Cuando Amas a Alguien
- ¿Hola?
- ¿Está la hermosa doncella en casa?
- Hola Demian – saludé a través del teléfono.
- Oye, nuestra cita de más tarde sigue en pie, ¿cierto?
- Ya te dije que no es una cita.
- Bueno, bueno, nuestro encuentro casual.
- ¿Encuentro casual? Esa es nueva.
- Entonces, ¿es un sí?
- Claro – reí.
- De acuerdo, nos vemos esta noche. ¡No llegues tarde!
- ¡Yo nunca llego tarde!
- Es cierto, llegas con un ligero y elegante retraso – dijo sarcástico.
- No, tú llegas temprano.
- Ahora la culpa es mía.
- Sigue así y no habrá encuentro casual.
- ¡No, no, no! ¡Está bien, yo soy el que llega temprano!
- Así me gusta.
- Bueno, nos vemos más tarde.
- Hasta luego.
Desde que Adam volvió a marcharse a Viena y la comunicación entre nosotros se tornó distante y escasa una vez más, Demian y yo nos vimos varias veces. Él había estado constantemente invitándome a salir y yo no podía decirle que no. Ese viernes por la tarde no fue una excepción. Era reconfortante tener alguien con quien divertirme y distraerme aunque fuese por un rato. Y por alguna razón, me encantaba estar en compañía de Demian. Claro que, con tantos encuentros constantes en las últimas dos semanas, los momentos que había vivido con él cuando éramos pareja volvían a escalar desde la fosa de los recuerdos hasta el delicado y suave manto de la realidad.
Aunque consideraba firmemente la idea de que entre Demian y yo podría resurgir el romance, algo no se sentía del todo bien. Era una extraña sensación el ver un par de ojos y sentirme vacía. No era así cuando estaba con Adam. Cuando veía en los ojos de Adam podía ver las estrellas brillar, podía sentir el mundo girando bajo mis pies, podía volar por los cielos para luego caer plácida y seguramente sobre sus brazos. Ante esos ojos color caramelo me sentía indefensa, pero siempre estaba la promesa de que él me protegería. Soñaba con esos ojos, tanto dormida como despierta.
Me encontré con Demian en el sitio acordado, a la hora acordada. Él me recibió con sus galantes palabras de costumbre, y una vez más le sonreí y sentí como mi rostro se ruborizaba. Nos acomodamos en el elegante restaurante, pedimos la botella de champagne más cara, el menú que le pareció más exquisito a nuestros paladares, y nos enfrascamos en una conversación que no tenía nada de profunda. Yo me empeñaba en mirar a Demian a los ojos, pero siempre me llevaba la desilusión del vacío de su mirada.
Quería convencerme de que amaba a Demian. Me convenía hacerlo. Sólo convenciéndome de ello podría borrar de mi mente la utopía de un futuro con Adam y me centraría en algo tangible y real. Y en cierta forma lo estaba consiguiendo. Aún me estremecía cuando lo veía, sus palabras no paraban de resonar en mi mente, sus detalles me atrapaban cada vez más. Pero aunque me repetía una y otra vez que estaba enamorada de él para terminar de creerlo, lo cierto era que no lo lograba a totalidad. En su lugar pensaba en Adam, recordaba lo mucho que me hacía feliz. Luego trataba inútilmente de volver a prestar atención a las palabras de Demian, a cuya conversación no podía seguir el hilo. Intentando distraerme, busqué mi teléfono en mi bolso, y me sorprendí al darme cuenta de que no estaba.
- ¿Sucede algo? – preguntó Demian al verme rebuscar con énfasis.
- Mi teléfono. Creo que lo he perdido.
- Exageras, seguro se te quedó en casa.
- Eso espero. Perder ese teléfono sería como perder la vida. Tengo muchas cosas relacionadas con la oficina allí.
- Calma, ¿sí? Ya verás que apenas llegues a tu casa lo encontrarás. Si no, yo mismo te compraré otro.
- Muy galante ofrecimiento – intenté bromear. – Pero sabes que no te lo permitiría.
Demian rió, luego besó mi mano y yo me ruboricé una vez más. Mis cambios de humor no eran normales. En un segundo creía que lo amaba, al siguiente quería huir, pero luego sentía que no podría vivir sin él. Y justo cuando pensaba que todo era perfecto, volvía a encontrarme con el vacío de su mirada.
