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2006/10/21 - Esperanza

―¿Lo ves? Como no te des prisa, Kari morirá ―dijo TK, observando impasible cómo el encapuchado se acercaba a la chica―. Y aunque te des prisa, no tienes nada que hacer. Ni siquiera eres una niña elegida.

Pasé olímpicamente de él y seguí mirando lo que estaba ocurriendo delante de mis ojos. TK tenía razón, no podía hacer nada. ¿O sí? Pensándolo bien, tal vez podía hacer algo para que La Profecía avanzara.

Pero ¿cómo?

A ver, sus palabras eran: «Los elegidos, por la Esperanza, arriesgarán su vida, y uno a uno se irán quedando atrás. Entonces, el Poder Sagrado se reunirá en el ser enviado y este lo dividirá en dos, haciendo que se produzca un corto milagro». ¿El ser enviado? ¿A qué se refería? ¿Quién podía ser el ser enviado?

Ahora me siento tonta por no verlo, pero te juro, diario, que en ese momento no caí. Ni siquiera se me pasó por la cabeza que eso fuera posible.

Estaba intentando averiguarlo cuando un fuerte ruido me sacó de mis pensamientos: Era Angemon, que había lanzado al encapuchado varios metros para alejarlo de Kari.

―¡Corre, Kari! ¡Escóndete! ―le dijo el ángel. Kari reaccionó y corrió hacia mí.

―Kari, ¿estás bien? ―le pregunté.

―Más o menos. ―Dicho esto, se quedó mirando al rubio que continuaba encadenado a la pared―. TK... ―susurró.

Él solo la miraba a los ojos, en silencio, sin demostrar ningún tipo de afecto. No parecía el mismo TK que habíamos conocido.

―¡Kari, huye! ―le gritó Angemon, haciendo que TK y ella perdieran el contacto visual.

―Pero ¿a dónde?

―No lo sé, pero ¡escóndete! ―añadió Angemon desesperado, sin quitar la vista de donde se suponía que estaba el encapuchado.

Kari miró a todos lados buscando un refugio, pero no había nada.

―Kari... ―susurró Angewomon― Acércate.

La chica obedeció y se acercó corriendo. Se agachó a su lado y el ángel le susurró algo en el oído.

―TK ―le dije. Tenía que intentar ayudar de alguna forma, aunque fuera intentando devolver a TK a su estado normal―. Tienes que reaccionar, por favor. No puedes estar así. Tú no eres así; no pierdes la esperanza tan pronto. Kari está en peligro, tienes que reaccionar para salvar su vida y la de los demás. No lo hagas por ti, hazlo por ellos.

―Es inútil.

―TK, ¡maldita sea! ¡El único inútil que hay aquí eres tú! ―le grité. Me estaba enfadando de verdad, e iba a explotar. Estaban pasando tantas cosas, y yo estaba tan asustada que no supe actuar bien―. ¡No te das cuenta de la situación!

―Sí me doy cuenta. Soy el único que se da cuenta de la verdadera gravedad del asunto. Esto no es un juego. Si mueres, no puedes reiniciar la partida y comenzar de nuevo. Esto es la realidad. Si mueres, mueres. Para siempre.

―¡¿Te crees que no me he dado cuenta?! ―¡¿EN SERIO?! Sé que nunca he sido la avispa más lista del avispero, pero hasta yo era consciente de ello―. ¡Lo mismo te digo! Si no reaccionas y nos ayudas, ¡moriremos! ¡Y si morimos, lo haremos para siempre! ¡No puedes perder la esperanza!

―¡Es una estupidez! ―gritó.

―¡No lo es! ―le reproché.

―¡Déjame en paz! ―Era un estúpido.

―¡No lo haré! ―grité más fuerte aún.

―¡Que me dejes! ―gritó todo lo que podía.

―¡Que no! ―le grité en el mismo tono, justo antes de propinarle la cachetada más fuerte que mis músculos me permitían en ese momento.

Dije que iba a explotar, y lo hice de la forma más impulsiva y simple posible. No me pude controlar; tenía que darle esa cachetada obligatoriamente, por mi propio bienestar emocional. Si el destino estaba escrito, esa cachetada era lo único bueno que, hasta el momento, había escrito bien.

TK abrió los ojos como platos. Su cabeza había dado un giro de noventa grados hacia la derecha y tenía la boca ligeramente abierta.

―No te das cuenta... ―dije, cerrando los puños―. ¡No te das cuenta de todo lo que te necesitamos! ¡Lo tienes todo y no te das cuenta! Tienes una madre que llora cada noche tu pérdida y sueña con volver a verte durmiendo en tu cama. Tienes un padre que, junto a tu hermano, te quiere más que a nada en el mundo y daría la vida por ti, pasase lo que pasase. Tienes un hermano que, aunque no lo demuestre muy a menudo, te quiere y está orgullosísimo de ti; que sabe que no podría tener un hermano mejor y que agradece que seas tú. ¡Tienes unos amigos que te quieren, que te apoyan en todo! Tienes amigos que siempre están ahí cuando más lo necesitas, que llevan todo un año buscándote hasta debajo de las piedras porque no podían aceptar que te hubieras ido para siempre. No sabes lo mal que lo hemos pasado pensando en lo que podría haberte ocurrido. ¡Idiota! ―grité, desahogándome de una vez por todas. Sin darme cuenta, mis mejillas se habían humedecido por las lágrimas.

TK me miraba asombrado, con la mejilla roja e hinchada. Juro que pude ver que algo había cambiado en sus ojos.

―¿Sabes? ―dijo en un tono de apatía, como si no hubiera pasado nada―. Me sorprendes.

―¿Por? ―Resoplé.

―Porque hiciste que reaccionara ―añadió―. Tienes razón.

De repente, una luz cubrió el cuerpo de TK de la cabeza a los pies. Poco a poco, vi cómo desaparecían las cadenas, como si nunca hubieran estado ahí. TK bajó los brazos y se frotó las muñecas doloridas. No me lo podía creer: habíamos recuperado a TK por fin.

―¡TK! ―grité feliz, corriendo a abrazarlo.

Este me correspondió el abrazo sin dudarlo. No recordaba lo que era tocarlo, lo que era abrazarlo. Hacía ya un año desde la última vez que lo había tocado. ¡Un año!

De pronto, TK se me quedó mirando extrañado, asombrado. Me separé de él y miré hacia detrás para ver si los demás también me estaban mirando con cara rara, pero no. Los demás no me miraban a mí. Miraban a Kari, que también brillaba. Miré mi cuerpo y no me lo podía creer: Estaba brillando, como TK y como Kari. Éramos tres los que brillábamos y eso era peor que el carnaval del pueblo de mi madre en febrero.

Cuando me di cuenta, toda la sala estaba iluminada, y no solamente por nosotros tres. En cada una de las pantallas, cada elegido brillaba. El único que parecía no brillar era Michael, que miraba a Mimi como si no supiera muy bien qué tenía que hacer. Todos los digimon observaban confusos a sus compañeros mientras estos se miraban a sí mismos asombrados. Sora, Davis y Veemon estaban más centrados en la pierna curada por sí sola de Sora que en el brillo que salía de sus cuerpos.

―¿Qué es esto? ―preguntó TK.

―No. No puede ser ―susurró el encapuchado. Esa voz... No podía ser esa voz. Esa voz que había estado atormentándome todo un año, a plazos, desde aquel día en el callejón. No podía ser esa voz―. Está ocurriendo. La Profecía se está cumpliendo ―dijo. ¡No podía ser! ¡No podía ser esa estúpida voz que había repetido mil veces «el muchacho no sé qué», «el chaval no sé cuánto» en mi cabeza!

¡Era uno de los hombres que me había hablado en la cabeza más de una vez! El que parecía ser el jefe en las conversaciones que yo no entendía. Esas conversaciones que E.D. y A.D. habían permitido que yo escuchara durante todo un año. ¡Era él!

De pronto, los dispositivos digitales de todos los elegidos que aparecían en las pantallas comenzaron a emitir luces de colores, supuse que cada una correspondiente a su emblema, y atravesaron los mismos caminos por los que nosotros habíamos estado pasando durante las últimas horas. Las luces llegaron hasta Tai y Matt y después subieron por el mismo barranco por el que Tai y Agumon habían caído: se abrió una puerta allí y aquí, y entonces de ella salieron todas las luces de colores y se acercaron a mí a gran velocidad.

Se introdujeron en mi cuerpo. ¡En mi cuerpo, diario! Y no entendía lo que pasaba, estaba muy confusa.

Pero cada vez me sentía más fuerte, más poderosa, ¡invencible! Sentía en mí un poder inmenso que quería explotar y que no duró mucho tiempo. Poco a poco fui sintiéndome más pesada, más cargada, como si alguien hubiese decidido guardar todo lo que tenía dentro de mí. No sabía si iba a poder soportar tanto poder...

Nunca me había sentido así.

―Mierda... ―susurró el encapuchado―. «El poder sagrado se reunirá en el ser enviado» ―repitió las palabras de La Profecía―. ¡Mierda! Esa maldita niña es el ser enviado. ―Me señaló, enfadado―. ¡Pero no tendría que estar ocurriendo esto ahora! ¡No ahora! ―Se maldijo y se llevó las manos a la cabeza por un momento. Enseguida, su cara cambió y pareció calmarse―. Habrá que acabar con La Profecía. ―Y comenzó a acercarse hacia mí.

Pero Angemon lo detuvo y empezaron a pelear otra vez.

Sentía que mi cuerpo iba a explotar con tanto poder. No sabía si lo iba a soportar, pero tampoco sabía cómo dividirlo ni entre quiénes dividirlo. ¿Era yo el ser enviado del que hablaba la profecía? ¿No podían haber elegido a Michael?

¿Cómo no me di cuenta antes? Ahora lo pienso y parece demasiado obvio.

De repente empezó a dolerme todo el cuerpo, aunque sobre todo la cabeza, que la sentía como un bombo. Parecía que fuera una bomba a punto de estallar y no lo soportaba. No lo soportaba.

Me puse las manos en la sien en un intento de parar ese dolor, pero no servía de nada. Me dejé caer al suelo de rodillas. Me hice aún más daño, pero no me importaba. Solo quería sacarme ese dolor de la cabeza de una vez y estaba dispuesta a arrancármela si fuera necesario.

Cerré los ojos con fuerza y apreté con ambas manos, pero solo conseguía que me doliera más.

―Ari, ¿estás bien? ―preguntó TK a mi lado. Parecía preocupado, por fin, y muy cansado.

―¡Ari! ―gritó Kari mientras corría hacia mí.

Abrí los ojos poco a poco, no del todo, y vi que TK y Kari cada vez brillaban más y, por lo poco que mi propia luz me dejaba ver, parecía que yo también.






Sombra&Luz

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