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Malentendidos

     Salí de mi departamento muy temprano. Ya que tenía un nuevo puesto, debía cumplir con el horario del mismo. Adam aún estaba dormido. Me causó tanta ternura verlo dormir, parecía un ángel, un niño pequeño. Se veía que soñaba. Hice silencio para no despertarlo, aunque he de admitir que me hubiese encantado que despertara y así poder ver sus ojos. Esa mirada era lo que necesitaba para poder afrontar con buen pie el reto que se me venía.

     Llegué a la empresa e intenté entrar con paso triunfante. La gente me veía al pasar, lo más probable era que todos ya supieran sobre el despido de Adam y mi ascenso. No me extrañaría para nada que la gente comenzara a decir que Adam salió de la empresa por mi culpa, que todo había sido un plan cautelosamente premeditado para deshacerme de él y obtener su puesto. Así funcionaban las cosas en los pasillos de la empresa, era siempre lo mismo.

     En el ascensor iba sola, y lo agradecí, ya que tuve tiempo de poner mi mente en blanco y prepararme. Tomé un hondo respiro a la vez que el ascensor señalaba el piso 15 y abría las puertas. Empecé a caminar por el pasillo y, por primera vez desde mi llegada, recibí saludos por parte de mis compañeros de departamento.

- Buenos días, Srta. Brown.

- ¿Cómo está? ¿Cómo amaneció?

- Brown, se ve estupenda hoy.

- ¡Anna! – gritó una voz conocida. Volteé y vi a Lanna que me saludaba desde la oficina que compartía con Rita. Le devolví el saludo tímidamente y seguí hasta el final del pasillo.

     Contundente sorpresa me llevé al llegar a mi oficina y ver que el cartel dorado que decía "Sr. A. Cherllet" que adornaba la entrada, ahora lucía las letras "Srta. A. Brown". Por un momento me emocioné al pensar que ahora yo era la jefa, pero luego recordé que a Adam le había costado su empleo y entonces dejó de encantarme la idea de sentirme superior. Las atenciones por parte de mis compañeros de trabajo siguieron durante todo el día, pero me hacían falta los chistes de Adam, su sonora risa, su peculiar sentido del humor alegrándome la jornada e incluso distrayéndome de vez en cuando con sus bromas improvisadas.

     Resultó ser un día muy agotador. ¿Cómo era posible que yo pasara tanto tiempo trabajando al lado de Adam a diario, y nunca me hubiese dado cuenta de todo el trabajo con el que cargaba? A cada rato me llegaban e-mails con documentos que debía revisar, editar y remitir. Y como yo no tenía ningún auxiliar, todo el trabajo era para mí sola. Agradecí con todas mis fuerzas el momento en el que llegó la hora de salida. Nunca me había sentido tan aliviada de que terminara mi jornada laboral. Necesitaba descansar: darme un buen baño, tomarme una gran taza de café y admirar la mirada profunda de aquel hombre que me esperaba en casa. Finalmente abrí la puerta de mi apartamento, gloriosa.

- ¡Buenas, buenas!, ya llegué...

- Jajaja, ¿en serio? Yo le hubiese dicho que no lo haría – decía entre risas una voz femenina bastante conocida.

- Iba a hacerlo, pero... – Adam se dio cuenta de mi presencia y volteó a verme. – ¡Hola Anna! ¿Qué tal tu día?

- ¡Sophie, querida! – Marie, mi vecina loca, se levantó y corrió hacia mí para abrazarme. – Tenía tiempo sin verte.

- ¿Qué haces aquí? – yo estaba desconcertada.

- Bueno... casualmente estaba asomada a la ventana cuando vi a este apuesto caballero salir del edificio – dijo volteando pícaramente hacia Adam. – Y me pareció muy extraño, puesto que no lo conocía. Así que esperé pacientemente en la ventana hasta que regresó y decidí seguirlo. Lo encontré entrando a tu apartamento y lo confronté. Claro que él me explicó todo, y aquí estamos, entablando una amena conversación – una vez más volteó hacia donde Adam y le guiñó un ojo, a lo que éste le respondió con una sonrisa forzada. – ¿Y tú? ¿Qué ha sido de tu vida?

