Capítulo 29
Suspiré casi en un jadeo cuando la mano de Nacho se posó sobre mi estómago bajo la camiseta, y comenzó a hacer pequeños círculos. Nos encontrábamos acostados en mi cama, yo dándole la espalda, con todo mi cuerpo contra él. Quería prestarle atención a la película que habíamos puesto, pero sus caricias y respiración en mi cuello no lo permitían.
Hacía tan solo media hora había entrado por mi ventana, hacía tan solo media hora lo volvía a ver luego de semanas, y ya lo tenía aquí. Si eso no era suerte, no sabía que lo era. Lo que Nacho había dicho me dejó pensativa. No entendía qué era lo que concretamente estaba pasando, no comprendía los cambios que el chico detrás de mí estaba teniendo, pero sabía que mi padre y abuela debían saber algo. Por eso nos encontrábamos aquí, acostados, viendo una película y esperando a que mi padre regresara para quitarnos las dudas.
Sonreí cuando la mano de Nacho comenzó a subir un poco más y me giré hacia él haciendo que su mano quedara en mi espalda.
—¿Qué crees que estás haciendo? —pregunté sin dejar de sonreír.
Nacho deposito un suave beso en mis labios y me observó como un cachorro.
—Lo siento —musitó para luego esconder su cabeza en mi cuello.
Su respiración caliente erizo mi piel y recorrí su brazo llegando hasta su cabello y acariciándolo.
Me sentía bien así, con él, disfrutándolo.
—Me gustas —susurre.
Los ojos del chico escondido en mi cuello se elevaron y me observo sorprendido.
—Y tú a mi. Me gustas, te quiero... estoy enamorado de ti.
Sentí la respiración atascarse en mi garganta, había anhelado tanto volver a escuchar que me dijera aquello.
—Yo también estoy...
—¡Auryn!
—¡Mierda! Mi padre —musité poniéndome de pie.
Escuche la risa de Nacho detrás de mí.
—¿Con esa boquita me besas? —bromeó y le di una mirada de advertencia.
Él pasaba de una situación a otra en cuestión de segundos, sin rastros de lo anterior.
Arregle mi ropa un poco y cepille mi cabello con los dedos. Nacho, sin embargo, tan solo se sentó sobre mi cama, dejando que sus pies tocaran el piso. Pasó su mano por el nuevo cabello rubio y ondulado, y me regaló una sonrisa de comercial.
¿Era normal que pereciera un modelo? Es más, si lo pensaba seriamente, ahora parecía realmente, un chico cliché de libro... Mi chico de libro.
Negué repetidas veces quitando esas absurdas ideas de mi cabeza e intenté prestar atención a la puerta de mi habitación. Por la cual seguro mi padre ingresaría en solo un momento.
Tal y como sabía, segundos después mi padre toco la puerta y tras un "pasa" de mi parte, lo hizo. Su rostro no pudo disimular la sorpresa al observar a Nacho sentado en mi cama.
—Volviste —dijo acercándose al susodicho. Y tomó su oreja tirando un poco de ella —. Espero no vuelvas a hacer llorar a mi hija o te mato.
Abrí los ojos consternada y saque su mano de allí. Nacho se frotó la zona afectada con cara de dolor y fingió sollozar. Por lo que golpeé su hombro despacio indicándole que no era momento de bromear.
Parecía de muy buen humor, pero yo no podía estar así. Había cosas que aún me preocupaban.
—No volveré a hacerlo —aseguró desde la cama y se puso de pie abrazando a mi padre.
Este se quedó estático un momento, seguro sin entender tanta alegría y cariño al verlo. Yo tan solo sonreí, Nacho era bueno, jamás había dudado de eso.
Cuando se separaron, mi padre sonrió y nos dijo que había traído una tarta para cenar. Nos dirigimos a la sala y tras poner una película, la charla se centró en dónde había estado Nacho, cosas sobre el deseo, todo sobre la magia y preguntas que el chico que me traía loca no dejaba de hacer.
De igual forma, noté como mi padre evitaba decir algunas cosas que yo sabía, como el hecho de que si la magia ganaba, yo moriría.
Nacho se veía tranquilo y cuando pregunto sobre su aspecto y contó lo que sucedía, mi padre solo asintió. Ya sospechaba yo que él sabía antes.
—Noté eso hace poco —dijo mi padre —, pero con Aurora tenemos sospecha de algo más, solo que aún no lo confirmamos... bueno, en realidad tu abuela ya averiguó sobre eso, pero dijo que era mejor hablarlo personalmente. Así que seguro mañana o pasado la tendremos por aquí —aseguro mi padre y tanto Nacho como yo, asentimos.
El celular de mi padre sonó y él frunció el ceño al ver al remitente.
—Desconocido —susurro para luego disculparse y entrar a la cocina.
Nacho se giró inmediatamente hacia mi y sonrió, ¿en verdad podía estar tan tranquilo con todo lo que estaba pasando? No se parecía en nada a aquél chico que se fue de mi casa odiándome.
—¿Qué? —pregunté limpiando mi boca con una servilleta, quizás tenía rastros de comida o algo.
Nacho se inclinó y besó mis labios con rapidez para luego alejarse y seguir sonriendo.
—No estaba equivocado en llamarte Brujita —bromeó y golpeé su brazo con mi puño fingiendo estar ofendida —. Te quiero, Auryn —dijo, sonriente. Para luego comer otro trozo de tarta.
Sonreí feliz, jamás iba a acostumbrarme a su forma tan trivial de decir las cosas que aceleraban mi circulación haciendo que mi corazón palpitara sin tranquilidad.
Mi padre salió de la cocina como un rayo y tomó las llaves del auto que se encontraban colgadas al lado de la puerta. Me puse de pie de inmediato al ver su rostro, Nacho imito mi acto. Algo sucedía.
Giró su rostro.
—Vamos al hospital, tu abuela está grave.
Los tres nos dirigimos a toda velocidad hasta la recepción del hospital, Nacho y yo íbamos detrás de mi padre, al ritmo veloz de sus pasos. Mi corazón estaba descontrolado, preocupado y a punto de colapsar, sentía un nudo desde mi garganta hasta mi estómago. Tenía miedo.
—Buenas noches, mi nombre es Arnold Rupet, busco a Aurora Dev —mi padre atropelló sus palabras, él quería a mi abuela.
Suspire con nerviosismo cuando la mujer al otro lado de la ventanilla nos indicaba que se encontraba en terapia intensiva, al parecer había sufrido un derrame cerebral. Era muy extraño, ella rebosaba de buena salud, jamás se enfermaba, hacía ejercicio... Por alguna razón no dejaba de pensar en aquellas palabras de hacía semanas atrás. Esa frase donde decía que daría su vida por mí. Sabía que era tonto pensarlo, pero algo en mi interior me comía por dentro.
Cuando llegamos a terapia intensiva, tuvimos que esperar. Mi padre se sentó con las manos cubriendo su rostro, yo me senté a su lado, quería llorar, pero debía ser fuerte, por él, por mí, por Nacho, por mi abuela, mi madre.
Giré mi rostro cuando sentí la mano de Nacho tomando la mía, me sonrió dándome ánimos, con ese sentimiento que me hacía sentir bien.
Ninguno de los tres hablo, tan solo nos encontrábamos allí, esperando. El médico había hablado con mi padre, pero cuando regreso con nosotros no quiso decir nada. Creí que no era momento de insistir, no era una situación en la que debiera priorizar si debía saberlo o no, tan solo apoyarnos mutuamente.
Sonreí con nostalgia al recordar los paseos por el parque, las navidades, o la sonrisa de mi abuela cuando iba a ver mis obras de teatro en el colegio. Siempre había sido como una segundo mamá para mi, me protegía.
Me encontraba entre mi padre y Nacho, tenía mi cabeza recostada en el hombro de mi padre y tomando su mano, mientras que con la otra hacia círculos en el dorso de la mano de Nacho, el cual acariciaba mi pierna. No tenía idea de cuánto tiempo llevábamos allí, el tiempo parecía detenerse, así convirtiéndose en eterno. Yo solo quería estar soñando, que aquello fuera una de esas pesadillas detestables de las cuales me despertaba de un brinco, pero no... el tiempo pasaba y nosotros seguíamos en el mismo lugar.
Me puse recta cuando mi espalda comenzó a doler y mi padre nos observó, saco un poco de dinero de sus pantalones y observó a Nacho.
—Ignacio, lleva a Auryn a la cafete...
—No me iré —lo interrumpí y me observó cansado.
—Por favor Auryn... come algo, o toma un café, un té. Ambos, haganlo.
No me negué ante su súplica, no podía. Así que tan solo me puse de pie junto a Nacho y comenzamos a caminar alejándonos de allí.
