Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Riesgos

     Me sentí desfallecer, estaba casi inconsciente. Mi último recuerdo lúcido fue la imagen del rostro de Javier, observándome con deseo y malicia, a la vez que sentía sus frías manos sobre mi cadera. Lo siguiente fueron espejismos, nubes borrosas de color en movimiento, recuerdos tan ausentes que ni siquiera el tiempo podría devolverme.

     En algún momento Javier se había quitado de encima de mí. Lo sabía porque de pronto dejé de sentir su peso sobre mi cuerpo. Recordaba gritos, malas palabras y un portón que se cerró con un estruendoso ruido. Recordaba dos figuras, dos colores diferentes moviéndose, rodando por el piso y volviéndose a levantar. Luego, todo se apagó. Ya no había luz, ni sonido, ni colores, ni gritos. Nada. No sabría decir cuánto tiempo estuve así, pero lo siguiente que escuché estando consciente fue una voz angelical, acompañada de unas manos que me daban suaves palmadas en las mejillas.

- Anna. Anna, despierta, por favor.

     Abrí los ojos con dificultad y ahí estaba, delante de mí, ese par de ojos color miel que tanto extrañaba, que tanto me hacían falta, los que sin duda alguna había aprendido a amar. Esos ojos, que en un principio demostraban dolor y preocupación, se transformaron en alivio y consuelo en cuanto vieron a los míos abrir finalmente. Vi sus labios pronunciar mi nombre una y otra vez, los vi sonreír y por un momento sentí ganas de besarlos.

- Anna, ¿estás bien? ¿Cómo te sientes?

- Adam... Volviste...

- Sí, hermosa, volví. Volví por ti.

- Me hiciste tanta falta...

- ¿Cómo te encuentras? ¿Ese imbécil te hizo daño?

- ¿Dónde está? ¿Dónde está Javier? – empezaba a agitarme. Traté de levantarme pero me mareé y caí a la cama nuevamente.

- No te preocupes, él no volverá a dañarte nunca más.

- Estoy mareada.

- Ya lo sé. Estás alcoholizada. ¿Estuviste tomando? Eso es extraño en ti.

- Yo sólo quería olvidar todo lo que...

- Basta, ¿sí? Basta. No te preocupes por nada más.

     Me quedé en la cama descansando mientras Adam me preparaba un té con miel para que me relajara y me recompusiera. Me parecía un milagro que mi amigo estuviese ahí conmigo, ayudándome nuevamente, prestándome todas sus atenciones. Era mi ángel de la guarda y ahora estaba ahí para mí. Me cuidó, me consintió y me mimó hasta que me quedé dormida.

     Desperté casi a las 10:00am al día siguiente y me levanté de la cama sin comprender mucho lo que había sucedido. ¿Habría sido todo un sueño? Aún me dolía un poco la cabeza y los recuerdos en mi mente eran vagos. ¿De verdad Adam había llegado desde Austria a salvarme en el momento justo? Eso sólo ocurría en las novelas. ¿Tan borracha había estado la noche anterior? No podía haber otra explicación, era imposible que Adam estuviese ahí...

- ¿Anna?, ¿estás despierta? ¿Puedo entrar? – dijo una voz desde afuera de mi habitación. No era un sueño, Adam estaba allí.

- Claro, pasa.

- ¿Qué tal amaneces? Es un gusto poder verte en pie.

- No fue un sueño – vagaba yo en mis palabras. – Estás aquí.

- ¿Tienes hambre? Estoy preparando unos ricos omelettes de chocolate que estoy seguro de que te van a encantar.

- Adam, estás aquí – repetí.

- A ti como que los golpes te afectaron la cabeza. ¿Por qué no te das un baño mientras yo termino el desayuno?

     Decidí hacer caso a su consejo, así que me duché, me vestí con algo cómodo y fui hasta la cocina a ver qué desastres estaba haciendo. El aroma a chocolate era envidiable, todos los vecinos debían estar muriendo de ganas de ir a mi departamento a probar. Apenas entré, solté una carcajada al ver a Adam cubierto de harina y chocolate hasta el cabello.

- Ya veo que estás mejor, si hasta tienes ánimos para burlarte de mí.

- Estás todo achocolatado – dije entre risas y tomando un poco de chocolate de su mejilla y llevándomelo a la boca. – Así hasta provoca comerte.

