Diana aceptó, pues en dos meses era el cumpleaños de Flora y deseó complacerla por una vez. La niña saltó de felicidad y subió corriendo a su habitación a trabajar en su cuento.

«Pablo caminaba sin rumbo aquella tarde de agosto…», escribió, dejándose llevar por las palabras y los escenarios que le regalaba su mente. Ahí estuvo, en su escritorio, hasta que llegó la hora de dormir.

Al día siguiente, Flora despertó con los ánimos altos. Hizo los quehaceres de casa para que sus padres encontraran todo en orden al llegar del trabajo. Se arregló y salió al parque a leer un poco. Se dejó llevar por la brisa fresca que despeinaba sus cabellos dorados y leyó Harry Potter y la Cámara Secreta hasta que anocheció y los mosquitos comenzaron a molestar.