
| -Ruda en la Morgue de Asesinato- |
Cora despertó a la mañana siguiente con una sensación liviana en el cuerpo, desperezándose con ganas tras sentir que los rayos del sol se posaban sobre su piel. Tras levantarse de la cama, la pelirroja suspiró con pesadez, vistiéndose de forma cómoda y caminando fuera de la habitación, hacia la de su hijo. Cuando entró, encontró a su hijo ya despierto, encaramado a los barrotes de la cuna, sujetándose con sus pequeñas manos con una sonrisa en su dulce rostro. En cuanto Hamish vio entrar a su madre, comenzó a balbucear, antes de estirar sus brazos para que su madre lo tomase en brazos, habiéndose sentado en la cuna. Cora lo sujetó en sus brazos antes de besar su frente.
–Fíjate tú qué hora es... Seguro que tienes hambre, cariño –le dijo al infante, quien simplemente balbuceó contento–. Interpretaré eso como un «sí, mamá» –se rió la de cabello carmesí, caminando con calma hacia la sala de estar, donde encontró a su marido sentado frente a la mesa de la cocina, enfrascado en su microscopio–. Hola cariño –lo saludó ella, caminando hacia él con su hijo en brazos.
–Hola querida –dijo él, aún con sus ojos azules-verdosos fijos en el microscopio, su tono de voz algo molesto en cierta manera–. Hola, Hamish –saludó a su hijo al sentir que el infante agarraba su pelo con sus delgadas y pequeñas manos.
–Pareces contrariado, cielo –mencionó la pelirroja mientras empezaba a calentar la leche para el niño, sus sagaces ojos escarlata posándose sobre él–. ¿Qué sucede?
–He tenido esta tarjeta de memoria bajo la lente del microscopio por horas y sigo sin poder encontrar nada concreto –replicó él en un tono molesto tras suspirar.
–Oh –murmuró ella mientras comenzaba a alimentar a su bebé. Sherlock suspiró de nuevo con pesadez, alejándose de la mesa y por tanto del microscopio, frotando sus ojos con cansancio.
–¿Puedes hacerme un favor? –le preguntó a su mujer, quien rápidamente se giró para mirarlo, asintiendo lentamente.
–Por supuesto, cielo –afirmó la pelirroja–. ¿Qué necesitas? –preguntó, sujetando a Hamish mientras le daba de comer.
–Lleva esto a Molly en Barts.
–¿De verdad? –preguntó su mujer con cierta diversión–. ¿Seguro?
–Ya me has escuchado, querida –recalcó Sherlock con una ceja levantada–. Además, ella está mejor equipada que yo...
–Claro... –murmuró su mujer con una sonrisa perlada, antes de entregarle a su hijo y tomar la tarjeta de memoria en su mano derecha–. En otras palabras, estás atascado y necesitas ayuda –se burló ella, Hamish comenzando a balbucear antes de reír. Sherlock chasqueó la lengua por un instante.
–¿Disfrutas burlándote de mi, verdad, querida? –preguntó el joven antes de levantarse de la silla, sujetando a Hamish en brazos, quien comenzó a jugar con sus rizos. Cora simplemente sonrió y asintió ante su pregunta–. Bueno, ¿vas a hacer lo que te he pedido, o vas a continuar burlándote de mi?
–Puedo hacer ambas cosas –replicó la pelirroja antes de carcajearse al comprobar que Sherlock ponía los ojos en blanco. La joven se acercó entonces a su marido, besando sus labios y besando la frente de su hijo–. Oh, sabes que me quieres aún así –comentó antes de vestirse con su gabardina y sus guantes, saliendo de Baker Street.
En cuanto la pelirroja de ojos escarlata entró a la oficina de la forense, encontró a la castaña caminando de forma nerviosa de un lado a otro. La mujer de ojos rubí escaneó la oficina en ese instante, percatándose perfectamente de que era un autentico desastre, o al menos por llamarlo de esa manera.
–Hola Molly –la saludó, la castaña de pronto percatándose de que había alguien más con ella allí–. ¿Qué ha...?
–Hola Cora –la saludó la castaña en un tono de vos inquieto–. Me gustaría ayudarte, de verdad que sí, pero ahora no es un buen momento: mira esto –indicó, haciendo un vago gesto al desorden y el destrozo a su alrededor.
–Molly, cálmate y dime qué ha pasado –sentenció Cora tras colocar una mano en el hombro derecho de la forense, quien parecía a cada momento más nerviosa que antes.
–Alguien ha... Irrumpido aquí y ha destrozado el lugar. Es tan invasivo. Y el papeleo está por todas partes –se explicó mientras corría de un lado a otro, como un colibrí inquieto–. Tengo que aclarar todo esto para saber qué pertenece a quién.
–Bueno, ¿qué te parece esto? Te ayudaré a limpiar este desastre, y a cambio puedes ayudarme con esto –sentenció la pelirroja, sujetando la tarjeta de memoria entre sus dedos índice y pulgar.
–Déjame adivinar: ¿es para Sherlock? –preguntó la castaña, tras dar una rápida mirada a la tarjeta que la detective tenía en su mano derecha.
–Bingo –afirmó Cora con una sonrisa–. Es demasiado predecible, este marido mío... Y demasiado orgulloso para venir él mismo a pedirte ayuda.
–Sí, lo sé –suspiró Molly con cierto cansancio antes de tomar una decisión–. De acuerdo: trato hecho, Cora –le indicó con una sonrisa–. Si me ayudas a clasificar todo y a dejarlo como debería estar, te ayudaré con esa tarjeta de memoria.
–Pongámonos manos a la obra, entonces –sentenció Cora antes de quitarse la gabardina y la chaqueta, colgando estas en el perchero. Tras hacerlo se arremangó la camisa blanca–. ¿Por dónde empezamos?
–Genial –dijo Molly tras una hora ordenando la estancia–. Todo y todos están de vuelta en el cajón correspondiente como si nada hubiera pasado... Pero... –comenzó a decir antes de palidecer levemente–. Esta es Nina Malik –sentenció.
–¿Qué pasa con ella? –preguntó Cora, vistiéndose con la chaqueta y la gabardina, arqueando una ceja mientras observaba a Molly. Su tono de voz era casi confuso.
–Fue apuñalada durante un atraco, pero cuando he examinado su cuerpo... –le contó a su amiga–. El cerebro no estaba.
–¿¡No estaba!? –se sorprendió la pelirroja, sus orbes escarlata abriéndose con pasmo.
–Exacto, y parece que alguien tenía mucha prisa al hacerlo –contestó Molly–. Te ahorraré los detalles –apostilló, provocando que la pelirroja asintiese y que de la misma forma, sintiera una nausea desagradable solo al imaginarse la escena en la morgue.
–¿Crees que esa era la razón para la intrusión? –cuestionó, recibiendo un gesto negativo por parte de la castaña, quien se encogió de hombros.
–No lo sé, Cora... No lo sé.
–Ya veo... –comentó la joven de cabello carmesí, de pronto interesada en el caso–. Dame el fichero de Nina. Le echaré un vistazo.
–Claro –replicó la forense, comenzando a revolver entre los numerosos ficheros que tenía ahora archivados, en los cuales constaban todos los cadáveres que habían pasado por la morgue, y por tanto por las manos y ojos de Molly–. Aquí tienes –le entregó un fichero de color vainilla.
Nombre: Profesora Nina Malik
FDN: 3/11/1971
Género: Femenino
Altura: 1'62cm
Notas:
Neuróloga, graduada en el Royal College of Research, Londres. Murió anoche debido a una única herida de considerable profundidad en el abdomen.
El atacante huyó en cuanto fue descubierto. Aún en paradero desconocido.
El ataque tuvo lugar cerca del laboratorio del RCRL, donde la víctima trabajaba, en Easton Road, Bloomsbury.
