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| -Fin del Juego- |

Los días y las horas habían ido pasando desde aquel día en el que Cora lograra contactar con Sherlock. Se encontraba encadenada en ese preciso momento, en un sótano, con su pequeño junto a ella. Apenas había comido nada aquellos días, pues Morán en su locura, ni siquiera se dignaba a alimentarla, pero sí al bebé. El único consuelo de la pelirroja era que Sebastian parecía cuidar del niño, alimentándolo. En su propia desesperación por escapar de sus garras, admitía que ella misma había provocado esa situación tan precaria. Ya era año nuevo... Y aún no había logrado volver a su casa con su marido, quien seguramente estaría como un loco, buscándolos una vez más. La joven detective apenas lograba comprender la psique de Sebastian: en un momento se encontraba calmado, incluso parecía ser compasivo, pero al otro, era despiadado y violento. Rememoró todo lo que hasta ese momento había averiguado: Morán parecía haber formado una relación amorosa con Moriarty, y su muerte lo había hecho descender a la locura, pero aún conservaba algo de su humanidad. Aún quedaba algo de ese joven que conoció en la universidad, aunque estaba enterrado bajo una gran losa de desesperación y ansias de venganza. Había provocado que Irene diese a luz al hijo del criminal, seguramente, en un esfuerzo por recuperar una parte al menos del hombre al que amaba... ¿Pero entonces, por qué provocó que Irene se quedase encinta de nuevo? De una forma que no lograba comprender, Cora comenzó a ver que quizás, solo quizás, en algún momento se hubiera sentido atraído por ella cuando la buscó para engendrar a ese primer niño. No era descabellado pensar que Irene hubiera logrado seducirlo de forma breve antes de que se desencadenasen todos aquellos eventos que la habían llevado hasta aquel punto. Tal y como le había dicho la dominatrix, ya trabajaba con él cuando la recogió a ella, estando embarazada de Hamish. Puede que en aquella época Morán pensase en abandonar la venganza para criar al hijo de Jim, pero no podía soportar que Sherlock y ella tuviesen una vida feliz a costa de aquellas vidas que le habían arrebatado, por lo que continuó con su plan. Ahora todo le quedaba claro a la joven madre, quien ahora estaba más decidida que antes en escapar.

Aunque el clima ruso era realmente gélido, y podrían morir por hipotermia, estaba segura de que podría mantener vivo a Hamish con sus habilidades, al menos hasta encontrar un refugio seguro o un alma caritativa que pudiera ayudarlos. Sabía que se encontraban en una zona aislada de la carretera, pues recordaba brevemente el haber llegado a aquel lugar en helicóptero. Y aunque no lograba escuchar las olas del mar, estaba segura de que había un lago cerca por la vegetación que rodeaba el lugar cuando llegaron. Cora suspiró: ahora no debía usar sus habilidades. Debía reservar sus fuerzas para mantener cálido a su hijo cuando escapasen, incluso a costa de su propia vida. No podía dejar que Morán siguiera utilizándolos como moneda de cambio contra Sherlock. No podía continuar exponiéndolo al peligro que eso conllevaba. Comenzó entonces a escuchar la suave melodía de un piano... ¿Sebastian? Era lo más probable. Quizás él, al igual que ella, se sirviera de la música para calmar sus emociones y así escapar de sus recuerdos más terribles. No le cabía duda alguna de que su mente se encontraba fracturada: fracturada por haber perdido a su padre, al haberse visto obligado a luchar en Afganistán, haber conocido a quien podría haber sido su compañero de vida solo para verlo morir... Escapándose así su única oportunidad de vivir una vida normal, de curar sus heridas y enterrar sus recuerdos oscuros. Cora lograba sentir compasión por Sebastian, aunque no fuera lo más indicado, estando consciente de que comenzaba a sufrir del Síndrome de Estocolmo. Debía salir como fuera de allí. Comenzó a forcejear con las cadenas que la sujetaban de manos y piernas, su piel desgarrándose por la fuerza, provocándose profundas heridas en sus ya maltrechas muñecas y tobillos. Tras forcejear un buen rato, logró soltar sus manos, arrancando parte de la camiseta que llevaba, vendándose las muñecas, para después proceder a soltar los grilletes de sus tobillos, lo cual resultó más complicado de lo que parecía. En cuanto lo logró, comenzó a buscar por el sótano algún tipo de ropa que pudiera servirle como protección extra, logrando encontrar una gabardina negra así como unas botas, pues en su cautiverio, su vestimenta anterior se había desgastado considerablemente. Tras vestirse, se acercó a la cuna de su hijo.

