Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 18

Mi primer encuentro con el sexo no fue lo que debió ser. O sí, si lo que debía ser era un intento de violación grupal.

En realidad, no puede decirse que fuera un encuentro con el sexo, porque llamar sexo a lo que pasó es, probablemente, demasiado desacertado, se mire como se mire. Pero eso tampoco pude entenderlo por aquel entonces. La incapacidad de mover el cuerpo por la droga, los varios pares de manos recorriendo mi piel sin ningún atisbo de reparo, la impotencia de no poder, siquiera, negarme; el olor a fluidos y la presión de otros cuerpos clavando mis huesos contra la roca fría... son cosas que tardaría mucho tiempo en superar, aunque pocas veces lo hablara con nadie. Olvidarlo, por otro lado, sería imposible.

Esa noche soñé con ello. Ya estaba acostumbrado a que las pesadillas me acompañasen a menudo, pero ese acontecimiento las hizo diarias. Vi varios cuerpos aprisionándome y noté sus manos por todas partes. Sentí que no podía respirar y que varios alientos se exhalaban sobre mi cuello de manera desesperada. Y, cuando sentí un dolor punzante en el pecho, fue cuando me desperté con un grito ahogado, con el corazón martillándome y con las mejillas empapadas en lágrimas. Me había incorporado en el acto debido al susto. Continuaba en el sofá con la misma ropa hecha jirones, una manta gruesa y una compresa húmeda en la frente que me cayó sobre el muslo. Mi madre corrió hacia mí desde la cocina.

—¿Cómo estás? —Comprobó mi fiebre y me secó las lágrimas—. Sigues ardiendo. Dios mío, menos mal que has despertado. Me tenías en ascuas, cariño. No has parado de moverte y de hacer ruido. Gritaste. No sabía si despertarte.

Tragué saliva. Me dolían la cabeza y la espalda, y sentía los músculos extenuados. Por un momento me costó recordar que había escapado de ellos y que había llegado a mi casa. Cuando lo conseguí, me llevé las manos a los ojos para intentar desperezarme.

—¿Cómo te encuentras? ¿Te duele algo? ¿Puedes hablar?

Me acarició el pelo, aparté las manos de mi cara y la miré. Sentí que había envejecido años durante el tiempo que pasé dormido. Parecía agotada. Las ojeras, habituales en ella, se habían oscurecido hasta restarle brillo a las zonas verdes de sus ojos. No pude evitar sentirme un poco mejor al darme cuenta de que todo eso lo había provocado yo, porque verla así me confirmó que se preocupaba por mí. Entonces bajé la mirada a la mano que había apoyado en mi rodilla. Recuerdo la culpa intentando abrirse camino por mi pecho, y cómo todo lo que pasaba por ahí se convertía en vacío antes de que pudiera sentirlo.

Siempre me resultó curioso cómo solemos restar importancia a las cosas cuando somos nosotros los que pasamos por algo difícil, cómo nos desvivimos cuando lo hace un ser querido, y cómo somos capaces de sostenernos en esa fortaleza, que no sabemos de dónde sale porque, en el fondo, estamos hechos añicos. Pero en ese momento no pensaba en nada.

Volví a mirarla. Intenté recordar lo que me había preguntado. Pude apreciar con claridad la angustia en sus ojos y, con un hilo de voz y sin pensarlo, respondí:

—Estoy bien, mamá.

—¿Bien? ¿Qué te ha pasado? Estás hirviendo en fiebre, Jake. No me mientas. ¿Te duele algo?

Hablé despacio, intentando juntar bien las letras para formar las palabras correctas.

—Me duele la cabeza y me siento un poco... confundido.

—Te drogaron. ¿Qué droga te dieron? ¿Lo sabes?

Pude haberle explicado que era una droga de otro mundo, pero tan solo negué con la cabeza.

—¿Qué te hicieron? Llegaste... Dios mío, llegaste casi desmayado. No pudiste ni teletransportarte dentro de casa, y tu ropa... —Estiró el harapo en el que se había convertido mi camiseta a la altura del pecho—. ¿Qué te hicieron? Mírate, tienes arañazos por el pecho, el abdomen, los brazos, la cara... Mira este mordisco.

Lo hice. Sobre mis oblicuos izquierdos, prácticamente a la altura de la cadera, estaba la forma clara de una mordedura que se había empezado a teñir de morado. No recuerdo que nadie me mordiera. El daño que me hacían por todos lados, el efecto de la droga y lo difícil que era determinar incluso cuántos cuerpos había, probablemente, justificaba que no hubiera podido saber hasta dónde habían llegado. Tragué saliva y estiré el brazo para pedirle más agua. Me dio el vaso y bebí. Me temblaba la mano.

—¿Régar te hizo este mordisco? Yo... —No parecía poder llegar a una conclusión racional—. Régar nunca te ha traído con arañazos y mordiscos. ¿Fue él? ¿Quién fue, cariño? ¿Por qué?

Guardó silencio sin apartar la vista de mis ojos. Evité mirarla, porque no tenía ni idea de cómo sería capaz de decirle lo que me habían hecho, si ni siquiera yo mismo, en ese momento, era capaz de comprenderlo. Me miré el mordisco, los arañazos que me recorrían el abdomen y el pecho, y sospeché que podían llegar más abajo de lo que mi madre había podido ver. Entonces recordé la presión y los gemidos, y se me revolvió la tripa. Sentí las náuseas subirme por el esófago hasta marearme de nuevo, como si cientos de abejorros hubiesen comenzado a volar en círculos en mi estómago y su vuelo generase algún tipo de polen capaz de zumbarme el cerebro hasta hacerme desmayar. Pude llevar la cabeza hasta mis manos. Pude sentir la mano cálida de mi madre en mi espalda. Aunque creí que no lo haría, consiguió tranquilizarme y estabilizar el mareo.