- Soy irresistible, nena, lo sabes.

- Ay, ya cállate y cocina, ponquecito.

     Después de un desayuno mágico, aunque ya casi era hora del almuerzo, quise interrogar a Adam acerca de lo ocurrido la noche anterior. Eran muy vagos los recuerdos que venían a mi mente, y yo quería tenerlos presentes.

- Adam – le dije mientras tomaba su mano y lo conducía hasta el sofá de la sala, donde me complacía volver a ver su almohada y sus sábanas nuevamente. – Debes contarme todo lo que pasó ayer, desde que llegaste a la habitación.

- ¿Para qué quieres revivir eso? ¿Acaso quieres sufrir?

- No quiero sufrir, quiero aprender. Por favor, Adam. Fui muy tonta al confiar tan fácilmente en Javier y...

- ¡No me nombres a ese imbécil! ¡Lo que te hizo no tiene nombre!

- En parte fue también mi culpa.

- ¿Cómo iba a ser tu culpa? Estabas mal, muy mareada, no podrías haber hecho nada al respecto.

- Pero yo dejé que ese hombre entrara a mi vida. Estoy tan arrepentida. ¿Sabes? En algún momento incluso llegué a pensar que Javier podría ser... un remplazo para Demian, ya sabes, para terminar de sacarlo de mi corazón.

- Eso solo hace que me repugne más la situación – respondió.

- Adam, por favor... – mi amigo vio la súplica en mis ojos y no le quedó de otra que complacerme una vez más.

- Fue todo muy rápido, ¿ok? Yo llegué muy alterado, temiendo por ti. Apenas entré al departamento escuché tu llanto, y ver a ese tipo con sus sucias manos en tu cuerpo me devastó. No hubo tiempo para mediaciones, ni siquiera llegué a planear algo. Sólo me acerqué a toda velocidad y lo arrojé al suelo. El hombre ni sabía qué había sucedido, hasta que se levantó y yo lo volví a embestir. Fue una pelea ruda, Anna, pero ese imbécil no sabe nada de puños. En poco tiempo ya lo había dejado fuera de combate. Le grité que se fuera, que se largara de una vez o llamaría a la policía. Y allí fue cuando huyó. Me acerqué a ti para ver si estabas herida. Tú estabas inconsciente. Te zarandeé un rato tratando de que reaccionaras, y sentí un alivio tremendo cuando al fin abriste los ojos.

- Eres mi héroe. Llegaste justo a tiempo, viniste por mí.

- ¡Claro que vine por ti! Después de haber escuchado ese escalofriante mensaje de voz en mi teléfono celular, lo primero que hice fue tomar mi maleta y salir disparado para el aeropuerto.

- ¿Y tuviste que esperar a que te dijera que me estaban acosando? Eso me enfadó mucho, Adam, ¡me ignoraste toda la semana! – Adam rió. No entendía qué encontraba él tan gracioso, porque yo no reía en absoluto.

- No ignoré tus llamadas, nunca haría eso.

- ¿Entonces por qué no contestabas? ¿Ni devolvías los mensajes?

- Bien, verás, el torpe de tu amigo aquí presente perdió su celular en el primer día de haber llegado a Austria. Pasé toda la semana buscándolo, y el viernes al medio día, al ir a la agencia de taxis, vi que estaba con los objetos perdidos. Apenas lo reclamé vi tus llamadas perdidas, tus mensajes, y me puse a escuchar el buzón tan sólo para...

- ¿Para...?

- Para oír tu voz... Te extrañaba, Anna, mucho. Pasar una semana sin saber de ti es destructivo. Cuando escuché tu último mensaje me escandalicé. Llorabas. Llorabas y yo no estaba allí para consolarte. Me sentí tan mal. Mi vuelo estaba pautado para el domingo, pero fui a la agencia y lo cambié por uno del próximo avión que salía. Tuve que esperar dos angustiosas horas, pero al menos estaba seguro de que llegaría a ti. Lamento no haber podido llegar antes, de verdad. De haber sabido que...

- No te tortures más, ¿de acuerdo? Estoy bien, y es gracias a ti.

- ¡Ese desgraciado! ¿Cómo se atrevió a ponerte las manos encima? Por cierto, ¿quién era ese tipo? ¿De dónde lo conoces? ¿Cómo demonios llegaste a juntarte con alguien así?

- Lo conocí el primer día que llegué a Francia. Fue muy amable conmigo, todo un caballero, nunca me imaginé que todo terminaría así.

- Pero, ¿qué pasó? ¿Se obsesionó contigo o algo?

- Vino hace una semana a mi oficina. Me invitó a que lo acompañara al night club del que es inversionista. Al principio todo iba bien, pero comencé a notar unas actitudes extrañas en él. Al final terminé descubriendo que vende drogas en su local. Fue horrible para mí, me sentí traicionada y traté de alejarme de él, pero ya ves que no lo logré.

- ¿Es en serio? ¡Hay que denunciar a ese canalla ya mismo!

- ¡No! ¡Me amenazó! Me dijo que si le decía algo a la policía se encargaría de hundirme con él.

- Por favor, Anna, no seas tan inocente. No tienes nada por lo que puedas meterte en problemas legales, ¿o sí?

- No...

- Entonces está decidido. Mañana mismo iré a la fiscalía a denunciar a ese patán y poco hombre – una lágrima se escapó de mi interior y agaché la cabeza instintivamente para que Adam no me viera llorar. – Hey, no llores – dijo levantando mi rostro por la barbilla. – Todo estará bien, lo prometo.

     Me dio un abrazo de esos que son como sopa de abuelita: lo curan todo. Se sentía tan bien estar entre ese par de fuertes y reconfortantes brazos otra vez. Había extrañado ese perfecto contacto por toda una semana, y fue precisamente esa semana cuando más lo necesité. Definitivamente, no quería que sus abrazos, sus palabras y su mirada me volvieran a hacer falta.


     Esa misma tarde Adam tuvo que salir a hacer unas diligencias. Por más que le insistí y le rogué que me contara sobre su viaje, además del haber extraviado su celular, no quiso decirme absolutamente nada. Sin embargo, me prometió que me contaría en la noche, cuando regresara, así que no me quedó de otra que esperar.

     Durante el tiempo que Adam estuvo fuera de casa sentí miedo. Pensaba que en cualquier momento Javier se aparecería y tocaría la puerta de mi departamento o llamaría incesantemente a mi teléfono. Entonces recordé algo importante: ¡las llaves que tenía Javier! Las busqué por todas partes: en mi habitación, en la sala de estar, y hasta en el baño, pero no aparecieron. Me apresuré a llamar a un cerrajero, pero no trabajaban en fechas feriadas. Cogí el teléfono y marqué el número de Adam.

- ¡Demonios! ¿Por qué no responde?

     Estaba alterada, y para el colmo de mi patético estado mental, noté el chasquido de la puerta al abrirse. De la impresión volteé rápido hacia la puerta, pero estaba demasiado petrificada como para correr a algún lugar, y lo único que podía hacer era verla abrirse.

- ¿Te molestaría ayudar? Vengo cargado de bolsas.

- ¡Adam! ¡Me pegaste el susto de mi vida!

- ¿Tan feo estoy?

- No, bobo, no es eso – reí. – Pensé que podría ser Javier.

- Pero eso es tonto. ¿Por qué Javier vendría con tus bombones favoritos? – dijo zarandeando en el aire una caja en que acababa de sacar de una de las bolsas. Se la arrebaté de las manos y la apreté contra mi pecho, a lo que Adam rio.

- De todas formas, Javier tiene las llaves de este apartamento. La tonta de Marie se las dio. Intenté hacer que viniera un cerrajero, pero andan de vacaciones. Tendremos que esperar hasta el lunes, y eso me está volviendo loca.

- Usted tranquila, madmoiselle. Adam Cherllet le tiene la solución – de otra de las bolsas sacó un juego de cerrojo y llaves, dos clases distintas de destornillador y un paquete de tornillos.

- Estás loco, Cherllet.

- Si con loco te refieres a que volveré a salvar tu vida, entonces sí, lo estoy.

- ¿Cómo conseguiste un cerrajero?

- ¿Cerrajero? ¿Para qué? Lo haré yo mismo – no pude evitar soltar una sonora carcajada.

- ¿Tú? Debes estar bromeando.

- ¿Qué? ¿No crees que pueda hacerlo yo solo?

- Honestamente... ¡no! – otra vez reí estruendosamente. Adam me tomó en sus brazos y comenzó a hacerme cosquillas, provocando que yo riera más fuerte todavía.

- Quién ríe ahora, ¿ah?

- ¡Yo soy la que sigue riendo! – apenas y pude decir. – ¡Suéltame Adam!

     Increíblemente, pudo quitar la cerradura vieja y colocar la nueva él solo y sin contratiempos. Yo lo observaba divertida. ¿En serio era Adam Cherllet, el hijo del poderoso Antón Cherllet, el chico alocado de familia adinerada, el niño rico, el de buenas maneras, el que toda su vida lo que había hecho era vivir rodeado de lujos y comodidades, el que estaba acostumbrado a que hicieran las cosas por él? ¿Era ese el Adam Cherllet que había conocido hacía unos meses atrás? Aunque lo estuviese viendo con mis propios ojos, no acreditaba tanto.

      Me ofrecí para preparar la cena, pero Adam no quiso. Dijo que había comprado algunas cosas especialmente para hacer uno de sus platillos favoritos. Así que, una vez más, me tocó observarlo sentada en un banco de la cocina mientras él ponía manos a la obra. Era un verdadero experto en la cocina, sabía a qué potencia encender las hornillas, cuánto tiempo había que dejar la carne en la sartén antes de voltearla, usaba la cantidad exacta de aceite y condimentos, picaba los vegetales fina y simétricamente; nada de cortaduras, nada de quemaduras, y ni una sola mancha de suciedad en sus mangas o en el mesón. Se notaba que era algo que le encantaba hacer, se sentía contento, a gusto, y eso se reflejaba en todo lo que preparaba.

- Te gusta mucho la cocina, ¿verdad? – le pregunté cuando ya habíamos terminado de cenar y estábamos juntos sentados en el sofá de la sala.

- Es algo que me apasiona.

- ¿Dónde aprendiste a cocinar así? Me refiero, toda tu vida has tenido gente que haga todo por ti, y supongo que tendrías tus propios cocineros.

- Desde pequeño siempre fui muy curioso. Nunca me quedaba quieto en casa. Como mis padres siempre estaban ocupados, yo tenía todo un servicio de gente a mi disposición. Cuando el chofer me llevaba después del colegio, corría a la cocina a ver qué preparaba el chef para almorzar.

- ¿Tenías un chef en tu casa?

- Tres, en realidad. Con ellos aprendí todo lo que sé sobre cocina.

- ¿Y por qué nunca te dedicaste a esto?

- El negocio familiar. Soy el único hijo, así que era mi deber encargarme de que el negocio trascienda.

- Pero ya no trabajas para tu padre, podrías hacer cualquier cosa.

- No lo sé, Anna. Me gusta cocinar, pero no me siento preparado para trabajar en un establecimiento de comida. Y no podría dedicarme a ninguna otra profesión que no fuese el periodismo. Es lo que estudié y no sé hacer más que eso.

- Yo sólo digo que no es mala idea arriesgarse de vez en cuando. Yo lo hice. Me arriesgué a venir acá, a París, aún cuando muchos me decían que estaba loca por querer irme de casa siendo tan joven y teniendo tan poca experiencia. Pero fue un riesgo que yo decidí asumir. Y, ¿sabes algo? No me arrepiento de nada.

     Subí lentamente la mirada, que había mantenido baja desde hacía unos segundos, cuando le relataba a Adam mi historia. Vagué con mis ojos por su cuerpo, desde sus piernas graciosamente entrecruzadas sobre el sofá, pasando por su pecho amplio y confortable, su delicado cuello cubierto de lunares, sus labios tan delgados y seductores, y por último sus ojos, chispeantes gemas preciosas que me observaban con deleite, que denotaban alegría sin necesidad de esbozar sonrisa alguna, una mirada profunda, acaramelada, que se había convertido en mi deleite más secreto.

     Adam me vio sonrojarme, perderme en su mirada, y rió con sutileza, como lo haría un chico cuya novia acabara de decir alguna tontería inocentemente. Mi típico acto reflejo involuntario me llevó a volver a bajar la mirada, y un travieso mechón de cabello se coló sobre mi rostro. Adam lo tomó con cautela y lo acomodó oportunamente detrás de mi oreja. Subí la mirada una vez más y lo vi sonreír tierna y complacientemente. Lo vi acercarse a mí con lentitud, y para cuando cerré los ojos ya sentía el divino deleite de sus corteses labios posados sobre los míos.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro