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| -¿Y Lucara Williams?- |

Cuando todos los integrantes de la familia Williams se personaron en la sala de estar, los detectives volvieron a retomar su anterior posición, sentándose en el sofá frente a Thomas y Susan, quienes los observaban, expectantes. Sherlock procedió entonces a mandar un mensaje de texto a Lestrade, con instrucciones muy concretas. Ninguno de los detectives sabía cómo abordar el tema, pues era delicado, y al haberse comprobado que estaban en lo cierto, no sabían de qué sería capaz esa mujer. Tras exhalar un hondo suspiro, fue Sherlock quien comenzó a hablar.

–Gracias por su paciencia, Sr. Williams –se dirigió primero al cabeza de familia, su tono de voz suave–. Para bien o para mal, he de admitir que mi hipótesis ha resultado ser la correcta. Pero para empezar la explicación y delatar al autor de la quema del testamento, y por tanto de la muerte de Edith, debemos señalar y explicar un pequeño detalle que tiene una fuerte conexión con una desaparición de hace 37 años –sentenció–: Susan, no sé si tus abuelos te comunicaron en algún momento el hecho de que tú tenías una hermana mayor –continuó, dibujándose en el rostro de la muchacha una autentica confusión, negando ella lentamente con la cabeza–. Por lo que sabemos mi esposa y yo, tu hermana, Lucara, fue abandonada en un orfanato por tus padres cuando se fugaron de ésta casa por la negativa de tus abuelos a aceptar su unión, y al hecho de que tu hermana nació sin estar ellos casados –la informó, comenzando a relatarle lo sucedido–. No puedo darte muchos detalles, pero la muerte de tus padres no fue un accidente cualquiera –sentenció, el rostro de linda comenzando a volverse pálido, pareciendo que poco a poco perdía la compostura–: fue un asesinato. Y todo se remonta a una historia de lo más curiosa, he de añadir... –murmuró el detective asesor, dejando que su mujer fuese quien diera carpetazo al caso, explicándolo todo.

El autor de su accidente es una persona que estaba enamorada de tu padre, Richard, y que por celos, acabó causando aquel fatal desenlace, esperando así acabar con la vida de Adelaida –continuó, el aire de la habitación tornándose tenso–. Es una persona manipuladora, la cual nunca ha podido aceptar el hecho de que sus padres no la considerasen su hija favorita, una persona llena de ambición... Y además, es la única persona que además de tu abuelo, el Sr. Williams, que sabía sobre el cambio en el testamento que Edith planeaba. La única persona en ésta habitación que no tiene una coartada para ambos sucesos –replicó Cora, posando sus ojos en la madre de Nieves, quien había palidecido aún más–: esa eres tú, Linda.

–¿¡C-cómo!? –exclamó Nieves, posando sus desorbitados ojos en su madre, no logrando procesar las palabras de la detective–. ¿¡Mamá!?

¿Pero cómo es posible...? –se sorprendió Thomas, palideciendo al instante.

–No... No puede ser –murmuró Susan.

–Ha habido varias contradicciones en los testimonios cuando os hemos interrogado, y gracias al suyo, Thomas, hemos logrado esclarecer las cosas –les informó la pelirroja vestida de negro, sorprendiéndose las tres mujeres–. Ah, cierto, se me olvidaba mencionar que también lo hemos interrogado a él. Esa era la trampa que hemos tendido al perpetrador, y he de decir que ha resultado... Perfecta –concluyó, antes de cruzarse de brazos, comenzando a explicar su hipótesis personal–: Linda nos ha asegurado que ayer por la noche se encontraba en la cena, charlando con su padre, quien estaba más hablador de lo habitual, mientras que Nieves nos ha asegurado que era su madre quien no dejaba de charlar con su abuelo. Una bonita mentira, sí...

La cual habría dado resultado de no haberse equivocado y cambiado las versiones –apostilló Sherlock–. Aunque por lo que puedo comprobar, Nieves ha sido quien de motu propio ha decidido dejarnos ver esa contradicción, ¿me equivoco? –preguntó a la joven rubia, quien desvió su mirada, interrumpiendo el contacto visual con el sociópata de cabello castaño.

¿¡Cómo te atreves!? ¿¡Cómo te atreves a traicionarme!? –exclamó Linda, increpándole con una iracunda voz a su hija, quien únicamente podía temblar de miedo bajo su mirada acusadora.

–Porque las palabras de Edith han hecho mella en ella –secuenció Cora–. De hecho, fue Thomas quien nos dio una de las pistas clave para encaminarnos en la dirección adecuada: nos aseguró que Edith no había confiado en nadie su intención de cambiar el testamento, por lo que nadie debería saber nada sobre ello, pero tu misma aseguraste que tu madre habló contigo, ¿no es así, Linda? De nueva cuenta, una contradicción –confesó la pelirroja, suspirando con pesadez–. Gracias por tu cooperación, Linda –apostilló la detective, provocando que de pronto, la mayor de las hijas de Thomas enmudeciese, posando sus ojos en ella–. Veamos si puedo comprender tus motivaciones... –continuó, dispuesta a revelar todo lo que había descubierto–. Estabas enamorada de Richard, el esposo de Adelaida, y con el corazón lleno de despecho y odio por ambos, observaste cómo vivían una vida feliz, habiendo sido padres de una niña. Sin embargo, descubriste que a su vuelta, tras haberse casado formalmente, la niña había desaparecido en un orfanato, ¿cierto? Adelaida te confesó su intención de recuperar a su hija, y tu sabías que de conocerse que la niña podría estar viva, tu madre cambiaría su testamento, legándole tu parte a esa nieta llamada Lucara –comenzó a explicarse, las miradas aterradas y estupefactas de Thomas, Susan y Nieves posándose ahora sobre Linda, quien aún permanecía silenciosa–. El odio volvió a ti, contemplando de nueva cuenta cómo tus padres parecían favorecer a la nueva hija de Adelaida y Richard: Susan. En un impulso, aseguraría que incluso fue premeditado, provocaste un fallo en el chasis de su coche, llevando al consabido resultado: el accidente en el que ambos fallecieron. A pesar del duelo por la muerte del hombre al que amabas, la satisfacción por la muerte de tu hermana Adelaida, tu hermana, quien siempre fue la favorita de tus padres, se impuso. Todo iba perfectamente: tu vida era maravillosa, recibirías tu parte de la herencia, tu hija también heredaría lo que le correspondiera, y podrías olvidar todo lo ocurrido hacía tantos largos años –sentenció–. Sin embargo, parecía que el destino había decidido pagarte con la misma moneda ¿cierto? Pronto averiguaste, imagino que por un diario de Adelaida que encontraste en su habitación, el nombre de aquel orfanato en el cual habían abandonado a Lucara: St. Christopher's Hospice. Allí te informó una mujer llamada Ann acerca de que esa niña, esa niña que nació del amor entre tu hermana y tu amado, había sobrevivido todos aquellos años allí –de pronto sonrió con cierto sarcasmo e ira contenida–. Oh, no me mires así –suspiró–: para bien o para mal, conozco a esa mujer, ya que también yo residí en aquel orfanato hace ya muchos años –añadió, contemplando la mirada atónita de Linda–. Sin embargo, y esto no puedo asegurarlo al cien por cien, lograste seguir su rastro, descubriendo que Lucara seguía viva en la actualidad –la joven detective de ojos escarlata detuvo un instante sus palabras para tomar aliento–. Entonces, descubriste que tu madre planeaba cambiar su testamento al haber encontrado el diario de tu hermana, descubriendo que la niña podría seguir viva.

Te aseguraste de borrar toda evidencia de su existencia para que así la situación no empeorase. Para proteger tu patética y aparentemente feliz vida –apostilló Sherlock, coincidiendo con el razonamiento de su esposa.

