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| -Un Caso de Expresión Artística- |

Días más tarde, Cora se encontraba haciendo cosquillas a Hamish, pensando en una de las cartas que había recibido aquella mañana:

Me lo arrebatasteis todo. Ahora es tu turno de que algo preciado te sea arrebatado. Me debéis dos vidas, y no tardaré en cobrar mi premio.

La carta no tenía remitente ni huellas, ni tampoco material genético de ninguna case, como otras tantas que había ido recibiendo desde el nacimiento de su hijo. Sea quien fuera la persona que las había enviado, estaba claro que no era la misma que el secuestrador de la Sra. Hudson, pues su caligrafía era diferente. La pelirroja no quiso preocupar a su marido, por lo que decidió guardar la existencia de esas cartas en secreto hasta que fuera relevante. Intentó distraer su atención, recordando la carta que Hanon le había enviado, en la cual eran invitados los tres a su boda, dentro de unas semanas. Para entonces Cora esperaba haber logrado encontrar y rescatar a su madrina. De pronto, sintió una mano en su hombro derecho, pues estaba sentada en el suelo con el infante. Aquel gesto la sobresaltó.

¿Va todo bien, querida? –preguntó el detective, pues hacía días que la notaba algo diferente, aunque claro, con todo lo que les estaba sucediendo y el secuestro de su casera, era comprensible que tuviera los nervios a flor de piel, aunque Sherlock notaba que algo no iba bien.

–Claro, perfectamente –se repuso Cora con rapidez tras carraspear–. Solo pensaba en la Sra. Hudson... Espero que esté bien –se excusó como pudo antes de levantarse del suelo con Hamish en brazos–. ¿Sucede algo? Te veo algo alterado.

–Es un caso urgente. Tenemos que ir a Barts –respondió el detective castaño de ojos azules-verdosos–. Tengo un cliente privado. Un joven artista de nombre Marshall Andretti. Uno de sus amigos ha terminado en el hospital, y Marshall piensa que podría ser el siguiente –se explicó con rapidez, pues los detalles del caso podrían conseguirlos del propio cliente.

¿Pero qué hay de Hamish? No podemos irnos sin más, y Molly está trabajando –cuestionó su mujer en un tono preocupado, observando la cara redonda y pequeña de su hijo, quien balbuceó feliz en cuanto la miró. Aquello hizo sonreír a Sherlock, quien lo tomó en sus brazos, provocando que Hamish diese un pequeño grito alegre–. Está claro que te quiere más que a mi –bromeó ella.

Tonterías. Hamish te adora –rebatió el sociópata aún con una sonrisa en el rostro–. John no trabaja hoy. Podríamos pedirle que cuide de él.

–¿Estás seguro? Tendría que cuidar también de Rosie, y por lo que hemos comprobado, cuando estos dos deciden hacer de las suyas en equipo, no hay quien los detenga –comentó Cora tras cruzarse de brazos–. Aunque no me sorprende en realidad, siendo quienes son sus padres.

Los dos detectives sonrieron antes de llamar a John y preguntarle si estaba disponible para cuidar también de su infante, a lo que John respondió de forma entusiasta, pues no habría ningún problema, y le encantaría cuidar del hijo de ambos.

Tras dejar atrás el piso de John y encaminarse hacia Barts, Sherlock sacó su teléfono móvil del interior de su gabardina, pues éste estaba recibiendo una llamada.

Sherlock Holmes –respondió Sherlock, la voz de su cliente siendo la que salió por el auricular, con la pelirroja muy atenta, pues tenía muy desarrollado el sentido del oído, pudiendo escuchar su voz a pesar de no acercarse para escuchar la conversación.

Soy yo, Marshall.

–¿Dónde estás? –le preguntó en un tono serio.

No pueden verme hablar contigo, estoy escondido –le contestó su cliente con simpleza, el miedo claramente dominando todas sus decisiones.

¿Por qué? –cuestionó el detective, pues para bien o para mal, que Marshall se ocultase podría no ser beneficioso para su seguridad.