–Hola hijito –lo saludó, su voz siendo prácticamente inaudible, pues estaba bastante ronca debido a los gritos y al hecho de mantenerse silenciosa cada vez que Morán se lo indicaba–. Vamos a salir de aquí, ¿de acuerdo? –lo tomó en brazos–. No hagas ningún ruido ahora, ¿entendido? Mamá necesita que estés muy callado.

Hamish asintió, comprendiendo las palabras de su madre, quien lo abrazó contra su pecho, colocándose tras la puerta, esperando a Morán, quien cerca de esa hora siempre bajaba para dar de comer al niño. La pelirroja había logrado arreglar el teléfono desechable que había encontrado en la casa de su captor, a base de conectar varios circuitos internos y colocarle una batería nueva que había improvisado, por lo que, en cuanto saliera de ese sótano, contactaría con su marido. En aquel instante escuchó con total claridad cómo se detenía la música del piano, los pasos del ex-militar bajando por las escaleras hacia su dirección. En cuanto el francotirador abrió la puerta, Cora rezó a sus padres para que los protegieran, y le propinó un violento empellón que logró tumbarlo en las escaleras, aprovechando aquella oportunidad para correr hacia el exterior. En cuanto salió, se encontró en una extensa yerma llena de nieve, por la cual comenzó a correr, pues su vida y la de su hijo dependían de ello.

Morán, tras haberse recuperado de aquel golpe, gruñó con molestia e ira, subiendo al primer piso para tomar en sus manos su rifle de francotirador, abrigándose antes de salir de la casa. En cuanto lo hizo, observó que la joven madre y su hijo se encontraban ya a una gran distancia, pero no la suficiente. Tras suspirar con pesadez para concentrarse y calmar sus emociones, el joven de ojos verdes colocó su mira en la pelirroja, su dedo índice apoyándose suavemente en el gatillo del arma. Cora corría cuanto le permitían sus piernas, logrando marcar el número de Sherlock en el teléfono desechable, pero en aquel instante un agudo dolor llegó a su hombro izquierdo: una bala acababa de atravesarlo. No tuvo siquiera tiempo de preocuparse por el dolor, pues otra bala impactó contra ella, en aquella ocasión en su hombro derecho, provocando que apenas lograse enviar un mensaje a su marido, soltando el teléfono en la nieve, continuando su carrera. La mujer de ojos escarlata se atrevió a dar una mirada por encima de su hombro, observando con horror cómo Sebastian había salido de la casa, corriendo en su busca, con el rifle de francotirador en sus manos, de nuevo apuntando su mira hacia ella. Hamish comenzó a sollozar en aquel instante, aterrado por el nuevo disparo que se efectuó, rozando la mejilla de la pelirroja.

Tranquilo, Hamish –intentó calmarlo ella mientras corría–: Papá nos salvará –le aseguró.

–Papá... –murmuró el pequeño, sus ojos azules-verdosos observando a su madre.

Eso es, Papá –afirmó ella, continuando su carrera, sintiendo el dolor que aquellos agujeros de bala le producían a cada paso, perdiendo sangre por cada uno de ellos.

De pronto, una nueva oleada de dolor llegó: esta vez en su pierna izquierda. Una bala acababa de atravesar su gemelo, por lo que cayó al suelo, abrazando a su hijo contra su pecho para protegerlo del impacto. Morán corría y corría, como un depredador que acababa de herir de forma mortal a su presa, dispuesto a acabar con ella. Recargó el arma una vez más, apuntando la mira hacia el corazón de la joven, pero Cora logró levantarse de nuevo, esquivándolo y corriendo incluso si perdía más sangre. La de ojos escarlata comenzó a notar que su pequeño tiritaba, por lo que hizo uso de sus habilidades para comenzar a traspasarle algo de calor. No permitiría que su hijo muriese. Jamás. Primero tendrían que pasar por encima de su cadáver para hacerle daño. Corrió y corrió, sin importarle siquiera el dolor en sus músculos. Disparo en su otro gemelo. De nuevo cayó en la nieve. Continuó corriendo tras levantarse, esquivando numerosos disparos consecutivos. Cuando al fin se encontró al límite de sus fuerzas, en un precipicio sobre un lago, la joven se dio la vuelta, encontrándose con Morán, quien había logrado alcanzarla. Todas las extremidades de la joven pelirroja temblaban por la pérdida de sangre y la adrenalina que de pronto la abandonó.

–Se acabó, Cora –dijo el francotirador, observando cómo la joven madre abrazaba a su pequeño, dando una paso atrás, hacia el precipicio–. El agua está a -40º, princesa –le indicó, dando ella una leve mirada hacia la oscura profundidad del lago, antes de posarla sobre él–: si saltas, tu amado hijo morirá. Os congelaréis –sentenció.

–Mi hijo sobrevivirá –dijo ella, su tono de voz férreo–: incluso si yo muero en el proceso. Es lo que hacen las madres, Sebastian –le indicó, sus ojos manteniendo una batalla de miradas con los verdes de él–: proteger a sus hijos, a su familia, sin importarles lo que a ellas les pase.

–Tan testaruda como siempre –murmuró el francotirador–. Vamos –extendió su mano hacia ella, sujetando el rifle con la otra–, no hay otra escapatoria, y lo sabes. Vuelve a la casa conmigo y conservarás tu vida, al igual que tu bebé.

Antes prefiero morir a volver a esa casa contigo –espetó la mujer de cabello carmesí.

De pronto, se escuchó en aquel lugar el característico sonido de un helicóptero, provocando que Sebastian se acerque a la pelirroja en un descuido de ésta, sujetándola por el cuello, descartando el rifle y sacando una revolver, el cual apuntó contra su sien. Frente a sus propios ojos, Sherlock y John descendieron del helicóptero, apresurándose por reunirse con ellos.

–Un paso más, Holmes –le advirtió–, y tu querida esposa morirá –amenazó, provocando que el detective asesor se quede inmóvil, a tan solo unos metros de ellos, al igual que John–. Tira tu arma, Dr. Watson –le indicó al rubio, quien suspiró con ira, soltando el arma en la nieve–. Y dile a tus amigos policías y a esos agentes del MI6 que no se acerquen, o la dejaré como un colador.

Sherlock hizo un gesto con la mano hacia el helicóptero a varios metros tras ellos, donde los agentes de Scotland Yard y los agentes de Mycroft se encontraban, con el Gobierno Británico también allí. El joven de ojos azules-verdosos posó su mirada en su mujer y su hijo, percatándose de los numerosos agujeros de bala que había en ella, así como del reguero de sangre que los había conducido hasta allí. Esa visión hizo que al sociópata le hirviera la sangre.

¡Papá! –exclamó el bebé, estirando sus brazos hacia su padre, a quien se le encogió el corazón.

Que conmovedora reunión... ¿No es así, Cora? –le dijo Sebastian a la pelirroja, a quien le costaba mantenerse en pie–. De nuevo juntos, como en los viejos tiempos...

–Sebastian, yo... –intentó comenzar, pero fue interrumpido.

Ahórratelo, Holmes –sentenció en un tono severo–. Me arrebatasteis todo lo que quería: a mi padre... Y a Jim –sentenció–. Y ahora pagarás el precio.

Sebastian, tu padre era un asesino –razonó el sociópata de cabello castaño–, y Moriarty era un criminal asesor que solo buscaba la muerte de todo el mundo. Solo le preocupaba su propia vida, nadie más.

–¡Mientes! –exclamó el ex-militar, apoyando aún más el revolver contra la sien de la mujer–. ¡No conocías a Jim! –bramó–. ¡No lo conocías como yo!

¿Acaso se preocupó por ti cuando se voló la tapa de los sesos en la azotea de Barts? –cuestionó el detective asesor–. ¿Acaso dejó su vida criminal atrás para poder estar contigo en paz? –el francotirador comenzó a perder los estribos, su mandíbula temblando–. No lo hizo. Para Jim no eras más que una herramienta, Sebastian. Un método para lograr un fin –argumentó–: no le importabas en absoluto.

¡CÁLLATE! –el joven de ojos verdes estaba harto de tanta verborrea sin sentido–. ¿Acaso sabes lo que es, eh, Sherlock? ¿Que te arrebaten una parte de ti? –cuestionó, dando un paso atrás con la pelirroja, hacia el precipicio, provocando que tanto John como el detective se tensen–. ¿Algo que te es más preciado que nada en el mundo, y caer en la desesperación por ello? ¿En la más absoluta locura?

Sí... Lo sé –afirmó el detective, su mirada posándose en su mujer y su hijo, contemplándolos con infinito amor y miedo al mismo tiempo.

No, no creo que lo sepas –negó el captor de la joven–: pero creo que pronto lo comprenderás –sentenció, alejando a la pelirroja de él, sujetándola únicamente con un brazo, quedando ella suspendida sobre el precipicio que conducía al lago.

–¡Sebastian, no! –exclamó Sherlock, sintiendo cómo su sangre se helaba en sus venas–. ¡Por favor, haré lo que sea! –rogó, sus ojos azules-verdosos llenos de desesperación. El ex-militar sonrió, dejando a la vista sus dientes perlados–. Haré todo lo que me pidas.

Hmm... –pareció reflexionar, su rostro pasando a expresar seriedad, concentración, antes de mirar al detective–. Está claro que harías lo que sea por ellos –afirmó, antes de volver a sonreír, en aquella ocasión con malicia–: ¿incluso... Caer en la desesperación? –preguntó, antes de soltar su agarre en la pelirroja, los ojos de ésta abriéndose con pasmo por una fracción de segundo, antes de precipitarse hacia las heladas aguas.

¡NO! ¡CORA! ¡HAMISH! –exclamó Sherlock, corriendo hacia el borde del precipicio, observando impotente cómo su familia caía a las aguas, antes de girarse con una expresión de autentica locura, de ira desbordante hacia el francotirador–. ¡MORÁN! –bramó, corriendo hacia él, enzarzándose en una pelea con el que antaño fuera compañero suyo en la universidad. John apenas perdió un segundo en recoger su arma, apuntándola contra Sebastian, pero Sherlock posó su mirada en él, mientras esquivaba un gancho–. ¡No! ¡Vete, John! ¡Sácalos del agua!

El doctor de cabello rubio asintió con celeridad, dirigiéndose con los agentes de Scotland Yards, incluyendo a Lestrade y Mycroft, además de los agentes del MI6 hacia el desnivel que conducía a la orilla del lago. Debían salvarlos a cualquier precio.

Cora acababa de caer por el precipicio a las heladas aguas del lago, sintiendo rápidamente cómo el frío nublaba sus sentidos y agarrotaba sus músculos. Sin embargo, su primera y única preocupación era la supervivencia de su hijo, por lo que, a pesar de los riesgos, activó sus habilidades bajo el agua, comenzando a proteger con ellas y a brindarle calor. Su hijo pronto comenzó a recuperar su calidez, mientras que ella se enfriaba cada vez más y más. En un esfuerzo por sacarlo a la superficie, la joven logró nadar hacia ésta, aunque cada brazada y cada movimiento se sintiera como si miles de cuchillos la atravesasen. Cuando al fin logró sacar sus rostros a la superficie, observó un tramo del lago que se encontraba helado, por lo que, a sabiendas de que John y Mycroft irían en su busca, dejó a su pequeño sobre el hielo, cerca de la orilla. Sin embargo, ella no subió con él, pues el menor cambio en el peso, provocaría que el hielo se resquebrajase, siendo su único punto de apoyo para mantener a Hamish fuera de las aguas. Mientras intentaba calmar sus sollozos, la joven acariciaba a su pequeño, murmurándole que todo saldría bien, sintiendo poco a poco que sus párpados se cerraban con pesadez. En aquel preciso instante, John logró llegar hasta ellos, sujetando al bebé en sus brazos, envolviéndolo en una de las mantas térmicas que los agentes de Mycroft habían traído consigo, mientras que Lestrade sacaba a la ahora inconsciente madre del agua, tapándola también con una de aquellas mantas.

Por su parte, Sherlock continuaba peleando cuerpo a cuerpo con Morán, golpeándolo con todas sus fuerzas por todo lo que había hecho. Logró conectar un puñetazo con su rostro, aunque para su mala suerte, el ex-militar ya era más experimentado que en su anterior encuentro, por lo que aguantó el golpe sin demasiados problemas. Era un combatiente experimentado. Con una gran facilidad golpeó al detective en el estómago, privándolo de aire unos segundos. Tiempo suficiente para lanzarlo contra un árbol cercano, cayendo el joven de cabello castaño al suelo. El hombre de ojos azules-verdosos logró incorporarse, comenzando a pelear de nuevo, encajando en aquella ocasión varios golpes consecutivos al rostro y pecho de Sebastian, logrando partirle el labio y provocar una leve arritmia en su corazón. Pero ni incluso en aquella situación parecía Sherlock tener todas las de ganar. El detective asesor estaba seguro de que debía entretener el tiempo suficiente al criminal para que su familia se salvase y escapasen de allí, pero ni él mismo podía entrever ni deducir el devenir de la pelea. En un desafortunado descuido por parte del detective asesor, el francotirador logró recuperar su arma, la cual el sociópata había hecho que soltase al comenzar la confrontación, disparándole en el hombro izquierdo, provocando que una oleada de dolor lo invadiese. Continuó peleando, ahora con un hombro incapacitado, logrando desviar la trayectoria de los disparos de Morán hacia el aire para no sufrir más heridas. Sin embargo, el captor de la pelirroja se percató rápidamente del desgaste que esa herida provocaba en el de cabello rizado, aprovechándose de él, presionándola con fuerza. Tal y como Sherlock acababa de deducir, la herida hacía insostenible la defensa, y por tanto, la pelea. En un momento dado, Morán logró que cayese a un desnivel del precipicio, saltando tras él, ahora encontrándose el detective boca-arriba, con la mira del francotirador apuntando a su cráneo.

Ya te dije que te haría pagar lo que me hiciste –sentenció Morán con profunda satisfacción.

El criminal apretó el gatillo en ese instante, percatándose de pronto de que su arma había sido desviada, encontrándose la mira ahora frente al cuerpo de una mujer. Una mujer de brillantes ojos escarlata, los cuales lo observaban con ira asesina. Su respiración era errática, indicando que se había dado prisa en llegar hasta ellos.

Y yo te he dicho –comenzó, de pronto sus manos envolviéndose en llamas, logrando girar el cañón del revolver como si se tratase de goma–, que las madres protegen a su familia sin importarles las consecuencias –finalizó, antes de propinarle un uppercut con una fuerza casi sobrehumana, logrando lanzarlo hacia el barranco desde el cual ella había caído anteriormente, subiendo por las rocas rápidamente.

Por su parte, Mycroft se apresuró en ordenar a sus agentes que ayudasen a Sherlock a bajar hasta el lago, pues seguramente necesitaría atención médica. Ahora todos estaban pendientes de la pelea entre la detective y el francotirador.

–De modo que al fin decides enfrentarme, Phoenix –la llamó Morán, levantándose del suelo nevado, preparándose para aquel combate.

–Mis habilidades han mejorado desde la última vez que nos vimos –sentenció la joven, envolviendo sus brazos en llamas. Por lo que Sebastian podía notar, la pelirroja ni siquiera había dejado que le curasen las heridas de bala, por lo que quizás podría aprovecharse de su pérdida de sangre y entumecimiento.

Sebastian se dirigió hacia ella entonces, comenzando por intentar golpear su rostro, pero por fortuna para Cora, ella fue más rápida, logrando esquivarlo, propinándole una patada en la espalda, haciéndolo caer a la nieve de bruces. Tras levantarse, Sebastian lanzó un hook, logrando acertar y golpear su pecho, haciéndola retroceder, habiendo provocado una leve hemorragia interna, al haber golpeado la herida de bala recién infligida. El ex-militar sacó entonces un cuchillo de combate, sujetándolo en su mano derecha, dispuesto a continuar la pelea, percatándose la pelirroja de que aún guardaba otro cuchillo en su espalda. En cuanto lanzo una estocada hacia ella con la intención de seccionar su yugular, la pelirroja hizo una finta, pasando por debajo de su brazo y tomando en sus manos el otro cuchillo de combate, alejándose unos pasos. Ambos prepararon entonces sus armas, con los ojos de Cora brillando con incandescentes trazos de llamas. La joven atacó primero en aquella ocasión, corriendo como alma que lleva el diablo hacia él, comenzando a intercambiar estocadas con los cuchillos, sus filos chocado en más de una ocasión entre fintas e intentos de golpe. En un momento dado, Morán logró clavar su cuchillo en el abdomen de la pelirroja, quien simplemente sonrió. El ex-militar la tenía sujeta en aquel instante por los hombros, observando con impotencia cómo la joven aumentaba hasta límites insospechados su temperatura corporal, envolviéndose en llamas, sujetando los brazos de él, colocando sus piernas en su cuello, logrando hacer crujir los huesos de él al estirar sus brazo hacia ella. Provocó un gran dolor al francotirador, quien no tuvo tiempo de reaccionar al soltar ella sus brazos, propinándole una patada con giro en su rostro, acercándolo al barranco. En cuanto se levantó para intentar contraatacar, Cora se lanzó a su cuello, sujetándose a él antes de impulsarse con el tronco de un árbol cercano, cayendo ambos por el precipicio, en aquella ocasión acabando ambos golpeándose contra el hielo.

Sherlock, quien acababa de recibir atención médica por parte de su mejor amigo, se encontraba observando la pelea que transcurría al borde del precipicio, cuando se le paró el pulso al contemplar cómo su mujer se impulsaba hacia el barranco mientras aún tenía sujeto a Morán, cayendo ambos hasta el hielo, golpeándose contra él. John, a quien pareció también helársele la sangre, contempló cómo la pelirroja lograba levantarse del suelo al igual que su captor, corriendo el uno hacia la otra, deteniéndose a escasos centímetros de sus rostros: Cora tenía uno de los cuchillos de combate en el cuello del francotirador, mientras que el otro se encontraba en la espalda de él.

Fin del juego, Sebastian –sentenció la pelirroja con una voz agarrotada, evidentemente cansada–. Ríndete, ahora.

–Bien jugado, Cora –alabó el ex-militar–. Bien jugado...

Ríndete –lo amenazó ella, presionando un poco más el filo del cuchillo contra su cuello: no deseaba matarlo–. Di que te rindes.

Sebastian únicamente le sonrió. No era la sonrisa de un perdedor, sino una sonrisa de alivio, como si hubiera estado esperando aquel momento toda su vida. Como si quisiera que lo matase. A la pelirroja le quedó claro entonces: sin Jim, él no encontraba un sentido en la vida. Todos aquellos años que se había pasado planeando aquella venganza únicamente tenían un propósito: conseguir morir. Cora negó con la cabeza.

No pienso matarte –sentenció, provocando que la mirada del joven de ojos verdes se tornase confusa–. Nadie, ni siquiera tú, se merece una muerte así –indicó en un tono sereno–. No vivas en la desesperación, Seb –lo llamó, sorprendiéndolo–. Tienes un hijo por nacer, y sospecho que no es solo el deseo de tener algo de Moriarty lo que te hizo aliarte con Irene, ¿me equivoco? –cuestionó, los ojos verdes del hombre que tenía frente a ella delatando su respuesta–: la amas –concluyó–. Te perdono la vida, pero únicamente con el propósito de que algún día puedas ver crecer a tu hijo nonato.

Tras decir aquellas palabras, la pelirroja rápidamente hizo perder el equilibrio a Morán al golpear su pierna, cayendo éste hacia delante, apartando ella el cuchillo de su cuello, propinándole un golpe en la nuca, dejándolo inconsciente al momento. En cuanto lo hubo hecho, ella misma dejó de lado sus llamas, sintiendo su cuerpo pesado, al fin agotándose toda reserva de resistencia que había utilizado para aquella pelea, cayendo al hielo con un golpe seco. Aquella fue la señal que necesitaron los agentes de policía y Sherlock para acercarse a ellos, logrando recuperar sus cuerpos. El detective asesor, quien sujetaba a Hamish, se lo entregó a su mejor amigo, tomando en brazos a su mujer, intentando despertarla.

–¡Rápido! ¡Necesita atención médica! –bramó, envolviéndola de nueva cuenta en una manta térmica–. Vamos, querida, vamos... –murmuró, besando sus labios, notando que aún había un resquicio de calidez en ella.

Mientras los médicos le hacían las curas, Sherlock sujetó en brazos a Hamish, quien no dejaba de sollozar. El padre de la criatura intentaba calmarlo como le era posible, pero sabía que hasta que su pelirroja no despertara, seguiría llorando.

¡Mamá...! ¡Mamá! –sollozaba el pequeño Holmes, llamando a su madre, quien al escuchar su voz, abrió lentamente los ojos, siendo estrechada por los brazos de su marido a los pocos segundos–. ¡Mamá! –volvió a decir el pequeño.

Sherlock... Hamish... –murmuró ella, sintiendo los brazos de sus dos personas favoritas rodearla con afecto–. Mis chicos...

Cora... –fue lo único que fue capaz de murmurar el detective asesor mientras las lágrimas caían por sus mejillas, abrazándola fuertemente, con cuidado de no hacerle más daño, por supuesto. Tras romper por unos segundos el abrazo, el joven la besó en los labios con pasión y cariño.

La familia Holmes continuó abrazándose entre lágrimas con gran calidez y amor mutuo, al fin habiéndose reunido tras aquellos meses de angustia y soledad. Después de aquellos tormentosos días, estaban juntos de nuevo, y nada volvería a separarlos.

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