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Capítulo 38

Me teletransporté a la sala de las pantallas. Aparecí allí rodeado de escombros, criaturas enzarzadas en peleas y gritos. Un poderoso haz de luz pasó casi rozándome el hombro; tuve que esquivarlo a duras penas.

Régar apareció a mi lado cuando el ataque estalló al fondo. Me agarró con brusquedad de un brazo y me teletransportó con él a otra zona más tranquila.

—¿Traes la droga? —inquirió, sin soltarme y mirando a todas partes con la desesperación reflejada en sus ojos.

Le tendí la bolsa que me había dado Lórman y me la quitó con brusquedad.

—Distrae a los digimon, a poder ser sin morirte —me ordenó.

Después me soltó y se hizo a un lado para esnifar la droga.

Por el color acremado y la textura fina, sabía que era K2TP, una droga que usaban a menudo para sedar a otros, en dosis más pequeñas, y para activarse en combates complejos, en dosis más grandes. Pero esa dosis más grande se acercaba tan peligrosamente a una sobredosis que un fallo nimio podría resultar letal. Ingerida en las cantidades adecuadas tenía un efecto tan potente como lo eran las digievoluciones de los compañeros de los elegidos.

Pero con un pequeño cálculo mal ejecutado...

Fue la misma droga que usaron Nedrogo, y quienes fuera que estuvieran con él, para abusar de mí. Tratando de ignorar ese hecho, me centré en preguntarme si era posible que Régar, con los nervios, diera un paso en falso tan estúpido que acabase por fin con todo.

Me di la vuelta para entretener a los digimon. Estaba del todo convencido de que las posibilidades de que Lórman hubiera metido la cantidad equivocada en el sobre, y de que Régar no se diera cuenta, eran tan nulas como la capacidad de Pyrus de ejercer algún tipo de poder sobre cualquiera de nosotros.

Entonces me acordé de él, de Pyrus, y miré a mi alrededor en su busca. Lórman no lo había mencionado en aquella sala; yo tampoco lo había visto marcharse.

Me teletransporté para esquivar un ataque de Ophanimon. No quería que nada me rozara, incluso si tenía que cansarme más de la cuenta para conseguirlo. Me era imposible enfrentarme a ellos, pues no tenía posibilidades de ganar ni de salir ileso. Me limité a esquivar, a distraer su atención de Régar y a intentar atacar inútilmente. Me dio la impresión de que Seraphimon se estaba conteniendo. Creo que, en parte, se sentía en deuda conmigo o me tenía algún tipo de compasión por lo que le había dicho en la celda, y no quería hacerme daño. O al menos eso quería creer.

Además, Seraphimon y Ophanimon no me quitaban la vista de encima, lo que me dio un margen para no tener que arrebatarles los D3 a Takaishi y a Yagami. No podía acercarme a ellos con los digimon ahí. No me dejaban ni un solo hueco libre para poder hacerlo.

Por suerte y por desgracia, Régar terminó enseguida.

Salió de su zona segura y se acercó a mí. Noté el efecto de la droga en su mirada encolerizada y en ese aura asalvajada antes que en sus actos. Siempre lo comparé con un animal con la ira a flor de piel, pero aun así era evidente que esa droga lo volvía incluso más peligroso.

Seraphimon atacó a Régar primero. Yo no me di cuenta hasta que el ángel pasó volando a mi lado y removió tanto el aire que meneó mi capa. Cuando me di la vuelta para prestar atención a Ophanimon, fui consciente de que, a partir de ese momento, yo había pasado a desaparecer para los digimon, porque Régar con esa droga era lo bastante fuerte como para soportar un tira y afloja contra ambos, al menos hasta que alguno de los tres perdiera energía y cediera ante la fuerza del contrario.

Takaishi y Yagami estaban tan pendientes de sus compañeros que pensé que no me estarían haciendo ni caso; sin embargo, me dejaron claro que eran muy conscientes de mi presencia cuando vi que Takaishi empezó a correr en mi dirección. Tenía el cuerpo magullado, el pelo sucio, largo y estropeado, y estaba casi tan delgado como yo en mis peores días.

«¿Qué te hicieron exactamente, capitán?», me preguntaba.

¿La respuesta? Nunca la supe.



2022, 29 de agosto

No soy consciente de en qué momento; de pronto, me descubro con las yemas de los dedos acariciando el teclado, la mirada perdida y la mente en otro tiempo ya pasado. Trago saliva cuando advierto que tengo la boca y los labios secos. Un vaso de agua aparece sobre la mesa, delante de mí, y entonces giro la cabeza para ver a Jake sentándose de nuevo en su sitio, a mi izquierda. Mantiene una expresión seria y cansada.

Hoy también estamos solos.