Noche tras noche y durante dos semanas seguidas, Demian estuvo llevándome a casa luego de nuestros "encuentros casuales", como él los llamaba. Una vez en el auto, no dudaba en colocar su mano sobre mi muslo, y acariciarlo tiernamente. Eso me hacía sentir feliz, pero al mismo tiempo me revolvía el estómago. Esa noche Demian bajó conmigo del auto. Se paró frente a mí y atrapó mis manos con las suyas, miró directamente a mis ojos y por primera vez pude ver cierto rayo de luz en ellos.
- Anna, lo he pensado mucho en estos últimos días y realmente me he dado cuenta del atroz error que cometí al dejarte aquella vez. Ya te he dicho que estoy arrepentido desde el fondo de mi corazón, y hace ya unas semanas que me disculpé formalmente y te pedí que aceptarás mi amistad.
- Lo hice.
- Lo sé. Pero esta vez quería pedirte algo más.
- ¿Sí?
- Dame otra oportunidad, Anna. No como amigos, sino como algo más. Pienso que lo nuestro fue muy valioso y aunque en el momento lo dejé escapar, ahora quiero recuperarlo, si tú me lo permites.
- Quieres decir...
- Vuelve conmigo, Anna, por favor. Volvamos a ser la pareja que éramos unos meses atrás, antes de que ese terrible malentendido acabara con mi sentido común y destruyera tu corazón. Sé que podremos recuperar el tiempo perdido. Te prometo que, esta vez, todo estará bien. Dejaré los celos de lado y confiaré ciegamente en tu palabra. En estas dos semanas me he dado cuenta de que sí podremos.
- Yo... no sé qué decir
- No tienes que hacerlo ahora. Tómate un par de días para considerarlo. El domingo en la noche pasaré por tu departamento. Sólo te pido que lo pienses bien. Si me das la oportunidad de demostrarte que una relación entre tú y yo vale la pena me harás el hombre más feliz del mundo, y yo me encargaré de hacerte a ti la mujer más feliz del mundo.
- Está bien, Demian. Lo pensaré y el domingo tendrás tu respuesta.
- Gracias doncella – besó mis manos y se fue en su auto, por el mismo sendero por el que lo había visto marcharse ya tantas veces.
No podía creerlo. Demian me acababa de pedir que volviera con él. Lo que tanto había dado vueltas por mi cabeza en las últimas dos semanas estaba ocurriendo. Era como una fantasía, una tan real que daba miedo. No estaba preparada para eso, a pesar de ver todas las señales acercarse. Era mi oportunidad de amar y ser amada, pero tenía tanto miedo... Debía pensar el asunto con cabeza fría. Ahora no tenía una, sino dos preguntas importantes que responder.
Entré al departamento con el ruego entre mis labios de poder encontrar mi teléfono celular, y lo conseguí titilante y casi descargado sobre la superficie de la peinadora. Lo tomé y vi que tenía seis llamadas perdidas, todas de Adam. Me asusté con la idea de que algo pudiese haberle ocurrido, pero me tranquilicé al revisar el buzón de mensajes de voz y escuchar el recado que había dejado.
- Bueno Anna, quería sorprenderte pero el destino juega en mi contra. Iba a llegar esta misma noche a tu casa, tal como la otra vez. Pero mi vuelo se atrasó drásticamente, así que no me queda más remedio que llegar por la madrugada. No quería decírtelo para que fuese una sorpresa, pero pensé que sería de mal gusto llegar a esas horas y que tú no estuvieses enterada. Viajaré toda la noche, todo por ti, para poder estar a tu lado. Te he extrañado mucho, y por fin mañana podré verte.
¡Adam vendría! ¿Había dicho que llegaría de madrugada? ¿A qué hora? No quería que llegara y me encontrara durmiendo. Debía distraerme para no quedarme dormida y poder recibirlo con los brazos abiertos. Así, comencé por arreglar la casa. Había muchos rincones que no me había tomado la molestia de echarles una sacudida, y me pareció que esa ocasión sería la indicada. Una vez hube terminado, tomé un libro y me lancé en el mueble de la sala a leerlo, pero el agotamiento pudo conmigo, y en menos de lo que pensaba ya estaba siendo mecida entre los brazos de Morfeo.
- Anna... Anna, despierta – era la armoniosa voz de Adam.
- ¿Por qué siento que siempre eres el ángel que me rescata de mis pesadillas?
- Vaya... O realmente me extrañaste, o tienes todavía mucho sueño.
