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Protocolo de Bienvenida

     Desperté con un ruido que venía de lejos. Me levanté sobresaltada, y fue entonces cuando me percaté de que se trataba del teléfono del apartamento. Estirándome sobre la mesita de noche lo cogí.

- ¿Diga? – atendí entre adormilada y extrañada. Nadie tenía mi número de teléfono, ni siquiera yo lo sabía aún.

- Buenos días, señorita Brown. Le habla Adam. Espero no haberla despertado.

- Ah, buenos días Adam. No, de hecho ya llevaba un rato despierta – mentí para no parecer holgazana, al tiempo que me pasaba la mano por el rostro, intentado terminar de despertarme.

- Me contenta escuchar eso. Llamo para decirle que, como parte del protocolo ofrecido por la empresa, le daré un recorrido por la ciudad para que conozca los sitios de mayor importancia e interés. Pasaré por usted a las 11:00am en punto. Nos vemos.

- Oye, espera, ¿cómo que a las...? – Adam me había colgado el teléfono sin esperar mi respuesta. Colgué yo también. – Genial, a ver, ¿qué hora es?

     El reloj de pared de mi habitación marcaba las 9:23am. No podía creer que hubiese dormido tanto. Realmente debí haber estado agotada la noche anterior, porque yo nunca me despertaba después de las 7:00 de la mañana. Lo cierto era que Adam llegaría en una hora y media, y yo aún estaba en pijama, sin cepillarme los dientes y sin desayunar nada. Fui rápidamente a baño para asearme, pero la idea de relajarme en una tina caliente era tan agradable que, para cuando salí, ya había transcurrido casi una hora. Me puse una ropa sencilla pero agradable, ya que quería dar una buena impresión. Cuando me estaba calzando mis zapatillas favoritas sonó el timbre.

     Me apresuré en abrir la puerta pensando que tal vez podría ser Adam, pero a quien encontré del otro lado fue a una chica más o menos de mi edad pero un poco más alta, aunque eso podía deberse a que llevaba tacones. Su cabello era rubio, liso y largo; sus ojos azules y su nariz respingada.

- ¡Hola! Tú debes ser la nueva vecina. Mi nombre es Marie Courtt. Vivo en el apartamento 115.

- Hola, mucho gusto, mi nombre es Anna Sophia Brown – contesté un poco aturdida y tratando de voltear disimuladamente para averiguar el número de mi propio apartamento. – Es un placer.

- Te traje unos croissants recién horneados de la panadería de abajo. ¿Puedo pasar?

- Claro, adelante. Muchas gracias por el detalle – le respondí, terminando de abrir la puerta y haciendo un ademán con la mano para que entrara.

     Quedé algo desconcertada por tan espontánea visita, sin embargo, la dejé pasar. Me pareció agradable, y además, me convenía puesto que yo no tenía absolutamente nada para desayunar en casa. Ella entró rápidamente y puso la cesta donde traía los croissants en la mesa del comedor.

- Y, ¿qué te trae por estos lados...? Sophia, ¿no? – dijo intentando iniciar una conversación conmigo.

- Anna Sophia. En realidad, la gente suele llamarme por mi primer nombre. Vine por cuestiones de trabajo. Me contrataron de Cherllet's Professionals como editora auxiliar. Sé que no es la gran cosa, pero el simple hecho de venir a París me pareció tan irreal...

- ¿Cherllet's Professionals? ¡Wow! ¡Es una de las empresas más reconocidas de París! Sus productos están entre los más vendidos.

- Sí, eso me han dicho... ¡Oh Dios! – de súbito recordé que Adam llegaría en cualquier momento, y yo aún no estaba lista.

- ¿Qué ocurre? ¿Pasa algo? – dijo Marie preocupada.

- Olvidé que un empleado de la empresa viene por mí dentro de poco para darme un recorrido por la ciudad.

- Bueno, en ese caso será mejor que me vaya para que puedas arreglarte. Fue un placer conocerte, Sophia. Y recuerda, si necesitas algo estoy siempre a la orden en el apartamento 115.

- Muchas gracias por tu visita y el desayuno, y por favor, dime Anna.

- Intentaré acostumbrarme, pero sinceramente me gusta mucho más tu segundo nombre – besó ambas de mis mejillas y salió de mi apartamento como un remolino rubio.

     Desde el momento en que Marie atravesó la puerta de salida todo fue una carrera contra reloj para mí. Terminé de peinarme y maquillarme, comí uno de los croissants y dejé el resto sobre el microondas. Como no tenía nada de beber, tuve que contentarme con un poco de agua, pero me hacía falta tomarme un café. Daba unos últimos retoques a mi labial cuando sonó el teléfono.

- ¿Diga?

- Señorita Brown, le habla Adam. Ya puede bajar, la estoy esperando en frente de su edificio.

- De acuerdo, en seguida bajo.

     Tomé mi bolso y salí. Efectivamente, Adam estaba abajo esperándome, tan apuesto como lo había estado la noche anterior.

- ¿Cómo pasó la noche? Se ve muy bien hoy – se apresuró a decir él cuando me vio llegar.

- Muy bien, y gracias – respondí yo. – Pero puedes dejarte de formalismos. Mi nombre es Anna, ésto de la "señorita Brown" ya está resultando un poco incómodo para mí – añadí y Adam rió. Su sonrisa era tan hermosa como la recordaba.

- De acuerdo, Anna. Ven, sube al auto, tenemos muchos lugares por recorrer.

     Me dio un recorrido básico por la ciudad, mostrándome donde se encontraban los sitios de relevancia como la estación del metro, los hospitales más cercanos, la estación de bomberos y la de policía, la parada del bus, el mercado principal, y un enorme centro comercial cuyo nombre no logré pronunciar. Como ya era más de medio día, me preguntó si quería ir a almorzar. Le respondí que no tenía hambre, pues había desayunado tarde; pero le dije que no rechazaría una visita a un cafetín a tomar un dulce y una taza de café. Gustoso y con su típica sonrisa en el rostro me llevó al que describió como el mejor cafetín de todo París que, por suerte, quedaba a apenas dos cuadras de mi apartamento. Al llegar pidió dos cafés grandes y dos tartas de mora, que estaban realmente divinas. Nos sentamos a conversar un poco, y aprovechar para conocernos mejor.

- ¿Cuánto tiempo llevas en la empresa? – pregunté yo.

- Desde que nací – dijo riéndose. – Mi padre es el dueño de la empresa, no podía aceptar que su único hijo trabajara en otra cosa que no fuese el negocio familiar.

- Y si eres hijo del dueño, ¿por qué trabajas de chofer? – él se rió con mi comentario, tal vez de mi inocencia, tal vez de mi ignorancia.

- No soy ni chofer ni nada parecido, soy editor principal. Mi padre me comentó que una chica de mi edad vendría a trabajar con nosotros y que necesitaba a alguien que la recogiera en la estación de trenes, le hiciera el protocolo de recibimiento, lo habitual. Espero no sonar atrevido pero, no tardé en ofrecerme para el puesto – se sonrojó y desvió la mirada de mí hacia su taza de café, tal vez temiendo mi reacción. Pero, sinceramente, yo estaba más ruborizada que él, y podía sentir cómo mis mejillas se tornaban más coloradas de lo que había logrado con el maquillaje.

- Supongo que... gracias. No pude haber tenido un recibimiento mejor.

- Bueno, cuéntame, ¿qué otro sitio te gustaría conocer ahora? – dijo intentando cambiar el tema y recuperando el color original de su rostro.

- Mmm... ¿Hay librerías por aquí cerca? Muero por comprar una par de buenos libros en francés.

