| -La Última Deducción- |
Cora se encontraba inmóvil en mitad de la calle, con las bolsas de la compra aún en sus manos temblorosas. Estaba atrapada. No sabía qué podía hacer, y el cañón de la pistola que estaba presionado tras su corazón le indicaba que podía no salir viva de aquella situación. Su respiración era contenida, ni siquiera dignándose a mover un músculo. Sintió que el cañón de la pistola se movía ahora más abajo, acercándose el sujeto a ella: estaba claro que no quería llamar la atención de los transeúntes.
–Espero que te hayas entretenido con estos casos tan poco interesantes –mencionó el hombre. Su voz parecía algo distorsionada–. Primero, el secuestro de tu casera, luego las botellas. He de decir que está haciendo un buen trabajo al manteneros a ti y a tu... Detective, ocupados –comentó, de nueva cuenta provocando que se le helase la sangre a Cora.
–Eres tú... ¿Tu eres el que la ha secuestrado?
–No, no, no, no –negó el hombre a su espalda, su voz de pronto sintiéndose más cercana–. Vamos, Srta. Izumi, te tenía por alguien inteligente –murmuró, su voz teñida de peligro–: pero no, puede que... Solo puede, que conozca a quien la tiene retenida.
–¡Serás...! –Cora intentó girar su rostro, pero de pronto observó el filo de una navaja a escasos centímetros de éste.
–Tch, tch, tch –el hombre parecía ligeramente contrariado–. Yo que tu no me movería... Al menos que quieras acabar muerta, claro, y ambos sabemos que no quieres eso, ¿verdad? –comentó, volviendo la pelirroja su vista al frente–. Ahora, camina.
–¿A dónde? –inquirió la joven, temblando de miedo.
–Tu camina –ordenó, la navaja de pronto presionándose aún más contra su mejilla–. Yo te indicaré hacia donde –le aseguró–. Oh, y una cosa más: si veo que intentas correr, o siquiera intentas desviarte del rumbo que te haya indicado... Te mataré de inmediato, y no volverás a ver a tu familia nunca más.
La detective asesora asintió lentamente y en un silencio sepulcral antes de comenzar a caminar con el hombre tras ella, la pistola y la navaja aún presionadas contra su espalda. De pronto, una horrible realización llegó a su mente: ¡estaban encaminándose a Baker Street! Sabía que no podía hacer nada, que no podía defenderse, pero el terror de que aquel psicópata hiciese daño a su familia la hacía estremecer, la hacía comenzar a perder la consciencia debido al miedo que sentía. Únicamente recordaba haber sentido aquel miedo antes, en algunas ocasiones al peligrar su vida y la de Sherlock... De pronto, escuchó de nuevo la voz del hombre en su oído, cuando ya habían llegado a la puerta frente a Baker Street.
–Nos veremos pronto... Phoenix –murmuró, instantes antes de que la sensación en la espalda y mejilla de la pelirroja desaparecieran, ésta última dejando una herida superficial que comenzó a sangrar de forma leve–. Y recuerda... Si dices algo sobre lo que acaba de suceder a cualquiera, os mataré a ti y a tu hijo –amenazó en un susurro, antes de que sus palabras se las llevase el viento.
Cuando se cercioró de que no había nadie tras ella, la joven se giró, observando sus alrededores: no había nadie. ¿Acaso había sido su imaginación? Tocó su mejilla izquierda: no, no lo había sido. Ahí estaba la sangre. Con el corazón desbocado y en un puño, la pelirroja entró a Baker Street, logrando subir las escaleras que conducían al piso casi sin fuerzas, apareciendo en la puerta de la sala de estar. Sherlock estaba allí, sentado en su sillón, totalmente ignorante a lo que acababa de suceder.
–Sí que has tardado –mencionó, sin abrir sus ojos, sus manos encontrándose frente a su boca, en su habitual posición de rezo.
–Sh-sherlock... –la voz de Cora era ahora apenas un ruego desesperado.
Solo en ese entonces abrió el sociópata sus ojos con pasmo, percatándose de su tono de voz. Fue en aquel segundo, en aquel segundo en el que Sherlock posó sus ojos en ella, que perdió el conocimiento, derrumbándose sobre la moqueta de la sala de estar, las bolsas que llevaba desperdigando su contenido por todas partes. El joven de cabello castaño apenas tuvo unos segundos para procesar lo que estaba sucediendo, cuando ya se hallaba sujetando a su mujer entre sus brazos, intentando reanimarla, sin éxito. Estaba pálida y fría como el hielo. Lo último que la pelirroja logró escuchar antes de perder por completo la consciencia, fue la voz de su amado gritando su nombre.
