Capítulo 16 | Contenido sensible
⚠️ Ya lo dije en el capítulo anterior y por Instagram, pero lo repito por aquí:
Este capítulo incluye contenido sensible. Tengo un apartado de TW al principio de la historia, por si quieres saber qué tipos de contenido sensible contendrá el fanfic, en especial a partir de ahora.
Por favor, lee el capítulo únicamente si eres mayor de edad y bajo tu propia responsabilidad.
Pondré DOS escenas de la misma situación pero narrada de dos maneras distintas; la primera se narra por encima y la segunda es un poco más explícita. Puedes escoger cualquiera de las dos o saltártelas.
⚠️EDIT a 12 de abril de 2024: Debido a las nuevas políticas de Wattpad, en este capítulo solo se muestra la escena velada. Para leer la escena un poco más detallada, puedes ir al enlace a Linktree que hay en mi perfil. Para saltarle la escena y leer el resumen, ve a la siguiente parte de esta historia, y de esa forma podrás revisarlo antes de elegir si quieres leer la escena o no.
Pondré este emoji ⚠️ justo antes y después de la escena, tanto aquí como en el enlace a la más detallada.
Perdón por tanto texto, pero lo considero importante. Ya les dejo con el capítulo.
🖤
Casi tres meses después de la supuesta muerte de Gennai, Régar me mandó a robar una buena carga de droga a una dimensión que la comercializaba como si fueran kilos de manzanas. Yo no sabía hablar su idioma, pero sí sabía que el nombre que le ponían a dicha droga sonaba a algo muy parecido a la Ambrosía de los dioses, y que le atribuían propiedades analgésicas, vitamínicas, curativas y hasta milagrosas. La verdad es que no era más que una droga como puede serlo cualquier otra, aunque con un fuerte efecto sedante en pequeñas dosis y activador en dosis más grandes. También tenía entendido que los sombra necesitábamos una buena cantidad para empezar a sentir el efecto sedante, y que para activarnos era más conveniente acercarnos a una sobredosis que, si salía mal, podía matarnos. No sabía cuál era el límite, porque nunca la había probado, pero Régar solía enviarme a aquel mundo cada cinco o seis meses a por más, puesto que él y sus hombres la usaban para consumo propio y como arma contra otros.
Normalmente, Régar entregaba un pago en aquel mundo a cambio de la dosis que acordaba siempre con su narcotraficante de confianza, pero esa vez me pidió expresamente que la robara y que no dejara que me atraparan. Me prometió que, si volvía sin la mercancía, la pagaría yo a base de golpes, así que no tuve otro remedio que obedecer y tomármelo muy en serio.
Al principio pensé que me enviaría junto a Pesbas, Pyrus o algún otro, pero me mandó solo. Supuse que lo había hecho porque tenía a sus hombres ocupados con Takaishi y sus asuntos, fueran cuales fueran. No tenía miedo de no ser capaz de robarla porque, en general, aquel era un pueblo débil y abierto con los extranjeros, pero sí me daba respeto tener que apañármelas a solas para robarles algo que habían estado cosechando durante meses.
Y aun así, evidentemente, lo hice.
Me colé por entre los puestos cubiertos de toldos y telas amarronadas y polvorientas, intentando que no me vieran, y para ello me serví de mi teletransporte en varias ocasiones. El olor a ceniza, arena, sudor y heno me invadió las fosas nasales cuando di con la mercancía.
Los sonidos de las voces y el movimiento incesante de aquellas criaturas pequeñas y oscuras en las calles me recordaron que tenía poco tiempo y que debía robar la cantidad justa. A pesar de eso, y de lo sencillo que resultó, tuve que teletransportarme varias veces a lugares más escondidos porque aparecían los dueños. Usé el zólov, el báculo, para ayudarme. Aunque sabía que podía con ellos, era probable que no pudiera hacerle frente a un grupo numeroso, y tampoco tenía la intención ni las ganas de generar conflicto.
Me llevé la droga en cuanto pude —seis paquetes del ancho y del alto de mi mano, de unos quince centímetros de grosor cada uno— y me marché de vuelta al castillo.
A mi llegada me encontraba solo, pero Nedrogo apareció nada más escucharme.
—¿Lo traes todo? —inquirió.
—Sí. ¿Y Régar?
—Está ocupado con el humano. Me ha dicho que te acompañe a llevar la mercancía a su sitio y que compruebe que está todo en orden. Sígueme.
Lo hice. Atravesamos varios pasillos estrechos que se bifurcaban en otros más grandes hasta que llegamos a una zona aislada del castillo que casi no disponía de salidas ni de luz. Sabía dónde nos encontrábamos porque no era la primera vez que llevaba la droga hasta esa habitación apartada, aunque no tenía ni idea de lo que Nedrogo se proponía acompañándome o de lo que se suponía que Régar le había mandado a hacer.
Entramos en la sala, que estaba todavía más oscura que el pasillo, y dejé los sacos de droga sobre una mesa al fondo.
—Pruébala —dijo desde la puerta.
—No.
—Régar quiere que me asegure de que no intentas tendernos una trampa. Pruébala.
—¿Y por qué iba yo a tenderos una trampa y cómo? No tengo los medios ni el tiempo para manipular la droga.
En ese momento me taparon la boca desde detrás y me inmovilizaron. No sabía cuántas personas eran, pero tenía claro que eran más de dos. Evitaron que respirara por la boca y me aprisionaron los pulmones y el cuello para que necesitase el aire por todos los medios. Mientras, otras manos abrieron uno de los sacos y me llevaron la droga a la nariz para que la inhalara. Intenté mover la cabeza, pero me fue imposible. Aspiré la droga suficiente como para empezar a sentirme mareado en apenas unos pocos minutos. Noté que mi cuerpo se relajaba y que dejaba de responderme, y lo siguiente que recuerdo es tan confuso que no estoy seguro de si fue un sueño o de qué pasó en realidad.
⚠️ Escena narrada por encima:
Primero sentí el golpe en la espalda. Después me di cuenta de que me habían dejado sobre una de las mesas. Pude respirar, aspirar una bocanada de aire que no me alivió lo más mínimo. También pude darme cuenta de que empezaban a tocarme. El corazón me iba tan despacio que estuve a punto de desmayarme en un par de ocasiones, pero creo que estaba tan asustado que logré evitarlo. Y, aunque no supe escuchar ni entender lo que decían, las voces me ayudaron a mantenerme despierto.
Sé que no pude hablar. Intenté pedirles que pararan, como si a ellos, fueran quienes fueran, pudiese importarles. También sé que estaba aterrorizado. Recuerdo la ansiedad, la desesperación, y cómo el olor a húmedo y aislado de la piedra comenzó a entremezclarse con otro aroma que tiempo después identificaría como olor a sexo; el olor de varios fluidos de distintas corporalidades que se juntaban, sin importar que fuera o no de manera consentida.
Esa fue otra de las cosas que tardé años en empezar a disfrutar: el sexo. Aunque su olor no era igual, ya que variaba ligeramente según las personas, siempre había algo similar en la acidez dulzona del ambiente que recordaba a sexo. En aquel momento me costó entender lo que estaba pasando porque mi cerebro no estaba funcionando del todo bien, pero sí recuerdo con claridad el pánico y la impotencia desgarradora que me producían el hecho de que me estuviesen invadiendo de tantas formas. De que mi propio cuerpo me estuviese fallando.
Intenté huir. Tan solo logré teletransportarme unos centímetros y caerme de la mesa. Mi espalda contra la roca fría dolía, pero también me despertaba un poco. Sé que no llegaron a quitarme la ropa.
Ya más espabilado, acerté a doblar una rodilla y a golpearle la espalda a la persona que se había sentado sobre mi abdomen. Su cuerpo se tambaleó, así que aproveché para tratar de reventarle a base de golpes de cadera. Aunque me hice daño, logré que se apartara. Sigo sin saber de dónde saqué las fuerzas y cómo pude actuar con tanto acierto; sin embargo, en ese momento no pensé en ello. Apoyé las plantas de los pies en el piso para darme impulso y golpearle el rostro a otra persona que estaba por encima de mi cabeza. Y cuando creí que nadie me estaba tocando, desaparecí de ahí.
⚠️ Fin de escena narrada por encima.
⚠️ Escena más detallada:
Me dejaron sobre una de las mesas y me soltaron. Empecé a respirar mejor, pero el corazón me bombeaba despacio y sentía que a mi cuerpo le pasaba algo, como si empezara a fallar o estuviera a punto de desmayarme. No lo hice en ningún momento.
Recuerdo las voces, la poca luz que se colaba por la puerta desapareciendo del todo y varias manos tocándome. Me manosearon la cara, el cuello, el pecho, el vientre, y pasaron por mi ombligo y mis ingles hasta llegar a mi entrepierna. Cada vez que intentaba incorporarme y apartarles las manos, mi cabeza se ladeaba como si la gravedad luchase desde distintos puntos por llevársela. Me pesaba más de la cuenta. No me respondía, ni a las órdenes hacia ella ni a las órdenes al resto de mi cuerpo.
Intenté decir algo, pero tenía la lengua entumecida y apenas podía moverla. Sentí cómo un par de manos calientes pasaban por debajo de mi ropa y me toqueteaban el abdomen y el pecho con desesperación, mientras otras se turnaban para agarrarme la entrepierna por encima del pantalón. Me hacían daño y, como si pudiera importarles, intenté decírselo. Obviamente no me escucharon. Ni siquiera fui capaz de emitir algún sonido, porque la garganta también parecía haberme fallado.
—Zimme phanilé yo —escuché, aunque no pude distinguir, siquiera, si era una voz femenina o masculina—. Gadish.
Alguien le respondió entre gemidos. Noté unos labios besándome el cuello y que las manos desesperadas de mi torso se aferraban a mi ropa para tirar de ella y empezar a arrancarla. Escuché la tela rasgándose sobre mi pecho y mi abdomen. Las manos se turnaban con bocas en mi entrepierna. Sabía que aún llevaba ropa.
Entonces pude levantar la cabeza unos pocos centímetros, soltar un quejido e incluso teletransportarme, pero solo fui capaz de aparecer en el mismo sitio y de caerme de la mesa. Las manos volvieron a mi cuerpo enseguida. Me agarraron de las piernas para arrastrarme lo que creo que fue menos de medio metro sin levantarme. Mi cabeza se golpeó con el terreno rugoso de roca del suelo. Creo que me hice algunas heridas.
Los huesos empezaron a dolerme cuando noté la presión de los cuerpos sobre mí. No obstante, estaba más preocupado porque hubieran comenzado a desabrocharme la cremallera del pantalón. Volví a soltar un quejido y las voces volvieron a susurrar cosas en medio de la oscuridad. No entendí lo que dijeron, pero me dio un miedo atroz.
Pude mover los brazos y llevar los puños hasta uno de los cuerpos. Unas manos se aferraron a mis muñecas y me inmovilizaron los brazos por encima de mi cabeza. Intenté abrir bien los ojos. Pude distinguir las masas informes de varios cuerpos tocándome y tocándose. El olor húmedo y aislado de la piedra fría de aquella sala se empezó a mezclar con un olor que tiempo después identificaría como olor a sexo; el olor de varios fluidos de distintas corporalidades que se juntaban, sin importar si era de forma consentida o no.
Esa fue otra de las cosas que tardé años en empezar a disfrutar: el sexo. Su olor no era igual, variaba ligeramente según las personas, pero siempre había algo similar en la acidez dulzona del ambiente que recordaba a sexo.