–Un grupo de matones están tratando de quitarme mi derecho a la expresión artística. Sé que mi trabajo no es para todos. No todos pueden realmente confrontar su sexualidad como lo hago yo, pero estos... Vándalos tienen algo en contra de mi y a la policía no le importa. La prensa donde acababa de imprimir mis obras ha sido bombardeada anoche. Casi han matado al viejo que dirige el lugar. Acabo de verlo arriba –explicó sus razones el hombre, su voz temblando ligeramente ante la posibilidad de que también pudieran volar el edificio donde residía.

–De acuerdo, tendremos una charla con él –afirmó Sherlock tras escuchar su respuesta, logrando comprender la razón por la cual estaba tan asustado.

–Bien. Le diré que estáis aquí. La policía sabe que se trata de nosotros y se han dado por vencidos con el caso. Si me preguntas a mi, han sido esos fanáticos que beben en la Legión, ese club nocturno, nada más subir por la carretera.

–Está bien, nos ocuparemos de ello. Y Marshall, no hagas nada estúpido –le indicó con una voz férrea, mandándole un mensaje indirecto de que debía hacer caso a sus palabras o de lo contrario sería más que probable su muerte. Tras colgar el teléfono, Sherlock alzó su vista hasta el edificio de Barts, el cual tenían ahora enfrente–. Vamos, querida –dijo a su mujer, entrando con ella al hospital.

Después de preguntar a las enfermeras por ese hombre que había sido ingresado, los detectives descubrieron que su nombre era Devonish, por lo que se dirigieron con paso ligero a su habitación. La pelirroja se internó en la habitación de hospital, observando a un hombre que parecía cada vez más calvo, con una barba canosa que adornaba su rostro.

–¿Sr. Devonish? –cuestionó, pues el hombre tenía los ojos cerrados, los cuales abrió tras escuchar su nombre.

Así es –dijo con una voz casi ronca.

–Mi nombre es Cora Holmes, soy detective –se presentó con una sonrisa amable–, y él es mi marido, Sherlock Holmes.

–Sí, sé quienes son... Creo que usted resolvió un caso con el hijo de un magnate importante hará unos años, ¿cierto? –preguntó, recibiendo un gesto afirmativo por parte de la joven de ojos escarlata–. ¿En qué puedo ayudarla, joven?

Nos preguntábamos si podría decirnos algo más sobre el fuego.

–No buscaba problemas –dijo Devonish tras suspirar, antes de que una potente tos lo interrumpiese a mitad de frase–. Normalmente solo hago menús para llevar y eso... Pero es bueno balancear el capitalismo con un poco de arte real de vez en cuando. No todos están de acuerdo, fíjate. Vi un grupo de cabezas rapadas que lo patearon justo después de que comenzara el fuego, pero no pude ver bien sus caras. Y el seguro nunca cubrirá los daños. No con el nuevo equipo. ¡Se ha ido todo! No puedo empezar de nuevo. Después de esto, sería mejor que hiciera las maletas –finalizó Devonish tras negar con la cabeza.

Gracias por su tiempo, Sr. Devonish –le agradeció la detective tras recordar lo que les había contado ahora el hombre, saliendo de Barts en compañía de su marido.

–Hmm... La Legión en Bermondsey es el lugar habitual para todo tipo de individuos con problemas cerebrales. Vamos a ver al propietario –propuso Sherlock una vez hubieron salido del hospital, pensativo sobre aquel caso que tenían entre manos.

¿Sabes una cosa? –preguntó Cora una vez tomaron un taxi–. Ayer llegó una carta de Hanon. Nos invita a su boda con Michael –sonrió la pelirroja, contemplando cómo una sonrisa de igual alegría parecía aparecer en el rostro de su detective.

–Me alegro mucho por esos dos –sentenció–. No nos la perderemos, te lo aseguro –le indicó con un tono sereno–. Y además, estoy seguro de que Hanon estará deseosa de conocer a Hamish... Solo espero que no lo mate a besos.

¿Cómo no lo va a hacer? Nuestro hijo es una ternura –bromeó la pelirroja, Sherlock contemplándola de reojo, preguntándose si realmente había algo diferente en ella y no había sido su imaginación.

Eso es porque tiene a quién parecerse, querida.

Adulador.

Tras llegar a Bermondsey y presentarse ante el propietario del lugar, ambos detectives lo cuestionaron acerca del fuego.

–Sí, he oído lo del incendio. Es terrible. La gente joven de la zona no valora como es debido nada de lo que los rodea, y para colmo les faltan modales –se explicó en un tono que indicaba indignación ante semejante atrocidad–. Por favor, trasladen nuestras simpatías al Sr. Devonish. Díganle que nadie sabe nada acerca de cómo empezó el fuego, aunque creo que debería dedicarse a la impresión de volantes en el futuro –concluyó, ambos detectives despidiéndose de él, instantes antes de que el teléfono de Sherlock empezase a sonar de nuevo.

–Es Lestrade –dijo el detective de cabello castaño a su mujer antes de descolgar–. ¿Qué sucede, Lestrade?

¿Conoces a un joven llamado Marshall? –le preguntó el Inspector de Scotland Yard.

–Sí, ¿por qué? –preguntó Sherlock con reticencia, temiendo sus siguientes palabras,

Lo hemos encontrado muerto en un callejón cerca de su casa –replicó el padrino de la joven de ojos escarlata que caminaba junto a él–. Tu número de teléfono estaba en su teléfono móvil así que he pensado que debería llamarte para hacértelo saber.

Gracias –le dijo el sociópata de ojos azules-verdosos con un tono suave–. Estaremos allí enseguida –le aseguró antes de colgar la llamada.

–¿Qué sucede? –cuestionó Cora, pues por el rostro serio de su marido, no podía ser bueno–. No me digas que... –comenzó a decir, temiéndose lo peor.

–Así es –afirmó el joven de cabello rizado–. Marshall está muerto.

Tras encontrarse con Lestrade cerca de la casa de Marshall, en el callejón, se encontraron con el Inspector esperándolos allí.

Hola chicos –los saludó–. Está justo aquí –les indicó, llevando a ambos a la escena del crimen. El callejón estaba cubierto de papel triturado y de un montón de pinturas esparcidas. El pecho de Marshall estaba tendido sobre su estómago, sus brazos extendidos frente a él y un gran charco de sangre rodeaba su cuerpo. La pelirroja notó que había algunas huellas de sangre a su alrededor cuando ella y Sherlock se acercaron al cadáver, con Sherlock poniéndose manos a la obra al momento, examinando el cuerpo. El detective recogió una cartera que estaba cerca del cuerpo de Marshall, observándola.

–Es de Marshall. Pero todavía contiene dinero. Esto no es un atraco –comentó tras dejarla de nuevo cerca del cuerpo.

Mira estas huellas –sentenció Cora mientras se agachaba, observando éstas–. Son de más de una talla, lo que sugiere que había unas cuantas personas aquí, y por lo que veo lo patearon de lo lindo –comentó tras hacer una breve conexión entre las numerosas huellas y su distribución. En ese momento, la pelirroja caminó hasta una bolsa negra, en la cual encontró un ordenador portátil, tomándolo en sus manos, sus guantes negros puestos–. Bingo –dijo, atrayendo la atención de su marido, quien caminó hasta ella.

¿Algo interesante, querida? –le preguntó a su mujer con curiosidad y orgullo a partes iguales, contemplando cómo los ágiles dedos de la pelirroja recorrer el teclado mientras hackeaba el sistema del dispositivo electrónico.

–Lo cierto es que sí –afirmó la joven–. Hay dos archivos encriptados: uno dice Seguro. El otro dice Diseño –le comentó–. Dame un minuto, cariño. Tengo que descodificar el archivo de seguro... –le indicó, colocando el portátil en su regazo, sentándose en el capó de un coche policial–. Ya está descodificado: se trata de un archivo de audio. Será mejor que lo escuchemos –se explicó, pulsando el botón de reproducción, con el detective y el Inspector de Scotland Yard acercándose a ella para escuchar la grabación:

Mil copias en el primer lote –dijo la primera voz.

Bastante bien –concordó la segunda voz, otro hombre.

Se siente bien –se expresó un tercero.

He pensado que deberíamos probar algunos primero. Deslízalos y verás si alguien se da cuenta.

Luego aumentamos la producción hasta donde creas que podemos llevarla.

De acuerdo, pues. Voy a empezar a poner estos dos en los clubes en Manchester y Soho.

Deberías pasarte por allí. El ambiente es muy amigable allí.

Está bien, de verdad.

Vamos, jovencito, ¡haremos de ti un hombre!

Cora intercambió una mirada sorprendida con Lestrade y Sherlock.

Esas voces en la grabación parecían las del Sr. Devonish y Marshall –sentenció la pelirroja.

Estoy de acuerdo contigo, querida –replicó Sherlock–. Pero no he logrado reconocer al tercer hombre que hablaba en la grabación.

–Yo tampoco –admitió su esposa–. Pero lo averiguaremos.

–¿Qué hay del otro archivo? –cuestionó Lestrade tras escuchar la grabación junto al matrimonio.

Dame un segundo –dijo Sherlock, ésta vez siendo él quien hackeó el portátil–. Es un archivo de imagen –indicó, dejándoles ver la imagen de un billete de veinte libras.

–Vaya, Marshall estaba diseñando billetes de veinte libras de forma ilegal –se sorprendió Lestrade antes de suspirar.

–Eso parece –sentenció Sherlock, su tono bajando, lo que Cora identificó claramente con molestia, pues no podía creer que su propio cliente fuera un criminal. Ellos se dedicaban a encerrar criminales al resolver sus casos, no a ayudarlos–. Querida... –comenzó a decir, girándose hacia ella, quien le sonrió.

Lo sé, Sherlock –sentenció la joven–. Vamos a Soho.

Sherlock asintió, y tras tomarla de la mano, ambos detectives se despidieron del Inspector Letrade, quien los observó marcharse con un gesto apenado, pues parecía que aquel caso era un autentico quebradero de cabeza para ellos.

Solo hay cuatro líneas de clubs nocturnos con striptease, los cuales tienen ramificaciones por Soho y Manchester –se explicó antes de parar un taxi–. Y simplemente, no sería nada adecuado para mí el ser visto en ellos –comentó con cierto tono desagradado, pues no frecuentaba aquellos garitos y ni siquiera aprobaba su existencia–. Y por si lo estás pensando, no. Ni hablar. No quiero que entres ahí por tu cuenta.

Sherlock, no podemos enviar a John, está con los niños –le recordó Cora en un tono sereno, conmovida por la preocupación que su marido expresaba por ella–. Puedo apañármelas sola, Sherlock. Quiero decir, sobreviví en Baskerville, que me atasen una bomba al pecho, que me disparasen, que mi cuñada casi me hiciera saltar por los aires... Y desmantelé un garito que trataba con personas –enumeró con cierto tono suficiente–. Creo que puedo manejar a un par de borrachos en un bar –le indicó con una sonrisa, Sherlock suspirando con pesadez antes de sonreír de lado.

Punto justo –admitió–. Pero pienso quedarme vigilando solo para asegurarme de que estás a salvo. No quiero arriesgarme a que te pase algo y uses tus habilidades –sentenció en un tono obcecado–. Y no pienso cambiar de parecer.

–Lo sé, cariño –Cora entonces besó sus labios–. Trato hecho –dijo antes de subir al taxi que acababa de detenerse frente a ellos.

La detective caminó tras doblar una esquina y se encontró cara a cara en un club nocturno: el Blue Magnum, en Golden Square. Sherlock se quedó fuera del bar, apoyado en una farola, esperando a que su mujer comenzase con su trabajo.

Bueno, allá vamos –murmuró para si la de ojos escarlata, entrando al bar, la música escuchándose de forma estridente por los altavoces, muchas personas bailando al son de ésta.

–¿Qué te puedo ofrecer, jovencita? –le preguntó el hombre que atendía la barra con una sonrisa.

