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El Significado de un Beso

     Un par de tersos labios arrancaron a moverse indecisos a través de los míos. Mi boca, estupefacta, respondía a cada estímulo con la misma bondad con la que los recibía. Una mano amable deambuló por mi mejilla, transmitiéndome los más dulces sentimientos que una caricia podría transmitir. Yo no podía pensar en nada, sólo me dejaba llevar por aquella boca que lideraba sobre la mía, y que me brindaba uno de los mayores placeres que alguna vez hubiese podido disfrutar.

     El río de maravillosas visiones por el que mi mente navegaba dejó de correr. A medida que Adam se alejaba de mí, yo iba poco a poco regresando a la realidad, y no fue hasta entonces que caí en cuenta de que la situación era más catastrófica que gloriosa. Los ojos de Adam, al abrirse, mostraban vergüenza y pesar. Apartó su rostro rápidamente del mío, y fue así como comprendí que tal vez él se sintiera realmente incómodo con lo ocurrido.

- Yo... – fue lo primero que alcancé a decir. – Tengo un postre en la nevera, iré por él.

     Me levanté con un sólo impulso y prácticamente corrí a la cocina, dejando a Adam sólo y aletargado en el sofá. Abrí la nevera, saqué lo que había preparado un par de días atrás, lo serví en dos platos de postre, busqué cucharillas, puse cada una en un plato, todo a una velocidad impresionante. Me detuve en seco y me dejé caer sobre uno de los bancos de la cocina. ¿Había besado a Adam? Bueno, Adam me había besado a mí, ¡pero yo le había correspondido, así que sí! ¡Acababa de besar a Adam! Me sentía feliz, entusiasmada sin saber por qué, pero a la vez confundida. Confundida y abatida. La expresión en su rostro. Sus ojos se habían tornado pesarosos, como si se estuviese arrepintiendo de lo sucedido. ¿Debía arrepentirme yo también? Pues, Adam era mi amigo, sólo eso. Tal vez ese beso estuvo mal, y él lo sabía... ¡Qué dicha! Yo alegrándome por algo de lo que mi mejor amigo en el mundo se arrepentía. Sin duda debía organizar un poco mejor las ideas en mi mente. Me levanté, tomé un plato con cada mano y salí en dirección a la sala, donde encontré a Adam con la mirada baja, como si estuviese pensando por dónde comenzar a auto flagelarse por lo que acababa de pasar.

- ¡Mira lo que preparé! – dije al entrar en la sala y colocando ambos platos sobre la mesita de té. – Yo no es que sepa mucho de cocina, pero soy muy buena repostera. En casa era siempre yo la que hacía los dulces, desde que tenía once o doce años. – Adam seguía sin intervenir en mi charla. Sentí que estaba arruinando todo. Me desesperaba que ni siquiera hubiese levantado la cabeza. – Pruébalo – insistí. – Quedó muy bueno, aunque creo que está un poco empalagoso. Si quieres un vaso de agua voy a la cocina y...

- Anna...

- ¿Sí? – le respondí estando ya en medio camino hacia la cocina.

- Discúlpame.

- Adam – dije apaciblemente. Me agaché frente a él y traté de escrutar sus ojos. – No tienes nada de qué disculparte.

- Claro que sí. Fui un idiota. Tú eres mi amiga, no quiero perder eso por impulsos tontos. Tú eres lo que más quiero, lo que más valoro, y lo único que tengo.

- Adam, mírame – dije logrando que sus hermosos ojos color miel se fijaran en los míos. – Nada va a cambiar nuestra amistad, en serio.

- Temo que puedas malinterpretar las cosas. Yo sólo quiero tenerte cerca y no perderte nunca.

- Nunca me vas a perder...

- Te voy a extrañar. – esa última frase me descompuso. ¿Extrañar? ¿A qué se refería?

- ¿Qué quieres decir?

- Lo conseguí. Me contrataron, Anna. Mañana mismo parto a Viena.

     Sentí cómo mi mundo se iba cuesta abajo. Adam acababa de abandonarme por una semana, ¿y ahora me decía que se iba para siempre? Todo se estaba mezclando en mi cabeza, y los sentimientos comenzaron a converger en enfado. Esa sería una triste despedida, una donde tendría que dejar ir a quién más quería tener a mi lado.