—Es casi la hora de la cena —susurró.

—¿Cuánto he dormido?

—Poco menos de un día.

Recordé que era sábado antes de sentirme mal por no ir al instituto. Asentí con lentitud.

—Te voy a preparar un baño para que te quites esa ropa de una vez. Apestas a orina.

Yo no distinguía el olor, pero no se lo cuestioné. Cuando desapareció en el baño, me atreví a bajarme un poco el pantalón. Tenía más marcas que variaban entre rojos y morados, pero no más de las que tenía en el resto del torso. Me lo recoloqué cuando la escuché volver. Ella se sentó a mi lado y me entregó un termómetro que me puse debajo del brazo sin rechistar.

—Cariño —susurró, llevando una mano a mi sien—, sé que ahora mismo estás confuso por esa droga y por haber dormido tantas horas, pero quiero que me digas lo que te han hecho por si tengo que preocuparme por algo que no he visto. Superficialmente solo tienes cardenales, arañazos y un mordisco... pero esto es muy raro. Nunca habías venido así, y no sé si esa droga era muy fuerte y sigue haciéndote efecto o si te han hecho algo más que no puedo ver. —Me quitó el termómetro—. Todavía tienes mucha fiebre. Está costando que baje. Estuviste moviéndote bastante, ¿verdad? ¿Y tu ropa? ¿Por qué te trataron así, Jake? ¿Fue un nuevo castigo de esos hombres? ¿Qué pasó?

Una parte de mí tenía ganas de contárselo todo, como si con ello fuese capaz de quitarme esa carga. Pero la mayor parte de mí sentía miedo, repulsión y vergüenza. Además, creía que al decírselo la estaría poniendo de nuevo en una situación incómoda que no había pedido y que, otra vez, debería tragarse como si fuese un castigo para ella.

En aquel entonces no sabía todo lo que implicaba tener que llevar esa gran mochila solo y a cuestas, por lo que mi parte más ingenua creyó que podía hacerlo solo y que, al igual que el dolor de las palizas, ese también se me pasaría.

Fue otro de mis grandes errores.

—Tuvimos una pelea con unos hombres de otro mundo y tan solo tenían uñas, dientes y un gas calmante como armas. Supongo que no supe enfrentarme a ellos.

Aunque se me daba muy bien mentir, mi madre no parecía del todo convencida. Pero no me dijo nada. Fue a comprobar que la bañera estuviese lista y me acompañó hasta el baño. Allí me quité la capa sucia y la camiseta rota. No sabía qué había pasado con la máscara.

—Deja la puerta entreabierta por si pasa algo —me pidió—. Voy a ir calentando la sopa. Te sentará bien.

Me miré al espejo y me sorprendió mi propio estado. Los arañazos seguían con precisión las líneas de mi piel, desde mis mejillas, pasando por el cuello, los hombros, las clavículas, el pecho y terminando, a simple vista, en el abdomen, algo por debajo del ombligo. Volví a bajarme un poco el pantalón para ver aquellas marcas que se habían escapado más abajo, y luego me di la vuelta. En la espalda tenía algunos moretones a la altura de los omóplatos y en la zona alta de la columna vertebral, pero sabía que estaban desapareciendo más rápido de lo que desaparecerían en un cuerpo humano corriente.

Mi madre me había puesto un poco de alcohol en uno de los arañazos del pecho, que parecía haber sido el más profundo y que todavía tenía restos de pequeños puntos de sangre seca y piel levantada. Después me miré el mordisco, pero no fui capaz de detenerme ahí. Me desabroché los pantalones y me inspeccioné, a pesar del asco que me estaba dando tocarme. No encontré más que dolor al palpar la superficie, tanto la del pene como la de los testículos, por lo que dejé de buscar y, aunque estaba deseando darme una ducha para deshacerme de esa sensación asquerosa de suciedad y repulsión, había una parte de mí a la que le daba miedo bañarse. Me daba miedo que esa limpieza no sirviera de nada. Puede parecer absurdo, y en aquel entonces yo tampoco lo entendía, pero con el tiempo comprendí que me aterraba la posibilidad de quitarme todo aquello de encima y descubrir que, debajo de la roña visible, había más mierda. No quería asear al chico contrariado e impactado y encontrar debajo al mismo chico, o a uno más asustado todavía.

Quizás por eso me abroché el pantalón. Seguramente fuera por eso por lo que me senté en el piso con las piernas dobladas y me llevé las manos a la cara al darme cuenta de que estaba llorando, y también por lo que no me molesté en disimularlo cuando mi madre se asomó a la puerta y se agachó a mi lado, asustada.

—Jake, cariño...

No me preguntó nada. Me rodeó la cabeza con los brazos y me llevó hasta su pecho.

—No puedo más —logré decir entre sollozos—. No quiero seguir con esto. No puedo más.

—Ya está —susurraba ella—. Ya pasó. Estás a salvo en casa.

Y, aunque racionalmente sabía que no tenía ningún sentido, me sentí un poco más a salvo en sus brazos.







Sombra&Luz

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro