Malas Noticias
Demian capturó mi rostro entre sus manos y me acercó al suyo de una manera necesitada. Los besos, más allá de tiernos, eran rápidos, con un trasfondo de urgencia en ellos. Sin darme cuenta, Demian, poco a poco y entre besos suplicantes y caricias desesperadas, me estaba conduciendo a su habitación.Para cuando aterricé en la realidad, estaba recostada en la cama de Demian mientras él luchaba por desabrochar mi ceñido vestido.
Un leve sonido me estremeció, y lo siguiente que sentí fue el cierre de mi vestido deslizarse sensualmente desde mi espalda hasta mi cadera. Una sonrisa de orgullo y satisfacción no tardó en dibujarse en el rostro de Demian, quien se dedicó a terminar de despojarme del vestido a la vez que iba besando con delicadeza cada centímetro de piel que la fina tela iba dejando al descubierto.
- Hoy no me dejarás sólo y deseándote, ¿verdad?
Yo no sabía qué contestar. Tenía miedo. Miedo del pasado. Pero, ¿y el presente? Estaba atrapada entre los brazos del que, tal vez, fuese el hombre más maravilloso que alguna vez hubiese conocido, un hombre fabuloso, que me amaba y que daba todo por mí.
- No, amor. No te dejaré solo.
La sonrisa de Demian se transformó en una mueca de placer, y su pecho forrado con una franela de vestir pronto pasó a ser un pecho desnudo que se envanecía al mostrar sus formados abdominales y pectorales. Las caricias siguieron, los besos, las mordidas. La ropa siguió cayendo de la cama al piso alfombrado. Todo iba bien hasta el momento en el que Demian se decidió a quitarme la última pieza que me quedaba, aquella que cubría, pudorosamente, mi intimidad. Coló uno de sus dedos por el espacio que quedaba entre la tela y mi cadera...
Había perdido la cuenta del tiempo. No tenía idea de cuánto había pasado desde que él llegó a mi casa hasta ese momento, en el que los dos, sin ropa, estábamos a punto de hacer lo que habíamos acordado.
- ¿Estás lista? – me preguntó. Yo me limité a respirar profundamente.
- Lo estoy – respondí, a la vez que un profundo dolor empezaba a invadirme...
- Demian, ¡no! ¡Basta! ¡No puedo seguir con esto! – grité desesperada, asustada,casi llorando.
- ¿Es en serio? ¿Me hablas en serio? – Demian estaba molesto, nunca antes lo había visto así.
- No te enfades, no es que no quiera, ¡es que no puedo! – me excusé.
- ¡Lo prometiste, Anna!
- Yo no prometí nada. Dije que no te dejaría solo y no lo haré. Es sólo que...
- No tienes excusa, Anna, no la tienes. De verdad no logro entender. Dime, ¿qué te pasa? ¿Cuál es el problema?
- Ya te lo he dicho, hay algo dentro de mí que no me permite seguir – Demian se quedó viéndome con una expresión nada agradable, al parecer mi justificación no lo había convencido.
- Sigo sin comprender nada – dijo más desilusionado que molesto. – Y tampoco pretendo comprender. Al menos no ahora, no en este momento – hubo unos segundos de silencio. – Vístete, te llevo a casa.
- Aún no ha terminado la noche, aún estamos de cumple mes. No tengo porqué irme ahora, si no quieres – pero mis palabras parecieron resbalar por sus oídos, el silencio reinaba la sala.
- Sólo vístete. Iré por las llaves del carro.
- Puedo irme sola – dije, para la sorpresa de él, y hasta para la mía.
Ahora la que estaba molesta era yo. ¿Cómo se atrevía a tratarme como una prostituta? Yo no era su juguete sexual, del cual deshacerse cuando no cumpliera con sus gustos y expectativas. Me vestí de mala gana. Demian aún seguía con la boca abierta, pero yo no iba a darle el gusto de permitirle mandarme a su antojo. No tomé más que mi bolso, y sin siquiera despedirme salí del apartamento dando un portazo a mis espaldas. No había llegado aún al ascensor cuando las lágrimas empezaron a escaparse, desafiantes, de mis ojos, y tuve que luchar todo el camino a casa para no estallar en llanto.
Esa noche lloré como nunca antes lo había hecho en mi vida. Era una mezcla de impotencia con dolor, de enfado con un orgullo herido, de decepción con el mundo, con mi relación y conmigo misma. Demian era importante para mí como nadie más podría serlo nunca, pero esa noche me había dado un golpe muy grande. Me había dado a entender que le daba más importancia a fines meramente sexuales, que al hecho de que me quisiese o le gustara estar conmigo. Dolía. Dolía en el alma. No hay nada más doloroso para una mujer que sentirse usada sexualmente. Pero era aún más doloroso sentirse así por segunda vez.
