Capítulo 34
Mi madre no pudo responder, así que lo último que escuché de ella fueron sollozos.
Colgué el teléfono, rodeé la nuca de Pyrus con una mano y le estampé la cara en la mesa de madera que teníamos en medio del salón, justo al lado del onigiri a medio terminar.
—Cállate —dije, pero él continuó. Apreté los labios para no perder los nervios por la boca. En su lugar, empecé soltándolos de la peor manera: le estampé la cara varias veces contra la madera. Se calló a la quinta—. Escúchame bien, mierda seca, porque esta será la última vez que te lo repetiré antes de decidir que estás mejor muerto. —Me incliné sobre su cuerpo para pegarme a su oído—. Vas a seguir haciendo lo que te digo. No vas a soltar una sola gilipollez más por esa boca o te juro, por lo que más quiero en este mundo, que te arrancaré la lengua con mis propias manos para no volver a oírte. Si tengo que arrancártela para que no me pongas en evidencia delante de Régar, te la arrancaré. Si tengo que arrancarte el pedazo de mierda colgante que tienes entre las piernas para que te vuelvas todo lo manso que deberías ser, te lo arrancaré. Y me importa un comino que estés de acuerdo o en desacuerdo conmigo y que todo esto te ponga en peligro a ti también. ¿Me entiendes, Pyrus?
Le temblaban el labio y las piernas, y sus ojos rojizos buscaron con desesperación alguna forma de salvarse. Asintió con la cabeza sin poder pronunciar palabra, con las primeras advertencias de un moratón asomándose por la zona de la ceja derecha.
Esa fue una de las pocas veces en las que sentí lástima por él, y una de las tantas en las que me sentí culpable nada más terminar de amenazar a alguien. Sentía que me había convertido en un monstruo igual de miserable que ellos, porque usaba las mismas artimañas asquerosas para hacer lo que quería y abusaba del poco poder que tenía para pasar por encima de quien hiciera falta con el objetivo de aplastarle hasta reducirle a la última porquería de la cadena alimenticia que habíamos formado como banda.
¿Hasta qué punto podía decirse que era un monstruo y hasta qué punto podía decirse que ellos me habían convertido en uno? ¿Era un monstruo o estaba intentando sobrevivir por todos los medios? ¿Eran amenazas de supervivencia o eran un despliegue de la soberbia que solo podía explayar con él?
Hay preguntas para las que todavía no encuentro respuesta.
Agarré el zólov y el pendrive en el que guardaba el programa de Gennai, y nos llevé a Whisimbell. La fiebre hizo que me mareara por un segundo. Régar estaba tan ensimismado diciéndole cosas a Takaishi que no se dio cuenta de que tardamos más de lo que nos había dicho.
Antes de reparar en nosotros, miró las pantallas, y yo lo imité. Los Yagami, Ari y los dos digimon que quedaban, Agumon y Gatomon, estaban atravesando un barranco tan solo ayudados por un tronco grueso y precario que los separaba del otro lado. La menor de los Yagami y Gatomon ya habían cruzado, Taichi y Agumon estaban en la retaguardia, y Ari había comenzado a caminar sobre el tronco.
Me hubiera gustado no quitarles la vista de encima, pero Régar volvió a quedarse con toda mi atención.
—No les queda casi nada para llegar, maldita sea —dijo, casi mascullando por los nervios—. Mestizo, ven.
Al acercarme, noté la mirada de LadyDevimon sobre mí.
—¿Has traído el zólov? —Se lo di. Lo guardó en el bolsillo de su pantalón—. Buen chico. Ahora necesito que vayas al Mundo Digital.
Fruncí el ceño.
—¿Qué necesitas?
—Tráeme a un digimon que pueda enfrentarse a ellos y ralentizarlos un poco más. No pueden llegar todavía; el puto crío no está listo. Joder, el maldito humano no está listo. Puto mestizo de mierda, ¿por qué tuviste que liármela de esta forma?
Me dio un puñetazo en la cara. Noté que se había contenido para no darme más fuerte. Luego dio vueltas sobre sí mismo, se llevó las manos a la cabeza y trató de contenerse, de tranquilizarse, de no golpearme. No fue capaz. Me rodeó el cuello con una mano y me golpeó en el abdomen una, dos, tres, cuatro veces, hasta que Tigasde y Pesbas intervinieron, agarrándome de los brazos para que no me desplomase.
—Tenemos prisa. Lo necesitamos entero.
La voz de Pesbas y su brazo extendido, casi tranquilizador, fueron suficientes para que se diera la vuelta, todavía hecho una furia.
—¡Lárgate de una vez, Nilal!
Me soltaron.
Eché un vistazo a Takaishi. El pelo rubio y enmarañado le había crecido y llegaba a taparle los ojos. Tenía heridas en el cuerpo que supuse que serían marcas de tortura y palizas propinadas por el cabreo de Régar o por ese plan que intentaba llevar a cabo para convertirle en un monstruo.
