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Capítulo 6

Ese día tenía clase de Historia una hora antes y otra hora después del recreo. En general no tenía problemas para aprobar —que era lo único que me exigía mi madre, dada mi situación y el tiempo tan justo del que disponía para dedicárselo a los estudios—, pero esa era una asignatura que se me atascaba especialmente. Sobre todo por la parte en la que tenía que memorizar lo que hacían unos señores hacía miles de años para conquistar terrenos, que venía siendo el ochenta por ciento de la asignatura.

Aun así pude distraerme durante las tres primeras horas de clase. Adelanté deberes que no había hecho el día anterior, antes de que los profesores me descubrieran, y hablé con algunos compañeros a los que nunca llegué a considerar amigos del todo debido a la cantidad de secretos que les guardaba. La mano me dolió durante todo el día y la punta de la lengua entumecida no me dejó olvidarme de ella, pero conseguí ignorarlas durante la mayor parte del tiempo.

El problema llegó a la hora del recreo, y se llamaba Lórman.

Me comí una de las manzanas. También intercambié pases de balón con un par de chicos que iban conmigo a clase y a baloncesto, y les dije que intentaría ir a todos los entrenamientos a partir de entonces, lo cual no era mentira pero tampoco sería capaz de cumplir. Ellos se rieron conmigo de cosas sin importancia que agradecí enormemente, y fue cuando estábamos jugando con otros chicos cuando lo vi. Estaba de pie, en una esquina al fondo del patio de hormigón, con la capucha puesta y completamente vestido de negro. Estuvo ahí durante un instante tan corto que cualquiera que lo hubiera visto pensaría que habían sido tan solo imaginaciones, pero yo sabía que era real y que era Lórman. Lo sabía porque había tenido el tiempo suficiente como para apreciar su espalda encorvada, su envergadura no demasiado grande y sus manos pálidas, más pálidas aún en contraste con la ropa.

Que no fuera la primera vez que actuaban de esa forma no quitaba que no fuera extraño que lo hicieran, por lo que me quedé parado en el sitio ante la impresión. Uno de los chicos de mi clase, Takeuchi Miura, chocó de bruces conmigo y nos caímos. Su cuerpo robusto y sudoroso me resultó incluso liviano.

—¡Lo siento! —dijo, y se incorporó con velocidad para ofrecerme su ayuda. El sudor hacía que el pelo negro se le pegara a la nuca y a la sien morenas—. ¡Lo siento, Jake, no te vi!

—No te preocupes.

Acepté sus manos y fingí cojear. Vi a Ari y a Emiko, otras dos compañeras de clase, acercarse a nosotros corriendo.

—¡Jake! ¿Estás bien? —preguntó la primera al llegar. Su pelo castaño se había escapado de la trenza precaria con la que había llegado a primera hora.

—Estoy bien. Ha sido culpa mía. Me distraje por un momento.

—Dios mío, ¿te has hecho un esguince? —soltó Miura.

En aquel entonces me llamó la atención lo preocupado que parecía por mi posible esguince, y pensé en la gran diferencia entre la ingenuidad de Miura y las formas de actuar de los hombres a los que frecuentaba. Volví a mirar al fondo del patio, pero Lórman no estaba.

—No sé, es posible —respondí—. Creo que me acercaré un momento a la enfermería por si acaso. Me duele un poco.

—Deja que te acompañe.

No pude negarme. Ari y Emiko se quedaron atrás. Miura me llevó del brazo hasta la puerta y allí le di las gracias con una sonrisa. Él volvió a pedirme perdón y yo volví a quitarle importancia. Esperé a que desapareciera por el pasillo, me alejé de la enfermería, ya sin cojear, y atravesé los pasillos intentando no llamar la atención.

En unos segundos llegué a los baños del fondo, esos que nadie usaba durante el recreo porque estaban más lejos que los demás, y entré. Como esperaba, encontré a Lórman con la cadera apoyada sobre el acero del lavamanos. Eché un vistazo rápido al resto del baño antes de atreverme a decir algo.

—Deberías tener más cuidado. Podrían verte.

Sonrió y se incorporó. Su cuerpo desgarbado tan solo se estiró por unos segundos.

—El Proyecto Oscuridad ya ha empezado —soltó.

Tardé en responder.

—¿Cómo empezó? ¿Qué habéis hecho?

—Ya te darás cuenta. —Se lamió las encías sucias con la boca abierta y rebuscó en el bolsillo de su pantalón. Sacó un papel doblado, lo abrió, lo miró y luego estiró el brazo hacia mí. Lo cogí—. Ese es el chico que debes traernos. Debajo están los nombres de los otros niños elegidos, por si nos dan problemas. Estudian aquí mismo. Hemos estado vigilándolos y parece que se separan pocas veces, así que ten cuidado y no la cagues.

Me quedé de piedra al leer «Takeru Takaishi». Estaba escrito con una letra descuidada, sucia y grande, casi infantil. Los extremos más altos de las letras más largas terminaban en líneas desdibujadas y vibrantes, en un indicio de lo que interpreté que había sido una mano temblorosa. Devolví la vista a Lórman.