Llegó el lunes y yo aún seguía devastada. No había comido bien, no había dormido bien, ni siquiera había podido relajarme un rato, ver tv, leer un libro o algo. Esa mañana no me arreglé el cabello ni las uñas, casi ni me maquillé y me puse la primera ropa que conseguí. Si el sábado en la noche había quedado algo de la Anna Sophia Brown mona, delicada y detallista con su aspecto personal, el lunes en la mañana, ese algo no se había presentado a trabajar. Lo único que quería era ver a Adam, lanzarme en sus brazos, llorar todo lo que pudiera, aunque dudaba firmemente que aún quedaran lágrimas en mi cuerpo. Necesitaba a mi amigo, sus consejos, sus caricias, sus abrazos, sus ojos, su voz.
Mientras iba en el ascensor imaginaba la escena que Adam y yo protagonizaríamos dentro de poco. Yo entraría con mi cara de zombi y él borraría la sonrisa que siempre me regalaba al verme llegar, correría hacia mí, me preguntaría qué me pasaba y yo estallaría en llanto y le contaría lo sucedido. Sí, así sería todo.
Pero cuando entré a la oficina no hubo ni sonrisa desdibujada, ni preguntas, ni lágrimas escapistas. La habitación estaba vacía. Adam, una vez más, no estaba en su puesto de trabajo y no pude evitar pensar lo peor.
Los siguientes minutos fueron de angustia total, necesitaba a Adam, ¡lo necesitaba a mi lado! Pero al mismo tiempo temía por él. Intenté comenzar a trabajar, pero fue en vano. Fueron al menos unos quince o veinte minutos de espera antes de verlo entrar por la puerta de la oficina, y la expresión en su rostro me lo dijo todo.
- ¡Maldita sea! – Adam entró y tiró la puerta de un golpe. – ¡Maldita sea! ¡Maldita sea!
- Adam... ¿Qué ocurre? – se recostó de la pared y se dejó caer al piso deslizándose por la misma. Yo me acerqué cautelosa y me agaché frente a él. –¿Qué ocurre?
- Esto ocurre – dijo entregándome el papel que traía en sus manos. – ¡El viejo quiere destruirme la vida!
- ¿"Carta de despido"? – leí las letras capitales del papel. – Adam, ¿es en serio? ¿Tu propio padre te está despidiendo de su empresa?
- ¡Te lo dije! ¡Te dije que él era capaz!
- Pero, ¿cómo?
- No consiguió renovar el contrato con los proveedores. Ni tampoco logró contactar a uno nuevo para el fin de mes. ¡Me echó de patitas a la calle!
No podía creer lo que estaba viendo, lo que estaba oyendo. ¡Adam había sido despedido por su padre! No, no, ¡no podía estar ocurriendo! ¿Por qué justo ahora cuando mi vida estaba tan revuelta? Pobre Adam, me necesitaba incluso más de lo que yo lo necesitaba a él. Aún no lograba entender como su padre había sido capaz de despedirlo. Ver a mi amigo así, en el suelo, devastado por la que tal vez sería la peor noticia de su vida, me deshizo el alma. Entonces comprendí que debía dejar mis problemas atrás y concentrarme en los de él. Eso era lo que una verdadera amiga haría.
- ¡Maldita sea!
- Adam, ya basta de maldecir.
- ¿Es que no entiendes lo que está ocurriendo aquí?
- Claro que entiendo, pero maldiciendo no lograrás absolutamente nada.
- Pues, rezando tampoco – replicó, pero por la mirada de reproche que le devolví entendió que debía dejar el asunto hasta ahí. – El viejo me dejó en la calle. ¡En la calle, te digo! – continuó. – No solo me echó de la empresa, también va a quitarme la posesión del apartamento. No tengo nada, Anna, ¡nada! Estoy en la calle, como un perro. Sin casa, sin trabajo, sin vida, sin nada – lo vi tan mal que me senté a su lado. Aún me negaba a internalizar lo que él me estaba diciendo.
- No hables así... Me tienes a mí.
- Anna...
- Nunca te dejaré solo, Adam, nunca. Estaré a tu lado para apoyarte y ayudarte, así como tú lo has hecho conmigo todo este tiempo.
- Eres muy amable, en serio, ¿pero qué puedes hacer tú? No vas a convencer al viejo de que me devuelva mi trabajo y mi apartamento – era cierto. Yo quería ayudar, ¿pero cómo? ¿Qué podía hacer yo para darle una mano a mi mejor amigo, mi mayor aliado?
- Puedes quedarte en mi casa – dije sin pensar. ¿Qué? ¿En serio le había dicho a Adam que se mudara conmigo? Definitivamente debía estar loca. ¡Demian me mataría! Pero la propuesta ya estaba sobre la mesa.