- Con el dinero que tenía ahorrado pagué el boleto de avión, y podré quedarme con mi primo hasta que pueda alquilar un apartamento. Esto no es Cherllet's Professionals, no me brindan las mismas comodidades, uno tiene que arreglárselas por sí mismo. Sin embargo, es lo que hay, y sigue siendo una buena oferta así que no la rechazaré, no puedo permitirme hacer eso.

     La que tal vez fuese mi peor pesadilla se estaba volviendo realidad. Adam finalmente se iría a vivir a Austria. Todo estaba ocurriendo tan pronto que era demasiado para mí. Sentí miedo. Miedo de quedarme sola de nuevo más. Miedo de que algo malo pudiera sucederme, y que ésta vez Adam no pudiese llegar a tiempo para rescatarme.

- Sé que todo está pasando muy rápido, que no te lo esperabas... – empezó a decir, pero se detuvo al ver la tristeza en mi rostro. – Anna, no estés triste. No te dejaré para siempre. Vendré a visitarte cada vez que pueda, lo prometo. No podría vivir sin saber de ti.

     Lo abracé como si acabara de decirme que se iba para no volver y, sin poder evitarlo, las lágrimas comenzaron a brotar. Adam acariciaba mi cabello, me abrazaba con fuerza, y buscaba palabras de consuelo que no lograban salir de su boca. Él estaba tan afligido como yo, pero lo que más le entristecía era verme en aquellas condiciones. Estaba apegada a él, ya era muy tarde como para decirle adiós sin que eso me doliera.

- No continúes llorando, se me parte el alma – me dijo con la voz entrecortada.

- No quiero que te vayas.

- Yo tampoco quiero irme, pero tengo que hacerlo.

- ¡No! – grité soltándolo al fin. – ¡No tienes que hacerlo!

- Claro que sí, y tú lo sabes tan bien como yo.

- ¡No tienes que irte a ninguna parte! Estábamos bien, viviendo aquí los dos. No tienes que pagar nada, con mi sueldo alcanza para ambos. ¡Adam, quédate!

- Es que tú no me entiendes – trataba de hacerme entrar en razón, sutil pero inútilmente. – Me siento como una carga para ti. Además, no estoy bien así. Necesito mi propio dinero para poder comprar mis cosas, pagar el auto, tener una casa...

- ¡No, Adam! ¡Tú no me entiendes a mí! ¡Yo te necesito, te necesito mucho más de lo que te imaginas!

- ¡Yo también! Pero...

- ¡Qué cruel eres!

     Me levanté del sofá convertida en un mar de lágrimas, escondido tras un océano de furia. Salí corriendo a mi cuarto y me encerré en él. Me abalancé sobre mi cama como tantas veces lo hice en mi adolescencia, y con mis antebrazos cubriéndome el rostro no podía hacer más que llorar. Lo estaba perdiendo. Y justo después de ese beso tan majestuoso... ¿Acaso ese beso no había significado nada para él? Me dolía en lo más profundo de mi alma. Quería a mi amigo de vuelta, cuando ni siquiera se había ido aún.

- Anna – un golpeteo en la puerta de mi habitación. – Anna, ábreme, necesitamos hablar.

- ¡Lárgate!

- No seas infantil, vamos.

- ¡Te dije que te largaras! ¿No te quieres ir a Austria? ¡Vamos! ¡Vete de una vez!

     En seguida lamenté haberlo dicho. Esas palabras pegaron más duro en mi alma que en la de Adam, de eso estaba segura. Pero mi orgullo era grande, y lo dicho, dicho estaba. Escuché un suspiro al otro lado de la puerta, seguido de una mano que se deslizaba abatida por la misma y unos pasos que se alejaban hacia la sala de estar. Sin poder evitarlo, rompí en llanto una vez más. Lloré, sin saber por cuanto tiempo, hasta quedarme dormida.


     Me levanté unas horas más tarde. Era de madrugada. No había ruido alguno en la casa, y me temí que Adam ya se hubiese ido. Con lentitud quité los restos de lágrimas que quedaban en mi rostro, me levanté de la cama y salí de mi habitación. La luz de la sala estaba apagada. La única fuente de iluminación era el televisor, que estaba encendido, pero no emitía sonido alguno. Entonces fue cuando detecté una silueta conocida, de espaldas, sentada en el sofá. Sonreí de alivio. Aún no se había marchado.

- No tienes idea de cuánto me está doliendo todo esto – dijo sin siquiera voltear. Había escuchado mis pasos.

- No digas nada, ¿sí? Actué como una tonta, egoísta, irresponsable...

- Lo último que quiero es hacerte daño – me interrumpió, haciendo caso omiso a mi intento de disculpa. – Pero esto es algo que debo hacer.

     Me acerqué a él aprovechando su silencio y me senté a su lado. Apenas podía verlo, pero en su rostro había dolor, angustia, y mucha soledad. Quise decir algo, pero estaba sin palabras.

- Eres lo mejor que me ha pasado en la vida – se volvió hacia mí, tomó mis manos, y fijó su penetrante mirada en mi. – Eso lo puedes jurar. No quiero dejarte, pero el deber me llama. Sólo quiero que sepas que no lo hago para hacerte mal...

- Ese beso – lo interrumpí.

- Ese beso fue tal vez el mayor error que pude haber cometido... Pero al mismo tiempo fue como probar el cielo.

- Sólo quería saber qué significó para ti.

- Un beso significa lo que uno quiera que signifique, así de simple.

     Adam apartó por un instante su mirada de la mía, entonces comprendí que si no aprovechaba esos momentos que nos quedaban juntos, nunca lo haría. Decidida acerqué mi rostro al suyo, que se ocultaba entre las sombras de esa triste madrugada, y con una suave manipulación de mi parte lo acomodé lo suficiente como para depositar en sus labios un sublime beso.

    Adam me correspondió. Fue un beso suave, dulce, tierno, como el anterior. Tenía que demostrarle que lo quería, aunque ese fuese tal vez el último beso suyo que mi boca podría disfrutar. Adam me acariciaba el rostro, y yo en medio del dolor del inminente adiós comencé a llorar. La sal de mis lágrimas se entrometió entre nuestros labios, pero aún así no podíamos separarnos. El sentimiento era único, la sensación era indescriptible. Por primera vez en mi vida me sentí besada de verdad, querida de verdad.

     Al separarnos mis lágrimas seguían corriendo, y él se encargó de secarlas con cuidado. Besó mis párpados, luego mis manos, y con una mirada me dio su despedida. Se levantó del sofá y se fue a mi habitación. Recogió las cosas que allí tenía, ropa, zapatos. Colocó todo ordenadamente en la maleta que, yo no me había dado cuenta hasta entonces, estaba abierta y a medio llenar en el centro de la sala. Yo lo observaba desde el sofá. Por alguna razón, observar a Adam se había vuelto uno de mis hobbies preferidos. Admiraba la facilidad con la que lograba hacer todas las cosas, la fluidez de sus movimientos, la sencillez y gracia de su andar. Había tenido al hombre perfecto en mi casa durante semanas, y ahora, se iba de mi lado. Cuando hubo terminado de empacar volvió a sentarse a mi lado en el sofá. Volvió a besar mis labios, pero esta vez de manera corta, casi inmediata, sin darle tiempo a mi boca de corresponder, ni a la suya de ser correspondida.

- No quiero que pienses en esto, ¿sí? No pienses en esos besos, no pienses en un nosotros. De ser posible, no pienses en mí.

- Pero Adam, eso es imposible...

- Sólo debes saber que regresaré. Que vendré a visitarte cada vez que mi nuevo trabajo me lo permita. Sólo eso, Anna.

     Lo abracé como en aquella noche en la que Demian nos había encontrado juntos. Apoyé mi cabeza en su hombro tratando de entender por qué Adam no quería que pensara en él, o más bien, en cómo lo lograría. Cuando le dije que sería imposible, no mentía. Aún así, respetaba su voluntad. Si él no quería que pensara en él, en nosotros, no lo haría. Tal vez no quería que yo me hiciera ilusiones. Él mismo lo había dicho: un beso significa lo que uno quiere que signifique. Y desde mi punto de vista, un beso podría significarlo todo, o no significar nada.

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