| -Epílogo- |
Habían ido transcurriendo unos cuantos meses desde que Cora descubriera la verdad acerca de su identidad, y al fin había decidido aceptar el hecho de que poseía una familia biológica viva que deseaba mantener el contacto con ella, por lo que decidió que era el momento de empezar de cero, relacionándose con su abuelo Thomas, su prima Nieves y su hermana menor, Susan. Ésta última era sin duda la sombra de su hermana, pues la adoraba con gran intensidad, admirándola y deseando ser como ella. Cora por su parte se esforzaba por ser el modelo a seguir de su hermana menor, adorándola en igual o mayor medida, ya que sentía que debía cuidar de ella, tratando de darle el cariño que sus padres adoptivos le dieron a ella. Sabía que jamás podría sustituir a sus padres biológicos, pero la pelirroja estaba dispuesta a dar lo mejor de si para hacer feliz a Susan. Por otro lado, continuaba manteniendo una relación estrecha y cercana con Nieves, quien a pesar de haber necesitado sesiones de terapia para afrontar los actos y el encarcelamiento de su madre, no los culpaba ni a ella ni a Sherlock por lo sucedido, pues comprendía que Linda se lo había buscado ella sola. Ambas compartían ciertos gustos, al igual que Susan, provocando que en algunas ocasiones decidiesen reunirse para pasar un rato divertido: Cora les comentaría sobre sus casos, inclusive sobre los libros que adoraba leer (algo en lo que las tres coincidían, pues la lectura era su pasión). La detective de cabello carmesí continuó relacionándose con Thomas, a quien consideraba una figura paterna muy amorosa, llegando incluso a pedirle que cuidase de su hijo Hamish cuando Sherlock y ella se encontraban enfrascados en un caso muy complicado. Claro que, cuando debía cuidar al pequeño Holmes, la Sra. Hudson lo acompañaría como medida extra, pues siempre venía bien el tener más vigilancia sobre el infante, quien cada día comenzaba a ser más parecido a su padre, merodeando por todos los sitios y examinando cuanto contemplaban sus ojos. Fue casi el destino, como Cora lo decía, puesto que se había percatado de inmediato de la amistad que forjaron ambos ancianos, y estaba segura de que ambos encontraban placer en su mutua compañía. Pensó que, dadas las circunstancias de ambos, ¿por qué no iba a surgir un romance entre ellos? Claro que, su abuelo aún necesitaría tiempo para recomponer su roto corazón. Hasta Sherlock coincidía con su esposa en que tarde o temprano ambos acabarían relacionándose sentimentalmente.
Uno de aquellos días, mientras observaba a su pequeño rayo de luz caminar por la sala de estar, no teniendo más remedio que impedir que toquitease uno de los experimentos de Sherlock, Cora se sentó en el sofá con el infante, totalmente agotada. Bien era cierto que no descansaba ni una día por los casos y porque debía cuidar de su hijo. Además, no era como si su marido la dejase descansar por las noches, pero... Aquel pensamiento la hizo sonrojar violentamente. Hacía aproximadamente un mes desde que Sherlock y ella se habían acostado, y...
“¿Podrá ser posible?”, se preguntó, comenzando a contar los días con los dedos de sus manos. “¡Tengo un retraso en el periodo...!”, pareció que ese preciso instante fuera a perder el conocimiento al percatarse de ello. ¿Qué pensaría Sherlock? ¿Estaría feliz? Solo en ese momento se percató de la presencia de John en el piso, quien había decidido pasarse a saludar.
–Hola, Cora –la saludó con una sonrisa el rubio–. ¿Te pasa algo? Pareces nerviosa.
–Menos mal que has venido, John –suspiró la pelirroja, observando que Rosie corría hacia ella, abrazándola–. ¡Hola Rosie! –la saludó–, ¿juegas con el kit de médico que tu tío y yo te regalamos por tu cumpleaños?
–¡Hola Tía Cora! –la saludó la pequeña con una sonrisa–. ¡Sí, juego con él todos los días!