- ¿De verdad? – Adam estaba perplejo.
- Bueno... sí, ¿por qué no? Mi apartamento es espacioso. No tengo una cama para ofrecerte, pero podrías dormir en el sofá. Digo, si no te molesta. Al menos por un tiempo, hasta que consigas estabilizarte monetariamente, o arregles las cosas con tu padre.
- ¡Anna, eres la mejor, en serio! – Adam me abrazó como nunca lo había hecho. Fue un abrazo cargado de gratitud, de la más grande y profunda gratitud.
- Solo quiero retribuirte todo lo maravilloso que has hecho por mí en estos meses.
- Gracias – por fin podía ver a Adam sonreír otra vez. Extrañaba ver esa sonrisa hermosa. – ¡Espera! ¿Qué hay de Laffour? ¿No se enojará si se entera de que estaremos viviendo juntos?
- Yo me encargaré de hablar con él, seguro comprenderá.
- ¿¡Qué!? Estás loca, Brown, ¡loca! No permitiré que ese tipo se mude a tu apartamento.
- ¡Pero Demian! ¡No tiene a dónde ir! Y el dinero que tiene no le alcanza para pagar el alquiler de un apartamento.
- ¡Pues que pague un hotel! O que se vaya a casa de un amigo, ¿qué se yo? ¿Pero por qué tiene que irse a la tuya?
- Es mi mejor amigo, Demian. No puedo dejarlo solo. No ahora.
- Claro, pero a mí sí puedes dejarme solo en la cama...
- No vamos a hablar de eso ahorita, Demian – no podía creer que me estaba echando eso en cara. – ¡Adam se muda a mi apartamento esta noche, y punto!
- No puedo creer que estés haciéndome esto.
- ¿Haciéndote qué, Demian Laffour? Lo único que estoy haciendo es ayudar a un amigo que me necesita.
- ¡Hacerme dudar! No podré ni dormir del sólo pensar que ese hombre va a estar cada noche en tu casa, contigo.
- Demian, por favor, debes confiar en mí. Adam es sólo mi amigo, lo sabes – dije acariciándole el rostro. – Además, va a dormir en la sala. – añadí en tono de broma.
- Confiar en él es lo que me cuesta.
- Basta, ¿sí? Es más, ¿quieres tener seguridad de que todo va a estar bien? Toma – le dije colocando un manojo de llaves en su mano. – Son las llaves de mi apartamento. Saqué dos juegos de copias, uno para ti y otro para Adam. Puedes ir a mi casa cuando quieras, ¡llega de sorpresa, si quieres!
- Pensaste en todo, ¿no? – respondió algo divertido.
- Mujer precavida vale por dos.
Al ver la hora en el monitor de mi computadora me di cuenta de que ya iba a ser hora de salir. El Sr. Cherllet le había dicho a Adam que a las 5:00pm debía estar desalojando el apartamento y entregando la llave al casero, así que quedé con Adam en que nos encontraríamos en la entrada de mi edificio a las 6. La empresa Cherllet's Professionals le ofrecía un apartamento modesto a cada uno de sus empleados, y Adam no era la excepción. Pero ahora que ya no trabajaría más allí, se había quedado sin un lugar donde vivir. Su padre lo había dejado a la deriva, pero lo único que quería era que su hijo entendiera, por primera vez en su vida, el valor de la responsabilidad. Cuando estaba ya recogiendo mis cosas, Tamara llamó a la oficina a interrumpirme.
- Brown, el Sr. Cherllet te quiere en su oficina.
- ¿Ahora? Si estaba a punto de irme.
- Órdenes directas. Necesita hablar contigo urgente.
- De acuerdo, ahora mismo subo.
¿Qué querría el Sr. Cherllet? Justo cuando me iba se antojaba de mandarme a llamar. Esperaba que no fuese a tardar mucho, porque de ser así, Adam iba a estar esperándome frente a mi edificio con todas sus maletas y cajas de mudanza. Prácticamente corrí a la oficina de mi jefe, quería salir de allí lo más rápido posible.
- ¿Quería verme, Sr. Cherllet?
- Sí, Brown, siéntese. Tenemos algo importante de qué hablar – tomé asiento frente a él, más nerviosa del tiempo que podría trascurrir estando yo allí, que de lo que mi jefe me pudiera decir.
- Supongo que sabes bien que Adam no trabajará más con nosotros. Ha sido una decisión muy dura, ¡pero ese muchacho tiene que aprender! Lo cierto es que tú eres una editora auxiliar y te has quedado sin editor al cual auxiliar – ya lo veía todo, iba a salir también yo de la empresa. ¿Qué haría ahora? Podría regresar a mi país, pero, ¿y Adam? ¿Qué pasaría con él? – Por eso he decidido ascenderte a editora principal.
- ¿Di-disculpe? ¿Qué está diciendo?
- Lo que oyes, Brown. Te estoy otorgando el puesto que tenía mi hijo. Pienso que te lo mereces por tu ardua labor y todo tu esfuerzo. Además, necesitaba darle el puesto a alguien y creo que eres la persona más indicada y de confianza.
- Wow, Sr. Cherllet, no me lo esperaba, de verdad.
- Mañana mismo comienzas en tu nuevo puesto. Misma oficina, para que no tengas que acostumbrarte a otro sitio. Espero que estés a gusto.
- Claro, claro que sí – no podía creerlo, ¿yo le estaba quitando el puesto a Adam? Esta situación estaba traída totalmente de los pelos, estaba segura que a él no le gustaría para nada la noticia de mi ascenso.
- Obviamente, tus ingresos también van a aumentar. Te pagaré el mismo sueldo que le pagaba a mi hijo. ¡Es más! Te pagaré 10% más de lo que él ganaba. Tú eres responsable y lo mereces, no como él.
- Muchas gracias, no le fallaré.
- Ya puedes retirarte, veo que cargas prisa. Váyase y nos vemos mañana, un nuevo desafío se le viene encima.
Iban ya a ser las 6:30pm cuando llegué al punto donde Adam y yo habíamos acordado encontrarnos. El pobre estaba sentado en la acera, con las manos apoyadas en su rostro, y dos maletas y una caja repleta de cachivaches a su lado. Lo vi con lástima y condescendencia. Parecía un niño que no conseguía a su madre en el supermercado. Me le acerqué con cariño y me agaché frente a él, tal como lo había hecho en la mañana.
- ¿Estás perdido, pequeño? – le pregunté con sutileza.
- Espero a que mi mejor amiga venga a buscarme – dijo levantando la cabeza y sonriéndome con fragilidad.
- Lamento la tardanza, asuntos de la oficina.
- Al menos tú tienes trabajo.
- Ey, ey, shht. No digas más, ¿sí? Vamos, subamos a mi apartamento para que te acomodes.
Tomé una de las maletas y él tomó la otra y la caja. Subimos hasta mi departamento, comimos algo y luego ayudé a Adam a desempacar. Como el armario de mi habitación era bastante grande, le cedí una parte para que guardara su ropa. En una repisa vacía del baño colocó sus cosméticos. El resto de sus bienes los fue acomodando en uno que otro rincón desocupado, aunque aún así quedó su caja con un montón de cosas guardada en el estudio. Fui a mi habitación por unas sábanas y las llevé al sofá de la sala, donde estaba Adam esperándome con la misma expresión que tenía cuando lo encontré en la calle hacía poco más de una hora atrás.
- Si no te levantas de ahí, tú mismo vas a ponerle las sábanas al sofá.
- ¿Sabes? Estaba pensando. ¿Qué pasará contigo ahora? Digo, eras mi auxiliar – miré su cara de preocupación y me senté a su lado, tenía que contarle lo que había hablado con el Sr. Cherllet.
- Tu padre me llamó hoy a su oficina. Me dijo que me iba a ascender a editora principal. A partir de mañana seré la que esté en el puesto que tú ocupabas... – Adam se quedó en silencio, sin mirarme por un buen tiempo.
- Bueno, si alguien iba a sustituirme, me alegro que seas tú.
- No voy a sustituirte. Voy a seguir siendo yo.
- Pero sentada en mi silla... – cada segundo se me hacía más deprimente la cara de Adam. Me acerqué más a él y lo abracé en silencio.
- Olvidemos eso, ¿sí? Lo importante no es lo que pase conmigo, sino contigo.
- Mañana mismo empezaré a buscar trabajo, no pretendo ser un arrimado en tu casa por más de una semana.
- No te preocupes por eso. Aquí puedes estar todo el tiempo que sea necesario.
- Aún así no me siento bien con esto. Prometo ayudarte a pagar la comida y otros gastos de la casa, además voy a...
- Basta, Adam, ¡basta! Ya te dije que no me importa nada de eso. Me importa que estés bien, que te sientas a salvo y en familia. Es hora de irme a dormir. Si quieres puedes ver televisión, o tomar mi laptop y entrar a internet. Lo que quieras. Yo voy a descansar, debo despertarme temprano mañana.
- De acuerdo. Que pases buenas noches. Gracias por todo.
- No tienes nada que agradecer, de verdad – le di un beso en la mejilla y me fui a dormir, dejándolo sentado en el sofá, con esa misma expresión de letargo que me estaba destruyendo el alma.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro