Capítulo 4
—¡Vete! —grité sin siquiera preocuparme por si mi padre escuchaba.
Estaba demasiado confundida y nerviosa. Seguro eso era una pesadilla, o estaba volviéndome loca. O quizás solo era una increíble y alucinante casualidad de la vida. Si, solo una casualidad. Un día después de pedir un deseo, un chico igual al que imagine, con el mismo nombre y al parecer la misma vida, apareció durmiendo en mi cama, solo una simple casualidad.
—No puedo irme, explícame dónde estoy y cómo llegue aquí.
Lo ignore y tome mi ropa para vestirme. No me importaba que fueran las seis de la mañana, si seguía un segundo más en esa situación iba a darme un ataque.
—Iré a vestirme, espero que cuando vuelva ya no estés aquí. Es la única oportunidad que te doy antes de llamar a la policía y decirles que intentaste abusar de mi.
Ignacio me observó enfadado, pero yo era la víctima aquí.
—Eres una loca, yo estoy tan confundido como tú.
Volví a ignorarlo y me acerque a mi ventana abriéndola. Apunte el pequeño puente que llevaba directo a una casita en el árbol y observé al chico.
—Ve por aquí, entras, bajas por las escaleras y desapareces de mi vida.
Me di la vuelta para seguir en dirección a la puerta de mi habitación, pero su voz me detuvo.
—¿Al menos podrías decirme dónde estoy? ¿Cómo llegar a mi vecindario?
Volteé y lo vi nervioso, hasta me dio pena. Estaba confundido y perdido. Sin embargo yo en verdad no podía aceptar que aquello pudiera ser verdad.
—Estás en vecindario Lunares, a tres cuadras a la derecha está la parada de autobuses. ¿A dónde quieres ir?
—Tu vecindario es... lo contrario al mío, voy a Solares, cerca del puerto.
Cerré mis ojos calmandome, no podía ser ese Ignacio, el que vivía en el poco original nombre que inventé para su barrio, el chico que yo cree. Aquel muchacho humilde y tierno que había vivido su vida enamorado de su mejor amiga. Aquel que tenía una hermanita con cáncer y padres adoptivos, aquel que era, literalmente, perfecto.
—Dime que solo estas jugando conmigo —pedí casi en un susurro.
El chico me observó frustrado.
—¿Por qué? ¿Solo te pido ayuda para llegar a mi casa?
Ese lugar no existía, pero si él me estaba jugando alguna broma, yo se la seguiría.
—Autobús 124, llegarás directo.
Asintió agradeciendo y luego de colocarse sus zapatos en silencio, subió al pequeño puente, entró a la casa del árbol, bajó las escaleras... y lo observe desaparecer por la calle.
Eso había sido lo más loco y raro que me había sucedido en la vida entera. Quizás si me dormía nuevamente, cuando despertara descubriría que solo fue un sueño. Aunque ya no tenía cómo comprobarlo... y en realidad ya no tenía por qué preocuparme. Él se había ido y ya no volvería, o al menos eso esperaba.
❦
El teléfono sonó todo el día, era Amanda. No me apetecía hablar con ella, así que apague el móvil cuando la llamada número veinticinco termino y me recosté en mi cama con la laptop para escribir. Lo extraño sucedió ahí, cuando no pude hacerlo. La mínima cosa que escribía se borraba, creí que la computadora estaba rota, pero solo me sucedía cuando intentaba escribir la novela. Eso me estaba poniendo nerviosa, así que decidí hacerlo como antes, a lápiz y papel, pero todo mi organismo se descontrolo cuando las letras escritas, desaparecían.
Ese chico no podía estar diciendo la verdad. No es que fuera una negadora, pero debía ser racional, esas cosas no sucedían. Debía estar estresada, eso era, por lo mismo imaginaba cosas. Decidí dormir lo que quedaba de la tarde, hasta el día siguiente, en donde me esperaba otra pesadilla, aunque lo pasado el día anterior no se quitaba de mi cabeza.
Amanda me espero como siempre en la puerta del colegio, la vi a lo lejos. No sabía cómo actuar ante todo lo que ahora sabía. Así que razoné que lo mejor era pensar con claridad, y luego hacer lo que considerara mejor.
—Hola, te estuve llamando todo el día.
Sonreí sin ganas y entre al instituto con ella a mi lado.
—Si, es que estuve ocupada. Lo siento.
—Esta bien —movió su cabello rubio y me sonrió con entusiasmo —. Quería contarte que me he arreglado con mi chico misterioso.
Si hubiera tenido el valor, le hubiera partido la cara de un puñetazo, y también la hubiera abrazado felicitandola. La quería, pero me sentía traicionada de todas las formas posibles. Ella sabía más que nadie cuanto me gustaba Franco desde que lo conocí, jamás debió estar con él, ni siquiera mirarlo...o quizás, simplemente ser sincera conmigo, no mentirme en la cara. Pero no, ahora me estaba refregando indirectamente que había vuelto a ser la amante del chico del cual yo estaba enamorada.
La observé atónita.
—¿En serio?
—Si —sonrió aún más —, ¿por qué tienes esa expresión?
Suspire y sonreí lo mejor que pude.
—Me alegro por ti.
El resto de las horas fueron un calvario. Ahora podía notar esas miradas cómplices, esos mensajes a escondidas, ese odio fingido. Había abierto los ojos, ya no era tan ilusa.
Decidí volver sola a casa, era lo mejor, así que Amanda aprovecho y me dijo que se iba a quedar en la biblioteca. Luego de dos cuadras, decidí volver al colegio, si era lo que sospechaba, ella estaría con él. Y cuanto más los viera juntos, más rápido los odiaría y dejaría de quererlos.
Efectivamente, allí estaban, la biblioteca a esa hora estaba completamente vacía, era como un desierto, y ¿qué mejor lugar para estar juntos y que nadie los vea?. Olivia jamás pisaba ese lugar, y Amanda siempre estaba al pendiente de a dónde iba o dejaba de ir yo. Una lágrima se escapó cuando vi esa sonrisa en ambos, esa sonrisa que le regalas a la persona que amas, esa sonrisa que deseaba para mi. Sin aguantarlo más, me di la vuelta para escapar de allí... entonces el rostro de aquel chico apareció frente a mi.
—Gracias a Dios que te encontré —soltó el aire con alivio.
Tomando mi brazo me arrastró fuera de allí, lejos de las personas que quedaban en el lugar. Su rostro se veía desesperado, estaba asustado y debía admitirlo, me preocupe.
—¿Cómo me encontraste? ¿En verdad eres un acosador? —pregunte en cuanto me soltó.
Negó con rapidez.
—Vi el nombre de tu instituto en tu uniforme colgado en la silla de tu recámara.
—Pero...
Colocó su mano sobre mi boca impidiéndome hablar.
—Cállate y escucha —me interrumpió —. No sé qué carajos esta pasando, pero ese maldito autobús no me llevo a donde dijiste, me perdí, nadie conoce donde vivo, fui a la policía... y... ¡Mierda! —se alejó de mí dándome la espalda —Sé que pensarás que estoy loco, pero no sé a quién más recurrir, a pesar de que me mentiste sobre el autobús...
Estaba nerviosa, al parecer ese sería mi estado actual desde ahora en adelante.
—¿Qué sucede? —logré preguntar cuando vi que no continuaba.
El chico se dio vuelta hacia mí asustado.
—No existo. Mi nombre, el de mis padres, mis registros, mi dirección,
mi vecindario, mi maldita ciudad no existen, ¿lo entiendes? es como si fuera un fantasma.
Él no estaba fingiendo, y yo no estaba en condiciones de no creerle.
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