Cora sintió que el corazón se le enternecía con su respuesta, pues estaba claro que la pequeña Watson seguiría los pasos de su padre al hacerse mayor, al igual que Hamish seguiría los pasos del suyo cuando creciera.
–¿Menos mal? ¿Estás enferma? –le preguntó el doctor, acercándose a ella rápidamente.
–No, no, pero necesito que me hagas un reconocimiento –negó ella, apresurándose en calmar sus nervios. El ex-soldado suspiró con alivio al escucharla, asintiendo a los pocos segundos.
–Está bien –afirmó–. Vayamos a tu habitación. De esa forma los niños no nos espiarán –indicó, observando de reojo que su hija ya estaba jugando con el pequeño Holmes, quien ahora estaba interesado en la pequeña Watson.
Ambos amigos se dirigieron entonces a la habitación de los detectives, donde John comenzó a realizarle un chequeo médico a la pelirroja. Comenzó con sus síntomas: mareo, vómitos matutinos, cansancio prolongado,... Y su retraso en su ciclo menstrual. Aquello no dejó dudas en el médico, quien le sonrió a la pelirroja con suavidad, pues parecía que sus sospechas podían confirmarse. Tras suspirar, la joven rebuscó en uno de sus cajones en la mesilla de noche, encontrando un test de embarazo Sin esperar demasiado, Cora entró al servició de la habitación, esperando John sentado en la cama, pues sabía lo nerviosa que debía estar ella, y lo importante que debía ser este momento, pues de ser cierto, significaba que pronto tendrían otro Holmes corriendo por la casa. Tras unos minutos, el resultado fue claro: positivo. Con una sonrisa en el rostro, Cora salió del servicio, abrazando a su amigo con una alegría fuera de límites. La pelirroja incluso volvió a preguntarle a John si querría ser el padrino de ese otro bebe, por lo que al rubio se le llenaron los ojos de lágrimas. En su alegría, ninguno se percató de que Sherlock acababa de regresar al piso.
–¡Papá! –exclamó Hamish en cuanto vio entrar a su padre por la puerta de la sala de estar, corriendo a abrazarlo. Sherlock correspondió el abrazo que su pequeño le brindaba con una sonrisa, antes de sentir otros brazos abrazándolo.
–Hola, Hamish –saludó al pequeño, antes de que su vista se posase en la pequeña Watson–. Rosie, que alegría verte –comentó, revolviéndole el pelo–. ¿Y tu padre? –preguntó, provocando que ambos infantes intercambiasen una mirada–. ¿Qué ocurre, Hamish? ¿Y Mamá?
–Mamá está con el tío John en la habitación –respondió el pequeño de cabello castaño.
–Pero llevan mucho rato ahí –dijo la pequeña de cabello rubio, su tono igual de preocupado.
A Sherlock por un momento pareció como si se le cayese el mundo encima al pensar en esa posibilidad, pero se mantuvo firme y la descartó, ya que Cora y John jamás harían algo así. Con calma, caminó hasta la puerta de la habitación, de cuyo interior pudo escuchar las inequívocas voces de su mejor amigo y su mujer, quienes parecían estar riendo y llorando al mismo tiempo. Apenas conteniéndose, el detective asesor abrió la puerta con algo de brusquedad, sorprendiendo a los amigos, quienes estaban abrazándose.
–Sherlock, al fin has vuelto –se sorprendió la joven por una milésima de segundo, escondiendo el test de embarazo tras su espalda. Sherlock arqueó una ceja al verlos en tan... Como decirlo, delicada situación.
–Te juro que no es lo que parece –dijo John, contemplando que el sociópata parecía poco a poco más dolido–. Hay una explicación para esto.
–Pues será mejor que me la deis –sentenció el detective de ojos azules-verdosos, cruzándose de brazos, observando a su mujer y su mejor amigo con cierta severidad.
–Me encontraba mal estos días, y he pensado que, debido a cierta sospecha que tenía, John debía hacerme un reconocimiento médico –se sinceró la pelirroja, caminando con ambos hombres al salón, donde se sentaron en sus respectivos sillones–. No queríamos alarmar a los niños, por lo que los hemos dejado aquí –continuó, observando cómo Watson cogía a su pequeña en brazos mientras que Holmes hacía lo propio con su hijo.
Tras terminar su explicación, Sherlock suspiró con alivio, disculpándose ante su amigo y su mujer por su reacción, pero ambos afirmaron que no se habían ofendido con él, pues era comprensible que fuera escéptico ante la situación que se había encontrado al volver al piso.
Después de despedir a John en la puerta a las pocas horas, Sherlock se sentó en la mesa de la cocina, con uno de sus experimentos, observando a su mujer concienzudamente, mientras ella alimentaba a Hamish en el sofá.
–¿Qué sucede, cielo? –preguntó Cora, sintiendo la mirada de su alto y guapo detective sobre ella, quien rápidamente se levantó al escucharla hablar, colocándose frente a ella, tomando al infante en brazos y alimentándolo él en su lugar, pues la notaba cansada de pronto.
–¿Mal? ¿Estás enferma? –fue lo primero que preguntó el detective tras unos minutos de silencio incómodo (en los cuales no dejó de observarla, como si la analizase). Era un alivio saber que no se había dado esa situación tan poco atractiva, como lo era la infidelidad. Se reprendió en su mente por pensar algo que no era posible en ninguna circunstancia–. ¿Qué te sucede?
–Es... No sé cómo decírtelo –comenzó la pelirroja, nerviosa–. Quizá sería mejor que te sentases en el sillón –continuó, logrando percibir el nerviosismo que desprendía su marido por los cuatro costados. El detective hizo lo que le había pedido su mujer, sentándose en el sofá–. No sé cómo decírtelo, así que lo haré de una vez, ¿de acuerdo? –preguntó, recibiendo un gesto afirmativo por parte del detective–. ¡Sherlock... Estoy embarazada!
Lo único que la pelirroja logró escuchar fue como su marido inspiraba profundamente, para después quedarse la estancia en silencio. Ni siquiera parecía parpadear. Cora comenzó a alarmarse, cuando de pronto escuchó que el teléfono de su marido sonaba en su gabardina, la cual no de había quitado. Incluso Hamish comenzó a agitar de forma leve sus manos frente al rostro de su padre.
–¿Papi? ¡Papi! –exclamaba el niño.
Cora se levantó del sofá, tomando el teléfono de su marido del bolsillo, comprobando que era una llamada de su cuñado.
–Mycroft, estoy preocupada –dijo rápidamente nada más contestar la llamada–: ¿Sherlock puede entrar en estado de shock? –le preguntó–. Lo he visto así solo dos veces, pero esto parece serio.
–¿Estás segura? ¿Está herido? –preguntó su cuñado al otro lado de la línea, su tono de voz de pronto preocupado.
–No, no, no está herido –negó la pelirroja, contemplando cómo su marido continuaba inmóvil.
–¡PAPÁ! –bramó Hamish, pellizcando la mejilla derecha de su padre en un intento por hacerlo reaccionar.
–Hamish, cálmate, estoy hablando con el Tío Mike ahora. Él nos dirá qué hacer –intentó calmar a su hijo–. Perdona, Mycroft –se disculpó, segura de que su cuñado había escuchado el grito de su pequeño–, Sherlock está en shock porque acabo de decirle...
–...Que estás embarazada –terminó por ella el Gobierno Británico, provocando que la joven madre se gire en todas las direcciones, buscando una cámara oculta.
–Como me digas que tienes cámaras instaladas en mi casa, Mycroft Holmes, te juro que te parto la crisma. Me importa un bledo que seas del Gobierno Británico –indicó en un tono severo–. Podrán pasar un día o dos sin ti controlando el cotarro, pero por tu bien, y por el hecho de que quizás eches de menos las manos y las piernas, te aconsejo que no sea así –finalizó, provocando que su cuñado trague saliva, algo nervioso.