Al llegar al lugar, Nacho me dejó en una mesa y se alejó para luego llegar con dos vasos de café y unos chocolates, agradecí que no haya traído comida. Primero porque no tenía hambre, y segundo porque temía devolver todo en el baño gracias a los apretones que sentía en mi estómago.
Nacho se sentó a mi lado y rodeó mi cintura con su brazo. Lo observe. Lucía triste, apenado, hasta se podría decir que culpable.
—Mentí cuando dije que te odiaba. Ni a tu familia, tu casa o tu vida... —susurro con cuidado bajando la mirada.
—Sé que no lo haces —aseguré para luego elevar mi mano y ponerla en su barbilla haciendo que me observara —. Eres noble, bueno, comprensivo. Y si te dejas cegar por el enojo, luego recapacitas, por eso me gustas.
Hizo una mueca.
—Me enojo pensar que quizás solo me querías porque era un chico que deseaste... no por ser yo —se sinceró.
—Ni en mis más locos arranques te cambiaría por alguien más.
Nacho se acercó y me beso con ternura, colocó su mano detrás de mi cabeza y la deslizó por mi cuello.
—Tu abuela se recuperará —dijo al alejarse —, lo correcto es que lo haga.
—¿Lo correcto?
Asintió.
—Lo correcto para hacer feliz a tu familia y a ella misma, y el universo debe complotarse para eso... merecen ser felices, mereces ser feliz.
Sonreí ante aquello.
—Tú también mereces ser feliz.
—Ya lo soy.
Cuando volvíamos con mi padre, lo vi... el doctor salió con esa mirada que todos conocemos, que alguna vez nos tocó ver o poner. Esa mirada donde no hacen falta las palabras, solo basta cerrar un instante los ojos y dejar salir un largo suspiro, intentando que con aquello sea suficiente. Que no se pidan explicaciones, que se pueda leer en las pupilas.
Una mirada reflejando un lo siento. Conocía esa mirada, era la misma que me dio mi padre cuando me dijo que mi madre había fallecido, solo que la de él estaba cargada de dolor, no solo de un "lo siento"
Me detuve en seco y gemí ahogando un llanto, sentía mi corazón explotar dentro de mi pecho. Cerré los ojos un momento y me deje caer en el piso cuando sentí los brazos de Nacho tomándome, abrazándome. Mientras yo solo volvía a observar la mirada del doctor, aquella mirada que odiaba. Mi abuela ya no estaba, y no había nada que pudiera hacer.
Entonces, todo se volvió negro. Me sentí nuevamente en ese lugar estrecho, los lamentos y gritos se volvieron a escuchar, y esta vez no tuve miedo, solo rabia. Me estaba cansando de aquello.
—¡¿Qué quieren de mi?! —grité a la nada y deje que las lágrimas siguieran saliendo —¿Qué buscan?
Aún me encontraba sentada en el piso, así que con cuidado me puse de pie y avancé, a pesar de no ver nada, a pesar de los gritos o pedidos de ayuda, a pesar todo.
La luz volvió a aparecer frente a mí, pero esta vez no estaba aquella mujer, aquel distorsionado recuerdo de mi madre. Ahora solo había una sombra, una sombra que irradiaba una sensación de escalofrío, como si estuviera hablando con la misma muerte. Haciendo que ese olor a putrefacción volviera a inundar mis fosas nasales.
—¿Qué quieres? —pregunté secando mis lágrimas, deteniéndome en mi lugar.
No pensaba acercarme más, el miedo estaba volviendo.
—A ti.
Su voz era rasposa, casi un susurro, pero no salía de aquella figura o del lugar, se escuchaba en mi mi mente. No pude distinguir si era femenina o masculina. Era tan extraña, tan inhumana.
—Mi muerte...
Sentí una mano en mi hombro y voltee, pero no había nadie, y cuando volví mi vista al frente, la figura ya no estaba. Sin embargo apareció nuevamente a un lado, erizando hasta el más mínimo vello de mi cuerpo.
—Tu alma.
Quería dejar de escucharla, pero al mismo tiempo necesitaba respuestas.
—¡La mataron, fueron ustedes!
Oí una risa escalofriante y nuevamente todo quedo negro.
—Vuelve a desear que este contigo... es fácil.
Luego, solo sentí que flotaba, hasta que una luz apareció a lo lejos, y la escena volvió frente a mi.
El doctor seguía con su mirada.
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