—¿Estás seguro de que es él?

Me miró con las cejas claras arqueadas. Las luces de neón del baño le daban un aspecto incluso más pálido de lo que ya era de forma habitual, por lo que su piel, sumada a sus ojeras prominentes, me resultó enfermiza. En ese momento sonó la campana que indicaba el final del recreo.

—Es el nombre que nos dio Prus.

Se me revolvió el estómago. Tuve que devolver la mirada al papel cuando escuché su nombre de la boca de Lórman. No era difícil imaginar que aquellas palabras habían sido escritas de puño y letra por parte de Prus.

—Necesitamos que nos lo traigas hoy —añadió.

—¿Hoy?

—Hoy mismo.

Me quedé callado mirando el nombre de Takaishi en el papel. Normalmente me costaba hacer ese tipo de cosas con seres de otros mundos a los que no conocía, y hacerlo con un humano al que sí conocía, aunque fuera poco, me iba a costar más de la cuenta.

Traté de convencerme de que solo se lo iban a llevar durante un tiempo y que después lo devolverían, pero estaba tan seguro de que esa no iba a ser su forma de actuar que la sensación de malestar en mi estómago aumentó. Tuve que tragar saliva e inspirar hondo.

—¿Qué pasa, mestizo? ¿Te viene mal?

No. Me venía de improviso y sin anestesia.

Doblé el papel y me lo guardé en el bolsillo del pantalón.

—¿Tiene que ser hoy sí o sí?

—¿No me he explicado bien? Hoy, sí o sí.

—¿Por qué tanta prisa?

—Lo estamos preparando todo para que lo tengas facilito y en bandeja. ¿Qué problema tienes?

—Ninguno. ¿Cuál es el plan?

Se cruzó de brazos para apoyarse de nuevo sobre el lavamanos. Su joroba se intensificó.

—Estamos interfiriendo en sus mentes para meterles ideas raras en la cabeza. Por lo que tenemos entendido, el chico tiene un hermano y una relación especial con una chica. El hermano y la chica son también parte de los niños elegidos, así que queremos que discuta con ellos.

—¿Para qué? ¿Interfiriendo en sus mentes cómo?

Se encogió de hombros y se miró las uñas sucias de una mano.

—Régar está probando métodos nuevos. Quiere que discutan para que el chico sea más fácil de atrapar y manipular.

Entorné los ojos.

—¿De qué métodos hablas?

—Eso no es asunto tuyo; ocúpate de lo que te toca. Si todo sale bien hoy, el chico ese irá a casa de la chica esta misma tarde, y después pasará a ver a su hermano. En ese momento debería estar preparado para que te involucres y te lo lleves.

—¿Lo llevo al castillo?

—¿Adónde si no?

—Vale.

—Y recuerda que Régar lo quiere hoy mismo. ¿Entendido?

—Entendido.

Desapareció. La puerta se abrió detrás de mí, esquivé al chico que acababa de entrar y salí del baño sin decir nada. Ese día también tenía entrenamiento de baloncesto, por lo que seguir a Takaishi hasta que se marchara sería fácil. Llegué a mi aula y di dos toques a la puerta sabiendo que estaba llegando tarde.

—Adelante —dijo mi profesor.

Entré, me miró con cara de suspicacia y me dio permiso para pasar.

Me senté en mi sitio, volví a ojear mis cosas de Historia y volví a sacar el papel disimuladamente para leer los nombres de la lista. Entre ellos había algunos que me sonaban de alumnos mayores que yo, pero me detuve en el nombre de Daisuke Motomiya y alcé la vista para buscarlo. Estaba sentado en la diagonal izquierda delante de mí y meneaba los dedos sobre la mesa con nerviosismo. No estaba en mi clase como tal, sino que tenía un año más que yo y tan solo venía a las clases de Historia porque estaba repitiendo la asignatura. Lo observé con detenimiento y me pregunté el motivo de que pareciera tan nervioso, pero por mucho que pensaba en las palabras de Lórman, no conseguía entender por qué podía ser. Aunque todo me llevaba a esa chica de la que me había hablado: Takaishi iría a visitarla esa tarde.

Volví a la lista y leí los nombres de las chicas. Solo había cuatro, y sabía cuál de ellas era la que tenía una relación especial con Takaishi: Hikari Yagami.

Sonaron otros dos golpes en la puerta.

—Adelante —repitió el profesor, esta vez con mayor fastidio que antes.

La puerta se abrió, y el rostro de Ariana Kitori se asomó con timidez. Los restos de la trenza con la que había llegado a primera hora habían desaparecido, y en su lugar solo quedaba su pelo lacio bamboleándose con cada movimiento. Vi que el gesto del profesor se crispaba.

—Perdón —se disculpó Ari—. Estaba... Eh... Esto... ¿puedo pasar?

Me mordí el labio. El profesor hizo un ademán con la mano en alto y ella entró con la cabeza gacha, intercambió miradas con Motomiya y se sentó a su lado. Desde ahí no vi lo que le indicó, pero él pareció tranquilizarse un poco.

Volví a comprobar la lista. El nombre de Ari no estaba.







Sombra&Luz

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