- Conozco la mejor de todas, soy cliente habitual. ¡Vamos!

     Fuimos hasta una librería realmente hermosa, pero no tan grande como a la que Javier me había llevado el día anterior. Revisé unos cuantos libros y terminé comprando cuatro. Después de ahí me llevó a conocer hermosos museos, y me dio un paseo por las calles más famosas y concurridas de París. Al empezar a oscurecer me llevó hasta mi apartamento, y cuando me estaba bajando del auto me detuvo con una mano.

- Oye, Anna, ¿qué te parece si te paso buscando aquí mismo a las 8:00pm? Es sábado en la noche, y los parisinos solemos salir a cenar y a bailar. A nadie le gusta quedarse solo en casa un sábado por la noche.

- Me parece una estupenda idea – respondí. – Pero ésta vez yo pagaré la cena. La empresa me dio dinero para mis primeras dos semanas en París. No puedo permitirme seguir comiendo a costa de su dinero cuando tengo el mío propio. No me sentiría justa ni cómoda.

- Bueno, la verdad es que esta invitación no corre por parte de la empresa, sino por mi cuenta – su cara se sonrojó como lo había hecho unas horas antes. – Es una invitación personal.

- ¡Oh! – me sorprendió mucho esta respuesta. ¿Era mi impresión, o Adam me estaba invitando a salir? De todas maneras el plan sonaba exquisito y la compañía no me molestaba en absoluto, así que acabé aceptando su invitación. – De acuerdo, nos vemos a las ocho.

     Lo dije con una sonrisa en mi rostro y enseguida una se dibujó en el de él. El rubor de sus mejillas se había ido y ahora sus ojos expresaban felicidad. Nos despedimos, él se marchó y yo subí hasta mi apartamento. Me di un baño, me puse ropa elegante, me hice uno de mis mejores peinados, y me maquillé lo mejor que pude.

     El tiempo pasó volando y, para cuando me di cuenta, ya casi era hora de que Adam pasara por mí nuevamente. Aproveché el tiempo que me sobraba para acomodar un poco el apartamento. Con todo el agite de la mañana, tenía mi habitación hecha un desastre. El teléfono sonó puntual, y yo supe de inmediato de quién se trataba.

- ¿Adam? ¿Ya estás abajo?

- ¡Vaya! Ya hasta sabes cuándo soy yo. Pues sí, estoy aquí esperándote.

- ¿Cómo no saber que eres tú? Eres la única persona que tiene mi número – escuché como Adam se reía al otro lado del teléfono. – Enseguida bajo.

     Adam estaba vestido muy elegantemente, y el auto en el que iba no era el de la empresa, sino el suyo. Al ver que me acercaba corrió a abrirme la puerta, pero esta vez abrió la del copiloto en lugar que la de los pasajeros. Ya no era mi chofer, ahora era mi compañero. Entre charlas y risas íbamos en el auto, hasta que llegamos a un restaurante que se veía bastante lujoso. Yo entré con la misma expresión que ponía cada vez que llegaba a un sitio nuevo. Adam me vio y se apresuró en hacer chiste de ello.

- Ey, cierra la boca, este es un lugar refinado – bromeó.

- No dejo de maravillarme con esta ciudad, es realmente hermosa.

- Bueno, entonces supongo que tendré que acostumbrarme a tu cara de "¡miren, un helado gigante!"

     Le di un pequeño codazo de juego y él aguantó una risotada. Al poco tiempo llegó un camarero a tomar nuestra orden. Adam fue el que ordenó todo; yo no sabía nada de comida francesa, así que preferí dejarle la labor un experto. Mientras comíamos, Adam intentó sacar un tema de conversación.

- ¿Qué te ha parecido tu primer día en París? Alucinante, ¿no?

- Es hermoso, es perfecto, es mucho mejor de lo que alguna vez habría imaginado.

- ¿Te gusta la ciudad? ¿Te han gustado las visitas?

- Oh, seguro que sí. Es todo tan distinto a mi país: las calles, los lugares, la gente...

- ¿La gente? – Me interrumpió él. - ¿Es que nunca habías viso personas con dos ojos, una nariz y una boca? – dijo entre risas.

- Bobo. No es eso. Es que aquí la gente es educada, tranquila, paciente, amable, colaboradora. Los hombres son unos verdaderos caballeros.

- ¿Te parezco un caballero? – dijo, volviéndome a interrumpir.

- Pues, sí – respondí mirándolo a los ojos. – Te has portado muy lindo conmigo, eso es lo que cuenta.

Juraría que pude ver cierto brillo en los ojos de Adam, pero se lo atribuí a la luz de la lámpara que colgaba sobre nosotros.

- Uff, estaba buena la comida, ¿no? – dije, intentando cambiar el tema.

- Era de esperarse, este es uno de los mejores restaurantes de París. Cinco estrellas, lo mejor para una dama tan fina.

- Apuesto a que eso se lo dices a todas.

- No, realmente. No suelo traer a mis citas a restaurantes elegantes, a menos que considere que la relación va en serio.

- ¿Así que debo comenzar a considerar nuestra relación seriamente? – pregunté en broma, a lo que Adam rió. – En el ámbito laboral, quise decir. Aunque comenzaré a plantearme otras cosas si sigues invitándome a salir – añadí riendo yo también. – ¿Tú qué me consideras?

- Un personaje encantador, Anna; una amiga, si así me lo permites. Sé que llevamos poco tiempo de conocidos, pero estoy seguro de que la confianza entre nosotros ha ido aflorando – dijo mirándome a los ojos y poniendo su manos sobre una de las mías. Yo me sonrojé y volví a cambiar de tema.

- ¿Te apetece un café? Ya que tú pagaste la cena, yo invito el postre. Es lo más justo.

     Fuimos a un cafetín cercano por café y dos tartaletas de manzana. Ya empezaba a enamorarme de esos sitios tan sencillos pero que, a la vez, daban una sensación de esplendor.

- ¿Lista para la siguiente parada de la noche? – preguntó Adam mientras yo terminaba mi café.

- ¿Hay más?

- ¡Por supuesto! Apenas son pasadas las nueve. Vayamos a bailar. Conozco un sitio espectacular.

- ¿Ahí si sueles llevar a tus citas? – Adam se sonrojó.

- Pues, sí, me gusta divertirme en compañía de una bella dama... Entonces, ¿no te molesta que te lleve al mismo sitio que a las demás?

- ¿Qué te ocurre? ¡No soy una más! – dije simulando molestia. Adam se estremeció, pero luego le di otro codazo cariñoso – Estoy bromeando, bobo, ¡vayamos!

     Me pareció ver como Adam respiraba aliviado. Prácticamente lo halé del brazo y nos montamos en su auto. Me llevó hasta un club nocturno parisino que, a pesar de ser un sitio muy concurrido, era un lugar realmente agradable. Pasamos una noche inolvidable. Pude conocer mejor a Adam quien, por cierto, resultó ser muy buen bailarín. Bailamos, reímos, tomamos un par de copas y así se nos fue el tiempo. Antes de darnos cuenta, ya era bastante tarde.

     Tan caballeroso como siempre, Adam me llevó a casa. Para cuando entré a mi apartamento estaba sumamente cansada. Antes de quedarme dormida, no pude evitar pensar en mi noche con Adam. ¿Qué significaba tanto apego, tantas atenciones de parte de nuevo amigo? ¿Serían así todos los hombres parisinos? Después de todo, sólo había compartido con él. Adam me resultaba muy agradable, atento y caballeroso, y no se podía negar que también era muy apuesto. Definitivamente, no podía haberme conseguido una mejor compañía que aquel chico que me ofreció su amistad, disfrazada de protocolo de bienvenida.

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