Los ojos de Cora se detuvieron entonces en la parte superior del fichero tras leer el informe, donde se había colocado una fotografía de una mujer con los siguientes rasgos: era de raza blanca, su cabello era rubio y corto, poseía una mandíbula prominente y llevaba unas gafas negras y delgadas frente a sus ojos, los cuales parecían devolverle la mirada a la detective.
–Una profesora sin cerebro... ¿Por qué? –murmuró para si misma la pelirroja, sin que la forense pudiese escucharla.
–¿Y bien? ¿Qué piensas? –le preguntó la castaña de ojos marrones, acercándose a ella, contemplando que la detective parecía realmente absorta en el fichero.
–Esto es realmente interesante, Molly –admitió Cora, alzando la vista del fichero para posarla en ella–. Creo que ya es hora de que resuelva un caso por mi cuenta, ¿sabes? –comentó–. Yo me encargaré de resolver el misterio de Nina, y a cambio, me gustaría que averiguases que hay en esa tarjeta de memoria –indicó, entregándosela a la mujer.
–De acuerdo –afirmó Molly tras tomar la tarjeta de memoria en sus manos.
–Queda claro, pues –dijo Cora, cerrando el fichero y colocándolo en la mesa cercana–. Voy a pasarme por el laboratorio del RCRL y ver si encuentro alguna información o pista útil –comentó tras suspirar–. Nos vemos, Molly –se despidió antes de abrir la puerta–. ¡Ya que vas a tener una cita con Greg mañana, dale recuerdos! –exclamó, saliendo de Barts.
Una vez llegó al laboratorio, Cora advirtió que aquel lugar también había sido víctima, claramente, de alguien que había irrumpido allí por lo desvalijado que se encontraba el lugar: ficheros caídos en el suelo, torres de computadoras destrozadas a golpes, libros con páginas arrancadas... En medio de aquel desaguisado, un hombre de barba espesa se encontraba intentando limpiar aquella estancia.
–Disculpe –habló Cora, acercándose a él, el hombre levantando su rostro.
–Oh, ¡hola! –se sorprendió el hombre, su tono claramente nervioso.
–Soy Cora Holmes, detective –se presentó con una voz suave–. Había venido aquí con la intención de conseguir más información sobre Nina Malik, pero como puedo comprobar, ustedes también han sufrido una intrusión...
–¿También? –se extrañó el hombre–. ¿Quiere decir que ha habido otra?
–Así es, en Barts. Acabo de venir de allí –replicó la pelirroja, asintiendo.
–Ya ve, la seguridad supuestamente debe ser férrea aquí, pero me temo que las cámaras no captaron nada. Y después de lo que le ha ocurrido a Nina, esto es... –se interrumpió, lo que provocó que Cora frunciese el ceño, pues algo le resultaba sospechoso acerca de aquel hombre, aunque la joven no lograba identificar qué.
–¿Cuál es su nombre y qué relación tenía usted con la profesora Nina? –cuestionó, dispuesta a guardar cualquier información en su mente–. ¿Sabe de alguien que quisiera matarla?
–Mi nombre es Grant Zubritski, señorita –replicó el hombre con un leve gesto de cabeza a modo de saludo–. Yo era su asistente de investigación. Verá... Estábamos investigando el mejoramiento cognitivo, potenciando la inteligencia, y el trabajo de Nina era imperativo. Comenzó a experimentar en sí misma, y sí, definitivamente funcionó –se explicó en un tono orgulloso antes de que su mirada se tornase aparentemente triste–. Las firmas farmacéuticas hacían cola... Ahora esto –comentó, haciendo un gesto hacia aquel desorden–. Años de investigación... Todo se ha esfumado. Y supongo que me he quedado sin trabajo –concluyó en un tono casi desesperado. La pelirroja lo observó con cierta compasión, acercándose a él y colocando una mano en su hombro izquierdo a modo de consuelo.
–¿Ha contactado a la policía?
–Sí, señorita. Llegarán aquí en cualquier minuto –replicó Grant.
–De acuerdo –afirmó la pelirroja–. Si no le importa, echaré un vistazo por aquí. Puede que encuentre alguna conexión entre estos incidentes que nos ayude a comprender por qué ha muerto Nina –comentó Cora, recibiendo un gesto afirmativo por parte del hombre, comenzando a investigar por el laboratorio: mochila vacía, fichero vacío, un sobre vacío sin remitente, un disco duro estampado contra un ordenador, libros con páginas arrancadas de cuajo...
La pelirroja suspiró con pesadez hasta que algo captó su atención: una carta dirigida a Nina con el remitente de una compañía llamada Pharmilian. La carta había sido enviada por una mujer de nombre Sharon Branca. Cora decidió leerla, pues aquella podría ser su única pista para descubrir el por qué de su asesinato y el robo de su cerebro, aunque por lo que le había explicado Grant, lo último podría explicarse por la experimentación que ella soportaba en sus propias carnes.
Profesora Malik,
Fue un gran placer el poder conocerla en la conferencia de Lucerne el mes pasado.
No es una sorpresa que su tesis fuera un éxito: sus resultados eran remarcables,
y me gustaría reiterarle que Pharmilian está extremadamente interesada en producir
su trabajo a gran escala, para así, llevarlo al mercado y que el mundo lo disfrute.
Estamos dispuestos a ofrecerle un trato generoso. Por favor no dude en contactarme
en cuanto su calendario se lo permita, para de esa manera encontrar un acuerdo
que nos beneficie mutuamente.
Suya,
Sharon Branca
VP de Investigación de Productos.
Lestrade entró con sus hombres en el preciso momento en el que Cora terminaba de leer la carta.
–¿Cora? ¿Qué estas haciendo aquí? –le preguntó a la detective con una sonrisa.
–Oh, hola Lestrade –la saludó el Inspector de Scotland Yard–. Originalmente estaba en Barts con Molly, para pedirle ayuda con un asunto que Sherlock me ha encomendado acerca de una tarjeta de memoria. Ha habido una intrusión en su laboratorio. Resulta que Molly ha hecho que me interese en este caso –le contó, de pronto Lestrade poniéndose visiblemente nervioso–. No te preocupes, Greg, tu novia está bien –sentenció, Lestrade de pronto percatándose de la carta que sujetaba en sus manos.
–¿Qué tienes ahí? –le preguntó, la detective de ojos escarlata entregándosela.
–Nina estaba investigando cómo potenciar la inteligencia, y por lo que parece, encontró la forma de hacerlo. Una compañía se enteró de ello y le mandaron esta carta –replicó ella mientras Lestrade la leía con calma.
–¿Crees que tiene algo que ver con el asesinato?
–No estaría aquí si no lo creyese, Greg –le indicó Cora en un tono serio–. Estoy segura de ello. Ahora solo tengo que descubrir quién fue –suspiró antes de caminar hacia la puerta de la estancia, por donde había entrado el Inspector de Scotland Yard–. Voy a esa compañía a hablar con Sharon Branca. A ver qué es lo que sabe –concluyó antes de salir del edificio.
Tras unos minutos, la detective entró a Pharmilian con paso ligero, encontrándose de bruces con una mujer de cabello negro y ojos verdes. Se acercó a ella con decisión.
–Hola, ¿puedo ayudarla? –preguntó a la pelirroja, quien sonrió con suavidad.
–Quizás –replicó Cora–. Necesito hablar con Sharon Branca.
–Esa soy yo –sentenció la mujer con una sonrisa–. ¿En qué puedo ayudarla? –preguntó.
–Soy Cora Holmes –se presentó–. Detective asesora, y me gustaría hacerle unas preguntas sobre Nina Malik.
–¡Oh! La reconozco –sentenció, de pronto sorprendiéndose–: usted es quien siempre está en boca de todos, resolviendo esos casos tan complicados con ese detective del sombrerito... –comentó, lo que hizo reír a la joven de ojos escarlata y vestida de negro.
–Así es –afirmó la detective asesora–. Ese hombre es mi marido, Sherlock Holmes –sentenció, presentando a su amado.
–Oh, ya veo... –murmuró Sharon con un risa nerviosa–. ¿Le ha ocurrido algo a Nina? –preguntó de pronto la mujer de cabello oscuro, su mirada tornándose preocupada.
–Eso me temo, Srta. Branca –comentó la pelirroja–. Nina Malik ha sido asesinada –sentenció, intentando ser lo más suave posible a la hora de darle tan aciaga noticia. La mujer de ojos verdes colocó sus manos sobre su boca tras sorprenderse.
–Esa es una noticia terrible--Yo... –le mujer pareció interrumpirse de pronto, como si aquella noticia fuera lo más difícil que había tenido que asimilar–. Será mejor que hablemos en mi oficina –comentó tras una pausa, en apariencia afectada por la noticia.
La Srta. Branca condujo a la pelirroja hacia su oficina, donde entraron en silencio, con la detective cerrando la puerta tras de si. La mujer de cabello oscuro y ojos verdes se sentó entonces en su escritorio, indicándole a Cora que se sentara en una de las sillas frente a éste, rehusando la de ojos escarlata, optando por apoyarse en la pared cercana, con los brazos cruzados: no era una visita de cortesía. Tenía trabajo que hacer.
–He venido aquí porque he dado con la carta que usted le escribió a Nina. Estaba en su oficina –se explicó–. En la carta, usted hablaba acerca de la investigación de la Srta. Malik –indicó, su tono serio, escudriñándola con la mirada.
–Solo nos vimos una vez, pero su trabajo era increíble –replicó Sharon en un tono sereno–. Iba a ser una mujer rica... –ante sus palabras, Cora entrecerró los ojos–: me imagino que sospechará de que podríamos haber jugado sucio, incluso habiendo perpetrado el asesinato...
–¿Ahora me dirá que no fueron ustedes? –preguntó con ironía la pelirroja, su tono serio ante la prepotencia que esa mujer parecía demostrar.
–Así es, Sra. Holmes –afirmó Sharon–. No teníamos ninguna razón para romper la ley: Pharmilian está en la posición afortunada de ser capaz de pagar mucho dinero, por lo que no necesitamos recurrir a tácticas poco éticas –se justificó, lo que hizo sonreír a la pelirroja, pues estaba claro que, aunque dominada por la prepotencia, la Srta. Branca decía la verdad.
–Srta. Branca, a mi no me pagan para imaginar cosas. Solo me interesan las pruebas –sentenció en un tono serio, buscando que revelase cualquier tipo de información que no quisiera por voluntad propia–. Por lo que a mi respecta, usted bien podría estar mintiéndome...
–¿Quiere pruebas, es eso? –inquirió Sharon, claramente herida en su orgullo–. La profesora Malik también estaba a punto de vender su trabajo. Pregúntele a su marido –le indicó en un tono casi histérico, desesperada por defender su dignidad.
–La creo. Solo necesitaba averiguar si tenía más información que proporcionarme –le dijo con un tono sereno, que hizo que Sharon se sorprendiese por una milésima de segundo, pues Cora parecía poseer un extraño sentido del humor, el cual compartía con su marido–. Gracias por su tiempo –se despidió, saliendo de la oficina y caminando hacia las calles londinenses, escribiendo un mensaje a su padrino, preguntándole por la dirección del esposo de Nina.
La pelirroja decidió tomarse un té mientras esperaba su respuesta. A los pocos segundos recibió una llamada de su marido, por lo que contestó con una sonrisa.
–Hola cariño –lo saludó.
–Hola querida –la saludó él–, ¿cómo vas con el caso? –preguntó, escuchándose de fondo los balbuceos de su hijo.
–¿Cómo te has...? –comenzó a decir la pelirroja, casi atragantándose con el té–. Oh, ha sido Molly.
–En efecto –afirmó su detective de cabello rizado–. Aún sigue desencriptando la tarjeta, pero no ha parado de contarme acerca de lo mucho que la has ayudado, y que por lo visto, estás metida en un caso de homicidio –se explicó, de pronto escuchándose el llanto de Hamish la otro lado de la línea–. Bueno, te dejo: Hamish tiene hambre...
–Os quiero, a los dos –se despidió la pelirroja, una sonrisa suave apareciendo en su rostro–. ¡Y no te olvides de calentarle la leche! –le recordó.
–No lo haré, gracias querida –replicó él en un tono dulce–. Te queremos.
Cuando colgó la llamada, Cora suspiró satisfecha: era muy tierno el ver a Sherlock actuando como padre, y sabía que no había nada en el mundo más fuerte que el cariñó que sentía por Hamish y ella. Tras dar el último sorbo a la taza de té, llegó un mensaje a su teléfono móvil, siendo este de Lestrade, indicándole la dirección del marido de la víctima.
–¿El Sr. Toby Malik? –preguntó, encontrándose cara a cara con un hombre de cabello castaño, quien le abrió la puerta de su casa.
–¿Sí? –preguntó el hombre, observando a la pelirroja con confusión.
–Soy Cora Holmes, detective asesora –se presentó. "¿Pero cuántas veces me van a hacer presentarme?", pensó con sarcasmo–. Estoy aquí para hacerle preguntas acerca de su mujer –le dijo, el hombre agachando el rostro con tristeza.
–De acuerdo –accedió, saliendo a la calle, frente a ella.
–¿Qué puede decirme sobre la última vez que vio a su mujer? –le preguntó, yendo directamente al grano.
–Tuvimos una pelea antes de que se fuera a trabajar –comenzó, lo que hizo que Cora alzase la ceja por un instante–. Estaba siempre infeliz.. Lo único que hacía era pasar tiempo en su laboratorio... –comentó–. ¡Toda su vida giraba alrededor de la ciencia! Yo nunca lo entendí, pero había compañías dispuestas a pagar una fortuna por su investigación, por lo que le dije que era algo a considerar –continuó, su voz aún claramente apenada.
–¿Y? ¿Qué pensaba Nina acerca de su sugerencia?
–Fue un error. Si la hubiera visto... –replicó el Sr. Malik–. Se puso hecha una furia y empezó a gritar... Siendo sincero, el estrés nos estaba volviendo locos... Podríamos estar jubilados ahora. Pero ella quería que su trabajo fuera perfecto, quería la gloria, un Premio Nobel... Nunca tuve la oportunidad de arreglar las cosas con ella –concluyó, destrozado por la pérdida de Nina.
Cora suspiró tras anotar sus palabras en su libreta, antes de colocar su mano derecha en el brazo izquierdo del Sr. Malik. La pelirroja esbozó entonces una sonrisa confidente.
–Siento mucho su pérdida, Sr. Malik –le indicó con una voz suave, guardando su libreta en el interior de su chaqueta–. Puede descansar tranquilo: encontraré al responsable de esto.
–Gracias.
"El dolor parece sincero, pero nunca se puede estar del todo segura", pensó la joven madre, caminando lejos de la propiedad del Sr. Malik, cuando algo llamó su atención en su visión periférica: un cubo de basura. "Es una táctica poco ortodoxa, pero podría serme útil", reflexionó antes de comprobar que nadie pudiese verla, acercándose a la basura y rebuscando en ella con cuidado. Tras unos minutos, la joven detective encontró una carta rota con el logo de Pharmilian en ella.
–Interesante –murmuró, guardándose la carta en la chaqueta.
Tras coger un taxi comenzó a caminar hacia su clase, en el colegio, donde entró una vez se hubieron marchado los alumnos. Deseaba tener algo de tranquilidad para trabajar, y aún no quería regresar a Baker Street. No, al menos hasta que tuviera el caso resuelto. Se sentó en su escritorio, sacando los pedazos de la cata y comenzando a recomponerla. Cuando lo hubo logrado, Cora la leyó:
Querido Toby,
Gracias por tu comprensión. Solo espero que podamos convencer a Nina de que sea más flexible, por el bien de todos los involucrados. Sé que no eres un científico, pero firmar un acuerdo brindaría un gran avance médico a millones de personas, por no hablar de que vosotros obtendríais la libertad financiera completa. Pero no eres el único al que necesito convencer...
Dime si hay algo más que pueda hacer por ayudar.
Tuya,
Sharon
–Así que Sharon y el Sr. Malik tenían su propio acuerdo –murmuró la pelirroja, levantándose y saliendo del colegio.
Tras unos segundos se encaminó hacia Scotland Yard, donde rápidamente se reunió con Lestrade.
–Hola Cora –la saludó el Inspector con una sonrisa–. Escucha, hemos echado un vistazo a ese ordenador de la oficina de Nina, y francamente, es un desastre –le dijo–. ¿Crees que puedes echarle un vistazo? ¿Ver si puedes encontrar algo útil? –cuestionó, con la pelirroja esbozando una sonrisa confiada en su rostro.
–Pues claro –afirmó, caminando tras el policía, entrando a su oficina, donde se encontraba el ordenador de Nina–. Yo me encargo de esto –comentó, comenzando a teclear en el ordenador, hackeándolo. Al lograrlo, se percató de que un dispositivo de almacenamiento portátil llamado Subiculum había sido extraído–. Subiculum... –murmuró, leyendo aquel nombre.
–¿Qué significa? –le preguntó Lestrade.
–Subiculum es una parte del cerebro, encargado en crear los recuerdos a corto plazo –replicó la pelirroja de ojos escarlata, cuando algo hizo que se le encendiera una bombilla–. Solo una persona podría llamar de esa forma a un disco de almacenamiento externo: ¡un neurólogo de nombre Grant Zubritsky! –exclamó, logrando sobresaltar a su padrino.
–Espera un segundo, ¿su asistente? ¿Piensas que la mató él? –le preguntó Lestrade.
–Así es –afirmó la detective en un tono calmado–. La mató y robó su investigación debido a la frustración por su negativa a venderlo. Decidió conseguir algo de dinero por su propia cuenta –replicó, comenzando a explicar su razonamiento–. Claro está, necesitaba asegurarse de que solo él tenia la única copia, lo que significaba que debía destruir todos los ordenadores del laboratorio y el cerebro en el que habían conducido los experimentos: el de ella –continuó, Lestrade abriendo la boca con pasmo–. No tuvo tiempo para quitárselo durante el atraco, por lo que irrumpió en la morgue –concluyó, cruzándose de brazos y girando su silla hacia Greg.
–Oh, por Dios bendito, si te lo estás inventando... –comenzó a decir el Inspector de Scotland Yard, siendo interrumpido por la mujer de Holmes, quien sonrió.
–Oh, vamos Greg, me conoces mejor que nadie –comentó–. Te aseguro que si visitas la casa de Grant, encontrarás el drive llamado Subiculum, además de, con suerte, la investigación de Nina –replicó, levantándose de la silla, caminando fuera de la oficina–. Hasta luego, Greg –se despidió, caminando fuera del edificio, llamando por teléfono a la forense–. Hola Molly, ¿tienes alguna noticia acerca de la tarjeta de memoria? –le preguntó, caminando con calma.
–¡Hola, Cora! –la saludó Molly con una voz animada–. Lo cierto es que aún sigo intentando desencriptarla, pero te avisaré en cuanto lo logre.
–Gracias –le dijo la pelirroja vestida de negro con una sonrisa–. Hasta luego, Molly –se despidió, tomando un taxi.
Una vez llegó a Baker Street, la pelirroja se aseguró de revisar el buzón, encontrando de nuevo una carta amenazante, la cual no tenía remitente alguno:
Espero que disfrutes con este juego... Pobre profesora Malik. Es una pena que hayas descubierto tan rápido el culpable... Srta. Izumi. Será mejor que tu marido y tú os preparéis, porque pronto me reuniré con vosotros. Dentro de poco, ambos probaréis la desesperación en la que me hicisteis caer... Estad alerta.
Cora sufrió algunos escalofríos al leer la carta antes de suspirar y entrar al piso de Baker Street. La joven se percató de lo callado que todo el piso se encontraba, lo que la hizo caer en una leve espiral de pánico. La pelirroja caminó hasta subir las escaleras del piso, revisando la sala y la cocina, no logrando encontrar ni a Sherlock ni a su hijo. Revisó también la habitación de su pequeño, hasta que de pronto decidió calmarse, caminando hasta la habitación en la que su marido y ella dormían, abriendo la puerta con suavidad. Aquello provocó que su expresión preocupada se suavizase, llegando a suspirar: en la cama, tendido de costado sobre ella, se encontraba su amado Sherlock con su pequeño y querido Hamish en sus brazos, ambos dormidos en un profundo sueño. Cora sonrió con calma y tomó su teléfono móvil, sacando una foto de las dos personas que más quería en el mundo. En cuanto lo hizo, Sherlock abrió por un instante los ojos. Con su mujer sentándose al borde de la cama, acariciando su cabello, el joven detective comenzó a hablar.
–¿Acabas de sacar una foto? –preguntó en una voz algo ronca, evidenciando que aún estaba medio dormido.
–¿Y por que no? –replicó ella con una sonrisa, guardando del teléfono en su chaqueta. Tras hacerlo, la joven movió su mano hacia la pequeña cabeza de su hijo, acariciando su cabello con cariño.
–Hamish parecía algo apenado por tu marcha –comentó Sherlock tras exhalar un hondo suspiro–: incluso habiéndolo alimentado y cambiado el pañal no dejaba de llorar –le dijo, sus ojos azules-verdosos posándose en su hijo–. Decidí que lo mejor sería intentar que se durmiese, por lo que lo traje aquí y lo sujeté entre mis brazos. Funcionó a la perfección –se explicó, con su mujer sonriendo, acurrucándose a su lado, con su cabeza apoyada en su pecho, el pequeño Hamish quedando entre ambos.
–Definitivamente va a ser un niño de Papá –bromeó la detective con un tono sereno, sosegado incluso, por el hecho de volver a estar con su familia. Sherlock se carcajeó brevemente ante sus palabras.
–Puede que nuestro hijo necesite compañía –sugirió el detective de ojos azules-verdosos, captando la atención de Cora, quien tuvo que contener el aliento ante la mirada tan intensa que le dirigía–. Si ahora estuviéramos solos te haría mía aquí y ahora, Sra. Holmes –susurró, su tono de voz bajando de forma posesiva. Aquello hizo ruborizarse a la pelirroja, quien besó sus labios en un gesto cariñoso.
–Es una oferta realmente tentadora, Sr. Holmes –afirmó ella, acariciando su mejilla, sintiendo cómo los brazos de su marido rodeaban su cintura–, pero me temo que por ahora deberemos contentarnos con esto... Quizás mañana –replicó con suavidad, colocando su mano sobre el pecho del joven de cabello castaño–. Y Hamish parece querer pasar tiempo contigo –apostilló, sus orbes escarlata posándose en su retoño, quien dormía plácidamente.
–Os quiero mucho –dijo Sherlock, juntando su frente con la suya–. A los dos.
–Yo también os quiero a los dos –reciprocó Cora–. Sois mi vida entera –añadió, los labios de su marido presionándose contra los suyos en un beso tierno y dulce.
Cora cerró los ojos a los pocos minutos, siendo llevada poco a poco al mundo de los sueños. Sin embargo, aún resonaban en su mente las palabras de aquella carta amenazante que había recibido. Se preguntaba quién sería el responsable, quién querría hacerles daño... La joven madre no lograba dar con una respuesta, y solo podía pensar en proteger a su familia a cualquier precio. Con un último pensamiento hacia ese misterioso nuevo enemigo, la pelirroja al fin dejó que el sueño tomase posesión de su cuerpo y mente.
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