Capítulo 28
Los sombra, que se habían congregado en un semicírculo en mitad del castillo, guardaron silencio al verme aparecer. Intenté respirar con normalidad, pero los pulmones me fallaron aún más cuando noté sus miradas acusadoras sobre mí. El dolor punzante no ayudaba.
—Conque sigues vivo. —Régar salió del semicírculo y se acercó. Me agarró del brazo, tiró de mí con demasiada fuerza para lo que la piel de mi espalda podía soportar, y me arrastró al lado de Pyrus—. Llegas tarde. ¿Recuerdas aquella dimensión oscura en la que solo hay vacío?
Torcí el gesto por el dolor. Me soltó sobre Pyrus con brusquedad.
—Sí.
—Pues ahí están tus amiguitos. Quiero que lleves a Pyrus hasta allí para que se encargue de hablar con ellos. Él sabe qué debe hacer. Hay un nuevo plan y tú vas a seguir mis órdenes, ¿me oyes? —Clavó un dedo en mi pecho resentido—. Solo tienes permitido llevar a Pyrus y traerlo de vuelta, en silencio. —Plantó la mano en mi pecho y agarró mi capa con fuerza—. Una sola sorpresita más y te juro que torturaré a esos humanos y a la sucia de tu madre delante de ti hasta que me supliques que los mate. ¿Me he explicado bien, mestizo?
Asentí con la cabeza porque no me atreví a decir nada. Me puse la máscara y la capucha y me llevé a Pyrus.
Esa dimensión de la que Régar hablaba era un lugar oscuro y aparentemente vacío de cualquier tipo de materia. Pocas veces habíamos pasado por ahí, pero cuando lo hacíamos siempre me embriagaba aquella sensación aterradora de frío. Era como si aquel vacío fuese demasiado inmenso y el calor no tuviese cabida. Al fondo, en algún punto lejano que nunca fui capaz de delimitar, había una línea de luz que marcaba un horizonte.
Cuando llegamos, Daisuke Motomiya se sobresaltó y se alejó de nosotros.
Me mantuve detrás de Pyrus con la cabeza gacha, para que la sombra de la capucha me cubriera los ojos. Desde ahí pude inspeccionarlos en silencio: estaban todos los niños elegidos con sus compañeros digimon, pero además había un chico rubio y con rasgos occidentales que no reconocí, también con un compañero digimon, y Ari. Hoy sé que ese chico rubio se llamaba Michael Washington y que era estadounidense.
Me quedé estático, en silencio, a pesar de que la quemazón de la espalda ardía cada vez más.
—Buenas tardes, niños elegidos —dijo Pyrus con voz impostada.
—¿Y ustedes quiénes son ahora? —preguntó el hermano de Takaishi, Yamato Ishida, que parecía más preocupado que furioso.
—¿No me reconocen?
—¿E.D.? —preguntaron varios de ellos.
—Exacto —respondió Pyrus—. Este es un amigo mío. Se llama A.D.
Fruncí el ceño bajo la capucha.
En ese momento, una vez pasada toda la confusión de haberme despertado del trance y del miedo de enfrentarme a Régar, empecé a entender lo que estaba pasando. No era difícil darse cuenta de que Pyrus debió traicionarme apenas unas pocas horas después de haberle amenazado con que no lo hiciera.
Me hirvió la sangre al ser consciente de lo idiota que había sido por confiar en que fuera lo suficientemente imbécil como para obedecerme. Me mordí la lengua.
También comprendí que Régar debía de estar al tanto de cuáles iban a ser mis planes, o al menos de la parte de mis planes que Pyrus conocía.
—Oye —bufó Taichi Yagami—, si vas a empezar con lo de las iniciales, empiezas mal.
—Ya les dije que no puedo revelar el significado de nuestras iniciales.
No pude evitar preguntarme qué había pasado durante los casi dos días en los que estuve inconsciente. Miré a Ari y a Hikari Yagami, y después volví a escudriñar el lugar. Algunos de los elegidos parecían tan confusos como yo.
—Bueno, entonces, ¿qué tenemos que hacer ahora?
No pude ver quién había formulado la pregunta.
—Ahora simplemente déjennoslo a mi amigo y a mí —respondió Pyrus. Su voz impostada me ponía de los nervios—. Yo los llevaré hasta el elegido de la Esperanza. Pero les advierto que no será un camino fácil. Todo camino tiene su obstáculo, y para llegar a la meta tienen que superarlos todos. Tengan mucho cuidado, niños elegidos. Les voy avisando de que, cada vez que uno de ustedes utilice sus poderes o su digimon lo haga, se tendrán que quedar atrás, ¿entendido? Así que no todos llegarán al final. Y cuando lleguen al final, si ganan esta guerra, todos podrán volver a sus vidas normales. Si no, morirán. ¿Preparados? —Hizo una pausa en la que nadie intervino. Pude ver el rostro de Ari atisbar a comprender dónde se estaba metiendo, y entonces temí que muriera por mi culpa. Había sido yo quien la había llevado hasta allí a pesar de que no tenía nada que ver con los niños elegidos. Sentí que era mi responsabilidad conseguir sacarla con vida. A ella y a los demás, por supuesto, aunque dada la situación de Ari era evidente que ella era especialmente vulnerable en aquel momento—. Ah, casi lo olvido. Elegido de la Amistad, tú no podrás pasar.
—¿Por? —El hermano de Takaishi dio un paso al frente.
—Porque una de las reglas de este juego es que ningún familiar del secuestrado puede pasar por las puertas que conducirán a este.
¿Juego? ¿Que no dejasen pasar a Ishida? Recuerdo esforzarme por comprender bien qué estaba pasando, cuál era el plan de Régar y sus hombres, y no ser capaz de dar con nada.
—Pero yo no soy su familiar —replicó Yamato—. No legalmente.
—Pero llevan la misma sangre, por lo tanto, tendrás que quedarte aquí.
—Tranquilo, Matt. —La chica pelirroja, Takenouchi, se acercó hasta él—. Nosotros traeremos a tu hermano de vuelta.
—Pero quiero ir. Tengo que ir.
—Venga, Matt —añadió uno de los digimon—. Tienes que confiar en ellos.
—Matt, te prometo que traeremos a TK de vuelta sano y salvo. Te doy mi palabra.
Ishida titubeó al escuchar las palabras de Taichi Yagami.
—Está bien —aceptó al fin.
Como si fuese un mago a punto de empezar su espectáculo, Pyrus estiró los brazos y empezó a mover las manos en el aire. Los elegidos, tanto humanos como digimon, se quedaron embobados mirándolo.
Pyrus no era ni listo ni rápido ni fuerte, pero su habilidad con las manos y los trucos lo volvían lo bastante útil como para que Régar lo mantuviese en su equipo. Entre él y Nedrogo solían conseguir engañar, manipular y estafar a quienes Régar quisiera, todo a base de palabrería y contactos, en el caso de Nedrogo, y de ilusionismo y trampas en el caso de Pyrus. Sin embargo, perderlos era fácilmente reparable para alguien como Régar. Ninguno en el equipo era imprescindible; ni siquiera los más fuertes y fieles como Pesbas y Lórman.
Pude ver, entre los dedos hábiles de Pyrus, el mismo aparato que habíamos estado usando para interferir en las mentes de Ari y Takeru. Una puerta de madera lisa y clara apareció entre el chico norteamericano y uno de los digimon con aspecto de insecto.
—Aquí empieza la nueva aventura —añadió Pyrus—. ¿Seguro que quieren seguir? Desde que crucen esa puerta, no habrá marcha atrás.
Asintieron casi sin ningún atisbo de duda. Yo tuve que contener el aire para no lanzarme a detenerlos. No sabía qué era lo que había al otro lado de esa puerta ni cuáles eran los planes de Régar pero, de interponerme en ese momento, me acabarían matando. A mí, y quizás también a los elegidos.
Pyrus cerró la puerta y la hizo desaparecer cuando el último de ellos la atravesó. El hermano de Takaishi y el que supuse que era su compañero digimon se quedaron con nosotros.
—¿Y qué haremos Gabumon y yo mientras? ¿Esperar aquí sin hacer nada? —preguntó Ishida. Sus ojos fríos se clavaron en la capucha oscura de Pyrus.
—Deberás ser paciente, elegido de la Amistad.
—¿Paciente? —Cerró las manos—. ¿Más paciente de lo que ya lo he sido? ¿Qué le habéis hecho a mi hermano?
—¿Nosotros? Nada. Solo queremos ayudarte a encontrarlo, pero me temo que deberás esperar aquí hasta que tus amigos se encarguen. Tu hermano se encuentra en una dimensión que solo permite seguir avanzando entre zona y zona cuando se le presta algo a cambio... Por eso debes ser el primero en quedarse atrás. Eres la moneda más valiosa, prestada a cambio de que los demás puedan continuar su camino para salvar al elegido de la Esperanza. Estoy convencido de que no te importará el precio a pagar con tal de salvarlo.
Fruncí el ceño. Pyrus continuaba manipulando el artefacto, seguramente para controlar la ira de Ishida.
—Tranquilo, Matt. Salvaremos a TK cueste lo que cueste.
La intervención del digimon fue lo único que consiguió calmar del todo al chico. Después, Pyrus se me quedó mirando para que me lo llevara de vuelta al castillo. Yo me quedé de brazos cruzados.
—Ya hemos acabado, A.D. Vamos.
Entorné los ojos, lo agarré del brazo, lo atraje hasta mí, lo hice girar sobre su propio cuerpo y pasé la axila sobre su hombro para hincar el antebrazo en su cuello. No me importó que Ishida y su compañero estuviesen delante; me dolía tanto la espalda y estaba tan confuso y enfadado que tan solo necesitaba respuestas.
—¿Qué te dije acerca de traicionarme? —dije.
—¡Yo no te traicioné!
Ishida y el digimon intercambiaron miradas.
—¿Y cómo se enteró Régar?
—¡No lo sé! ¡Yo no te traicioné, mestizo asqueroso! ¡Recibiste el castigo que merecías, pero no fui yo quien se lo dijo a Régar!
Por un instante me lo creí.
Estaba deseando averiguar qué había pasado exactamente para no volver a cometer más errores; sin embargo, me di cuenta de que no tenía demasiado tiempo para eso si quería ayudar a los niños elegidos, a los digimon y a Ari.
Debía continuar con mi plan.
No sabía cómo, porque desconocía los objetivos de Régar, pero debía seguir adelante para cumplir con lo que me había prometido. Aunque me dolieran los músculos de todo el cuerpo, aunque me ardiera la espalda y aunque estuviese deseando acabar con todo aquello de una vez, tenía que seguir. Necesitaba sentirme libre, sentir que podía tomar parte en las decisiones sobre mi vida, que no estaba supeditado a los antojos de un monstruo que me consideraba algo menos que una aberración genética. Necesitaba esa falsa libertad que podía ofrecerme la posibilidad remota y asfixiante de vivir encerrado en una cárcel de Ofiuco, aun cuando eso implicara perder a personas inocentes en el camino o, incluso, perderme a mí mismo. Todo me dolía tanto en aquel entonces, y de una manera tan intensa, que cualquier cosa, hasta la muerte, sería mejor que vivir bajo el yugo de Régar.
Aun así me asusté.
Me asusté al darme cuenta de que estaba dispuesto a matar a cualquiera de los sombra si hacía falta, y que incluso era capaz de arrastrar a Ari a la muerte con tal de tener una excusa cubierta por si necesitaban averiguar quién era el ser enviado. Me asusté porque nunca había querido ser como ellos, pero ya lo había sido. Lo era.
En aquel momento no quería admitirlo, o quizás no lo sabía, pero en el fondo yo también era manipulador y disfrutaba golpeando y amenazando a hombres más débiles que yo para hacerme respetar. Tal vez era solo una manera de recuperar el control que había perdido, que me habían arrebatado, o una forma de supervivencia. Pero nada de eso justificaba todo lo que hice. Ni todo lo que hice ni todo lo que estaba dispuesto a hacer.
Apreté el cuello de Pyrus con más fuerza e hice lo mismo que había aprendido que un jefe debía hacerles a sus subordinados.
—No quiero oírte decirle nada a Régar —susurré—. Ni a Régar ni a nadie. —Llevé la mano libre hasta su entrepierna y estrujé con todas mis fuerzas. Su grito me destrozó el oído, y los rostros del digimon y de Ishida se desencajaron—. Si me entero de que les dices algo, me encargaré de sobrevivir a Régar para seguirte hasta el fin del mundo, si hace falta. No voy a tener compasión contigo, Pyrus. Sigues trabajando para mí.
Sombra&Luz
Dado que solo se está leyendo esta historia en el club de lectura, actualizaré según vayamos necesitándolo ahí. Salvo que aparezca algún lector de fuera en algún momento. (:
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