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| -Una Botella Verde- |

Cora aún se encontraba medio dormida en su cama, cuando sintió las inequívocas manos pequeñas de su hijo, presionándose contra su rostro, por lo que abrió sus ojos con una sonrisa, encontrando a pocos centímetros el rostro sonriente de Hamish, con sus rizos castaños, tan iguales a los de su padre. El infante balbuceó contento al haberla despertado, por lo que Cora se levantó, sujetando a su hijo en brazos.

–Querida, será mejor que... –se escuchó el tono de voz barítono de Sherlock, quien apareció a los pocos segundos en la habitación–. Despiertes –finalizó, sorprendido al ver que ya se encontraba despierta.

Mira quién ha salido de su cuna y ha venido a despertarme –sentenció Cora con una ceja levantada y una sonrisa tierna en su rostro, Sherlock acercándose y sentándose al borde de la cama, cogiendo a su hijo en brazos.

–Eso no puede ser, Hamish –le dijo al pequeño con un tono suave–, mi trabajo es despertar a tu madre... Si me quitas eso, ¿qué va a ser de mi? –bromeó, besando la frente de su hijo, haciendo sonreír a la pelirroja.

Sherlock... –murmuró con una sonrisa tierna, antes de que su tono bajase, de pronto preocupada–. ¿Qué ocurre? ¿Por qué venías corriendo a despertarme? –le preguntó, el rostro de su marido de pronto volviéndose serio, palideciendo incluso.

Nuestro secuestrador se he puesto en contacto –sentenció el joven, levantándose de la cama con Hamish en brazos.

–¿Qué? ¿Cuándo? –pareció que la pelirroja fuera recorrida por una descarga de electricidad al ponerse en pie de un salto.

–Hace tan solo unos minutos –replicó su marido, observando cómo su mujer se vestía a toda prisa–, con esto –le mostró una tarjeta de memoria en una pequeña caja transparente.

–Déjame adivinar: está encriptada –supuso la pelirroja, antes de coger a Hamish de los brazos de su padre, procediendo a caminar hasta la cocina para alimentarlo.

–Más bien profesionalmente encriptada –la corrigió el sociópata, caminando tras ella, observando cómo daba el desayuno a su hijo–. Odio tener que decir esto, querida, pero me temo que vamos a necesitar la ayuda de Mycroft...

Cualquier cosa para encontrar a la Sra. Hudson, Sherlock –afirmó Cora con un tono de voz algo esperanzado, contemplando mientras daba el biberón a su hijo, cómo el sociópata de cabello castaño sacaba su teléfono móvil y marcaba el número de Mycroft.

Hola, querido hermano...

Tras explicarle con pelos y señales al Gobierno Británico los detalles de la tarjeta de memoria que tenían en sus manos, el hermano del sociópata de ojos azules-verdosos comenzó a hablar.

–Lo que me estáis pidiendo es una tecnología muy sensible –sentenció la voz del Hombre de Hielo por le altavoz del teléfono móvil, para que Cora pudiera escucharlo también.

¡Esto es importante, Mycroft! –exclamó Sherlock, cerrando los puños con fuerza, sobresaltando mínimamente a su mujer e hijo.

–Está bien –suspiró su hermano al otro lado de la línea telefónica–. Hay un paquete de software esperándoos en Vauxhall Bridge. Id allí y lo encontraréis.

–Muchas gracias, Mycroft –replicó en un tono suave la pelirroja, aún sujetando a Hamish en brazos.

–Vosotros dos me debéis un favor –sentenció Mycroft antes de colgar la llamada.

–Seguro que querrá que le dejemos a Hamish un par de días... –comentó Sherlock, guardándose el teléfono en la gabardina–. De eso ni hablar: a saber qué podría enseñarle ese idiota. Me niego en redondo a que se quede con él ni un solo segundo.

Aquello pareció alegrar momentáneamente a Cora, quien se río ante su comentario, pues estaba claro que los hermanos Holmes siempre andarían a la gresca a la mínima oportunidad, algo que, extrañamente, le hacía sentir como en casa, como si nada hubiese cambiado,... Sin embargo tenían un caso que resolver, y al hacerlo, encontrar a la Sra. Hudson.

–Será mejor que llamemos a Molly para ver si puede quedarse con Hamish –propuso la detective de ojos escarlata tras unos segundos, recibiendo un gesto afirmativo por parte de su marido.