En aquel momento me costó entender lo que estaba pasando porque mi cerebro no estaba funcionando del todo bien, pero sí podía sentir el miedo y la impotencia de que me estuviesen invadiendo de esa forma y de que mi propio cuerpo me estuviese fallando.
Intenté zafarme. Forcejeé y me moví todo lo que pude para que dejaran de hurgar en aquellas zonas aisladas de mi piel que eran casi lo único que había sido del todo mío hasta el momento, y que quería que continuaran siéndolo. No logré que pararan. Pude suplicar que se detuvieran. No me hicieron caso.
Me agarraron de la mandíbula para mantenérmela quieta y uno de ellos, un hombre —aunque sabía que había alguna mujer—, me miró a los ojos. No lo conocía. Pude distinguir sus iris dorados en mitad de la penumbra. Me dio tanto asco verle el rostro que saqué fuerzas de donde no sabía que tenía para levantar una de mis rodillas y acertar a darle a lo primero que se me presentó delante. El cuerpo que se había sentado sobre mi abdomen se tambaleó, así que aproveché para levantar y bajar la cadera con toda la potencia que pude hasta que le hice daño y se apartó. Sigo sin saber de dónde saqué las fuerzas. Apoyé las plantas de los pies en el piso para darme impulso y golpearle el rostro al hombre que me sostenía una de las manos y la cara.
Y, cuando acerté a saber que nadie me estaba tocando, desaparecí de ahí.
⚠️ Fin de escena más detallada.
2022, 15 de julio
Me levanto a por un vaso de agua y aprovecho para dejarlos solos. Ari ha estado viniendo toda la semana, en cuanto le surgía un rato libre en el trabajo, y ahora sé por qué.
Vuelvo al despacho con el vaso en la mano y me encuentro a Jake en la misma posición en la que lo dejé, sentado en su silla con un brazo sobre el pecho, los nudillos de la mano contraria cubriéndole los labios y la mirada fija en el color blanco del escritorio. Ari se ha sentado en mi silla. Está leyendo de nuevo las palabras que acabo de escribir en el documento.
Me acerco para dejar el vaso en la mesa.
—Te he traído un poco de agua —le digo a Jake.
Solo entonces pestañea. Se quita la mano de la boca y bebe un poco.
Ari se pone en pie mientras me lanza una mirada significativa. Me siento de nuevo en mi silla y Jake me mira a los ojos sin ningún pudor. No parece incómodo en absoluto.
—Podemos narrar hasta donde tú quieras —le recuerdo—. Si lo crees necesario, incluso podemos borrar esta parte.
Mira la pantalla. Se muerde el labio inferior. Parece sumergido en algún recuerdo pasado, aunque es evidente que este recuerdo, en concreto, no lo tenía enterrado. Tengo claro que ha debido de escarbar en él o tenerlo presente durante algún tiempo, tal vez años. Enseguida niega con la cabeza.
—No borres nada —dice con voz ronca. Luego carraspea con la garganta—. Fue uno de los episodios más duros de mi vida, pero forma parte de mí, de mi historia y de la historia que estamos contando.
—¿Estás seguro?
Asiente.
—En ese momento me destrozó. Consiguió romper cosas que no sabía que aún estaban enteras. —Hace una pausa. Está leyendo las palabras del ordenador, y Ari y yo intercambiamos miradas. No tenemos ninguna prisa—. Pero eso mismo que se rompió, junto a lo que me hizo Régar después, fue lo que provocó que me arriesgase a perder lo poco que me quedaba. Es probable que no me hubiera atrevido a intentar escapar de Régar si lo que pasó esa noche no hubiera ocurrido.
Se detiene y aprieta la mandíbula, reflexivo. Me cuesta adivinar si está sintiendo ira, dolor, o si está dudando. Inspira hondo antes de añadir:
—Régar y sus hombres estaban cavando su propia tumba.
Sombra&Luz
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