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Capítulo 25

Di un par de pasos atrás con la mente en blanco. No sabía que decirle, bueno, si sabía que decirle, la cuestión era cómo hacerlo. ¿Cómo le explicas a un chico que es solo un invento de tu imaginación? Qué le pediste un deseo a un collar, que en realidad es un acumulador de almas, que no tenía ni la más mínima idea de por qué estaba olvidando cosas, o que simplemente ya no era el chico de antes. ¿Cómo le explicaba que me sentía tan sola que tuve la magnífica idea de desear tenerlo conmigo? Si, era cierto, yo no sabía que ese inocente deseo se iba a hacer realidad, pero lo hecho, hecho estaba, y nada iba a cambiar la realidad de lo que yo había causado.

Mi corazón golpeó con fuerza dentro de mi pecho cuando Ignacio me tomó del brazo, haciéndome ingresar a la casa para luego soltarme y cerrar la puerta tras de si. Su respiración estaba agitada, tenía los puños cerrados con fuerza, sus ojos estaban clavados en mi con rabia y sus labios se mantenían en una fina línea. Estaba enojado, furioso y yo solo sentía que podría colapsar allí mismo.

Las manos me sudaban y estaba sintiendo mucho calor, la piel me llegaba a arder.

—¡Responde!

Deje caer mi mochila en el piso cuando su voz retumbó en toda la habitación.

—No me creerás si te lo digo —dije esforzándome por no sonar tan temerosa como me sentía.

Una risa carente de humor fue liberada de sus labios y con grandes zancadas se acercó a mí quedando a solo centímetros. Haciendo que el aire de su respiración enfurecida impactara contra mi rostro. Jamás lo había visto así.

—Solo lo repetiré una maldita vez más ¡¿Quién eres y qué demonios me hiciste?!

Limpie con rapidez la lágrima que se deslizó por mi mejilla y baje el rostro ocultando mis ojos de él.

—Lo que leíste... es una novela que escribo, tú eres el protagonista... bueno, lo eras.

—Continúa —ordenó cuando pasaron unos segundos y no dije nada más.

Eleve mi mirada para enfrentarlo.

—Yo te inventé... eres parte de un libro que yo escribí, y deseé que te volvieras real.

No me observo confundido, no grito, no negó... solo asintió y se alejó un par de pasos dejándose caer en uno de los sofás.

Me quede quieta en mi sitió, observándolo, intentando saber qué era lo que pasaba por su mente.

—¿Cómo vuelvo?

Contuve el aire cuando aquellas palabras salieron de su boca. No me observaba, se encontraba con los codos sobre sus rodillas, observando el suelo con las manos entrelazadas.

No respondí, no sabía qué decirle.

—Auryn —sus ojos se clavaron en mí —, ¿cómo regreso? —me abracé a mi misma y recosté mi espalda contra la pared bajando la mirada —¿No lo sabes?

Negué con lentitud.

—Mi padre dijo que no lo puedo revertir.

—¿Tu padre? —lo observe, tenía cara de asco, como si todo aquello fuera una atrocidad, y estaba en lo correcto —Ustedes están locos, son unos enfermos... y yo... soy... ¡Dios! ¡No sé ni que mierda soy! —se puso de pie y se acercó a mi acorralandome —He pasado unas semanas del infierno, e tenido sueños extraños, lloré como un loco los primeros días, extrañe a mi familia —golpeó la pared detrás de mí con su puño —. Te di mi puta confianza Auryn, se las di, creí que eras buena.

—Soy buena —me defendí —, solo... no sabía que ibas a volverte real, creí que era un deseo inocente... y me daba miedo contártelo, creí que me odiarías o creerías que estaba loca.

—Te odio —susurró sin dejar de observarme y sentí que mi corazón se detenía —. Te odio, a ti, a tu padre, a tu casa, a tu vida, odio cada cosa que tenga que ver contigo. Me das asco... y lo que más detesto es sentir aquí dentro —llevo su mano al pecho —, que me dices la verdad, como si siempre lo hubiera sabido, como si hubiera estado escondido en mi subconsciente.

Sollocé.

—¿Qué se supone que haría? ¿Qué querías que hiciera? Estaba asustada...

—Quería la verdad Auryn, simplemente la verdad. No hay excusas para alguien que tuvo miles de oportunidades de decir la verdad y decidió seguir mintiendo, no tienes excusas.

Elevé mis manos tomando su rostro, el cual hizo el amague de alejar, pero se detuvo y me observo.

—Perdón —jadeé —, te juro que... te juro que encontraré la forma de devolverte a tu vida. Pero no me odies, por favor.

Su mirada seguía dura, enfadada, fría. Se alejó haciendo que mis manos cayeran a mis lados y negó sin observarme.

—Debo irme de aquí.

Abrí mis ojos sorprendida.

—¿Qué...

No me dio tiempo a terminar la pregunta cuando ya estaba subiendo las escaleras. Lo seguí de atrás hasta su cuarto y me quede quieta en la puerta cuando comenzó a colocar su ropa dentro de una mochila. Mi computadora se encontraba abierta sobre su cama... y cerré los ojos con fuerza golpeándome internamente por haber sido tan cobarde y egoísta.

—No te vayas —pedí cuando se encontraba cerrando la mochila de espaldas a mí.

No me observo, fingió no escucharme y cuando se dio la vuelta golpeando mi hombro para pasar por la puerta, sentí que el corazón se me escapaba, que me estaban arrancando una parte del alma.

—Nacho, por favor... —rogué casi en un sollozo.

Se detuvo, a tan solo unos metros y volteó observándome. Ya no era el enfado o furia lo que predominaba en su rostro... era dolor.

—¿Sabes qué es lo peor de todo? Que me enamoré como un idiota de ti.

Sin darme tiempo a responder se dio la vuelta y siguió su camino, desapareciendo con velocidad de mi campo de visión. Y no tuve el valor de ir a buscarlo, no me dieron las fuerzas para detenerlo, no fui capaz de decirle que...

Quizás lo mejor era eso, que se alejara de mí, que buscará seguir adelante sin la chica que destruyó su vida por completo. Me dejé caer de rodillas al piso y tape mi rostro con mis manos llorando. La opresión que sentía en el pecho y el nudo en mi garganta me dejaban casi sin aliento. Me dolía el alma, el cuerpo, la mente, el corazón... me dolía todo lo que formaba parte de mi, me dolían los recuerdos, el presente y lo que estaba por venir.

Me dolía saber que esto no era una pesadilla, que acababa de perderlo por completo... y solo era mi culpa.


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