–No, Cora –se apresuró a negar–. No tengo cámaras en la casa –indicó–, pero apenas me ha bastado una simple deducción para adivinarlo: ¿qué podría haber motivado a mi hermano para quedarse en estado de shock? Obviamente una noticia imprevista que viniese de ti. ¿Y qué hay más imprevisto para mi querido hermano que un nuevo embarazo? –le informó rápidamente–. Deberías intentar sacarlo del trance. El método lo dejo a tu elección, pero conociendo a Sherlock, será capaz de salir de él el mismo. Aunque puede que tarde unos minutos.
–Perdona, estoy de los nervios, y gracias –finalizó la llamada la detective, antes de volverse hacia su marido, acercándose a él, besando sus labios con dulzura.
–Puaj –murmuró el pequeño Holmes, provocando que su madre sonría.
–Cuando tu tengas novia ya me dirás si esto te parece asqueroso –dijo la pelirroja, antes de volver a besar a su sociópata altamente funcional, quien a los pocos segundos parpadeó, saliendo del trance, reciprocando el beso con cariño.
–¿Estás segura...? ¿Segura de que estás embarazada? –el joven de cabello castaño y ojos azules-verdosos frotó los hombros de su mujer con cariño.
Cora asintió, las lágrimas comenzando a formarse en las córneas de sus ojos, siendo a los pocos segundos elevada por los aires, pues Sherlock (tras dejar a Hamish en el suelo), la había tomado por la cintura, dando vueltas con ella en sus brazos: sonreía de felicidad.
–¡Eso es magnífico, querida! –exclamó, bajándola para besarla de nueva cuenta en los labios–. Gracias, muchísimas gracias, amor mío –le susurró, estrechándola entre sus brazos tras romper el beso–. ¿Has oído eso, Hamish? –le preguntó al infante, tomándolo en brazos, quien se carcajeó sonriente–. ¡Vas a ser un hermano mayor!
La pelirroja de ojos escarlata observaba a su familia con alegría y el corazón latiendo desbocado y lleno de ternura: ¿qué había hecho para merecer un regalo semejante? El regalo de una familia amorosa que la cuidaba y la amaba incondicionalmente. Ni siquiera podía creer que su vida fuera tan maravillosa. Estaba segura de que ella había nacido para conocer a Sherlock, y ella había nacido para conocerlo a él... Era su destino. Cada día, cada hora, cada minuto y segundo que pasaba en esa vida perfecta con ese hombre sin igual le confirmaba que su hilo rojo del destino no se había equivocado al reunirlos a ambos.
–Feliz Cumpleaños, querida –la felicitó su marido, entregándole un ramo de numerosas rosas rojas–. Una rosa por cada día que hemos estado juntos –le indicó con una sonrisa, besando sus labios.
–¡Feliz Cumpleaños, Mamá! –exclamó el pequeño Holmes, entregándole un par de pendientes de plata, que claramente, Sherlock y él habían escogido, los cuales hacían juego con el collar que le regalara en aquellas navidades.
–Chicos... Os quiero muchísimo –replicó Cora, emocionada por sus palabras y sus regalos, recibiéndolos con un gran afecto, colocándose los pendientes. Sherlock y Hamish sonrieron, intercambiando una mirada antes de abrazar a su pelirroja.
–¡Te queremos! –dijeron ambos al unísono–. ¡Hasta el infinito y más allá, ida y vuelta! –añadieron.
Recibiendo el abrazo de su marido y su hijo, quien posó sus manos en su vientre, emocionado por la nueva vida que llegaría al mundo, Cora sonrió, pues no había forma de ser más feliz que en aquel preciso instante.
Los meses fueron pasando inexorables, con la pelirroja en pleno estado de gestación, decidiendo los detectives visitar a Eurus en Sherrinford, para que así conociese a Hamish, pensando que, seguramente sería un buen incentivo para que comenzase a buscar conectar de nuevo con la sociedad, y con suerte, según pensaba la pelirroja, Eurus podría rehabilitarse y llevar una vida normal. Mycroft pareció reacio a la idea de dejar que su cuñada, su sobrino y su futuro sobrino/sobrina corriesen un riesgo innecesario, por lo que decidió acompañarlos, recibiendo un «¿ya has entrado en modo protector, querido Mike?» por parte de Cora. Aquello lo hizo ruborizarse y reír a los detectives. Ese día, el 5 de noviembre, el helicóptero que debía llevarlos a Sherrinford se detuvo en la zona de aterrizaje de la prisión, con Sherlock ayudado a su mujer a bajar del vehículo, sujetando Mycroft a Hamish y el violín de su hermano menor. Cora sintió que un escalofrío recorría su espalda al posar su vista de nuevo en aquel lugar. Aquel lugar que por poco la había hecho desaparecer, a ella y a su hijo. El sociópata de ojos azules-verdosos, percatándose del malestar de su mujer, rápidamente posó un brazo alrededor de sus hombros, antes de tomar a su hijo en brazos.
Se internaron en el complejo, donde Eurus los esperaba en aquella misma celda en la que hubiera permanecido años atrás, la misma que Sherock contempló en su primera visita a aquel inolvidable y trágico lugar. Ni siquiera podía imaginar cómo el tío Rudy había consentido que se le hiciera esto a Eurus, pues él en primera instancia había indicado que debían ayudarla en un centro lleno de comodidades, no en aquel lugar que Mycroft había dictaminado. Cuando entraron, Sherlock dejó a Hamish en el suelo, quien tomó las manos de sus padres con una sonrisa. Eurus, esperando encontrar solo a Sherlock allí, se giró, contemplando a su familia tras el cristal. Posó su mirada primero en Mycroft, haciendo un leve gesto con la cabeza, antes de posarla en Sherlock, sonriéndole de forma breve. Su mirada azul pálida se quedó casi petrificada al contemplar a la pelirroja y al infante, quienes le sonreían. Cora decidió acercarse con Hamish, caminando lentamente hacia el cristal que los separaba de Eurus, caminando ella también hacia ellos. La pelirroja de ojos escarlata esperaba poder lograr que su cuñada pronunciase algunas palabras, pues estaba claro que deseaba en el fondo de su corazón llevar una vida normal, lejos de allí.
–Hamish, esta es tu Tía Eurus –la presentó a su hijo, agachándose levemente para hablarle a su hijo con una sonrisa. El infante la observó con sus ojos azules-verdosos llenos de curiosidad, antes de sonreír a la morena–. Eurus, este es Hamish, tu sobrino –lo presentó, contemplando cómo una solitaria lágrima se deslizaba por la mejilla de su cuñada, quien se agachó tras el cristal, para así estar al mismo nivel que el niño.
–¡Hola Tía E! –la saludó el pequeño con una sonrisa, posando una mano en el cristal. Eurus pareció sorprenderse por una milésima de segundo, antes de posar su mano en el cristal también, las lágrimas cayendo aún más numerosas por sus mejillas.
–Hola, Hamish –dijo, sorprendiendo a Sherlock y Mycroft, quienes no esperaban que ella hablase–. Es un placer conocerte –le indicó con una sonrisa suave–. Me alegro de verte, Cora –se dirigió a la pelirroja–, gracias por esos libros que me prestaste –añadió, sorprendiendo al detective asesor y al Gobierno Británico.
–No hay de qué, Eurus –dijo la de ojos escarlata–. Lamento no haber venido antes a verte.
–No, lo comprendo –admitió la morena en un tono suave de voz–: debías cuidar de este pequeño detective en potencia –añadió, sonriendo–. ¿Serás un detective como tu papá, Hamish?
–¡Si! –afirmó el niño, orgulloso–. ¡Pienso ser mejor que él!
–Pues deberás esforzarte –dijo Eurus–: tu papá y tu mamá son increíbles. Da lo mejor de ti para superarlos, ¿de acuerdo? Tu tía estará siempre apoyándote.
Las horas fueron pasando en una relativa calma y alegría, con Eurus charlando de forma amena con su familia, especialmente con su pequeño y adorable sobrino, como ella lo llamaba cariñosamente. Sherock por su parte, se encontraba orgulloso de su mujer e hijo, pues aquel era el primer paso para que Eurus recuperase su cordura, y por tanto, la posibilidad de que llevase una vida normal, se acrecentaba. El detective asesor continuó tocando el violín para su hermana, reciprocando ella el gesto, entonando ambos una melodía hermosa y llena de suavidad y cariño.
Eurus continuó mejorando su condición, logrando sus padres visitarla y hablar con ella largo y tendido, como si nada hubiera pasado y su mente no se encontrase levemente fracturada. La felicidad parecía haber llegado a la familia Holmes, con Cora acercándose a la fecha del parto, para así conocer a su nuevo hijo/hija. Sherlock y ella habían acordado que no querían saber el género en aquella ocasión, habiendo consultado con sus amigos y familiares acerca de los nombres, habiendo recibido varias sugerencias al respecto. Aquella mañana del 2 de enero, Cora comenzó a sentir agudos dolores tras una sensación cálida, por lo que rápidamente despertó a su amado sociópata, quien dormía a su lado.
–¡Sherlock! ¡Sherlock!
El detective asesor apenas tuvo que percatarse de la razón para su despertar, por lo que rápidamente se visitó, despertando a Hamish en el proceso, llamando a John para que los acompañase. Con celeridad, bajó con su hijo a la puerta de la Sra. Hudson.
–¡Sherlock, son las cinco de la mañana! –exclamó la casera de Baker Street tras abrir la puerta–. ¿Qué es lo que...?
–Sra. Hudson, luego podrá gritarme todo lo que quiera –comenzó a decir el detective, apurado–, ¡pero Cora está de parto y necesito su ayuda!
–¡Iré a por mi coche! –exclamó la mujer, vistiéndose rápidamente antes de salir del piso ocn las llaves de su Aston Martin.
Sherlock rápidamente ayudó a bajar a su mujer por las escaleras de Baker Street, llegando en aquel preciso instante John acompañado por Rosie, ayudándolos a llegar hasta el coche de la Sra. Hudson, quien lo había aparcado frente a la entrada al 221-B. Todos se subieron al coche con celeridad, con la pelirroja de ojos escarlata respirando con dificultad: no recordaba que con Hamish hubiera sido tan intenso el dolor. Cuando al fin llegaron a Barts, Mycroft ya se encontraba allí esperándolos, junto a los padres de Sherlock y la familia biológica de Cora, quienes charlaban con el Sr y la Sra. Holmes animadamente. En cuanto los vieron entrar por la puerta, todos corrieron a ayudar a la joven madre, siendo ésta atendida por una enfermera a los pocos segundos. En aquella ocasión sí permitieron que Sherlock entrase con su mujer a la sala de partos.
–¿Es el padre? –preguntó la enfermera, recibiendo un gesto por parte del detective, quien asintió–. Bien, necesito que se ponga esto –le indicó, entregándole un gorro, guantes y ropa de quirófano–. Después venga conmigo y sujete la mano de su esposa. Anímela para que el pequeño salga lo antes y mejor posible, ¿de acuerdo?
Sherlock asintió, entrando a la sala de partos una vez estuvo preparado, observando a su mujer, quien había sido ya cambiada a un camisón de hospital, tumbada ya en una camilla, con las piernas en alto, la doctora lista para ayudarla a traer al bebé al mundo. Cuando lo vio entrar, Cora estiró su brazo derecho hacia él, tomándolo el sociópata con cariño pero con firmeza al mismo tiempo. La labor de parto comenzó poco después, con las contracciones sucediéndose aún más intensas, llegando el momento en el que la detective debía empujar. Tras unos minutos, la joven ya se encontraba terriblemente agotada.
–Vamos, querida, tu puedes –la animaba su marido, susurrándole palabras suaves al oído.
Tras unas seis horas y quince minutos, nació la pequeña. Era una niña, y Sherlock se sintió extremadamente emocionado por tener la posibilidad de cortar su cordón umbilical, contemplando esa nueva vida que habían creado juntos, esa nueva vida que acababa de llegar al mundo y lloraba con fuerza, como si confirmase su presencia en él. Una vez la bebé fue envuelta en unas mantas rosas, fue entregada a su madre, quien la sujetó con cariño y suavidad, una mirada cansada pero orgullosa en su rostro. Cuando al fina las llevaron a una habitación, dejaron entrar a los familiares, quienes llevaban regalos de color neutro, excepto la madre de Sherlock, quien estaba completamente convencida de que el recién nacido sería una niña, pues como ella decía «ya hay demasiados hombres en la familia Holmes!».
–Bienvenida a la familia, Shirley –dijo Cora, dandole nombre a su pequeña con una sonrisa.
–¿Shirley? –preguntó John con una ceja arqueada, pues aquel nombre sin duda parecía el de Sherlock pero pensado para una niña.
–Shirley Isabella Holmes –sentenció el detective, logrando que los ojos de su mujer se llenasen de lágrimas.
–¡Es una preciosidad, hermana...! –dijo Susan con una sonrisa.
–Se parece mucho a ti, Cora. Tiene tu cabello –dijo la Sra. Hudson–. Pero tiene los ojos de su padre, sin duda alguna.
–Dejemos que el pequeño vea a su hermanita –dijo el Sr. Holmes con una sonrisa, contemplando cómo Sherlock tomaba a su hijo en brazos, aproximándolo a la cama en la que su mujer y su hija descansaban.
–Mira Hamish –le indicó el de cabello castaño–: esta es tu hermanita, Shirley.
Hamish no dijo nada ante aquella frase, pero su mirada penetrante se quedó fija en su hermana menor, una sonrisa confiada apareciendo en su rostro. Tanto Sherlock como Cora estaban seguros de qué significaba aquella sonrisa: protegería a su hermana de todo y de todos los que quisieran dañarla. Esa misma sonrisa y esa mirada eran sin duda de su padre, quien también había hecho aquella promesa cuando él hubo nacido.
La siguiente noche, en Baker Street, Sherlock se encontraba sujetando a la recién nacida en sus brazos, observando el cielo nocturno a través de la ventana. Tras suspirar, posó sus vibrantes ojos azules-verdosos en su hija, esos mismos ojos devolviéndole la mirada suavemente.
–Le hice esta misma promesa a tu hermano cuando nació, por lo que ahora te la voy a hacer a ti, mi pequeña Shirley –le dijo, el sonido de su voz logrando calmar a la bebé–: «pase lo que pase, no importa lo que sea, nunca me apartaré de ti. Te protegeré, incluso con mi propia vida» –indicó, la pequeña bebé de cabello carmesí como su madre reciprocando el sonido de su voz con una sonrisa. Sherlock colocó su dedo índice en la pequeña mano de su hija, quien lo agarró inmediatamente. Padre e hija intercambiaron una mirada antes de recostarla de nuevo en la cuna–. Buenas noches, hija –le deseó.
Sherlock entonces se sentó en la cama matrimonial, acariciando el rostro dormido y aliviado de su mujer: todo por lo que habían pasado, todas sus adversidades, todo al fin había tenido su propósito. Debían permanecer juntos. Su familia era lo más maravilloso que podría haberle pasado al detective asesor más famoso de Inglaterra, y ya ni siquiera podía contemplar la posibilidad de despertarse un día y no tenerlos a su lado. La idea de perderlos lo aterraba, pero estaba seguro de que haría lo que fuera por mantenerlos a salvo siempre. Si se lo hubiera imaginado hacía años, con su yo frío y calculador, el hecho de tener una familia y una persona amada a su lado lo habría hecho reír por lo irónico de la situación, pero su yo de ahora, el hombre amoroso, familiar y protector, no cambiaría nada por volver a aquellos años de soledad.
–Gracias, querida –susurró a su mujer, recostándose con ella en la cama–. Gracias por hacerme el hombre más feliz del mundo, por llenar mi vida con tu alegría, tu bondad y tu amor, y por darme lo hijos más maravillosos que hubiera podido desear –continuó, besando su frente, contemplando con una sonrisa como ella se movía–. Mi destino tenías que ser tu, y yo tenía que ser el tuyo.
Fin
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