Pestañeo y carraspeo con la garganta antes de mover los dedos agarrotados para beber agua. Me tiembla la mano, aunque consigo no derramar ni una sola gota.

—¿Estás bien? —me pregunta, casi en un susurro.

Asiento con la cabeza mientras me esfuerzo por posar el vaso sobre la mesa sin hacer un estropicio. La realidad es que no sé bien lo que me pasa ni cómo estoy. Con cada nuevo día, me resulta más complicado escuchar y transcribir las palabras de Jake, a pesar de que no tengo ningún recuerdo nítido de aquellos tiempos.

Un grito que hace tiempo que no se dice, un golpe que ya dejó de doler, palabras que no escucho. Todo se entremezcla en una vorágine de absoluta nada que parece querer advertirme de un peligro que no consigo descifrar.

Es como si mi mente supiera cosas que no puedo escuchar.

La frustración de sentir el vértigo sin ver la caída me está comiendo las entrañas.

Dejo caer la espalda en el respaldo de la silla y me froto los párpados con los dedos. Luego apoyo los antebrazos en los laterales y me quedo mirando la pantalla en silencio, dándole vueltas a cómo puedo seguir con esto.

Entonces me pregunto cómo Jake sí puede, y no sé darme una respuesta.

—Podemos seguir maña...

—No —le interrumpo—. Te estás esforzando por revivir, a diario, una de las etapas más dolorosas que has vivido nunca, y yo me bloqueo por algo que ni siquiera puedo recordar. —Niego con la cabeza—. Vamos a seguir.

Me yergo en el sitio y llevo las manos al teclado.

—No es lo mismo —dice Jake. Lo miro. Está calmado, con la mirada fija en mí y una seguridad que ahora mismo me resulta casi alienígena. Sé que Ari se reiría de esto último si me escuchara pensar—. Es incluso peor no poder recordarlo, TK. Sabes que te pasó algo, que te hicieron algo que probablemente fue terrible, pero no eres capaz de recordar qué fue. No puedes sanar si no sabes de qué estás enfermo.

Separo los labios para replicar y no me salen las palabras. Jake me deja sin armas con las que defenderme. Aunque una parte de mí no sabe si sería mejor poder recordarlo, la otra parte sabe que no son situaciones comparables.

Lo veo bajar la mirada desde mis ojos hasta mis manos.

—Eras un niño —añade—. Tenías catorce años cuando te llevé con ellos, quince cuando los elegidos y Ari dieron contigo. Probablemente estuviste los primeros meses creyendo que podrías salir de ahí por tus propios medios o con la ayuda de Patamon y el resto de elegidos. Te quitaron casi toda esperanza, te hundieron en un pozo en el que estabas solo con toda la mierda que te echamos encima y, cuando te encontramos, parecía que te habían convertido en otro. —Hace una pausa sin dejar de mirar mis manos, aún quietas sobre el teclado—. Pero no. Seguías siendo el mismo. Lo sé porque Ari consiguió que salieras de ese pozo, y no hubieras podido salir de ahí si no hubiera quedado algo de ti mismo en quien eras entonces. Ari no tiene tanta fuerza.

»Bajo ese chico destrozado en el que te convirtieron, todavía había esperanza. Eso fue lo que permitió que me hicieras caso cuando me metí en tu cabeza, que escucharas a Ari y que escalaras hasta su mano. —Levanta la mirada de nuevo. Me doy cuenta de que, por algún motivo que no entiendo, tengo los ojos empañados—. Eres tan fuerte que fuiste capaz de sobreponerte a todo lo que te había pasado y de usar esa esperanza y el apoyo de tus amigos para seguir adelante. Mucha gente se hubiera rendido semanas atrás.

Llevo la vista a la pantalla, porque no puedo seguir sosteniéndole la mirada. Pestañeando un par de veces, consigo que las lágrimas no salgan, pero me veo en la necesidad de inspirar hondo y cerrar los ojos. Mi cuerpo tiembla ligeramente cuando suelto el aire.

Abro los ojos.

Jake tiene razón en que el dolor que siento parece más agudo porque no entiendo del todo de dónde viene, en que una parte de mí necesita saber qué ocurrió para sanar a la parte herida.

Pero no puedo hacer nada. Los recuerdos siguen borrosos, las palabras siguen pareciéndome ajenas y familiares al mismo tiempo, mis emociones siguen siendo intensas, y yo sigo sin atar todos los hilos. Y esto seguirá siendo así por muchos años, puede que para siempre.

Tal vez sea mejor de esa forma.

Bebo otro trago de agua, mucho más tranquilo, antes de devolver las manos al teclado.

—Vamos a seguir —insisto—. Agradeceré cualquier cosa que me devuelva la memoria.

Tarda en responder. Finalmente, añade:

—Está bien.







Sombra&Luz

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