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Capítulo 3

El sonido de la alarma retumbó más fuerte de lo habitual. Es más, ni siquiera sabía por qué estaba sonando. Era domingo, ese maldito sonido no debía escucharse hoy. Con pereza estire mi mano y abriendo casi nada los ojos, deslicé el dedo por la pantalla de mi celular. El sonido se detuvo, y si, efectivamente era temprano. Las seis de la mañana no son horas moralmente aceptables para despertar un domingo.

Tomé mi viejo peluche de ratón y lo acurruque en mi pecho para seguir descansando. Pero algo me hizo abrir los ojos de inmediato. Un extraño movimiento a mis espaldas. No tenía mascotas, y esperaba no hubiera sido un fantasma. El movimiento se hizo presente una vez más, y esta vez algo se posó sobre mí, apreté con fuerzas el peluche lista para gritar hasta dejar sordo a medio vecindario, pero no podía. La voz no me salía.

Tenía dos opciones, esperar a que la voz me volviera e intentar no morir mientras tanto, o darme la vuelta y enfrentar lo que fuera que estaba detrás de mí. Luego de una larga discusión mental con los pros y contra de cada decisión, que duró cinco segundos, decidí que debía darme vuelta y dejar de ser tan miedosa.

Con lentitud, y sin dejar de apretar a mi ratón, volteé. Un quejido escapo de mí cuando vi lo que estaba a mi lado. Acostado bajo mis mantas, con su mano sobre mi cintura y con una paz y tranquilidad como si estuviera en su propia casa, había un chico.

Un chico que me parecía bastante conocido, pero no, no lo conocía. Era un desconocido acostado en mi cama, abrazándome y en mi maldita habitación.

Suspire nerviosa dejando vagar mis ojos por el lugar intentando encontrar algo con lo cual defenderme de ese violador, acosador y pervertido. Detrás del chico, colgado en mi pared, estaba un cuadro bastante pesado de madera que sin dudas iba a servirme como defensa.

El chico se movió acercándose más a mí, y su aliento choco con mi rostro. Para ser la mañana y no haberse lavado los dientes aún, el olor a pasta dental era de admirar. Quite esos idiotas pensamientos de mi mente y me moví intentando zafarme de allí. Si lo despertaba, sin mucho esfuerzo, podría ganarme. Era de masa muscular normal, pero se notaba la fuerza en sus brazos y torso...

¡Dios! Él estaba sin camisa, y era guapo... 

¡¿Guapo?!

Auryn, era un maldito psicópata, acosador, violador, ladrón y quién sabe cuántas cosas más. Entrá en razón.

Me moví nuevamente, y entonces los ojos del chico se abrieron despacio. Me quede quieta, rogándole a la vida porque me salvara esta vez y él fuera un sonámbulo o algo así. Una pequeña sonrisa apareció en los labios del chico y volvió a cerrar los ojos. No obstante, de inmediato los abrió asustado y como si yo fuera lo más horroroso del mundo, se incorporó de un salto y salió de la cama. Si yo hubiera hecho aquello me hubiera enredado con las mantas y caído a mitad de camino.

—¿Quién eres? —preguntó, asustado.

Fruncí el ceño.

Él no me conocía, y yo no lo conocía a él. ¿Habría alcohol por alguna de las bebidas ayer?

—¡Hey! Te estoy hablando.

Observe al muchacho y me senté con sumo cuidado en mi cama cubriéndome con las mantas. A pesar de que estaba con un pijama que tapaba todo.

Mantuve la calma. Si él notaba mis nervios podría querer escapar sin dejar huelas o asesinarme antes de que sepan que estaba aquí. 

—Eso debería preguntar yo... estas en mi recámara.

El chico frunció el ceño y entonces sus ojos vagaron por el lugar, lo observe con un poco más de detenimiento. Estaba segura de que lo conocía de algún lado, pero ¿de dónde? Tenía el cabello corto y castaño, ojos marrones, bastante alto, quizás me quitaría una cabeza, era guapo, y... ufff, traía puestos unos jeans. Eso me tranquilizaba más.

—¿Cómo llegue aquí? —preguntó luego de unos segundos.

—No lo sé, créeme, no suelo despertarme con desconocidos en mi cuarto.

—¿Estabas en la fiesta ayer? ¿Me drogaste?

Me sentí indignada Si, estaba frustrada porque no había un chico que me quisiera bien, pero no era una psicópata como para drogar a uno y llevarlo a mi habitación.

—No, no te drogue. Y la pregunta es: ¿quién eres tú y por qué estabas en mi fiesta?

—No sabía que se necesitaba invitación —se burló y tomo su camisa del piso para comenzar a ponérsela.

—Pues, era mi cumpleaños, yo invitaba a quien quisiera. Y tú —lo apunte —, no estabas invitado.

El chico clavó su mirada en mi.

—Espera... la fiesta era de Santiago. No me tomes por idiota, además toda la escuela estaba invitada, como siempre —su rostro se desfiguro y la preocupación apareció en él —. ¡Mierda! ¿Qué carajos me paso? Dímelo, yo estaba por buscar a Mandy y ahora estoy aquí contigo. ¿Qué me hiciste?

Ese nombre retumbó en mi cabeza y toda su frase también.

—¿Estabas por buscar a quién? —pregunte asegurándome de que no había escuchado mal.

—No te interesa... ahora dime donde estoy.

—¡Contesta! Después de todo tú fuiste quién apareció en mi recamara y no tengo ni la más mínima idea de como llegaste aquí —traté de colocar la mirada más intimidante que pude.

El chico bufó y se cruzó de brazos. Seguía viéndose ansioso y asustado.

—A mi amiga, ¿está bien? Y si tú no fuiste quien me trajo aquí... pues, yo no llegue solo. Tan solo deseo y quiero irme.

Su forma de hablar, de expresarse, su aspecto, su amiga Mandy... los recuerdos de la noche anterior llegaron a mi mente y juro que quise pensar que solo estaba delirando. Con disimulo apreté con fuerza la piel de mi pierna, y si, dolió, eso para nada era un sueño.

Tomé aire nerviosa e hice la pregunta que me quitaría de dudas:

—¿Cómo te llamas?

Sus ojos marrones se clavaron en los míos con curiosidad, y quizás con un poco de tranquilidad, como si ya estuviera creyendo que yo no tenía nada que ver con que él estuviera allí.

—Ignacio, me llamo Ignacio Reich.

Contuve el aire en mis pulmones, parecía que si, yo era la responsable de que él estuviera allí.

Tragué saliva y con un tono de voz casi inaudible, lo admití.

—Eres real.


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