Cuando Cora abrió sus ojos escarlata, se encontró en su cama, en Baker Street, con John tomando su pulso y a su marido sentado junto a su cama, acariciando su mejilla con suavidad. Sentía su cuerpo pesado y no podía moverse. Era como si una pesada carga se hubiera instalado en ella, impidiéndole moverse. Unicamente podía parpadear, e incluso eso le suponía un gran esfuerzo. Observó a John: obviamente, Sherlock había llamado a su mejor amigo para que lo ayudase. En cuanto los dos hombres se percataron de que abría sus ojos, suspiraron aliviados.
–Será mejor que no te muevas de la cama, Cora –le aconsejó el rubio–. Ahora mismo estás en un estado muy delicado. Has sufrido de una hipotensión extrema, y por poco tenemos que llevarte al hospital –la informó Watson, aún tomando su pulso–. Podrías volver a sufrir un síncope si tratas de moverte –concluyó, retirando el termómetro que había colocado en su boca–. Tu temperatura está mejorando pero aún es muy baja. Descansa e intenta comer algo, ¿de acuerdo?
Cora asintió sin fuerzas ante sus palabras, cerrando sus ojos a los pocos segundos, sintiéndose mareada de nuevo, perdiendo por segunda vez la consciencia. Cuando volvió a abrirlos, observó a Sherlock aún junto a su cama, acariciando su mano derecha, la cual tenía sujeta entre las suyas.
–¿Querida, te encuentras mejor? –su voz sonaba ronca, preocupada.
–Estoy... Mejor –replicó ella en una tono de voz cansado y bajo, sus ojos posándose en su marido–. ¿Cómo está Hamish? –preguntó, preocupada.
–Hamish está bien. Está durmiendo tranquilamente –le aseguró el sociópata.
–¿Cuánto tiempo llevo...?
–Dos días –replicó Sherlock, la falta de sueño manifestándose en su rostro–. Pensaba que no despertarías, aunque John me asegurase que solo estabas descansando –negó con la cabeza–. Dios, por un momento pensé que ibas a caer en un coma y...
–Cariño –Cora se sentía culpable por preocuparlo tanto. Alargó su mano derecha con dificultad hacia la mejilla izquierda de su amado detective, quien la tomó, acariciándola–. Lo siento. Siento haberte preocupado –dijo, recuperando poco a poco su habitual tono de voz.
–Que te encuentres bien y estés viva es lo único que importa –sentenció él, inclinándose sobre ella para besar sus labios con dulzura–. Querida –de pronto parecía más sereno–, ¿no estarás...?
–Oh –pareció percatarse de a qué se refería su detective–, no cielo, no estoy embarazada –replicó, negando con la cabeza. Pareció notar que su respuesta apenaba a Sherlock pero solo fue por unos breves instantes.
–¿Qué recuerdas antes de desmayarte en Baker Street? –preguntó de pronto, su tono de voz ahora frío y severo, como si en cuanto supiera la respuesta fuera a aniquilar al responsable.
–Yo.. Yo no... –comenzó a decir la pelirroja, recordando la advertencia del hombre. Apenas dijo dos palabras cuando fue interrumpida.
–No me mientas, Cora –le dijo, sus ojos fijos en ella, como si intentase deducir lo que había sucedido al ver su negativa a cooperar–. He visto esa herida en tu mejilla –admitió–. Estás desviando tus ojos a la derecha. Estás intentando mentirme –la analizó rápidamente–: ¿qué es lo que te ha pasado?
–No... No puedo decírtelo –confesó la pelirroja, cerrando sus ojos, apartando su mirada de la azul-verdosa. Sherlock respiró con pesadez.
–Creía que eramos un matrimonio, Cora –le recordó–. Y los matrimonios hablan, se comunican... Y acordamos no tener secretos entre nosotros –mencionó, intentando calmarse, pues sabía que no debía perder los papeles con ella. No era la culpable al fin de cuentas.
–Y lo somos, Sherlock, pero... –logró sentarse en la cama, apoyando su espalda contra el cabezal de ésta misma.
–¿No confías en mi? –cuestionó de pronto.
–No es eso... Yo... –parecía que comenzaba a sufrir taquicardia por los rápidos latidos de su corazón. Recordó de nuevo la amenaza: "os mataré a ti y a tu hijo". ¿Cómo podía hacérselo entender?
–¿¡Y entonces por qué no me dices quién te ha hecho daño!?
–¡Porque si lo hago nos matarán! –estalló la pelirroja de pronto, el rostro de su marido palideciendo de pronto, acercándose a ella–. No he debido decir nada, no he debido decírtelo... –se tapo el rostro con las manos. Sherlock la abrazó suavemente.
–Cora... Lo siento –se disculpó–. No quiero hacerte esto, pero no puedo permitir que amenacen a mi familia y no saber lo que sucede –intentó razonar–. ¿Era el secuestrador, cierto? –se alejó, tomando su rostro entre sus manos–. Era él quien te ha amenazado...
–Yo... –la pelirroja no sabía qué decir. Estaba claro que no podía delatar a su agresor para no poner en peligro a su hijo. "¿Qué puedo decirle... Qué?", pensó, preocupada–. Sí. Era él –admitió–. No me lo ha confesado con palabras exactas, pero creo que era él –logró decir en un tono lo suficientemente confiado. "Lo siento, Sherlock, lo siento mucho...", pensó. Odiaba mentirle, pero no podía hacer más que mantenerlo alejado de la verdad.
El detective asesor de ojos azules-verdosos volvió a abrazarla, sujetándola contra su pecho durante unos minutos. Tras calmarse y romper el abrazo, el matrimonio se besó con cariño y algo de fogosidad. En ese instante escucharon el característico llanto de un bebé.
–Hamish –se rio la madre, una sonrisa cruzando su rostro automáticamente.
–Este niño... –murmuró el joven de cabello castaño–. Parece que tiene el talento para ser inoportuno. Aunque empiezo a sospechar que lo hace a propósito –comentó, levantándose de la cama y caminando hasta el cuarto del infante–. Ya, ya, Papá está aquí, hijo –se lo escuchó hablar.
De pronto, la sonrisa de Cora se borró de un plumazo en cuanto observó que llegaba un nuevo mensaje a su teléfono móvil. Con las manos temblorosas lo tomó en sus manos, leyendo su contenido:
"Bien hecho. No has desvelado mi presencia y has culpado al secuestrador por tu situación. He de reconocer que ni yo mismo lo habría hecho mejor. Será mejor que en lo venidero no le digas nada a tu marido sobre estos mensajes... Y claro, sobre las cartas. Espero que nuestro encuentro en el Puente de la Torre fuera interesante... Te estaré vigilando, Srta. Izumi. Y pronto, me cobraré las vidas que tu marido y tú me robasteis. Prepárate".
La pelirroja de ojos escarlata tuvo el tiempo justo para bloquear su teléfono móvil y dejarlo de nuevo sobre la mesilla en la posición exacta en la que se encontraba antes, ya que Sherlock sería capaz de notar hasta el más mínimo cambio. El detective asesor entró por la puerta de la habitación con Hamish en brazos, quien al momento de ver a su madre estiró sus brazos hacia ella, depositándolo su padre sobre el edredón de la cama, comenzando el infante a gatear hasta su madre.
–Hola cariño –lo saludó ella con el corazón enternecido pero aún preocupado: ¿quién sería el desalmado capaz de herir a un bebé inocente?–. ¿Me has echado de menos?
Hamish sonrió y tras balbucear se abrazó a su madre, quedándose dormido a los pocos minutos, escuchando el latir de su corazón. Su padre se sentó en la cama, junto a su mujer, observando al bebé con una sonrisa enternecedora. Tras unos segundos, su rostro se volvió serio de nuevo, captando la atención de su mujer.
–He estado pensando sobre esa mujer sin techo –confesó el detective en un tono sereno–. Claramente su muerte ha sido concebida como un tipo de castigo para nosotros. Un montaje.
–¿Por qué? –preguntó Cora, pese a saber que podía bien estar relacionado con el hombre que los amenazaba. Sin embargo, también podría ser posible que el secuestrador tuviera motivos personales en juego, y a juzgar por el secuestro de la Sra. Hudson, aquel parecía ser el caso.