La pelirroja de ojos escarlata le sonrió antes de pedir un vermunt, el cual le fue servido con algo de hielo. La mujer que ahora vestía un vestido negro ajustado a su silueta pagó en efectivo con un billete de cincuenta libras, recibiendo el cambio, el cual incluyó un billete de veinte libras, parecido a aquel que Marshall había falsificado. Tras finalizarse la copa la joven pelirroja salió del club, reuniéndose con su marido en el exterior.

¿Lo has conseguido? –le preguntó, sus ojos azules-verdosos recorriendo de arriba-abajo el cuerpo de su mujer, sintiéndose realmente excitado por su atuendo actual y por su habitual belleza.

–Aquí lo tengo –dijo ella, enseñándole el billete que sujetaba en su mano antes de acercarse a él y besarlo–. Solo quedan dos ahora –sentenció antes de guiñarle un ojo–. ¿Qué sucede Holmes, estás nervioso por solucionar el caso, o es que te alegras de verme? –le preguntó, notando claramente cierta excitación que se había manifestado en los pantalones de su marido, quien se sonrojó al momento.

Ya sabes que sí –replicó él tras tragar saliva, rodeando el cuerpo de su mujer con sus brazos, acercando sus labios a su oído antes de susurrar–. Tú sigue bromeando ahora, que cuando lleguemos a casa no vas a parar de gritar. Pienso hacértelo pagar... Y ya sabes lo que sucede cuando me molestas así –dijo, un agradable escalofrío recorriendo la espalda de Cora–. Ahora sigamos con el plan, querida –sentenció con una sonrisa, separándose de ella, el rostro de ella sonrojándose rápidamente.

Tras unos minutos la pelirroja y el detective llegaron hasta el club nocturno Phanters. Al igual que en el Blue Magnum, la pelirroja pidió una bebida y pagó con otras cincuenta libras, recibiendo un cambio de otras veinte libras. Después de salir de allí, los detectives se dirigieron hasta el ante-último club nocturno, cuyo nombre era Hard Times. En cuanto la pelirroja atravesó la puerta de entrada se sonrojó violentamente, pues ella jamás había estado en un club de striptease únicamente de hombres, éstos bailando sensualmente sobre un pequeño escenario y una barra. Cora comenzó a caminar hacia el bar cuando un hombre aproximadamente de su edad, y que estaba evidentemente borracho, se acercó a ella.

¡Hola preciosa! –la saludó mientras caminaba bamboleándose, en su mano sujetando una copa de vodka–. ¿De donde has salido? –preguntó, la pelirroja pasando olímpicamente de él, pues estaba segura de que Sherlock estaba ahora mismo maldiciendo por lo bajo, y no quería provocar una pelea como cuando eran estudiantes.

–Solo quiero una bebida. Y aprecio más una buena bebida cuando se me deja tranquila –sentenció en un tono sereno, indiferente, sentándose en la barra con aparente calma, aunque aquella situación le ponía los pelos de punta, pues detestaba a los borrachos. Tenía malos recuerdos de algo en su pasado–. Disculpe, ¿podría atenderme? –se dirigió al barman, pidiendo una bebida.

–Lamentablemente, no puedo dejar que una hermosa joven como tú pague su propia bebida –dijo el hombre ebrio, sentándose a su lado.

Oh, desde luego que puede, y le sugiero que lo haga –le espetó con cierto tono molesto, observándolo de reojo, recibiendo la bebida que había pedido, pagando la cuenta y recibiendo otro billete de veinte libras–. Muchas gracias –le dijo al barman con una sonrisa amable, de pronto sintiendo cómo una mano, que obviamente pertenecía a aquel borracho, se deslizaba por su espalda, hacia su pompis, por lo que sin pensárselo demasiado, la joven le propinó un golpe seco en la garganta, haciéndolo caerse de la silla–. Idiota –murmuró antes de terminarse su bebida, comenzando a caminar hacia la salida del club, de pronto el borracho levantándose del suelo, siguiéndola.

