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Capítulo 5

Abrí la puerta sin dejar de observar a Ignacio, como no había dejado de observarlo en todo el camino hasta mi casa. Luego de volver a explicarme todo con claridad, y contándome que la policía lo había querido retener por creer que estaba mal de la cabeza, pensé que quizás era lo mejor. Llamar a alguien y que se lo llevaran. Por otro lado, un noventa por ciento de mí me decía que él no estaba loco y que la culpable de todo eso era yo. Tantas casualidades juntas no eran normales, tenía que aceptarlo, todo indicaba que él era quien yo pensaba. Y me sentía de lo peor al verlo como estaba.

 
Parecía que en cualquier momento le daría un ataque de nervios. También se notaba que se estaba conteniendo para no largar una que otra lágrima, y es que si a mi me pasara lo que a él, estaría llorando como una niña de cinco años pidiendo a mi papá.

—Pasa —pedí en tanto él solo observaba un poco desconfiado dentro de mi hogar.

Tras unos segundos, movió sus pies ingresando. Agradecí que mi padre trabajara por las tardes. Eso me permitía estar sola, y en ese momento era crucial.

—Iré a dejar mis cosas y cambiarme, puedes esperar en la sala o cocina.

—Por casualidad —balbuceó —, ¿tendrías algo de comer? No he probado nada desde el sábado a la tarde, el único dinero que tenía lo gaste en el autobús.

Asentí y le sonreí. 

Debí crear un protagonista millonario, como todos. 

¡Dios! Ya estaba aceptando sin dudar que él era mi invención.

Luego de enseñarle la cocina y darle algo de comer, me dispuse a subir a mi habitación y quitarme el uniforme del colegio. Debía encontrarle un lugar para que durmiera, después de todo... era mi responsabilidad, ¿no?

Bufe tapando mi rostro, me senté en mi cama y tuve ganas de gritar.

Tras unos minutos, tranquilice a mi corazón y respire con más normalidad. Si, ese chico era mi deseo, yo lo pedí, yo lo cree, era todo de mi mente. Debía simplemente aceptarlo... y averiguar si estaba aceptando lo correcto o si había metido a un psicópata a mi casa como una ingenua.

Al bajar, ese extraño chico se encontraba sentado en la mesa de la cocina, tal y como lo deje. Seguía comiendo aquel bizcochuelo como si fuera el último vaso de agua en el desierto y no prestaba atención a nada más que eso. Desprendía ternura, a pesar de tener el físico de un chico fuerte, su aire tierno e inocente predominaba. Y eso me asustaba más, porque así era mi Ignacio.

—¿Está rico? —pregunte con una sonrisa sentándome frente a él.

Él tragó el trozo de bizcochuelo que tenía en la boca y asintió sonriendo.

—Si. Yo quiero agradecerte, no sé qué hubiera hecho si no me ayudabas.

—Esta bien, pero... quizás si me cuentas más de ti, puedo ayudarte mejor.

Tomó la servilleta a su lado y limpio su boca.

—Estoy desesperado. Siento que estoy en un mundo que desconozco.

Suspiré, e intenté mostrar tranquilidad y disimular mis enormes ganas por hurgar hasta lo más profundo de su vida.

—Entiendo.

Un suspiro exageradamente largo fue liberado de sus labios y comenzó a contarme la historia desde la noche anterior que había aparecido en mi recámara, hasta el momento en el que me encontró.

Yo solo asentía, no podía hacer más, porque tras cada palabra, tras cada gesto, tras cada mínima cosa que me decía de él, más lo confirmaba.

Él no estaba loco, y yo quería reír, llorar , gritar, agradecer, maldecir, todo al mismo tiempo. Porque tenía frente a mi, al chico que siempre había soñado.



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