Tras prepararse y vestir a Hamish con ropa adecuada para la temperatura londinense, Sherlock y Cora se subieron a un taxi que los llevaría a casa de Molly. En el trayecto, Sherlock observó cómo su esposa parecía contemplar a su hijo con cierta precaución, lo que hizo que, en cuanto llegaron a la casa, decidiese hablar.

–Querida, ¿qué es lo que te preocupa de Hamish? –cuestionó, su mujer deteniéndose de pronto.

–Ayer... –comenzó, su tono llenándose de preocupación–. Creí ver un destello carmesí en sus ojos, cariño –confesó, un escalofrío recorriendo su cuerpo–. No quiero que herede mis habilidades, Sherlock... –sentenció, recibiendo un abrazo por parte del sociópata.

–Seguro que no es nada, querida –intentó calmarla–. Hamish está perfectamente. Seguramente estés realmente agotada con todo lo que está ocurriendo y fueran imaginaciones tuyas –intentó pensar con lógica–. Y de todas formas, si realmente ocurriese algo fuera de lo normal, podríamos contactar con Stapleton y que le hiciera un reconocimiento a Hamish, ¿de acuerdo?

Cora asintió con calma antes de acercarse a la puerta de la casa de Molly, tocando el timbre de ésta. A los pocos segundos abrió la castaña con una sonrisa, tomando a Hamish en brazos y despidiendo a los dos detectives, quienes se encaminaron hacia Vauxhall Bridge. A los pocos minutos, un mensaje llegó al teléfono móvil de la pelirroja, quien apenas se sorprendió al ver lo que había escrito en él: Actualización de software instalada. La pelirroja alzó su rostro, observando a Sherlock, quien asintió con lentitud, entregándole la tarjeta de memoria, introduciéndola ella en su teléfono móvil. Cora se percató al instante de que había una grabación en la tarjeta, y comenzó a desencriptarla. Tras lograrlo, los detectives escucharon una voz, que pertenecía al secuestrador de la casera del 221-B de Baker Street:

Para cuando escuchéis esto, el tiempo ya se estará acabando. He colocado varias botellas de vidrio en cubos de basura y pasos por la ciudad de Londres. La mayoría de las botellas contienen agua, pero una contiene un agente nervioso que se liberará cuando la basura se recoja y se compacte. Morirán personas inocentes y su sangre estará en vuestras manos. Pero no sería la primera vez, ¿verdad? Y si no lográis detener esta calamidad, vuestra Sra. Hudson también morirá. Si veo algún policía, ella morirá. Si hay evacuaciones repentinas, ella morirá. La ubicación de la primera botella está adjunta en la imagen. Os sugiero que os pongáis en marcha. ¡Un, dos!

La joven de cabello cobrizo y vestida como una ejecutiva sintió cómo si una mano férrea sujetase su garganta, aprisionándola, impidiéndole respirar en lo absoluto, como si cada intento de tomar aliento quemase su interior, a punto de llevarla a un ataque de ansiedad. Sherlock notó ese ataque de ansiedad que parecía estar amenazando a su esposa, por lo que rápidamente la abrazó contra él, comenzando a dar con sus manos unos suaves masajes sobre sus omóplatos y su columna vertebral.

–Respira. Vamos, respira, querida –le indicó en un tono de voz barítono y algo suavizado, mientras masajeaba su espalda con suavidad–. Respira.

Cora pareció comenzar a calmarse con cada caricia en los hombros que recibía por parte de su marido, logrando respirar poco a poco. Una vez se hubo calmado, Sherlock la separó unos segundos de su cuerpo, besando su frente.

–Tranquila. La recuperaremos –susurró en un tono tierno, tomando el teléfono móvil de Cora, abriendo la imagen que el secuestrador había adjuntado. Era un mapa de las calles de Londres con unas palabras escritas:

Enviad a un médico a este rincón de Londres. El tiempo es corto. Estaré vigilando.

–Hay que llamar a John –replicó Cora tras ver la imagen, tomando su teléfono de nuevo, marcando el número de su amigo–. John, necesitamos tu ayuda –comenzó sin siquiera darle tiempo al rubio de saludarla–. El secuestrador se ha puesto en contacto de nuevo y ha colocado cinco botellas por Londres y una de ellas contiene un agente nervioso. El secuestrador quiere que te enviemos para encontrarlas –resumió con rapidez.

Mierda –dijo el rubio–. ¿Sabemos dónde están?

–Tenemos una pista sobre dónde se encuentra la primera... Dice cerca de la torre. Dirígete a Seething Lane –le indicó antes de añadir–. Esta línea parece haber sido escrita con furia. Puede que nos enfrentemos a alguien con claros antecedentes de enfermedad mental. Ten cuidado.

–No te preocupes, Cora. Lo tendré –le aseguró–. Dejaré a Rosie con alguien y me pondré en marcha –indicó antes de colgar la llamada.

–¿Qué hacemos ahora, Sherlock?

–Propongo que vayamos a buscar a Hamish a casa de Molly y volvamos a Baker Street –replicó su marido–. Entretanto podemos echarles un vistazo a esos mapas y darle indicaciones sobre a qué lugar debe dirigirse después.

Tras regresar a Baker Street, con Hamish dormido en brazos de la pelirroja, su teléfono comenzó a sonar, siendo la llamada contestada por Sherlock mientras ella acostaba al infante en su cuna. El detective de cabello castaño puso la llamada en altavoz, sentándose en el sofá, colocando varios mapas de Londres en la mesa de la sala de estar.

–Lo he encontrado, en un paso entre dos edificios –comentó John casi fuera de aliento–. Hay una etiqueta en la botella. Dice únicamente un buen cruce para cortar tu tela –les indicó en un tono preocupado–. ¿Alguna idea? –preguntó, la pelirroja sentándose junto a su marido en el sofá.

Clothier Street –sentenció Sherlock tras dar un vistazo rápido al mapa–. Dirígete hacia allí.

–En camino –replicó Watson, colgando la llamada.

Cora aprovechó los pocos minutos que tuvieron de calma para prepararse una tila, pues estaba con los nervios a flor de piel. En cuanto le dio un sorbo, el teléfono de Sherlock comenzó a sonar.

–El etiquetado es algo diferente en esta. Dice un tipo diferente de cruce o un sombrero –les dijo a través del teléfono, la pelirroja pronto localizando con sus ojos escarlata el lugar en el mapa.

–Esa tiene que ser Mitre Street –comentó la joven detective, una sonrisa orgullosa apareciendo en el rostro de su marido.

–De acuerdo –replicó John, colgando la llamada.

Esa es mi chica –comentó Sherlock, abrazando a su mujer por la espalda.

Tras terminarse la tila, la pelirroja aprovechó para jugar un poco con su pequeño Hamish, quien la llamaba a gritos. Cora estuvo con él hasta escuchar el tono de llamada del teléfono de Sherlock.

–Lo he encontrado. La siguiente etiqueta dice Este camino no suena como tal, a menos que seas un pollo.

–Alguien se está volviendo engreído –comentó Sherlock con evidente desprecio en su voz.

Mira quién fue a hablar... –dijo Cora entre dientes, ganándose una mirada de parte de su marido.

–¿A dónde debo ir? –preguntó el doctor, confuso por las palabras de la etiqueta.

–Está claro que a Poultry Lane, John –contestó Sherlock tras desviar su mirada al mapa que tenían sobre la mesa.

–Claro.

Después de colgar la llamada, Sherlock decidió darse una ducha, pues desde el momento en el que había recibido la tarjeta de memoria por parte del secuestrador, no había parado a tomar aliento ni un segundo. La pelirroja aprovechó para ducharse con él, intercambiando unos besos y unas caricias tiernas.

–Parece que hay una más –dijo John en su próxima llamada–. Dice El tiempo se está agotando. Apresúrate a una calle más agradable para abecedarios –leyó el doctor rubio la etiqueta de la botella–. ¿Qué significa?

–Veamos, veamos... –comenzó a murmurar para si la de ojos escarlata, escaneando junto a su marido el mapa que tenían sobre la mesa de la sala de estar–. ¡Abchurchill Lane, tiene que ser esa! –exclamó, su dedo índice presionando un punto en el mapa.

–¡Voy hacia allá, Cora! –exclamó John.

–Me reuniré contigo allí –dijo la pelirroja en un tono sereno, poniéndose en pie de un salto–. Te ayudaré a deshacerte de esas botellas de forma segura –comentó, poniéndose la gabardina, bufanda y guantes negros.

–¡De acuerdo! –colgó Watson, la joven caminando hacia la puerta de la sala de estar.

Ten cuidado, querida –le rogó en un tono suave el detective, acercándose a ella y tomando su rostro entre sus manos.

Siempre lo tengo, cariño –replicó ella con una sonrisa, recibiendo un beso en la frente por parte de su marido, saliendo por la puerta a los pocos segundos.

Tras tomar un taxi, la pelirroja llegó al lugar que le había indicado a John, reuniéndose con él a los pocos segundos.

–¡Oh, que bien que lo hayas logrado! ¡Ha estado cerca! –le comunicó John con una sonrisa en los labios en cuanto se acercó a él.

Con suerte eso debería mantener viva a la Sra. Hudson un poco más –sentenció Cora en un tono suave, esperanzada.

¿Estás segura de que podemos confiar en este hombre? –preguntó el rubio en un tono preocupado–. Ni siquiera sabemos si está mintiendo o no...

–¿Qué más podemos hacer, John? –preguntó la pelirroja en un tono algo apesadumbrado, tragando saliva con incomodidad. Watson se mordió levemente el labio inferior al escuchar su pregunta–. Será mejor que nos preocupemos por eso en otro momento –suspiró–. Disfrutemos del momento mientras podamos. No solo hemos salvado a la Sra. Hudson, también a miles de personas –sentenció tras sonreír con algo de pesadez, John asintiendo ante sus palabras. De pronto, el teléfono de la pelirroja comenzó a sonar, por lo que contestó casi de inmediato, por inercia–. Cora Holmes –contestó, la voz de su cuñado saliendo del auricular.

–Quedaros precisamente donde estáis y me encargaré de esa botella. No podemos dejar que esto caiga en malas manos –se escuchó la inequívoca voz del Gobierno Británico, varios de sus hombres apareciendo en el lugar a los pocos segundos, llevándose las botellas lejos de la pelirroja y del doctor.

Al cabo de una hora, John y la pelirroja habían vuelto a Baker Street, donde el sociópata de cabello castaño ahora paseaba en círculos de una lado de la sala de estar a la otra. Cora, sentada en el sofá, sujetaba a Hamish en sus brazos, quien parecía estar aún algo adormilado. John estaba sentado a su derecha, sujetando a Rosie, quien parecía querer jugar con el pequeño Hamish, extendiendo sus pequeñas y sonrosadas manos hacia su cabello rizado, como si quisiera despertarlo.

–Eso ha sido demasiado simple –comentó el joven de ojos azules-verdosos mientras caminaba por la estancia, su bata color crema ondeando a cada paso que daba–. Es como si esperase que tuviéramos éxito. Hay ciertamente aspectos inquietantes en nuestro nuevo adversario.

–¿A qué te refieres, Sherlock? –le preguntó su mujer amigo, con la joven de cabello carmesí acunando a su hijo tiernamente.

–Para empezar porque logró encriptar una tarjeta de memoria endiabladamente bien, John –replicó la mujer de ojos escarlata en un tono ligeramente teñido por la preocupación y desconfianza–. Por otro lado, está claro que tiene acceso a agentes nerviosos, lo que sugiere un trasfondo militar o de inteligencia.

En efecto, querida –concordó su marido, pasando a su lado y acariciando su mejilla de forma furtiva, comenzando su devenir una vez más–. Dijo además que tenemos sangre en nuestras manos... Eso sonaba como un asunto bastante personal.

–Pero... Si alguien quisiese secuestrar a la Sra. Hudson, tendría que ser algo personal –indicó John, observando cómo su hija enredaba sus pequeños dedos en el cabello del pequeño Holmes–. ¿Creéis que estamos tratando con un asesino en serie o algo por el estilo?

–Es posible –admitió Sherlock, observando con una sonrisa a los dos infantes, antes de retomar su expresión seria y concentrada–. Hay bastante espacio para la especulación.

Sherlock –el tono de su mujer era de pronto esquivo, lleno de terror, por lo que el aludido posó sus ojos en ella, contemplando cómo los escarlata de ella eran presa de un ligero pánico–, ¿no pensarás que tiene algo que ver con el caso de Baskerville, verdad? –ante su pregunta la estancia se quedó en un silencio sepulcral, pues de ser cierta esa hipótesis, alguien la había descubierto y estarían todos en peligro.

No lo tengo claro, querida –le dijo, sentándose a su lado y tomando a Hamish en brazos–. En caso de que tuviera relación con Baskerville, os protegeré con todo lo que tengo –le aseguró–. Sea lo que sea, las cosas han comenzado a encajar –concluyó, su sonrisa de jugador apareciendo en sus labios, con la pelirroja acurrucándose con él, pues aquello empezaba a tomar un cariz muy peligroso.

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