–Por tanto, una noche, cuando estabas segura de que tus padres se encontraban dormidos, te colaste en su estudio, donde encontraste el nuevo testamento, abriéndolo y contemplando que se te excluía de él, como siempre habían hecho, favoreciendo a Adelaida, y en aquel caso, a tu otra sobrina. No podías soportarlo, ¿cierto? –habló de nuevo la joven docente–. Mientras inspeccionaba la casa he comprobado el estudio, encontrando parte del nuevo testamento que, imagino en tu ira, rompiste en pedazos, antes de arrojarlo a las llamas del incinerador. De igual manera, he encontrado que planeabas ingresar el dinero de tu herencia en una cuenta bancaria, pero como está claro, te ha sido imposible por el cambio en el testamento –continuó Cora, su rostro ahora pasando a expresar seriedad, incluso asco por aquella persona que tenia frente a ella–. Y al enterarte de que unos detectives iban a investigar la quema des testamento, solo te quedaba una cosa por hacer –su voz era fría como el hielo–: silenciar para siempre a Edith. ¿Tu error? Simular de nueva cuenta el accidente, pero siendo en ésta ocasión tú la perpetradora –sentenció, antes de intercambiar una mirada con su marido–. Un amigo nuestro, el Inspector Lestrade, está ahora mismo examinando tu coche –indicó, contemplando cómo Linda ahora parecía encontrarse al borde de un ataque de nervios.

En aquel instante llegó un mensaje al teléfono de Sherlock, quien sonrió.

Y parece que hemos encontrado nuestro premio –sentenció, enseñándoles a Linda, Susan, Nieves y Thomas la pantalla de su teléfono móvil: en ella había una sábana con sangre y alcohol, evidencia de que había intentado deshacerse de la sangre en el parachoques del automóvil. De igual manera, había un pequeño diario de color azul marino, en cuyo rótulo se lograba leer un nombre, el de Adelaida–: se acabó, Linda. No tienes forma de escapar ahora.

–¿Cómo...? ¿Cómo has podido...? –a Thomas parecían faltarle las palabras. No lograba dar crédito a sus ojos: su propia hija, una asesina, y no solo de su esposa, sino de su hermana y su cuñado.

¿¡Asesinaste a mi padres por celos!? ¿¡Por una maldita herencia!? –exclamó Susan, las lágrimas provocadas por la ira y la decepción comenzando a caer por sus mejillas, sus puños cerrados en un gesto airado–. ¡He crecido huérfana por tu culpa! ¡Todos estos años he estado viviendo con la asesina de mis padres bajo el mismo techo!

–No, yo no... –intentó defenderse la asesina, buscando el apoyo de Nieves, quien desvió la mirada, avergonzada por tener una madre así. Estaba de igual manera decepcionada y apática.

Además –apostilló el detective asesor de ojos azules-verdosos, observando la mano de Linda, en la cual llevaba el anillo–, el ópalo en tu anillo no es más que otra prueba de tu personalidad, ya que el ópalo se dice que es la piedra de la oscuridad, la piedra preciosa que lleva la ira contenida... Una pobre elección, si me permites decirlo, especialmente si vas a intentar engañarnos –sentenció el joven en un tono serio–. Manipulaste a tu propia hija para que nos mintiese en su declaración, a sabiendas de que os interrogaríamos una a una, pero no contabas con que las palabras de Edith y el sentido de la justicia de Nieves se impusieran a tus propias ordenes. Que desafortunado –negó con la cabeza–. Has intentado ser lista, Linda, pero me temo que la cólera es una ráfaga de viento que apaga la lámpara de la inteligencia –concluyó, levantándose del sofá junto a su mujer, Susan y Thomas.

¿¡Qué quiere decir!? –exclamó Linda, airada, negando la realidad, negando que acababa de ser descubierta, y por ello, había perdido todo.

Es una cita de Robert Ingersoll –dijo Cora con un tono serio, su marido posando una mirada en la morena con cierto aire altivo.

Creía que era inteligente –indicó con sarcasmo el detective–. Los sentimientos son un defecto químico de los perdedores. Deberías haberte contentado con lo que tenías y no haber ambicionado más... Solo por ello has cavado tu propia tumba –concluyó con sus ojos azules-verdosos llenos de desprecio.

Cora observó con una mirada entre compasiva y de desdén cómo Lestrade entraba a la sala de estar, sacando unas esposas y colocándoselas a Linda. Tras unos segundos, la joven de cabello carmesí se acercó a la morena, quien no puedo de nuevo sostenerle la mirada, apartando ésta.

¿Dónde está Lucara? –preguntó, no recibiendo respuesta alguna salvo una sonrisa irónica.

Después de que Lestrade se marchase de la casa con Linda presa, los Holmes se sentaron en la sala de estar, donde conversaron por última vez con Susan, Nieves y Thomas, todos ellos muy afectados por la conclusión del caso.

–Lamento no haber podido resolver el caso antes, Thomas –se disculpó la pelirroja–. Quizás si...

No se disculpe, Sra. Holmes –la miró el anciano con una sonrisa suave en su rostro–. Ni siquiera entonces habríamos podido impedir que Linda realizase sus planes –indicó antes de añadir con un tono apenado–. Solo lamento no poder averiguar dónde se encuentra Lucara... Sería un gran consuelo para mi el poder verla tras todos estos años y pedirle disculpas por todo.

–De hecho, Sr. Williams –intercedió Sherlock–, Lucara sigue viva.

–¿Sherlock, qué quieres decir? –su esposa lo observó, su mirada de pronto confusa en cierta parte, pero al mismo tiempo pareciera que sus manos temblaban de forma discreta–. Si lo que descubrí es cierto, Lucara se encontraba en mi mismo orfanato, y ya sabes lo que les sucedió a todos allí. Es imposible que siga viva.

–¿A qué se refiere, Sra. Holmes? –preguntó Nieves, su tono aún desgarrado por los actos de su madre, intentando aparentar la mayor entereza posible, posando sus ojos azules en ella–. ¿Qué ocurrió en aquel orfanato?

–Es una larga historia...

Cora comenzó entonces a relatarles a los Williams su pasado, intentando no ser demasiado descriptiva con aquellas escenas que la habían traumatizado por años. Les contó también acerca de la Dra. Stapleton, y cómo ella logró sacarlos de Baskerville, habiéndoles procurado nuevas familias.

–Entonces, ¿es posible que conociera usted a Lucara?

Es posible, Susan –afirmó Cora–. Pero me temo que la hipótesis de que siga viva es improbable.

La pelirroja posó su mirada en su marido, encontrándose con unos ojos que la contemplaban con mucho cariño, pero también con una inmensa lástima, como si supiera y estuviera al tanto de algo que ella no. Tras un suspiro suave, el detective asesor de cabello castaño posó sus ojos en Susan y Cora.

–Querida, déjame hacerte una pregunta –le propuso, recibiendo un gesto afirmativo por parte de ella–: hace un tiempo me comentaste que fuiste testigo de la muerte de tus padres, ¿no es así? Tu madre tenía el cabello pelirrojo y los ojos verdes, mientras que tu padre era de cabello moreno y ojos castaños –continuó, recibiendo un gesto afirmativo por parte de Cora, la mirada de Susan por un momento sorprendiéndose–. Sabemos por los datos que has recabado, que Lucara nació a finales de mayo, en 1980, que fue llevada a tu mismo orfanato y que según Linda, estaba viva, y por ello ha cometido todas las atrocidades por las que hemos sido contratados para investigar. Tu misma eres consciente de que no hubo más supervivientes de Baskerville exceptuándoos a vosotros cuatro –continuó, los ojos de la pelirroja abriéndose con pasmo y algo de horror al comprender a qué se refería su marido.

–No. No puede ser cierto. No puedes estar insinuando eso –sentenció Cora en un tono incrédulo.

La sonrisa de Linda y las miradas de Thomas y Edith no hacen sino apoyar mi teoría –continuó Sherlock, su tono suave, intentando no provocar más dolor en aquella situación, pues de ser cierta la posibilidad, aquello podría tornar muy distintas las cosas–. Los tres te observaban como si estuvieran viendo a un fantasma del pasado, ¿no es así, Sr. Williams? –le preguntó, recibiendo un gesto afirmativo por parte del hombre–. Usted estaba estupefacto, pues es la viva imagen de su hija menor, ¿no es cierto?

–No, Sherlock, no... –murmuró Cora, aún no queriendo creer sus palabras. Quería negarlo a toda costa.

–Así es, Sr. Holmes –afirmó Thomas–. Al verla por primera vez el día de ayer, por poco pensé que me había vuelto loco. Pensé que se trataba de Ariadna, pero al fin y al cabo, era solamente una coincidencia.