     Era una broma, ¿verdad? Tenía que serlo. Yo esperaba llegar a casa y encontrar a Adam viendo TV, tal vez con algo listo para comer, o simplemente recostado en el sofá leyendo un libro. ¿Pero ahora tenía que ahuyentarle las moscas? ¡Hermosa sorpresa! Marie estaba loca, ¡loca! ¿De verdad había estado espiando a Adam desde la ventana? Yo no podía permitir que esta mujer entrase en la vida de Adam. Era poco lo que yo conocía de Marie, pero estaba segura de que ella haría lo que fuese por conquistar a mi amigo, y lo peor era que Adam se dejaría.

     Como si ya mi día no hubiese sido lo suficientemente trabajoso, ahora mi noche estaba siendo incómoda a tres mil. Marie no dejaba de hablar de ella misma ni de enviarle miraditas coquetas a Adam. Yo trataba de no mirarla, porque cada vez que la pillaba sentía que me hervía la sangre, como si hubiese vapor queriendo salir por mis poros. Estaba molesta, estaba hastiada, estaba celosa... ¿Celosa? ¡No! ¡Celosa no! ¿Por qué habría de estar celosa? Sencillamente, no me gustaba que invadiesen mi espacio personal, y eso incluía a Adam.


- Por fin se fue – dije aliviada y soltando un suspiro en cuanto cerré la puerta tras la salida de Marie.

- Tu amiga es bastante... peculiar.

- ¿Mi amiga? Creo que el que hizo amistad con ella fuiste tú.

- Eso que escucho en tu voz son... ¿celos?

- ¡No! – había gritado sin darme cuenta.

- Menos mal, porque si estuvieses celosa estarías gritándome.

- Imbécil – el espeté. – Es que no soporto ver como esa mujer te lanza miraditas, es todo.

- Estaba bien incómodo, a decir verdad. No sabes cuánto agradecí cuando te vi entrar por la puerta. ¡Estuve a punto de lanzarme al suelo y besarte los pies! – solté una risa disimulada. Me le acerqué cariñosa, le di un beso en la mejilla y me fui a dormir.

     Al despertar a la mañana siguiente, Adam no estaba en el sofá. Fui hasta el baño para ver si lo encontraba allí, pero estaba desocupado. Extrañada, fui a buscar mi ropa para ese día, cuando un delicioso aroma a frutas proveniente de la cocina me hizo olvidar todo propósito que tuviera.

- Así que aquí era dónde estabas – dije al llegar a la cocina y encontrar a Adam frente a los fogones con un delantal puesto.

- Buenos días, espero que te guste la salsa de arándanos.

- ¿Salsa de arándanos? Nunca la he probado.

- Bueno, tienes suerte. La probarás de mano del mejor chef de toda Francia.

- ¿Tú? – reí. – ¿En serio cocinas? Me da miedo comer eso.

- ¿No me crees? Ven, prueba esto – y me acercó una cuchara con la salsa de arándanos que estaba preparando. Yo estaba dudosa, pero de todas maneras me la llevé a la boca.

- Mmm... ¡Está delicioso!

- ¡Te lo dije! Me apasiona mucho la cocina, sé lo que hago.

- Bueno, señor chef, lo dejo solo haciendo su arte. Yo me iré a bañar o llegaré tarde a la oficina.

     Me fui a arreglar mientras Adam terminaba de preparar el desayuno. Me hacía ilusión tener a alguien en casa que se encargara de preparar la comida ya que yo no era muy experta como cocinera. Salí de la ducha con una toalla enrollada alrededor de mi cuerpo y otra en mi cabello. Estaba en el cuarto terminando de seleccionar la ropa que me pondría y los zapatos que le hacían juego cuando la puerta se abrió de improvisto.

