Capítulo 11
Voz de los dioses. Noche de profecías.
Amaneció, y los rayos de sol golpearon con suavidad el rostro de Mio. Ella, que dormía tranquila sobre el árbol, tardó unos segundos en despertar. Primero cerró los ojos con fuerza,luego se cubrió el rostro y tras unos segundos alzó la mirada hacia el horizonte, parpadeando para acostumbrarse a la luz.
Se sorprendía de lo bien que se sentía, había dormido bien por primera vez en un tiempo y se sentía bastante mejor.
Se desperezó en silencio, alzando los brazos sobre su cabeza y estirándose para quitarse el sueño de encima.
Al terminar, bajó la mirada, y vio que no había nadie allí. Bajó del árbol, y un rápido conteo le bastó para asegurarse de que todos los demás estaban durmiendo, desde la princesa pelirroja hasta la ardilla que hacía chillidos extraños.
Decidió ir a la cascada. Llegó más rápido de lo que esperaba, y tuvo que bajar un poco para llegar al lago.
Miró hacia atrás, hacia la casa, para asegurarse de que nadie le seguía. Luego, al ver que estaba sola, se deshizo de sus armas y su capa y se colocó justo debajo del agua que caía de la cascada.
Dio unos pasos hacia el lago para llegar a una parte profunda donde poder nadar con libertad. Hacía tiempo que no nadaba, algo que realmente le encantaba, por lo que comenzó a sentirse feliz mientras disfrutaba del agua.
Buceaba hasta el fondo con los ojos entrecerrados, y luego subía para tomar aire. Se apartaba el pelo de la cara, daba unos largos y volvía a hundirse.
Después de un rato, algo cansada, se acercó al borde para sentarse en el césped un rato. Dejó los pies dentro del agua, mientras que cerraba los ojos y disfrutaba del sol.
Oyó unos pasos, y Mio se puso de pie en seguida. Se puso la capa y tomó sus armas de nuevo, para ver llegar a Shin-Ah por el camino de tierra. Ella lo observó acercarse, afirmando una de sus dagas en su vaina.
El de cabello azul se detuvo frente a ella, y le miró a través de la máscara.
-Vamos a desayunar... Vamos.- dijo, con su suave voz.
Mio le observó en completo silencio. Sus ojos verdes estaban clavados en la máscara del contrario, casi con enfado o molestia en ellos.
Mio abrió la boca para decir algo, pero la cerró al instante. Bajó la mirada y se reprendió a sí misma. ¿Como había estado a punto de hacer eso?
Pero por otro lado, seguía teniendo añoranza y curiosidad. Volvió a elevar la mirada, con un brillo de duda en sus ojos.
-¿Puedo... verlos?- preguntó ella, con una voz suave como la del chico. El contrario no se movió, no dijo nada. Ella repitió su pregunta, deseando oír una respuesta afirmativa.- Por favor... déjame ver tus ojos.
Una parte de ella sabía que le dolería ver los ojos del más alto, pero si quería superar su pasado y vivir sin dolor tendría que hacerlo tarde o temprano.
Shin-Ah colocó su mano sobre su máscara, negó la cabeza y dio un paso atrás.
-Están malditos.- dijo, tan sincero que Mio casi lo dudó.
Abrió la boca, y frunció en ceño en una mueca de pena y desconcierto. Estaba por preguntar quién se lo había dicho, quién le había asustado tanto como para que ahora el Seiryū no quiera mostrar aquello por lo que debería de estar orgulloso. Sin embargo, el contrario se dio la vuelta y volvió por donde había venido, dejando a la de cabello violeta con la palabra en la boca y un mal sentimiento en el pecho.
---⛩️---
La mañana trascurrió tranquila y sin incidentes. Mio no hablaba tanto como por la noche, pero miraba mucho a Shin-Ah. Cuando ese se percataba de su mirada, ponía una mano sobre su máscara y giraba un poco la cabeza.
Durante la comida, Mio permanecía con el cuerpo presente, pero su mente vagaba muy lejos de allí. Recordaba al primer Seiryū, su voz dulce pero algo más descarado y contestón que el inocente Shin-Ah, y que no dudaba en contestar a quienes se metían con él. Principalmente, sus "hermanos" mayores.
Shu-Ten y Abi siempre estaban discutiendo, y Gu-En no tardaba en unirse a la riña si la cosa prometía pelea. Aún así, nunca habían chocado sus armas entre ellos, o no mientras Mio estaba con ellos. No sabía que podían haber hecho esos tres desde el momento en que ella se fue.
Recordó la más dura de sus ocasiones con los Dragones, la última que vivió en el castillo Hiryū. Recordó de nuevo las palabras del Rey Rojo y de aquellos rumores.
Frunció el ceño, molesta y dolida, y bajó la mirada hasta sus pies mientras trataba de olvidarlo.
Pudo hacerlo, y dejó por un momento atrás aquellos dolorosos recuerdos, o al menos así fue hasta que cayó la noche.
---⛩️---
Como la noche anterior, todos estaban sentados al rededor de la hoguera. Había un ambiente relajado, pero todos sabían que no duraría mucho tiempo. Habían vuelto con Ik-Soo para preguntarle sobre la chica inmortal, sobre su relación con el Rey Hiryū y con la profecía. Todos recordaban bien lo que el monje les había dicho antes de que marcharan en busca de lo que les faltaba, dejándoles sumidos en la confusión y la curiosidad.
La casa se encontraba patas arriba, el monje rubio tenía heridas por todo su cuerpo y su única excusa fue que tenía hambre, se resbaló y se cayó mientras buscaba algo de comida. Yoon, tras curar sus heridas, le gritaba enfadado.
-Cielos, escapé de la muerte por muy poco.
-¡No puedes decirlo en serio, sacerdote estúpido!- le gritó el menor, señalándole acusadoramente con un dedo.- ¿¡Cómo destruyes la casa, te matas de hambre, y te haces daño al tropezar como si fuera algo normal!? ¿¡Es así como tratas de llevar una vida normal, lastimándote seriamente!? ¡Realmente no puedes hacer nada sin mí! ¡Eres un inútil! ¡Eres una gran molestia! ¡Muérete y vete al cielo de una vez!
El contrario, sin inmutarse, juntó sus manos en una plegaria y sonrió.
-¡Ah! ¡Los gritos enfadados de Yoon! ¡Gracias a los cielos!
El peliverde decidió meterse con el chico genio mientras sonreía, con una mano apoyada en su cadera.
-Yoon, entraste en pánico y te pusiste a llorar. Que lindo.- susurró, cubriéndose la boca con la otra mano. El quinceañero se sonrojó y se giró hacia el mayor.
-¡No estaba llorando y no entré en pánico!- el contrario sólo giró un poco su cabeza y cerró los ojos mientras mantenía su sonrisa en su rostro.
El albino se posicionó frente al monje, serio y respetuoso.
-Sacerdote, por favor, disculpe nuestra repentina visita. Es un honor conocerle.- hizo una reverencia educadamente. El contrario se levantó y se inclinó también.
-No, el placer es mío.- se pusieron rectos y sonrieron.
El monje miró al grupo sorprendido, con una sonrisa.
-Ah... El grupo realmente ha crecido... Es tan animado...- todos le observaron, algunos serios y otros con una pequeña sonrisa.- Parece que ha experimentado muchas cosas, princesa Yona.- la pelirroja sonrió dulcemente.
-Ik-Soo... Los Cuatro Dragones están reunidos.- habló el chico genio.- ¿Qué son "la espada y el escudo que protegerán al rey"?- los rostros de todos se pusieron serios, y dejaron que siguiera hablando.- ¿Es Yona "el rey"? ¿O es el rey actual, Soo-Won?
La pequeña ardilla saltó y se posó en el hombro del rubio de ojos azules, que comenzó a jugar con ella. El monje se arrodilló de nuevo y se sentó, ejerciendo como el sacerdote que era.
-Necesitamos más tiempo para que aparezcan el escudo y la espada. Cuando llegue el momento...- habló el hombre, juntando sus manos en un rezo y acercándolas a su frente.- os daréis cuenta de eso.
-¿Hum? ¿Entonces aún no es el momento?- inquirió la confusa pelirroja.
-¿Y qué hacemos en ese caso?- dijo el menor.- Si aún no podemos encontrarlos...
-Quiero fortalecer mis poderes un poco más.- dijo Kija serio, mirando su garra de dragón.
-¿Quieres hacerlo? ¿Quieres que te ayude con eso?- intervino Hak, sonriendo con malicia.- No puedo garantizarte con seguridad que sobrevivirás.
-¿Ah?
-¿Por qué todos evadís la cuestión principal?
Todos se giraron a ver al Ouryū , que acababa de intervenir. Su voz sonaba seria, algo muy extraño en el chico. Yoon y Yona se giraron a verlo, confusos. Jae-Ha y Hak le miraron sorprendidos, al igual que Kija. Shin-Ah observó en silencio. A pesar de que Zeno acariciada a la ardilla con tranquilidad, su rostro serio y su voz impertérrita confundió y asustó un poco a los presentes.
-Señorita, ¿qué quiere hacer con los Cuatro Dragones?
-¿Eh?
-Fuisteis perseguidos desde el castillo.- continuó él, con su pelo cubriendo ligeramente sus ojos azules.- Sé que necesitáis guerreros para sobrevivir.- Los Dragones Azul, Blanco y Hak se sorprendieron al ver que no hablaba en tercera persona y no se nombraba a sí mismo.- ¿Pero, qué va a pasar después? ¿Seguirás huyendo?
Yona, seria, fijó su mirada en él con fuerza.
-No.- respondió segura de sus palabras.
-¿No?- repitió el inmortal, confundiendo a Yona.- ¿Entonces, derrotarás a Soo-Won, quién usurpó el trono, recuperarás el Castillo Hiryū y la corona?
Yona no pudo responder en un primer momento, pero Yoon se adelantó.
-¡N-no podemos atacar el castillo! ¡Aún teniendo a los Cuatro Dragones, la diferencia numérica es demasiado grande!- Zeno bajó la cabeza y cerró los ojos.
-No importa si podemos o no hacerlo, no se trata de eso. Estoy preguntando qué es lo que quiere hacer.- todos le miraron, serios y a la espera de su continuación.- Además, no es imposible tomar un sólo castillo con la verdadera fuerza de los Dragones.
Su voz sonaba hueca, vacía, sin sentimientos. Nadie sabía qué estaba pensando, o sobre qué estaba hablando, pero esa escena asustó un poco a los más mayores.
De pronto, tras unos segundos de silencio, el Dragón rubio sonrió muy ampliamente, se llevó una mano a la nuca y su rostro se relajó y tomó un matiz totalmente despreocupado e infantil de nuevo.
-¡Aunque Zeno no es tan fuerte!
Kija y Yoon se tambalearon ante lo irreal de la situación.
-Tú...- murmuró el de ropas blancas, cerrando los puños y mirándole de tal forma que el inmortal rubio retrocedió un poco asustado.
-¡Lo siento! ¡Zeno es nuevo, no está sugiriendo hacer nada!- puso una mano frente a él como si así pudiera detener a su hermano albino. Se colocó a Ao sobre la cabeza, quién dio un pequeño chillido de alegría, y el rubio la miró sonriente mostrando sus colmillos.- ¡Sólo preguntaba qué íbamos a hacer! Zeno fue quien eligió que Zeno siguiera a la Señorita, así que ella debe pensar lo que quiera también.- cerró los ojos y sonrió. Ella en cambio sólo bajó la mirada.
Desde aquel entonces, aquellas dos cuestiones habían rondado la mente de todos los conformantes del grupo durante mucho tiempo. Qué eran el escudo y la espada, y cuándo aparecerían; y qué harían una vez los hubieran conseguido. ¿Cuál era su objetivo? ¿Para qué se había formado aquel grupo?
Ambas preguntas estaban en el aire, y aquella noche, esperaban resolver al menos alguna de ellas.
Ahora tenían a Mio, que era una total extraña que por alguna razón que todavía desconocían ella debía de proteger a Yona.
Nadie sabía qué hacer, o que iba a pasar a partir de ese momento. Así que tomando aire y coraje, Yona se irguió, llamando la atención de alguno.
-Ik-Soo...- habló, haciendo que todos se giraran hacia ella.- ¿Qué debemos hacer ahora?
El sacerdote la miró en silencio. Con el rostro oculto tras su flequillo rubio, respondió con franqueza.
-Os contaré la leyenda.
Mio se tensó de un momento a otro. Se irguió con rigidez y sus manos se aferraron a la tela de su ropa. No levantó la mirada del suelo, pero se veía lo impaciente y preocupada que estaba.
-¿Es necesario, Soo?- murmuró. Su voz era apenas un susurro ahogado.
El rubio la miró, algo triste.
-Sí. Os contaré la historia del Rey Rojo y de sus Dragones, la leyenda que se cuenta y se transmite de generación en generación por toda Kouka. Os contaré la historia del Rey Hiryū.
---⛩️---
2060 palabras.
Tuve un bloqueo muy fuerte, siento que el capítulo sea así corto y de relleno... ¡Trataré de publicar pronto!
Gracias por leer❤️
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro