Capítulo 3
Al otro día
Me fui hasta su casa. En el bus de camino hacia allá, le llamé a su celular para avisarle que ya iba llegando.
_ Ven a buscarme.
_ ¿Y cuándo vas a aprender a venirte sola? – sonreí.
_ ¡Ay pero que pesado! Vamos, si sabes que aún me pierdo cuando voy a tu casa
_... Ok, salgo...
Me bajé del bus y ahí vi su auto. Ya me estaba esperando.
Nos saludamos con un beso en los labios y luego nos fuimos al supermercado a comprar cosas para comer. Después nos pasaríamos a un restaurante de sushi, para retirar una orden. A su hija le encantaba el sushi y, a decir verdad, a mí también.
En el supermercado...
Ingresamos y Leandro tomó un carro y empezamos a caminar por los pasillos; yo contenta de estar con él, lo miré, le quise tomar su mano, pero él tieso, sentí que aquel contacto no era de su agrado y preferí no tomársela.
Seguíamos mirando y echando cosas al carro; la gente pasaba por nuestro lado y sentí de pronto, que a él le incomodaba el que lo vieran conmigo. Otra vez, no quise tomarle importancia y me dediqué a las compras.
Llegamos a su casa y ahí estaba su hija. Por suerte, ella y yo nos llevábamos bien; ella tenía 17 años, toda una adolescente.
Estábamos los tres comiendo de lo más bien y a Leandro se le ocurrió encender el televisor. Yo le sugerí que viéramos un programa en especial, muy divertido, y él lo puso.
Aquel programa era uno de mis favoritos; siempre que lo veía me sacaba escandalosas risotadas. Algo por lo que en si me caracterizaba era mi exagerada risa, algo que no podía controlar; era parte de mí. Algunos la podían encontrar contagioso y otros desagradable.
Además, cuando algo me gustaba mucho, tenía la costumbre de imitar el dialogo, algo muy divertido para todos los que me conocían.
Vi una escena que, aún después de cientos de veces de verla, me causaba risa e imité el dialogo, lo que a ellos dos no le pareció para nada gracioso. Su hija me miró extraña y desvió la mirada.
Me sentí un poco incomoda y Leandro solo me miró...
Llegó la noche y yo me encerré en la que sería mi habitación, por esas dos noches. Sabía que Leandro me respetaba, pero igual sentía nervios y un poco de desconfianza.
De regreso en su auto, habían sucedido otras cosas aquellos dos días, de las que me había incomodado y sentido un poco mal.
Callada junto a su lado, Leandro me miró.
_ ¿Y cómo la pasaste este fin de semana?
_... Bien... Si, bien...
_ Me alegro. Esa era la idea... Igual, yo quería hablarte de algo.
_ ¿Qué cosa?
_ No te lo tomes a mal, pero no puedes reírte así y hacer esas cosas, que te dan por hacer.
_ ¿Disculpa?
_ Cariño, es verdad. Es extraño. Imagínate si te llevo con mi familia ¿Qué van a pensar? Hasta Catalina te miró extrañada – se me hizo un nudo en la garganta y bajé la mirada con tristeza.
_ Pero no te pongas así, amor. Solo quiero que en algunas cosas, y actitudes, cambies.
_ Yo no voy a cambiar por nadie. Esa es mi esencia. La esencia de mi padre.
_ Pero cariño, no puedes actuar así.
_ Soy así y ya. Por algo estás conmigo ¿No?
_... A lo que me refiero es que no quiero que crean que eres mi hija. Quiero que te vean como a mi novia.
_... ¿Tan inmadura e infantil me encuentras?
_ A veces... - me quise hundir y le pregunté aquello que no me atrevía.
_... ¿Y has podido hablar con tu hija de nosotros?
_ Aún no.
_... ¿Y cuándo pretendes decírselo?
_ Es muy poco tiempo.
_ Llevamos casi seis meses de novios.
_ Entiéndeme. No quiero perderla.
_ Pero ella ya es una mujer. No es una niña pequeña.
_ Tú no la conoces. Temo que le pase lo mismo que con mi ex. Que te deje de hablar. ¿Cómo te vas a sentir tú si lo llegara a hacer?
_ Pues deberíamos tomar el riesgo. No podemos andar toda la vida ocultos de ella.
_ Solo te pido tiempo. Cuando las cosas estén más calmadas, se lo diré.
_ Ella debe entender que su padre también tiene derecho a ser feliz.
_ Temo también que quiera irse a vivir con su madre...
_...
No supe que decirle; solo lo miré y no pude evitar sentir tristeza por él y comprensión
_... Oh, amor. Te entiendo...
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