Me guindé cariñosamente de su cuello a manera de abrazo, y él me devolvió el gesto colocando sus brazos alrededor de mi cuerpo. Estuvimos así por un buen rato, y al separarnos lo primero que busqué fueron sus ojos, y encontré en ellos ese brillo especial que no encontraba en los de nadie más.
El día siguiente no tuvimos el valor de abandonar la casa. Queríamos disfrutar el uno del otro, pero en la intimidad del hogar. Pasamos juntos todo el día, más unidos que nunca. Vimos películas en la televisión, conversamos, Adam cocinó, le hablé de mis salidas con Demian y la propuesta que me había hecho, y reímos hasta más no poder. Al caer la noche estábamos tan muertos de sueño que el reloj no había marcado aún las diez cuando ya habíamos decidido irnos a dormir. Luego de ponerme mi pijama y cepillarme los dientes, pasé por la sala con dirección a la cocina por un vaso de agua. Me detuve al ver a Adam arreglando el sofá, como siempre, colocándole las sábanas y abultando la almohada que meses atrás yo le había asignado. Se veía tan encantador, pero a la vez era una escena muy deprimente el ver a mi amigo del alma durmiendo en un duro sofá.
- Adam – dije mientras me acercaba.
- Pensé que ya te habías ido a dormir.
- Iba por un poco de agua.
- Perfecto, no te interrumpo más.
- Oye, estaba pensando...
- ¿Sí? – Adam dejó de acomodar su almohada para verme.
- ¿Sabes? No tienes por qué dormir en el sofá.
- Ah, ¿no?
- No. Podrías dormir en mi cama...
- Eres muy amable pero, ¿dónde dormirás tú?
- Ehmm...
- ¿Estás sugiriendo que tú y yo?
- Sólo vamos a dormir, ¿cierto? Puede que suene un poco extraño pero... La cama es suficientemente grande y... Ehmm... Quiero decir...
- Está bien.
- ¿Disculpa?
- Dije que está bien. Dormiré contigo. En tu cama, me refiero.
- De acuerdo...
- De acuerdo.
Luego de mi vaso de agua, entré al cuarto justo a tiempo para ver a mi amigo acomodando el que sería su lado de la cama, y encontrarme con la sorpresa de Adam dormía sin camisa. ¿Cómo no me había percatado de eso antes? Cuando terminó, fue al baño. Estaba tan sumida en la vergüenza por la propuesta que espontáneamente y sin premeditación le hice a Adam, que cuando me encaminé hacia la cama, tan sólo me acosté en mi lado viendo hacia la dirección contraria de donde él estaría, dándole así la espalda, y me arropé hasta el cuello con la sábana.
- Buenas noches – le dije cuando lo vi entrar de nuevo a la habitación y acercarse al interruptor.
- Buenas noches – fue su contesta, a la vez que apagaba la luz.
En la oscuridad de mi habitación, sentí como el colchón se hundía producto del peso del cuerpo de Adam acomodándose a mi lado. Todo estaba en un silencio sepulcral en la habitación y sus alrededores. Parecía como si toda la ciudad se hubiese puesto de acuerdo para cerrar sus ventanas, detener las alarmas de sus autos y callar a sus perros para que yo pudiese escuchar incluso el casi ausente sonido de mi respirar, acompañado del inquietante pálpito de mi corazón.
Me quedé en esa posición, inmóvil, con los ojos abiertos de par en par y haciendo un banal intento por no emitir sonido alguno durante no sé cuánto tiempo. Por dentro la duda me consumía. Ansiaba darme la vuelta para poder ver a Adam. Quería saber si él estaría volteado dándome la espalda a mí, quería verlo dormir. Esperaba deseosa una señal de que estuviese profundamente dormido, pero el silencio de la habitación tan sólo me traía un sentimiento de incertidumbre.
Presa de la ansiedad me di la vuelta, pero lo que encontré al otro lado no fue la espesa cabellera negra de Adam, sino sus potentes ojos clavados en los míos. Intenté exhalar un grito ahogado, pero el gentil dedo de Adam se posó tiernamente en mis labios en una señal de que debía callar. Entendí su débil pero imponente mandato y cerré los ojos al tacto producido por su dedo errante mientras se encaminaba sutilmente desde mi boca, dando un paseo por la parte inferior de mi mejilla y acababa con suaves caricias en mi sedoso cabello.
- Creí que dormías – le dije a la vez que abría mis ojos.
- No he podido pegar ojo en toda la noche.
- Ni yo, pero no llegué a pensar que estuvieses despierto.
- No podría dormir de solo saber que estoy en la misma cama que esta mujer tan hermosa.
- Entonces todo es mi culpa – dije con la risa entre los dientes.
- Sí. Eres culpable de que cada día y cada noche sueñe con hacer esto.
Su mano, que hasta el momento se había comportado de una manera dócil, tomó un espíritu de autoridad totalmente contrario, y de sumisas caricias a lo largo de mi cabellera pasó a tomar mi mejilla con firmeza para darle espacio a su boca de que comenzara una tierna batalla con la mía. El temor y la incertidumbre de hacía unos momentos se esfumó por completo de mi cuerpo, y ahora Adam estaba frente a una nueva yo, una yo preparada y decidida.
Como en muchas historias de amor, un par de amigos que terminan en la cama. ¿Cuántas películas no había visto yo así? Lo que nunca me pasó por la cabeza cuando las veía era que algún día yo podría protagonizar una historia de ese estilo. Fueron mis propias manos esta vez las que decidieron empezar a deshacerse de toda la tela que se interponía entre nuestros cuerpos, esta vez yo sabía lo que hacía. Adam, quien hasta el momento se había mantenido en un perfil pasivo, comprendió lo que mi cuerpo le pedía al suyo, y tomando mis manos fue el perfecto ayudante para que la escasa ropa que ambos traíamos encima fuese cayendo al suelo como copos de nieve en una noche de invierno. Adam me dirigió una última mirada antes de comenzar el acto, pero en sus ojos no vi la súplica y la petición que veía en los de Demian. No. En los ojos de Adam yo veía... ¿amor?
Aunque al principio me costó un poco acoplarme al constante movimiento de su cuerpo sobre el mío, en poco tiempo ya nos habíamos convertido en uno solo entre las sábanas. Sus besos eran cada vez más cautivadoras, sus caricias cada vez más influyentes, y su cuerpo desnudo sobre el mío me hacía sentir cada vez más viva. Adam se preocupaba equitativamente tanto por su placer como por el mío y no había manera de que yo pudiera quejarme. Luego de un largo rato de amor y pasión, cuya duración ni siquiera me molesté en contar, el placer obtenido me llevó al éxtasis y tras un profundo suspiro dejé caer mi cuerpo exhausto sobre sus fuertes brazos, que se dedicaron a acurrucarme hasta que me quedé dormida en su pecho, escuchando el suave latir de su corazón.
- Anna.
- ¿Mmm? – respondí desde su cálido pecho, en el que retozaba aún sin ropa.
- Estuve pensando...
- Sí, dime – dije sentándome a su lado y cubriendo con la sábana blanca la desnudez de mis pechos.
- Antes de nuestra primera vez juntos, aquí en esta cama, me contaste una historia de tu adolescencia, y me dijiste que nunca habías podido estar con otro hombre después de eso.
- Sí, lo hice.
- Pues...
- ¡Dime!
- ¿Por qué yo?
Subí la mirada al techo, y luego la dirigí al gran ventanal de mi habitación, por el que se comenzaban a ver los primeros vestigios del sol de aquella mañana de domingo. Comprendí que pronto amanecería, y que Adam debería irse una vez más a su nuevo hogar, en Viena. Tomé un respiro para tener el valor de poder verlo a los ojos y hablar al mismo tiempo. En todos los meses que llevaba conociendo a Adam no había podido hacer eso. Una cosa limitaba a la otra y, por lo general, era su mirada la que mutaba mis palabras.
- Es que comprendí algo. Cuando amas a alguien eres capaz de vencer todos tus miedos, atravesar las barreras más densas, superar todo tipo de obstáculos, para poder ser feliz a su lado.
La sonrisa de Adam fue mi mayor recompensa.
Era medio día y en mi cabeza había un acertijo. Adam ya se había marchado, y en esas últimas horas logré recordar que tenía dos respuestas importantes que dar a dos hombres diferentes. Por una parte, Demian vendría esa misma noche a mi departamento esperando una contestación a su propuesta. Por otra, estaba mi jefe, quien me había planteado la que tal vez sería la mejor oferta de trabajo que alguna vez alguien pudiera hacerme, pero para la cual no me sentía preparada. Era muy difícil para mí poder tomar no una, sino dos decisiones, y lo era mucho más si tomaba en cuenta que los recuerdos de esa mágica noche con Adam seguían en mi mente.
Cuando iban a ser las 9:00pm, alguien llamó a la puerta de mi departamento. Yo, que estaba sentada en la sala, me levanté con sobresalto. Di por hecho que sería Demian y, para ser honesta, no tenía total seguridad de lo que estaba a punto de decirle. Pero él ya estaba allí, así que no me quedaba otra opción que decirle torpemente lo que había ensayado. Caminé casi resignada hasta la puerta de entrada, y al subir la mirada la expresión de mi rostro cambió por completo.
- ¡Adam! – exclamé con un grito.
- Hola, Anna.
- ¡Pensé que te habías ido!
- Lo hice – dijo señalando su equipaje, que ya no consistía en una pequeña maleta, sino en un juego completo de ellas. – Y regresé.
- No te entiendo.
- Renuncié, Anna. Se acabó mi trabajo en la compañía vienesa. Volví por ti. Volví para estar contigo.
- ¿Que hiciste...? Espera, ¿por qué?
- Una mujer maravillosa a quien quiero inmensamente me dijo una frase que cambió mi forma de ver las cosas. "Cuando amas a alguien eres capaz de vencer tus miedos, atravesar las barreras más densas y superar todo tipo de obstáculos, para poder ser feliz a su lado". Tenías razón, Anna. Tenía miedo de abandonar lo que era una buena oportunidad para mí y mi carrera por un amor que no tenía la certeza de que fuese correspondido. Pero luego de nuestro encuentro de anoche... Allá no era feliz. Es cierto, tenía un empleo estable, había conseguido un apartamento propio; pero cada noche cuando estaba solo en mi cama, o cuando me sentaba a comer y no tenía quién me acompañara, o con quién ver una de esas comedias románticas que tanto te encantan, o simplemente con quien hablar en el sofá hasta quedarnos dormidos, me daba cuenta de cuánto te extrañaba, de que me faltaba lo único en este mundo que completa mis días: tú. Te amo, Anna, lo dejaría todo por ti.
Con los ojos inundados en lágrimas me lancé a sus brazos y lo besé como si no hubiese un mañana. Hasta hacía unos minutos atrás yo pensaba darle el sí a Demian, tan sólo porque no creía que entre Adam y yo pudiese haber una relación real a través del tiempo y la distancia. Creía que esa sería la mejor manera de centrar mi vida. Después de todo, esperar que cada tres meses Adam viniera y me hiciera el amor no era precisamente lo que yo esperaba de una relación. Pero allí estaba él, frente a mí, diciendo que me amaba y que había vuelto por mí, había vuelto para ser feliz a mi lado...
- Yo también te amo.
Adam, con una enorme sonrisa, me cargó y comenzó a dar vueltas conmigo en sus brazos. Ambos reíamos y nos sentíamos llenos, nos sentíamos felices, nos sentíamos correspondidos. Nos sentíamos amados.
Nuestra felicidad se vio interrumpida por unos momentos cuando nos dimos cuenta de que había alguien de pie en el umbral de la puerta, viéndonos. Adam me bajó y nos paramos frente aquella figura que nos observaba de pies a cabeza, con una clara y fija expresión de desilusión en su pálido rostro.
- Creo que no debería estar aquí.
- ¡Demian, espera! – dije separándome de los brazos de mi amado y yendo por él. – Hay cosas que debo explicarte.
- No tienes que explicarme nada, Anna, en serio. Fue mi culpa alejarte cuando te tenía, no podía pretender que me esperaras, que todo siguiera igual que antes. Y no creas que estoy enojado, porque no lo estoy. Tu felicidad es la mía, así tenga que dejarte ir.
- Te agradezco por comprender.
- Tranquila, doncella. De todas maneras, era algo que se veía venir.
- ¿A qué te refieres?
- ¿Sabes por qué los celaba tanto cuando tú y yo éramos novios? Porque entre ustedes hay una conexión única y especial, ¡siempre la ha habido! Se nota a leguas. Supongo que tenía miedo de lo inevitable. Aún así, les deseo que sean felices.
- Lo seremos – dijo Adam con voz comprensiva, abrazándome cuando volví a su lado, a la vez que Demian se alejaba. Volteé a ver a Adam y éste me devolvió una sonrisa y una mirada cariñosa, que una vez más fue interrumpida.
- ¡Hey, Cherllet! – Adam volteó a ver a Demian. – Cuídala. Es una orden.
Los tres reímos. Éramos todos cómplices de una amistad que se había convertido en amor, y un amor que se había convertido en amistad. Luego de que Demian por fin se hubo marchado, Adam volvió a besarme con la ternura que tanto lo caracterizaba, y ésta vez yo estaba completamente segura de que era amor.
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