–No estoy seguro –dijo Holmes, acariciando el cabello rizado de su hijo con una sonrisa–. Pero informé a Lestrade hace dos días, antes de que tú... –no finalizó–. En fin, hace unos minutos me ha llamado: tienen información sobre ella.
–¿Y a que estamos esperando? –inquirió confusa la detective, haciendo amago de levantarse de la cama.
–Ah, no. De eso nada, querida –negó su marido, deteniéndola–. Aún estás...
–No estoy tan débil como hace dos días, Sherlock –le recordó con un tono severo–. Y no pienso quedarme aquí sin averiguar el final de esto –le indicó en un tono decidido, reconociendo su marido aquel talante: igual a aquella vez tras el ataque del Golem, hacía ya tantos años. El joven padre de ojos azules-verdosos agachó el rostro, derrotado.
–Está bien –suspiró–. Pero en cuanto te sientas mal, vuelves a Baker Street, ¿entendido?
–De acuerdo –afirmó la pelirroja, abrazándolo, con cuidado de no despertar a Hamish.
Tras unos minutos, habiendo acordado dejar a su hijo con Molly, quien también se encontraba cuidando a Rosie mientras John trabajaba, los detectives se encontraban ahora en la comisaría de Scotland Yard, hablando con Lestrade.
–Sí, creo que alguien avistó a vuestra mujer sin techo el día que desapareció. Fue a dar un paseo a la clínica Soho. Id allí y hablad con la enfermera. Ella podrá daros más detalles –les indicó, con Sherlock asintiendo, comenzando a caminar hacia la salida de la estancia–. Cora, ¿te encuentras mejor? Molly me ha contado que hace dos días te desmayaste.
–Estoy mejor, Greg –sonrió la joven–. Gracias por preocuparte... Solo era deficiencia de hierro –le aseguró, intentando que no se notase su sonrisa falsa–. Enhorabuena, por cierto. Molly y tú hacéis una excelente pareja –se despidió, dejando al Inspector de Scotland Yard ruborizado. Tras unos segundos logró alcanzar a Sherlock, quien acababa de parar un taxi.
En cuanto llegaron a la clínica Soho, los detectives asesores comenzaron a hacerle preguntas a la enfermera a cargo sobre la mujer que había fallecido.
–Ella estuvo aquí, sí –afirmó la mujer–. A las diez de la mañana y ya borracha. Causó una pequeña conmoción en la sala de espera, pero honestamente, vemos cosas peores por aquí todo el tiempo –se sinceró, encogiéndose de hombros–. Puedo mostrarles su registro médico si lo desean.
–Eso sería de mucha ayuda. Gracias –sentenció Sherlock. La enfermera le sonrió, entregándole el fichero de la mujer.
Nombre: Marilyn Monroe
FDN: 18/01/1944
Género: Femenino
Altura: 1'27 cm
Última Actividad:
Hace tres días: Prescripción de una crema de esteroides para la psoriasis. De camino hacia la farmacia de guardia.
20/09/2016: Dos días de estancia en el hospital St Thomas durante el tratamiento y recuperación de una neumonía.
21/09/2016: Tratamiento dental de emergencia. Guys Hospital.
"Vaya, interesante. Parece que se le hizo una prescripción el mismo día que desapareció", pensó la pelirroja tras observar detalladamente el registro. Tras unos segundos se lo devolvió a la enfermera, marchándose con su marido de la clínica. A los pocos segundos recibió una llamada de teléfono: era John.
–Hola, John –lo saludó la pelirroja mientras caminaba.
–Hola, Cora –la saludó él, y la joven madre se percató de que parecía cansado–. ¿Ya estás mejor?
–Sí, estoy mejor ya, gracias a tus cuidados –le respondió–. John, ¿estás bien? –preguntó, su voz preocupada por su amigo.
–Sí, yo... La verdad, he estado despierto desde hace rato –confesó–. Solo quería saber si habéis sabido algo de la Sra. Hudson. Ya sabes, por la red, o... –de pronto detuvo sus palabras en seco.
–¿John?
–Tengo un mensaje de voz. Escucha, será mejor que lo coja –escuchó la voz del rubio al otro lado del teléfono–. Te veo en Baker Street después de que encuentre a alguien con quien dejar a Rosie.
–De acuerdo, nos vemos luego –se despidió la pelirroja instantes antes de dirigirse a su marido, que al observaba con interés–. Será mejor que vaya a Scotland Yard y le comente a Lestrade lo que hemos descubierto –propuso–. Tu ve a recoger a Hamish de casa de Molly, ¿de acuerdo?
–¿Seguro que estás en condiciones, querida? –preguntó su marido, aún preocupado por su salud.
–Sí, y ahora vete –replicó ella, besando sus labios con dulzura–. Nos vemos en Baker Street.
Al cabo de unos minutos casi una hora, Cora se dirigió a su casa, a Baker Street, solo para encontrar a Sherlock paseando de un lado a otro de la sala de estar.
–Hola, querida –la saludó con una sonrisa–. ¿Has visto mi cráneo? –preguntó, señalando la repisa de la chimenea, donde habitualmente solía estar. La mujer de ojos escarlata negó con la cabeza–. Acabas de perderte a John. Se ha pasado por aquí a tomar una taza de té. Pero antes de que la tetera hirviese él... –de pronto el detective se quedó absorto en la nada, su mirada perdida en la distancia.
–¿Ha mencionado un mensaje de voz?
–Probablemente, no estaba escuchando –replicó su marido, provocando que la joven de cabello carmesí pusiese los ojos en blanco, sacando su teléfono móvil y comenzado a hackear el buzón de voz de su amigo.
–Acabo de entrar en su buzón de voz –le indicó, el sociópata acercándose a ella rápidamente, escuchando ambos el mensaje a través del altavoz:
–«Doctor John Watson. Es el momento de que nos conozcamos. Venga solo y habrá una mínima posibilidad de que pueda marcharse con su Sra. Hudson. Por ahora está intacta. No involucre a la policía o a su amigo detective. Y por supuesto, no involucre a su amiga pelirroja... Ya sabe lo que pasará si lo hace. A cambio de su seguridad, tráigame el cráneo en la repisa de Baker Street, Me reuniré con usted frente a Beth's Pool. Estoy seguro de que recuerda dónde se encuentra... Doctor».
–¡Va a conseguir que lo maten! –exclamó Sherlock con los ojos abiertos en pasmo.
–«Beth's Pool» es el apodo para «the Pool of Bethesda», un cuadro de valor incalculable pintado por Hogarth, colgado en el la entrada de Barts, donde John hizo su residencia –sentenció la detective, recordando rápidamente una conversación que tuvo con el rubio hace tiempo.
–Todo este tiempo estaba convencido de que la Sra. Hudson había sido secuestrada para hacernos daño a ti y a mi, pero no: el verdadero objetivo aquí es John. Él es quien tiene sangre en sus manos –sentenció el detective, apresurándose en coger su gabardina y bufanda, mientras que la pelirroja se apresuraba al cuarto de su hijo, tomándolo en brazos: no podían dejarlo allí, solo.
"No creo que John sea el único objetivo aquí. Si lo que me dijo ese hombre es cierto, quizás también le diera la motivación para hacernos daño. También nosotros tenemos sangre en nuestras manos... En más de un sentido, y algunos más que otros", reflexionó para sí la mujer de cabello carmesí, sujetando a Hamish contra su pecho tras haberlo vestido rápidamente.
–Por eso mató a la mujer. Para asegurarse de que John no se arriesgaría a llamar de nuevo a la policía. Esto es el fin del juego –continuó Sherlock mientras su mujer y él bajaban las escaleras de Baker Street, hacia la calle.
–John no se percata de que él es el paquete que va a ser entregado, no el cráneo. ¡Va hacia una trampa! –exclamó la joven, subiéndose a un taxi que el sociópata de cabello castaño acababa de detener.
Entretanto, en otro lugar, el secuestrador de la Sra. Hudson se encontraba junto a la mujer, cuando un mensaje de texto llegó a su teléfono móvil.
Ya sabes lo que hacer, encanto.
A
El hombre replicó a los pocos segundos.
Gracias por haberme ayudado con esto.
Gracias por la información que me has proporcionado sobre ellos.
La respuesta no se hizo esperar.
No debe haber nada que me involucre con esto, ¿entendido, cielo?
Nadie debe saber que te he ayudado.
Hasta siempre. Ha sido divertido.
A
En cuanto Sherlock, Cora y Hamish llegaron a Barts, a los pocos minutos de haber salido de Baker Street, pudieron ver a John caminando hacia el interior del edificio. Los detectives comenzaron a correr hacia su amigo, gritando su nombre a pleno pulmon, cuando otro hombre empezó a correr en otra dirección. Cora rápidamente le entregó a Hamish a su marido.
–¡Creo que puedo alcanzarlo! ¡Cuida de Hamish! –exclamó la mujer, comenzando a correr, logrando verse trazos de llamas carmesí en sus piernas y brazos mientras aumentaba su velocidad para poder alcanzar al secuestrador de su madrina.
–¡Ten cuidado! –exclamó Sherlock, observando cómo su mujer se alejaba corriendo como alma que lleva el diablo, acercándose rápidamente a John con Hamish en brazos.
–¡Alto! ¡Detente inmediatamente! –exclamó la joven mientras corría por la calle. Sin embargo, el hombre continuaba su carrera. Tras unos segundos, el secuestrador giró en una intersección. Cora lo siguió, pero de pronto, se encontró en un callejón sin salida, y el hombre... Había desaparecido–. ¿Pero qué...? –murmuró, sorprendida. Comenzó a inspeccionar sus alrededores, de pronto sus instintos de espía entrando en acción, logrando percatarse de que había alguien a su espalda.
Se giró lo suficientemente rápido como para bloquear el filo del cuchillo que se dirigía hacia su arteria carótida. Tras unos minutos de pelea cuerpo a cuerpo, percatándose de que el hombre parecía entrenado en el ejercito, Cora logró alejar el cuchillo de su alcance. De pronto sin embargo, pareció que se sentía débil, percatándose de que había un segundo cuchillo que no había logrado interceptar: este había perforado su piel cerca de su abdomen. Tras sentir cómo colocaban un paño con cloroformo, intentó defenderse arañando y golpeando al secuestrador, intentó escapar, pero fue inútil. Perdió el sentido a los pocos segundos.
Mientras tanto, en Barts, Sherlock y John se encontraban revisando las cámaras de seguridad, ya que con suerte, alguna de ellas habría captado el rostro del hombre. De hecho, una de ellas sí lo hizo.
–¡Te tengo! –exclamó, observando que se trataba de un hombre medianamente calvo que aún tenía algo de pelo negro a los lados de su cabeza. De pronto, Hamish comenzó a sollozar, por lo que el detective lo observó–. Hamish, shh, tranquilo hijo –trató de calmarlo, sin resultado: ¿qué le sucedía?
De pronto, sintió que su teléfono vibraba: era un mensaje de su mujer. Sherlock frunció el ceño, algo extrañado por el hecho de que le mandase un mensaje en vez de llamarlo, pero aún así lo abrió para ver su contenido. Su sangre se heló de pronto: era una foto de Cora inconsciente y con abundante sangre en su costado. Se encontraba dentro del maletero de un coche. Sherlock sintió que la ira lo invadía rápidamente, enseñándole la foto a John, quien palideció al momento. Ahora el joven de cabello castaño entendía por qué su hijo había comenzado a llorar: para bien o mal, había heredado ese sexto sentido de su madre para los peligros. Sabía que su madre estaba en peligro. Tras unos segundos, Sherlock mandó a Lestrade la foto de aquel hombre, el secuestrador.
–Tengo tu foto –dijo Lestrade después de que el socióapta contestase la llamada–. He puesto a todos mis hombres en alerta para que lo encuentren.
–¡Encuéntralo, Lestrade! ¡Tiene a Cora, y está herida! –exclamó en un tono frenético, antes de colgar la llamada. En ese preciso instante, el teléfono de John comenzó a sonar: era el hermano del detective. John descolgó la llamada, activando el altavoz.
–Esperaba que este asunto se resolviese por su cuenta de un modo menos público, pero mis fuentes en la Policía Metropolitana me indican que se ha arruinado todo. El hombre al que buscáis es uno de los nuestros –les informó rápidamente.
–¡Mycroft! –exclamó el detective asesor con furia, el pequeño Hamish no dejando de sollozar. Tuvo que ser acunado por su padre, a pesar de que se encontraba furioso–. ¡Dime quién es ese hombre! ¡Tiene a Cora, está herida y corre peligro! –exclamó tras suspirar pesadamente, sujetando a Hamish contra su pecho. Pareció que Mycroft se quedaba momentáneamente sin voz al escuchar que la pelirroja estaba en peligro, antes de hablar de nuevo.
–Crenham es uno de esos raros individuos que merece un cierto grado de flexibilidad, pero quizás haya llevado las cosas demasiado lejos esta vez. Te envío su dossier inmediatamente. Os sugiero que os pongáis en marcha. Rápido –sentenció antes de colgar el teléfono, John mostrándole a su amigo el dossier.
Nombre: George Arthur Crenham
FDN: 3/11/1970
Rango: Operativo de Campo
Habilidades especiales:
Farsi, Serbio-Arábigo, Francotirador, Telecomunicaciones, Prosteticos.
Sumario:
Kuwait, Iraq, Afganistán, Pakistán, Egipto, Siria.
Méritos:
Oficial sobresaliente, una fuente confiable e independiente.
Extremadamente capaz en la recopilación de información, capacidad de evaluación de los riesgos y la ejecución de comandos. Contactos incomparables y red de confianza en el Medio Oriente.
Análisis psicológico:
Los periodos extensos en el campo de batalla lo han llevado a sufrir una alta inestabilidad.
Activado el Nivel 2 de riesgo. Se recomienda evaluación mensual.
Temporalmente retirado del servicio activo por sugerencia, a discreción del Director.
–Menuda pieza es el tipo... –murmuró John tras leer el dossier, habiéndose calmado el infante.
–Que útil que mi hermano haya decidido intervenir en un momento como este. Al menos sabemos a lo que nos enfrentamos. Este Crenham sabe cómo burlar a la policía, estoy seguro de que está cubriendo su rastro, especialmente dado que ha secuestrado a una detective –comentó, antes de dejar que John sujetase a Hamish, sacando su teléfono y alertando a toda la Red para que estén ojo avizor. Casi de forma inmediata, su teléfono se llenó de imágenes de distintas personas, las cuales compartían similitudes con Crenham. Hamish hizo un amago de llorar de nuevo, por lo que Shelrock posó una mano en la mejilla de su hijo–. No te preocupes, Hamish. Encontraré a Mamá –le aseguró, volviendo su vista a su teléfono móvil–. ¡A por él! ¡Justo aquí! –exclamó de pronto–. Esta se ha tomado hace cuatro minutos. Está en la estación de Kings Cross.
El par de amigos corrieron entonces hacia la estación, mientras John llamaba a Lestrade para informarlo de la situación. A los pocos minutos, Scotland Yard tenía rodeada la estación, habiendo logrado apresar a Crenham justo cuando estaba a punto de comprarse un billete de tren.
–¿Habéis encontrado a Cora o a la Sra. Hudson? –le preguntó Sherlock a Greg, acercándose con paso vivo.
–Hemos inspeccionado su coche, pero ni rastro de Cora –replicó Lestrade, negando con la cabeza–. Debe de haberla llevado al mismo lugar en el que tiene a la Sra. Hudson.
Al cabo de unos minutos, en la comisaría de Scotland Yard, Sherlock paseaba inquieto en el despacho de Lestrade, mientras que John estaba sentado, sujetando al infante. Ambos estaban esperando a que acabase el interrogatorio. En ese instante Greg entró a la oficina, provocando que Sherlock deje de pasear de un lado a otro, acercándose a él.
–¿Y bien? –preguntó el detective–. ¿Qué ha dicho?
–Se niega a hablar. No nos dice cuál es su móvil ni dónde tiene retenidas a la Sra. Hudson y a Cora –negó el inspector con la cabeza, provocando que Sherlock apriete los puños y se le tense la mandíbula–. Pero tenemos esta tarjeta de memoria –mencionó, entregándosela al sociópata: era de plata, y lo suficientemente pequeña para caber en un teléfono móvil.
El padre del infante apenas lo pensó, y en unos segundos ya estaba hackeando al tarjeta. Una vez lo hubo logrado, sus ojos azules-verdosos se abrieron con pasmo al ver su contenido.
–John, quizás quieras echarle un vistazo a esto –le indicó a su mejor amigo, quien se levantó y observó la pantalla del teléfono, casi petrificándose: había un certificado de defunción. Era la madre de Crenham. Y el doctor que lo había firmado no era otro que John Watson.
–Lo recuerdo... Operé a su madre cuando era médico residente en Barts y hubo algunas complicaciones. Para bien o para mal, me culpa de su muerte. Y tono esto... Hacerme creer que había perdido a la Sra. Hudson... Es su venganza –replicó John en un tono apenado, suspirando con pesadez.
–Enséñale esto. Quizás así se derrumbe y nos diga dónde tiene retenidas a Cora y a la Sra. Hudson –le indicó el detective asesor de cabello castaño al inspector, entregándole su teléfono móvil. Lestrade asintió y salió de la estancia.
–Sra. Mary Crenham. Ni siquiera recuerdo cómo era –dijo John, tristemente–. La muerte se hace... Muy habitual cuando eres un doctor –confesó, Sherlock tomando de sus brazos a Hamish, quien se abrazó de inmediato a su padre.
–O detective –apostilló el socióapta, sus ojos azules-verdosos fijos en su hijo, acariciando su espalda para calmar sus nervios. En unos minutos, Lestrade volvió a la oficina.
–Le hemos enseñado el certificado y ha roto a llorar como un niño y nos lo ha confesado todo, incluyendo dónde tiene a la Sra. Hudson y a Cora.
–¡Cora! ¡Sra. Hudson! –exclamaron Sherlock y John mientras corrían hacia el interior de un almacén.
–¡Sherlock! ¡John! –escucharon gritar a la casera de Baker Street, apresurándose en su dirección.
Tras correr frenéticamente, Sherlock y John lograron lelgar hasta la habitación en la que se encontraban las dos mujeres. La casera del 221-B se encontraba sujeta a una silla, mientras que la pelirroja se encontraba en el suelo, inconsciente sobre un charco de su propia sangre, maniatada y con una nota entre sus manos: “Hasta la próxima partida, Sr. Holmes -M”. Sherlock se apresuró en arrodillarse junto a su mujer, mientras que John liberaba a la Sra. Hudson.
–¿Querida? –inquirió el detective, posando su mano derecha en su mejilla, mientras aún sujetaba a Hamish en sus brazos–. ¿Cora? ¿Cariño? ¡Por favor, despierta! –exclamó con frenesí, el miedo desbordando su corazón. Tras unos segundos, alargó el brazo, tomándole el pulso. Sus ojos se abrieron con pasmo a los pocos segundos–. ¡John, sujeta a Hamish! –le indicó con desesperación, entregándole el infante al doctor, quien ya había desatado a la casera y se había acercado a él. Tras hacerlo, Sherlock comenzó a realizarle una RCP de emergencia a su mujer, pues no había pulso–. ¡Vamos, Cora! –exclamó tras dar unas dos compresiones e introducirle oxígeno por la boca, habiendo tapado su nariz.
–¿Sherlock...? –se escuchó la voz suave y débil de la joven, quien poco a poco comenzó a recuperar la consciencia. La ambulancia que John había llamado llegó en ese instante, trasladándolos a todos al hospital más cercano para que fueran atendidos.
El detective de cabello castaño y ojos azules-verdosos se encontraba en la sala de Baker Street, observando la nota que había encontrado dos días antes. M... Solo conocía a alguien que utilizase esa letra como identificación, pero era imposible: llevaba cinco años muerto. Si realmente se trataba de Jim Moriarty... ¿Cómo había podido regresar? Sherlock frunció el ceño, intentando encontrar una solución, pero no pudo lograrlo. Era imposible, tal y como él mismo se había demostrado en el poco tiempo que duró su exilio. Entonces... ¿De quién se trataba? Con un gruñido de frustración, Sherlock arrojó la nota al fuego de la chimenea de Baker Street. En ese preciso instante, la pelirroja de ojos escarlata apareció allí con una sonrisa, levantándose el detective rápidamente para abrazarla.
–Dios... Menos mal que estás bien –murmuró el joven sociópata, estrechándola entre sus brazos con ternura, una ternura que ella correspondió.
–Lo estoy... –le aseguró su mujer, besando sus labios.
A los pocos segundos profundizaron su beso, lo que pronto los llevó a compartir una acalorada pasión que se extendió por toda la noche en su dormitorio. Cuando amaneció, Cora despertó en los brazos del hombre que amaba más que a su propia vida, a excepción de Hamish, claro, y sonrió satisfecha: su vida no podía ser más perfecta... Pero el Juego aún no había terminado.
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