- Anna, ¿ya estás lista? La comida... – Adam abrió la puerta haciendo que yo perdiera el equilibrio y me desplomara hacia el piso de espaldas. Adam intentó atajarme pero lo único que consiguió fue caer de bruces sobre mí, de manera que quedamos frente a frente. Fueron unos cuantos segundos silenciosos. Ambos jadeábamos por la caída. Nos mirábamos a los ojos el uno al otro, y por un instante sentí la necesidad de acercarme a Adam ¡y darle el beso de su vida! Pero no podía hacer eso. Estaba en paños menores, literalmente, con mi mejor amigo tendido encima. ¿Podía ser esa situación más anormal? – La comida está servida – Adam concluyó su oración, a la vez que se quitaba de encima de mí y me ayudaba a levantarme del suelo. Si no fuera porque estuve sosteniendo la toalla todo el tiempo, le hubiese mostrado a Adam mucho más que sólo mi excesiva falta de equilibrio.


     Esa semana fue, tal vez, la más lenta de mi vida. El trabajo era más duro de lo que hubiese podido imaginar, y estando sola lo era más todavía. Adam y yo nunca mencionamos el incidente del otro día, pero entre nosotros no había tardado en volver la unión fraternal y la camaradería. Demian seguía sin estar muy contento con que Adam y yo compartiéramos apartamento, pero tampoco había hecho lo que yo me esperaba que hiciera y para lo cual le había entregado las llaves de mi casa: irrumpir de improvisto. Al parecer, mi novio no era tan celoso como yo creía.

     El viernes en la tarde nos fuimos juntos a su casa. Yo temía que él intentara algo que desencadenara una nueva pelea entre nosotros, pero nada ocurrió. Cenamos, me mostró un proyecto fotográfico en el que había estado trabajando desde hacía ya dos semanas con un par de compañeros, y nos quedamos dormidos en el sofá viendo la televisión. Iban a ser las 3:00am cuando desperté.

- Demian. Demian, despierta – lo mecí suavemente.

- ¿Qué pasa?

- Llévame a casa.

- Falta poco para el amanecer – dijo mirando el reloj y volviéndose a acostar. – Quédate aquí conmigo.

- En serio debo irme.

- De acuerdo – bufó.

     Llegué a casa y la sala estaba a oscuras. Adam de seguro estaría durmiendo, así que traté de hacer silencio. Me cambié de ropa, me cepillé los dientes y fui a la cocina por un vaso de agua, pero cuando pasaba por la sala me di cuenta de que Adam no estaba dormido, sino que estaba sentado en el sofá.

- Lamento haberte despertado – le dije.

- En realidad, no he podido pegar ojo en toda la noche.

- Pensé que dormías – dije sentándome a su lado.

- Lo he intentado pero, como ves, han sido intentos fallidos. ¿Y tú qué? Pensé que dormirías donde Demian.

- No... ¿Sabes? No me siento a gusto en aquella casa.

- Y, ¿se puede saber por qué?

- No estoy segura. Cuando estoy allí me siento... bajo presión.

- Ya veo.

- ¿Y tú? – le pregunté. – ¿Qué problema se ha llevado tu sueño? – Adam suspiró.

- Odio estar peleado con mi padre. Todo es tan complicado. He buscado trabajo, y nada. No sé qué haré. ¡No tengo ingresos de ningún tipo! Esto es sumamente frustrante – no pude evitar sentir compasión por mi amigo. Lo abracé, tratando de transmitirle toda mi energía positiva.

- Todo va a estar bien, ya verás, saldrás de ésta.

- Eso espero, linda... ¿Y esa chaqueta?

- ¡Oh! ¿Ésta? – había olvidado devolverle su chaqueta a Demian. – Es de Demian. Seguro me va a matar mañana, esta es su favorita – dije con humor. Me quité la chaqueta y la dejé sobre la mesa. – Mejor así, hace un poco de calor esta noche.

     Estuvimos conversando un buen rato. Me contó sobre sus entrevistas de trabajo, pero lamentablemente no había logrado nada concreto. Hablamos mucho, nos conectamos bastante y, sin darnos cuenta, terminamos dormidos uno sobre otro en el sofá.


- ¡Anna! ¿Qué significa esto? – me despertó un grito inmerso en rabia.

- ¿De-Demian? – respondí aletargada.

- ¿Así que esta es la confianza que quieres tú de mí? ¿Así quieres que confíe en ti, cuando te consigo durmiendo con este tipo? – entonces ya había terminado de despertar. Eso no podía estar pasando, ¡no!

- ¡Demian, no! ¡Acá no ha pasado nada! ¡No es lo que piensas, no es lo que parece!

- ¡Claro! Y por eso este idiota está sin camisa y tú en diminuta ropa de dormir.

- ¡Hey! ¿Qué es lo que te pasa? – Adam había despertado. – ¡No tienes ningún derecho de gritarle a Anna! Ella no tiene la culpa de que tú seas tan imbécil y malinterpretes las cosas.

- ¡Tú no intervengas, bastardo! ¿Qué? ¿No era suficiente venir a vivir aquí de gratis? ¿También tenías que acostarte con esta cualquiera? – lo siguiente fue un puñetazo yendo directo a la cara de Demian.

- ¡Adam! – grité desesperada, pero era demasiado tarde. En seguida vino la respuesta de parte de Demian. – ¡No se golpeen! – intenté persuadirlos pero ya la pelea había comenzado. Puños volaban de un hombre a otro y yo no hallaba que hacer. – ¡Basta! – grité finalmente y me puse delante de Adam a manera de escudo.

- Ya veo – repuso Demian limpiándose la sangre que le corría de la nariz. – Prefieres a este tipo que a mí. De acuerdo, comprendo. Yo mejor me voy. Pero quiero que sepas, Anna Brown, que hasta aquí llegó nuestra relación – tomó su chaqueta y se dirigió a la puerta. – Sólo venía por esto, pero gracias por el espectáculo – dejó las llaves sobre una mesita y se fue, dando un portazo que de seguro se escuchó hasta en los pisos más altos.

     Mi primera y única reacción fue dejarme caer al suelo a llorar. Mi cielo se derrumbaba, acababa de perder al hombre que tanto amaba, y todo por una estúpida confusión. Lo que más deseaba era salir corriendo tras él, tomarlo por la espalda, abrazarlo, besarlo y explicarle cómo fue todo en realidad. Pero no podía. Era todo. Se había acabado.

     Lloraba desconsoladamente, con el rostro escondido, cuando sentí una mano posarse sutilmente sobre mi hombro. Volteé súbitamente y lo vi a los ojos, entonces todo rastro de tristeza por el hueco que acababa de dejar Demian en mi corazón se esfumó. Adam tenía un horrible moretón en uno de sus ojos, en uno de esos regalos celestiales. Me incorporé, lo abracé por el cuello y él colocó su mano en mi espalda. Un par de segundos después me separé de él, fui por unas compresas y por medicinas para curar, no sólo el moretón en su ojo, sino también las heridas que tenía en el área de la boca.

- Quisiera poder curar las heridas de tu corazón, así como tú curas las de mi rostro – me dijo Adam mientras yo pasaba un algodón con alcohol por la comisura de sus labios. Acto seguido, se quejó de dolor.

- Shh – lo incité a callar. – No hables, o te harás daño.

- No creo que nada pueda doler más que escuchar a ese idiota llamarte cualquiera.

- No ha sido necesario recurrir a los golpes, Adam.

- Le di su merecido.

- Pues Demian también te propició un par de buenos golpes.

-Pero él no tiene a la más bella enfermera del mundo a su cuidado – Adam sonrió y yo sentí como mis mejillas se enrojecían. Detuve la mirada en la comisura de sus labios y nuevamente sentí ganas de besarlos. Pero me contuve. Necesité toda la fuerza de voluntad del mundo, pero me contuve.

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