–¡Oye, vuelve aquí! –exclamó–. Quiero conocerte mejor. ¿Qué me dices si nos vamos de aquí y vamos a mi casa a pasarlo bien? –inquirió, logrando asir su brazo.

Quítame las manos de encima antes de que te arrepientas –sentenció en un tono frío, sintiéndose realmente asqueada por aquel contacto físico por parte de ese hombre.

–Vamos guapa... Lo pasarás bien –sentenció, la pelirroja logrando soltar su brazo de su agarre.

–Déjame tranquila. Estoy casada –le espetó antes de salir a paso vivo del club.

Sherlock la esperaba fuera del club, su rostro levemente contraído en un gesto molesto pues había visto claramente lo que había sucedido dentro. Mientras su mujer se acercaba a él, el hombre ebrio salió del club y la sujetó por la cintura, lo que acabó por hacer que perdiera los estribos. Se dirigió con celeridad hacia ese hombre, liberando de su agarre a Cora, instantes antes de empujarlo contra la pared exterior del club, sujetándolo por el cuello de la camisa, elevándolo del suelo.

¡Por Dios, Sherlock! –exclamó Cora, sorprendida por su agresividad, pues él casi nunca actuaba así.

Esta mujer a la que le estás hablando así es mi esposa, así que si valoras tu patética vida, te sugiero que cierres tu boca. Ahora –amenazó, sus ojos brillando con seriedad casi asesina, el hombre comenzando a temblar.

–¡Lo siento mucho tío, no lo sabía!

¿No? ¡Deberías haberla dejado en paz en cuanto te ha dejado claro que no le interesabas! –exclamó en un tono grave, claramente enfadado.

Sherlock, vamos, Sherlock –intentó medrar Cora en una voz suave, logrando que Sherlock soltase al hombre con un gruñido casi animal, antes de tomar su mano y comenzar a caminar lejos de allí, reconociendo aquel comportamiento: era el mismo que demostró en la universidad.

¡Sabía que era peligroso! –gruñó el detective mientras caminaban, de pronto deteniéndose al escuchar la voz de su mujer.

Sherlock, cariño, estoy perfectamente –le dijo con una mirada suave–. Si no hubieras intervenido ya estaba dispuesta a soltarle un puñetazo y una llave de judo –le dijo, contemplando cómo el ceño fruncido de su marido parecía aumentar, realmente molesto por lo que acababa de suceder. Tras suspirar y ver que se negaba a mirarla, la pelirroja sujetó el mentón de su marido con delicadeza, logrando que girase su rostro, encontrando sus ojos–. Estoy bien, cielo –recalcó de nuevo–. Sabes que no dejaría que nada ocurriese. Te quiero y adoro a nuestra familia... Pero para estar tranquilos al fin y regresar con Hamish primero hay que resolver este caso, ¿de acuerdo? Aún nos falta un bar por visitar –añadió en una voz dulce, la ira desvaneciéndose poco a poco de los ojos y el rostro del sociópata de cabello castaño, quien suspiró y asintió. Cora sonrió y se acercó a él, rodeando su cuello con sus brazos, besando sus labios con cariño, el detective reciprocando rápidamente el beso, acariciando su espalda con dulzura, sus manos apoyándose en su espalda.

Que ganas tengo de quitarte ese dichoso vestido –murmuró en una voz ronca, tras romper el beso.

Pues entonces será mejor que nos demos prisa ¿no crees? –preguntó ella, flirteando con él, temblando en su agarre con disfrute.

Vamos al último bar a por esas veinte libras –accedió Sherlock tras carraspear, comenzando a caminar con ella.

En cuanto lograron obtener otro billete de veinte libras en el último bar, los detectives recogieron a Hamish de la casa de John y regresaron a Baker Street. Tras sentarse Cora en el sofá con el infante en brazos, Sherlock comenzó a investigar los billetes bajo el microscopio en la cocina. La pelirroja arrulló a su hijo con suavidad, los ojos azules-verdosos de su pequeño niño comenzando a cerrarse poco a poco con su tarareo y su vaivén de brazos. Sherlock observó a su mujer, aún con ese vestido negro ajustado a su silueta, lo que provocó que por un instante se lamiera los labios, tragando saliva de forma incómoda antes de volver su atención al microscopio.

–Una de estos billetes es muy falso, una falsificación muy buena –comentó, ganándose la atención de su mujer, quien se acercó a él con el infante dormido en sus brazos–. El espacio debajo de la firma del cajero principal está desviada aproximadamente por un milímetro –hizo un gesto de desaprobación con la lengua–. Que descuidado. Casi era perfecto. De todos modos, este billete falsificado proviene del club Blue Magnum.

–Lo que significa que el dueño del club es el dueño de la tercera voz que escuchamos en la grabación, ¿verdad?

–Exacto, querida –dijo él con una sonrisa suave.

–Bueno, no es de extrañar que Marshall acudiera a nosotros por ayuda: ese tercer hombre estaba acabando con sus compañeros de negocios –reflexionó la pelirroja tras suspirar.

–Devonish sobrevivió y Marshall sabía que sería el siguiente a menos que alguien lo pudiera proteger, y no podía recurrir a la policía –continuó reflexionando el detective, acariciando la cabeza de Hamish con suavidad, el pequeño emitiendo un pequeño sonido de conformidad.

Pero aún así no fue sincero con nosotros respecto a las falsificaciones. Si lo hubiera sido, quizás habría podido salvar su vida –mencionó Cora en un tono molesto, su ceño fruncido, mientras arrullaba a su pequeño para evitar que se despertase.

Y esos cabezas rapadas de los que hablaban los testigos eran gorilas del club Magnum Blue –finalizó Sherlock, dando carpetazo final al caso que hasta ahora los había mantenido ocupados.

¡Bien hecho, Sherlock! –exclamó Cora con una sonrisa, manteniendo un tono de voz bajo para no despertar a Hamish de aquel sueño tan apacible. De pronto, la emoción de haber resuelto el caso se desvaneció como el hielo en un día de sol de justicia, las lágrimas comenzando a aparecer en las córneas de sus ojos, siendo rápidamente estrechada entre los brazos de su marido con cuidado de no hacer daño al infante.

Sé que aún sigue desaparecida, querida, pero aún así es mejor continuar resolviendo estos casos. Nos ayudarán a mantenernos ocupados... –comentó, antes de caminar con ella a la habitación del bebé, recostándolo en la cuna y arropándolo–. Y ahora que lo pienso, tengo la idea perfecta para mantener tu mente distraída –mencionó, antes de comenzar a besar el cuello de su mujer, logrando arrancar varios suspiros y leves gemidos por parte de ella.

Sherlock... –gimió ella, de pronto, los labios del detective abandonando su cuello con una sonrisa, colocándose cerca de su oreja izquierda.

No querida, aquí no –comentó en una voz ronca–. No querrás despertar a Hamish, ¿verdad? –preguntó, tomándola en sus brazos, besando sus labios en aquella ocasión, cerrando la puerta de la habitación de su hijo antes de llevarla a su habitación, recostándola en la cama, colocándose sobre ella–. Estaba deseando quitarte ese vestido –gruñó en un tono serio, despojándola de su ropa, sus manos vagando por todo su cuerpo, comenzando a estimular sus sentidos. Tras unos minutos, la joven ya era una esclava de la pasión que su marido provocaba en ella.

¡Oh, Sherlock...! –gimió la pelirroja antes de colocar sus manos en el cuello de su marido, ahora ambos desprovistos de toda ropa–. ¡Por favor...! –exclamó con una voz ronca, ávida de deseo, antes de sentir cómo el joven de cabello castaño entraba en ella, comenzando a hacerle el amor con cierta brusquedad pero sin dejar de lado su cariño por ella.

Ambos continuaron teniendo relaciones sexuales durante unas horas más hasta que cayeron rendidos en la cama, con la pelirroja apoyando su cabeza en el pecho de su marido, mientras que él la sujetaba contra su cuerpo con cariño, besando su frente al contemplar cómo caía entre los brazos de morfeo, él cerrando sus ojos a los pocos segundos, durmiéndose con ella en una absoluta paz.

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