- Sr. Cherllet, hay un caballero que desea verle.

- Tamara, ya te dije que no voy a recibir a nadie. Dígale que lo siento, pero hoy no puedo atenderle.

- Ya se lo he dicho, pero sigue insistiendo. Asegura que no le tomará más de dos minutos.

- Así le tome uno solo, dígale que no estoy para nadie.

- ¿Ni siquiera para tu propio hijo? – Adam entró a la oficina, interrumpiendo la conversación que jefe y secretaria entablaban. Al instante Tamara se retiró apenada, cerrando la puerta a su salida.

- Adam... – dijo el Sr. Cherllet levantándose de su escritorio.

- Hola, viejo.

- Ha pasado mucho tiempo.

- Sí, bastante.

- Hijo, discúlpame por...

- No. Discúlpame tú a mí por haber sido tan inmaduro e irresponsable, por haberme comportado como un niño cuando debía demostrarte cuan adulto soy.

- Adam, no tienes que...

- Discúlpame por haber sido tan orgulloso y no haber venido antes. Te he extrañado mucho, papá – el Sr. Cherllet suspiró.

- Supongo que yo también tengo algo de culpa en esto. Sólo quería que aprendieras una lección. Y, por lo que he sabido, la aprendiste bien.

- ¿Disculpa?

- Tu restaurante. Yo lo sé todo, Adam. Siempre fue tu sueño, desde que eras niño. Me alegra ver que por fin lo hayas podido realizar.

- Me costó un poco decidirme pero, tuve la mejor motivación de todas – dijo con una sonrisa.

- ¿Brown?

- ¿Qué? ¿Cómo lo...?

- Ya te lo dije, yo lo sé todo. Ustedes están hechos para estar juntos. Lo supe desde la primera vez en que me di cuenta de cómo se miraban. Ella es una gran chica, Adam, cuida y cultiva ese amor.

- Por cierto, perdona por quitarte a tu trabajadora estrella.

- No hay problema. La habré perdido como empleada, pero la gané como nuera.

     El Sr. Cherllet sonrió a Adam, y éste le devolvió la sonrisa. Después de todo eran padre e hijo, se amaban, y era muy difícil imaginar que el uno pudiera vivir sin el otro.

- ¿Y bien? – le dije a Adam cuando lo vi salir del edificio y acercarse a mí.

- Odio admitirlo, pero tenías razón. El viejo realmente me extrañaba, está arrepentido. Fue buena idea venir a hablar con él.

- ¿Lo ves? Yo te lo dije. Tu novia siempre tiene la razón.

- Lo sé. Es la mujer más maravillosa del mundo. Por eso me complace tenerla a mi lado.

     Adam tomó con delicadezami cintura y besó mis labios con ternura. No sólo él estaba complacido detenerme a su lado, sino que yo estaba feliz de poder compartir mi vida con unhombre tan maravilloso como él, que no sólo era amante, sino que también eraamigo. Aquel hombre que sabía cómo hacerme feliz sin palabras, tan sólo conmirar sus ojos y ver el amor reflejado en ellos. Y, como siempre he dicho, sivas a hacer algo, hazlo bien; así que si iba a ser feliz, sería a su lado,despertando cada día con su aroma, riendo de sus chistes, compartiendo suscomidas, y pudiendo besar a diario esos dulces labios bajo la sombra de latorre Eiffel de París.