Por mi profesión sé que las coincidencias no existen, Sr. Williams –intercedió el joven de ojos azules-verdosos en un tono sereno–. Y de la misma forma, hay algo que estoy segura querida, algo que ni tú misma podrás negar que es cierto –se dirigió a ella, tomando sus manos para intentar tranquilizarla–. Susan, ¿podrías por favor colocarte junto a Cora de perfil? –le pidió a la muchacha, cuya mirada era confusa, pues no lograba comprender del todo lo que estaba sucediendo, pero accedió, colocándose tal y como el detective había solicitado–. ¿Qué puede ver, Thomas? –le preguntó entonces al cabeza de familia, quien abrió sus ojos como platos.

–Sus orejas... ¡Sus orejas son idénticas! –exclamó, provocando que el corazón de Cora diese un vuelco en su pecho, pues sabía perfectamente a qué se refería con esas palabras.

–Gracias, Susan –dijo el marido de la pelirroja, quien acababa de enmudecer, sentándose la otra pelirroja en su anterior silla, junto a su abuelo–. ¿Sabes lo que esto significa, no es así, querida?

La mujer de cabello carmesí y ojos escarlata asintió con lentitud, el peso de las palabras que estaba a punto de pronuncias provocándole un nudo intenso en la garganta. Apenas sabía cómo hablar, pero al sentir la mano de su marido en las suyas propias, aquel nudo se deshizo, recuperando el habla.

¿Qué significa eso, Sra. Holmes? –intercedió Nieves, a quien ahora la invadía la curiosidad por tan enigmáticas palabras por parte de lo detectives–. ¿Qué tiene que ver que sus orejas sean idénticas?

Tras tragar saliva y con cierta reticencia, Cora habló.

Solo los parientes de sangre tienen orejas idénticas –sentenció, provocando que un silencio sepulcral se instalase en aquella sala de estar. Al cabo de unos segundos, cuando la noticia pareció al fin procesarse en las mentes de los Williams, los ojos del patriarca se encontraban llenos de lágrimas.

En cuanto hubo logrado procesar sus propias palabras, y por tanto la hipótesis de su amado detective, Cora accedió a realizarse una prueba de ADN con Susan, quien estaba extasiada por la idea de que ella fuera su hermana. Tras haber tomado esa resolución, los Holmes y los Williams se dirigieron al hospital de Barts, donde el detective realizó la prueba, habiéndole consultado a Molly el procedimiento a seguir por un mensaje de texto. En cuanto salieron los resultados a las pocas horas, no quedó ninguna duda: ambas eran hermanas de sangre, y por tanto, Cora pertenecía a la familia Williams. Consternada en cierta manera por el descubrimiento, la joven pelirroja se dejó abrazar por su familia biológica, a quienes a pesar de eclipsar su alegría por los recientes eventos, no podían estar más contentos por haberla hallado al fin. Cuando al fin hubieron hablado por horas y horas tras tomar un café cerca del edificio, los Holmes y los Williams se separaron, regresando cada uno a su respectivo hogar. En Baker Street, Cora decidió que, a pesar de que fueran su familia biológica, por el momento no deseaba mantener ningún tipo de relación con ellos. Aquella revelación aún la había tomado por sorpresa y necesitaba tiempo para asimilarlo todo. Asimilar que tenia una familia, una familia viva y que la había estado buscando durante años y años. Una familia que no se había olvidado de ella, como en un principio pensó. Sin embargo, sus padres no eran Adelaida y Richard, por mucho que la sangre así lo dijera, sino que eran Erik e Isabella, quienes la adoptaron y la criaron como a su propia hija. Ellos eran sus padres, su familia. Cora no sabía cómo asimilar nada de aquello. No podía contemplar la posibilidad, por el momento, de que tuviera una nueva familia. Simplemente no podía. Susan, Thomas y Nieves indicaron que respetaban su decisión de no mantener ningún tipo de contacto, pues comprendían que aquello había sido todo un shock para ella, pero que, en caso de que en algún momento estuviera preparada para dejarlos formar parte de su vida, ellos estarían más que dispuestos a recibirla con los brazos abiertos.

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