No estaba seguro de los métodos que habían estado usando, pero tenía claro que meterle ideas horribles en la cabeza funcionaría mejor si iba acompañado por algún tipo de maltrato físico. A mí, al menos, las dos cosas juntas me parecían una especie de bomba de relojería.
—¿Me llevo a Pyrus? —pregunté en voz baja.
Se dio la vuelta para mirarme y apoyó una mano en mi frente con brusquedad.
—Estás ardiendo. Los humanos no aguantáis nada. Ve solo.
Le dediqué a Pyrus una mirada de advertencia y me marché al Mundo Digital.
Llegué a una zona cercana a la casa de Gennai. Aunque había estado por ahí durante poco tiempo y había sido hacía meses, reconocí la mayor parte del paisaje boscoso y pude adentrarme en la maleza con la seguridad de que conocía el camino que pisaba. El olor a musgo y vegetación estaba tan presente como los colores vivos de las plantas y como aquella sensación casi fantasiosa de estar en un mundo que no era del todo real, aunque sí lo fuera.
No tardé mucho en encontrarme algún digimon, pero en su mayoría eran pequeños y se alejaban de mí en cuanto me veían.
Régar estaba desesperado. Mentiría si dijera que no sabía de lo que era capaz si no llegaba pronto con algún digimon que le sirviera, así que calculé distancias al azar y me teletransporté a varias zonas del Digimundo en busca de algo que me fuera de ayuda.
Acabé llegando a una ciudad pequeña en el quinto viaje, no sabría decir su nombre. Las fuerzas me flaquearon; por un momento me fallaron las piernas. Me dejé caer y me quedé de rodillas. Me había teletransportado tantas veces que sentía que mi cuerpo podía colapsar de un momento a otro y que el corazón se me saldría del pecho, pero no hice caso a las advertencias.
Los edificios en aquella ciudad eran bajos, parecía que ninguno superaba las dos plantas. Las calles mezclaban empedrado con tierra y césped, malas hierbas que intentaban abrirse camino entre los huecos de las rocas. Había ruido, voces, gritos. Algunos digimon huían despavoridos, me esquivaban como si fuera un mueble. Me puse en pie como pude para acercarme a aquello que los demás evitaban. Recibí más de un golpe y acabé con un hombro lastimado, pero fue culpa mía por ir a contracorriente y no esquivar la ola de digimon que se me venía encima.
Llegué a lo que parecía ser una tienda con artilugios extraños y vi, por fin, al causante de tal revuelo: era un león bípedo. Llevaba una visera, pantalones y una gabardina oscura; vendajes en brazos, piernas y cintura, y tenía dos cicatrices cruzadas en el pecho. Era fuerte. No era del todo león, y desde luego tampoco del todo humanoide. Tenía garras en manos y pies, que eran enormes, un rabo largo y los músculos hinchados. Se encontraba lanzando los pocos objetos que quedaban enteros y golpeando muebles que destruía sin ningún tipo de problema. Parecía por completo fuera de sí, y era el tipo de digimon que quería Régar.
Escuché a alguien gritar que algo malo estaba ocurriendo, porque no era normal que actuara de esa forma. Era cierto, el digimon parecía confuso y fuera de sí, pero no me hice preguntas ni me quedé a comprobar lo que ocurría. Me teletransporté a su lado y me lo llevé.
Aparecimos tras los árboles que nos separaban de Ari, los Yagami y sus compañeros digimon. Él observó su alrededor con aquellos ojos azules buscando algún tipo de comprensión que no pareció encontrar. Intentó golpearme varias veces, traté de esquivarlo a duras penas mientras lo llevaba hasta los elegidos. Tropecé, caí de espaldas a unos pocos metros de Taichi Yagami y Agumon.
Cuando el puño de aquel león estaba a punto de romperme el cráneo, volví con Régar.
Una vez en la sala de Whisimbell, me dejé caer de rodillas en el suelo frío. Estaba temblando, tenía el corazón desbocado, la garganta seca, las fuerzas flaqueándome y un frío que sabía que solo sentía yo.
Régar aplaudió mi hazaña cuando vio al digimon que le había traído, mientras yo rezaba para que los cinco que quedaban pudieran salir del embrollo en el que les había metido. No pude ni atender a las pantallas.
—¿Qué pasa, mestizo? —soltó Régar entre risas—. ¿Te supo a poco el tiempo que estuviste durmiendo en casita?
No respondí. No lo miré. Se acercó a mí, puso una mano en mi frente, sin cuidado, y chasqueó la lengua.
—Joder, Nilal, no aguantas nada. ¿Has estado rascándote los huevos mientras los demás trabajábamos? ¿Por eso estás ardiendo? Tienes que entrenar más, mestizo de mierda.
Intenté respirar hondo, que el oxígeno pasara por mi cuerpo y me devolviera un pulso normal, una temperatura menor a cuarenta y dos grados centígrados y las fuerzas para aguantar el tiempo que me quedara, fuera el que fuera. Cerré los ojos e intenté ignorar lo que pasaba a mi alrededor, al menos por unos pocos minutos.
Pero Régar no tenía la paciencia para dejarme descansar. Me agarró de la pechera de la capa y tuve que abrir los ojos.
—Respóndeme —masculló.
Resultaba que sus palabras, aparte de burlas, eran una forma de preguntarme cómo estaba.
—No me encuentro del todo bien —pude decir—. Necesito descansar.
Volví a verlo, en sus ojos. Aquella mancha oscura se paseó por sus iris plateados como el reflejo invertido de alguna criatura imprecisa que quería ver a través de ellos. Tuve un escalofrío justo antes de sentir cómo mi mente era sacudida por algo, por la fuerza de un poder que me atraía como un imán, que despertaba angustias, miedos, recuerdos, el goce de abusar de otros, el deseo de quedar por encima, las luchas de poder, la seguridad que otorgaban la manipulación, los engaños, las mentiras, el tener a quien quisiera supeditado a cualquier cosa que me propusiera, si me convenía. Todos mis defectos, mis partes más oscuras, mis problemas; en definitiva, toda la mierda que guardaba dentro. Todo se esforzó por tomar el control sobre quién era, lo que anhelaba, lo que quería.
Me sentí fuera de mí. Perdí la conciencia. No como cuando Régar me golpeaba hasta la extenuación, sino como si alguien tomara el control por mí.
Quise impedirlo. Pensé en mi madre, en que se iba a Inglaterra y en que podría cambiar su vida por fin. Pensé en Ari atravesando un tronco sobre un abismo, en Takaishi maniatado y lleno de heridas, en su compañero digimon debilitado en las celdas, en mi sueño de librarme de Régar, en...
Nunca llegué a entender bien lo que había pasado.
¿Chico?
¿Nilal?
¿Me oyes?
Era Tigasde. Su voz se abrió paso entre la neblina en la que se había convertido mi mente.
Pude verlo. Estaba justo al lado de Régar, muy serio, y yo no me había movido de mi sitio. Volví a sentir. Volví a pensar. Estaba en mi cuerpo. No me había ido, pero fue como si lo hubiera hecho.
Régar me soltó con brusquedad.
—Descansa cinco minutos y luego vuelve a tu puto trabajo, mestizo. No tengo tiempo para cuidar de humanos blandengues.
Tigasde se quedó en el sitio mientras Régar desaparecía. Intenté respirar, comprender qué acababa de pasar.
—Has escogido a un buen digimon —dijo Tigasde con calma. Aquello bastó para desconcentrarme y no dejarme entender nada—. Régar está contento con él. Casi consigue dejar atrás a tres de ellos, en lugar de a dos.
—¿Qué ha pasado? —Miré las pantallas.
—Uno de los elegidos ha caído con su digimon. Tan solo quedan las dos humanas pequeñas y la digimon gata. —Alzó la mirada por encima de mi cabeza. Luego se agachó para darme la mano y transportarme con él a la zona más alejada de la sala, cerca de Takeru—. Están entrando.
Miré al fondo. Ari asomaba la cabeza por la puerta.
2022, 22 de agosto
—¿Qué fue eso? —Lo miro, incrédulo.
Jake parece abstraído y casi tan sorprendido como yo. Fuera de casa hace un calor insoportable, pero eso no le impide llevar pantalones largos y camisa con mangas remangadas hasta los codos, como si a él no le afectase el verano. El aire del ventilador le mueve algunos mechones de pelo rubio cuando las aspas le apuntan.
Mientras él vuelve en sí, acerco el tablón de post-its y apunto el nombre de BanchoLeomon para recordar que debo hablar de esto con los demás.
—No me acordaba —confiesa—. Lo acabo de recordar. Régar me miró y... fue como si me desbordara por dentro. No sé explicarlo.
—¿Crees que pudo tener que ver con lo que le pasaba a Régar?
—Sí. Creo que tiene que ver con lo que pasaba en los ojos de Régar, con que no era él y con quien quisiera que fuese el dueño o dueña de aquella voz. —Me saca de mis pensamientos al mirarme—. ¿Has hablado con Gennai y el resto de elegidos sobre esa voz?
—Les envié lo que escribimos al respecto y hemos hablado de ello, pero de momento no hemos conseguido sacar nada en claro —explico—. Izzy y Gennai lo están investigando. ¿No recuerdas nada más?
Niega con la cabeza.
—Nunca me había sentido así —añade—. Solo tengo la sensación de que ahí hay una clave importante sobre todo lo que pasó.
Quiero añadir «y sobre todo lo que está pasando», pero elijo guardármelo. Ya tiene bastantes cosas en las que pensar. Prefiero no cargarlo con problemas que no son suyos.
Sombra&Luz
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro