposiciones y gritos que le empujaban a hacer cosas diferentes. Y luego, pareció que la más fuerte tomó el control.
Extendió su mano, ensangrentada, y tomó otra daga más larga que la suya de la mesa. Se giró de nuevo hacia el rey, con lentitud, como si la otra mujer en ella tratara de detenerla.
Dio un paso, como titubeando, y luego otro mientas elevaba el arma.
Con la mirada borrosa y fuertes palpitaciones en su cabeza, miró los ojos violetas del contrario.
-Por favor...- gimió, tratando de salvarse de aquel agujero oscuro en el que estaba cayendo. Era tan doloroso que sólo quería dejar de contenerse, quería dejar que las dos personas que había en su interior hicieran lo que quisieran con ella. Quería dejar de luchar...
-¿Qué te ha hecho?- su voz le dio un anhelo de esperanza a la chica. No estaba enfadado, no estaba asustado o molesto. Estaba sintiendo compasión, podía notar pena y dolor en su voz, y sintió que la apoyaba. No al monstruo que un Dragón había creado, sino a la pobre e inocente chica que tuvo la mala suerte de estar cerca del dios en el lugar equivocado.
-¿¡Por qué!?- gritó ella, temblando, como si algo se hubiera desconectado de ella, su lado asesino quedó suelto y se movió con rapidez hacia el rey. Alzó el cuchillo, saltó, y se lo clavó al hombre en el hombro.
Ambos cayeron al suelo, ella todavía aparentando con fuerza el mango del arma enterrada en el cuerpo del contrario.
Hiryū no había hecho nada.
Había esperado el golpe, la había visto ir y saltar hacia él. Simplemente se dejó caer bajo el cuerpo de la chica.
-¡¿Por qué no te defiendes?!- gritó, más alto.- ¡Voy a matarte!
El hombre la miró, compasivo, haciendo que ella se enfadase más aún. Gritó, llena de ansiedad. Le miró, agobiada y enfadada.
-¡Detente! ¡Muérete!- alzó la mano de nuevo, sacando el puñal sin premeditación y con un nuevo objetivo sobre el pecho del mayor.
La chica estaba aterrorizada.
Estaba aterrorizada de sí misma.
¿Qué estaba haciendo? ¡¿Por qué le estaba pasando eso?! ¡Ella no era así, ella no era así! Empezó a marearse a causa de su hiperventilación. Esa no era ella, ¡ella no era una asesina! ¡No quería hacer eso! ¿¡Qué le estaba pasando!?
Su dolor y su confusión se reflejaron en sus ojos verdes. Y sin más, no pudo evitar echarse a llorar.
Hiryū detuvo su ataque agarrando la muñeca de nuevo.
¿Por qué ella lloraba? ¿Era la sangre de Dragón en sus venas? ¿Era la única forma en la que la verdadera chica podía pedir auxilio desde un cuerpo que se movía con libertad y en contra de sus órdenes?
Arrepentida y culpable, sólo pudo llorar.
-Está bien, no llores.- dijo el contrario. Elevó su mano y la posó con cuidado en la mejilla de la contraria. No le importó mancharse de sangre y de lágrimas, pero ella apartó el rostro en cuanto pudo tocarla, asustada.
-¡Te mataré! ¡Te mataré, te mataré, te mataré!- repitió frustrada.- ¿¡Por qué!?
Hiryū tomó la daga de la mano de la mujer y la apartó sin esfuerzo. La tomó de los brazos, haciendo que se asustase y comenzase a revolverse histérica y desconfiada.
-¡Suéltame!
-Tranquila, todo está bien. Prometo que encontraré la forma de ayudarte.
-¡Cállate!- gritó. No quería escucharlo, pero al mismo tiempo, necesitaba saber qué forma había para regresar a la normalidad. Quería de vuelta su vida normal.
-Todo estará bien si me dejas ayudarte. Ya no tienes que estar sola de nuevo.
¿Por qué lo sabía? ¿Cómo sabía ese hombre eso?
Quería llorar aún más fuerte, quería huir y no volver jamás. Quería ser débil y romperse en pedazos.
Casi sin darse cuenta, dejó de pelear, sucumbiendo a las lágrimas. Hiryū todavía tenía sus manos sobre los brazos de la chica, y al ver que ella estaba totalmente descompuesta e indefensa, se acercó a ella y la abrazó.
El Dragón no se movió, no intentó apartarse o detenerlo, simplemente se dejó abrazar mientras seguía temblando desconsolada sin importarle las lágrimas que corrían por sus mejillas.
Con una exhalación, los otros tres Dragones entraron en ese momento en el cuarto, con sus armas en alto y listos para la pelea, pero se quedaron estáticos en su sitio al ver la situación. La mujer estaba de espaldas a ellos, y ni los vio ni los escuchó, mientras que el rey se llevó un dedo a los labios y les rogó silencio. Los hombres, confusos, acataron sus órdenes mientras que se preguntaban totalmente aturdidos qué estaba pasando.
No le preguntaron nada en aquel momento debido a lo irreal que parecía aquella situación, así que Hiryū simplemente se quedó allí, arrodillado frente a la chica rodeándola con sus brazos.
Ella se sentía muy confusa y perdida. Tenía miedo, quería que todo terminase. La parte de ella que quería matar al pelirrojo seguía ahí, gruñendo y tratando de salir, mientras que la otra parte que deseaba protegerle se regodeaba de estar al control.
Y en lo más profundo de su alma, una chica perdida lloraba en silencio, abrazada a sí misma en medio de la oscuridad, asustada y desorientada, ofuscada y abrumada por sus sentimientos desordenados y mezclados.
Sobre todo, se sentía impotente. No podía tomar el control de su propio cuerpo. Y en aquel momento, se preguntó si algún día volvería a ser libre.
Si, algún día, podría ser ella de nuevo.
---⛩️---
1982 palabras.
Bueno, ya sabemos un poco más de la historia de Mio. Decidme, ¿os gusta? ¿Qué teorías tenéis?
Ya sabéis que yo leo todos vuestros comentarios y adoro saber lo que pensáis.
Un beso, cuidaos mucho!! Gracias por leer!❤️
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro