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| -Un caso de Jerez- |

Cora despertó a la mañana siguiente con una sensación extraña en el cuerpo, pues presentía que algo no iba bien. Sin embargo, se vistió cómodamente tras disipar aquella sensación con una agradable ducha caliente, caminando a la habitación contigua y tomando a Hamish en brazos para darle el primer biberón del día. Cerró la puerta de su habitación con lentitud, pues Sherlock había estado trabajando exhaustivamente en los casos y no quería privarlo de su sueño. Tras hacerlo y preparar el biberón, se sentó en el sofá de la sala de estar. Apenas había comenzando a alimentarlo cuando su teléfono móvil empezó a sonar con un tono de llamada, por lo que suspiró y se levantó del sofá, dispuesta a dejar a su pequeño en el columpio-hamaca, cuando Sherlock apareció allí, ya vestido, tomando a su hijo en brazos, al igual que el biberón.

–Sherlock, lo siento –se disculpó su mujer, observando cómo su marido de cabello castaño comenzaba a alimentar al niño–. No quería despertarte.

–No te preocupes, querida –indicó con un tono suave–. Estaba a punto de levantarme de todas formas. Deberías coger el teléfono, ya me encargo de Hamish –la animó, recibiendo un beso en la mejilla por parte de la joven de ojos escarlata.

Eres el mejor.

Lo sé –murmuró él con orgullo, guiñándole un ojo a Hamish, quien emitió un gorgorito, contento de estar con su padre. Cora se apresuró entonces en coger su teléfono móvil y contestar la llamada.

–¿Sí, quién es? –preguntó, pues el número no era familiar para ella.

–Hola Cora, soy la Sra. Turner –se identificó la mujer con una voz suave–. La Sra. Hudson me dio tu número por si fuera necesario.

–Claro, sí, hola Sra. Turner, ¿en qué puedo ayudarla? –preguntó mientras comenzaba a pasear por la sala de estar, con Sherlock sentándose en su sillón, sus ojos no dejando de observarla–. ¿Ha ocurrido algo?

–Verás querida, me estaba preguntando si podrías decirme si tu madrina está en casa. Quedamos ayer en mi casa para tomar el té. Sin embargo, se me había acabado el jerez, por lo que se marchó para comprarlo, pero no le vi el pelo en lo que quedaba de día –se explicó la Sra. Turner con rapidez, lo que hizo que las manos de Cora se helasen por un instante, pues aquello no era propio de su casera, y mucho menos el no avisar, con lo que le gustaba cotorrear.

–Oh, ahora mismo lo compruebo –sentenció la joven antes de ponerse la gabardina y salir de allí, pues hacía algo de frío aquella mañana, y era más evidente en la escalera que bajaba al piso de la casera.

Sherlock frunció el ceño al contemplar cómo el rostro de su mujer parecía preocupado de pronto, saliendo del piso a toda prisa con el teléfono en la mano, por lo que acabó de dar el desayuno a Hamish y lo recostó en el columpio-hamaca, apresurándose en seguir a la pelirroja tras vestirse con la gabardina y la bufanda.

¿Sra. Hudson? –tocó Cora la puerta con algo de firmeza. No hubo respuesta–. Esto no es propio de ella –le dijo a la Sra. Turner.

–Eso mismo he pensado yo, querida –admitió la mujer–. En cualquier caso, si la ves, dile que me llame, por favor.

–Lo haré –prometió Cora–. Gracias por avisar. Comprobaré si llegó a su juego de bridge –comentó antes de colgar la llamada, marcando el número de la casera–. Vamos, vamos, cógelo, cógelo... –comenzó a murmurar para sí, empezando a ponerse nerviosa. Cuando saltó el buzón de voz colgó el teléfono en un gesto nervioso a la par que asustado–. ¡Sherlock! –se sorprendió, encontrándose a su marido tras ella.

–¿Qué ocurre, querida? –le preguntó con su voz barítona, acariciando sus hombros.

–No consigo dar con la Sra. Hudson. Parece como si hubiera desaparecido, y no contesta a su teléfono móvil –le contó con rapidez–. Todo esto me da mala espina, Sherlock. Espero que esté bien –musitó preocupada, contándole a su marido la situación. El detective no se lo pensó dos veces antes de marcar el número de John.

–John, necesito que escuches lo que voy a decirte –comenzó–. Cállate y escucha, ya sé que es temprano, pero es una emergencia –lo amonestó en un tono severo–. Nos vemos en la casa de la Sra. Featherstone, en Richmond Avenue –sentenció–. La Sra. Hudson parece estar desaparecida. Cora ha recibido una llamada inquietante de la Sra. Turner, diciéndole que quedaron ayer a tomar el té pero que salió a comprar jerez y no regresó el resto del día. Cora la ha llamado para comprobar si llegó a su juego de bridge, pero como te habrás imaginado, no hay respuesta, y tampoco está en Baker Street –se explicó con un tono serio y rapidez, pues el asunto era grave–. Sí, gracias. Nos vemos allí –indicó antes de colgar el teléfono y guardarlo en su gabardina, volviéndose hacia su pelirroja–. No te preocupes, querida, John y yo vamos a investigar esto y a encontrar a la Sra. Hudson –le prometió, brindándole un fuerte abrazo, antes de besar su frente–. Te llamaré si hay novedades.

–Hasta luego. Ten cuidado –le recordó la pelirroja antes de subir a su piso, arrodillándose frente a su hijo, quien la miraba con esos mismos ojos azules-verdosos de su padre–. Escúchame cariño, mami tiene que comprobar una cosa en el piso de la Sra. Hudson, ¿de acuerdo? No te preocupes, no me voy muy lejos –intentó calmarlo, recibiendo un gorgorito por parte del pequeño–. Tomaré eso como un «sí» –sonrió antes de coger el manojo de llaves, bajando de nuevo al piso de su casera, abriendo su puerta. Comenzó a revisar el piso, aunque no encontró ningún tipo de pista que la ayudase a averiguar qué había sucedido. Tras unos minutos se sobresaltó, pues se encontraba tan sumida en sus pensamientos que no se había percatado de que el teléfono móvil había comenzado a sonar–. ¿Sherlock, qué habéis averiguado? –preguntó tras comprobar que era el número de su marido, cerrando el piso de su casera y subiendo al suyo.

–Hola, Cora. Acabamos de hablar con la Sra. Featherstone y nos ha dicho que la Sra. Hudson no llegó anoche. Ni siquiera llamó para avisar de que llegaría tarde –la informó, Cora sentándose en el sofá de Baker Street con algo de pánico–. ¿Querida? ¿Va todo bien? –preguntó al otro lado de la línea, escuchando la respiración nerviosa de su mujer–. No te preocupes, John y yo vamos hacia allí.

–De acuerdo –replicó ella, colgando la llamada–. ¿Dónde puede haberse metido? –se preguntó a si misma en voz alta–. Hmm... Puede que consiga alguna pista si pirateo su buzón de voz –se dijo, comenzando su tarea con calma. Sherlock le había enseñado a hacerlo hacía un tiempo, por lo que resultaba muy útil. Tras transcurrir menos de un minuto, la joven tuvo éxito, procediendo a escuchar los mensajes. Uno era de Nathan, su sobrino, y otro de la Sra. Turner. Nada fuera de lo normal. De pronto escuchó la puerta principal abriéndose, por lo que tomó a Hamish en brazos, saliendo al rellano de la escalera, observando cómo entraban Sherlock y John por ella, el primero acercándose rápidamente a ella, comprobando que se encontrase bien, y el segundo con la pequeña Rosie en brazos, pues Molly se encontraba trabajando y la Sra. Hudson...

–¿Estáis bien? –preguntó Sherlock en un tono bajo, recibiendo un gesto afirmativo por parte de la pelirroja.

–He registrado su piso en busca de alguna pista, incluso pirateando su buzón de voz, pero nada.

–Entonces solo queda revisar nuestro piso –propuso Sherlock, entrando al 221-B con celeridad, comenzando a revisar el entorno con John, mientras que la pelirroja sujetaba a Hamish y a Rosie en brazos, ambos comenzando a jugar entre ellos.

Mirad –los alertó la joven mientras se acercaba a la mesa del salón, donde Sherlock tenía un montón de correspondencia sin abrir, dejando que Hamish y Rosie jugasen en la alfombra–. Una nota –mencionó, tomándola en sus manos, John y su marido acercándose rápidamente a ella para observarla.

–Claramente hay algo escrito, pero está cubierta de té –mencionó John.

Capitán obvio al rescate –se mofó Sherlock tras suspirar con pesadez–. Está claro a dónde debemos dirigirnos ahora. Necesitamos un análisis forense –comentó, tomando a Hamish en brazos antes de salir del piso, con Cora sujetando a Rosie y John caminando tras ellos.

Tras subir a un taxi, a los pocos minutos los cuatro se encontraban en el laboratorio de Molly en el hospital de Barts.

–Bueno... No puedo deciros mucho acerca de esta nota, salvo que está impresa en un papel comúnmente utilizado en el Medio Oriente y está cubierta de té. He hecho lo que me ha sido posible –se explicó Molly mientras supervisaba de reojo a los infantes que continuaban jugando entre ellos sin importarles nada a su alrededor.

–¿Hay alguna huella? –preguntó la pelirroja en un tono serio mientras mantenía sus brazos cruzados bajo su pecho.

–No. Ni huellas ni ningún tipo de marca incriminatoria... Nada en absoluto. Solo un mensaje –replicó Molly en un tono apenado antes de cruzar su mirada con la pelirroja–. Os daré una copia de mi escáner para que podáis leerla.

–Gracias, Molly –le dijo Cora con una sonrisa amable, acercándose a ella mientras hacía la copia–. Y dime, ¿cómo va lo tuyo con Greg? –le preguntó con discreción, intentando no llamar la atención de su marido, quien seguro que aprovecharía la oportunidad para apostillar algo hiriente sobre el Inspector, aunque cuando lo observó de reojo, se encontraba concentrado en su hijo y nada más, al igual que John.

–Oh... ¡Oh! –se sorprendió Molly, sus mejillas ruborizándose casi al instante–. Pu-pues nos va muy bien... Es un gran hombre: amable, atento, cariñoso... Realmente es un encanto.

–No me extraña que pienses eso: después de Tom y Jim... –bromeó la pelirroja, intentando no pensar en que potenciales peligros podía haberse metido su casera.

–Sí, tienes razón –sonrió la castaña, entregándole la copia de la nota–. Debes de estar realmente preocupada por ella... Y Sherlock también, aunque se empeñe en negarlo.

–Así es. La queremos mucho y no sé qué haríamos sin ella. Es habitual que Sherlock desaparezca en un visto y no visto, pero no la Sra. Hudson –comentó antes de posar sus ojos en la nota, palideciendo a cada palabra que leía.

–¿Cora, estás bien? –preguntó John, percatándose de que su amiga se había quedado estática, tomando su mano: estaba fría como el hielo.

¿Querida? –la llamó su marido, acercándose a ella y colocándose a su espalda, rodeando sus hombros con su brazo derecho, leyendo la nota al mismo tiempo que John:

Tengo a vuestra Sra. Hudson. Si queréis volver a verla con vida, esperad a mis instrucciones. Nada de policía.

–Dios mío... –logró murmurar la pelirroja antes de posar sus ojos en los de su marido, quien frunció el ceño al leer el contenido de la nota.

–No me gusta esperar. No me gusta que me digan que espere –murmuró, molesto.

–¿Pero qué más podemos hacer, cariño? No nada con lo que continuar –replicó ella, luchando por contener las lágrimas. Sherlock observó el rostro de su mujer antes de comenzar a teclear en su teléfono móvil.

–¿Qué estás haciendo? –le preguntó John mientras le entregaba un pañuelo a la sollozante pelirroja, quien de pronto sintió cómo su pequeño se agarraba a su pierna, tomándolo en brazos, mientras el rubio alzaba a su hija en los suyos.

Voy a hacer que toda mi Red de Vagabundos esté en alerta, con sus ojos y oídos bien abiertos. Me tomo esto como algo personal –sentenció en un tono casi airado, enviando el mensaje.

Ese mismo día, y tras regresar al 221-B de Baker Street, Cora subió las escaleras del piso en silencio, sujetando a su pequeño con fuerza contra ella, realmente preocupada por todo lo que estaba sucediendo. Cuando se sentó en el sofá con un gesto derrotado, Sherlock se apresuró a consolarla, pues ahora corrían las lagrimas por sus mejillas.

–Ella no ha hecho nada malo en toda su vida... ¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué ahora? –se preguntó mientras intentaba no sollozar demasiado, pues Hamish se encontraba dormido–. No lo entiendo. Pensaba que al fin podríamos tener una vida tranquila...

–Cora, tranquila querida –se sentó a su lado, besando su frente y mejilla–. No te preocupes, pienso encontrar a la Sra. Hudson cueste lo que cueste –le prometió con un tono sereno, logrando que su mujer comenzase a calmarse, estrechándola entre sus brazos, con el cuidado de no despertar al pequeño. De pronto, mientras Sherlock besaba a la de ojos escarlata, Hamish comenzó a emitir sonidos, como si protestase–. Vaya, vaya, mira quien está despierto –murmuró el detective, tomándolo en sus brazos con una sonrisa, Cora acercándose a él–. ¿Y bien, pequeñajo? ¿Quieres jugar? –le preguntó, las pequeñas manos de Hamish extendiéndose hacia el cabello de su padre, lo que lo hizo carcajearse en cuanto el niño logró sujetar un mechón.

–Oye, Hamish, eso no se hace... –le dijo la pelirroja a su hijo, observando cómo Sherlock apartaba las manos de su retoño de su cabello, comenzando a jugar con él.

Cora observó con una sonrisa tierna cómo su marido jugaba con su hijo, dejando que éste agarrase de vez en cuando su cabello, distrayendo su atención al colocar sus manos sobre sus ojos antes de apartarlas, haciendo reír a Hamish. Cora suspiró por un breve instante, intentando distraer su mente de los problemas que acababan de venirseles encima al pasar algo de tiempo con su familia.

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