Capítulo 1
"Con el corazón desbocado, corrió a toda velocidad en aquel pasillo lleno de personas, abriendo cada puerta que se encontraba en su camino, sabía que Mandy estaba allí. Su instinto se lo gritaba, su cuerpo la llamaba, la conexión que sentía con su mejor amiga y chica que amaba, era de esas que no existían, y que deseaba jamás nadie sintiera. Quería que lo de ellos fuera un sentimiento único, tal y como en la ficción.
Se detuvo en seco cuando llegó a la penúltima puerta de ese pasillo, podía escuchar jadeos del otro lado, y no precisamente de placer, sino que todo lo contrario. Llevó su mano hacia el picaporte con rapidez, pero todo se sentía en cámara lenta, como si no pudiera moverse más deprisa. Como si estuviera destinado a soportar aquella angustia y dolor de manera eterna, sin poder hacer nada.
Ignacio se sentía perdido, turbado por un sin fin de emociones que parecían no querer acabar. ¿Eso era el amor? ¿Sentirse tan diminuto frente a los peligros cuando debía salvar a la persona que amaba?
Y sucedió, la cámara lenta desapareció, dejando paso a los verdaderos movimientos. En cuanto empujó la puerta con brusquedad para ver la escena allí dentro..."
Di un pequeño brinco en mi silla cuando la puerta de mi habitación fue abierta. Únicamente el rostro de mi padre se hizo presente con una gran sonrisa, y en cuanto me vio, su cuerpo ingresó de manera lenta a mi habitación.
—Feliz cumpleaños, mi amor —me deseó acercándose a mi mientras que con su mano me entregó una pequeña caja de color esmeralda.
Papá nunca se dormía cuando esa fecha especial llegaba. Era el primero en saludarme, y él último en despedirse de mí a las once cincuenta y nueve de la noche siguiente.
Tomé la caja curvando mis labios y me puse de pie envolviendo mis brazos en su cintura. Sintiendo el palpitar de su corazón en mi oído. Mi padre, sin duda alguna, era lo más importante en mi vida, y tenía claro que yo lo era en la de él. Quizás por eso nos llevábamos tan bien, bueno, al menos solo discutíamos por temas comunes, como por qué no saque la basura o no hice las tareas.
—Gracias, papá.
Me separé de él y volví a apoyar mi trasero en la silla. Con cuidado abrí la cajita y sonreí al ver el objeto el cual era el responsable de mi nombre, el collar de un Auryn. Aquél símbolo perteneciente al libro favorito de mi madre La historia interminable, aquellas serpientes entrelazadas, mordiéndose la cola una a otra. Sonreí con tristeza y observé a mi padre, el cual tenía los ojos cristalizados.
—Tu madre no dejo de decir que gracias a eso —apuntó la cadenita entre mis manos —, fue que llegaste tú. "Es un cumplidor de deseos" eso repitió una y otra vez cuando me pidió que te lo entregará Auryn. Lamento no habértelo dado antes, pero eras muy pequeña.
Mi madre había fallecido cuando yo tenía seis años, ella había quedado estéril luego de haber perdido tres embarazos, y cuando quedó embarazada de mi, fue un milagro, literalmente, ya que era algo imposible según los médicos.
—Me encanta —admití con una pequeña sonrisa mientras luchaba por no llorar.
Mi padre sonrió y tras limpiar una lágrima que corría por su mejilla se inclinó para depositar un beso en mi frente.
—Ese fue tu primer regalo, mañana tendrás otro, y recuerda invitar a tus amigos.
Asentí y luego él desapareció por la puerta. Suspiré y delineé el símbolo con la punta de mis dedos. Era pequeño, como del tamaño de una tapita de refresco. Saqué la cadena de la caja con cuidado y la coloqué en torno a mi cuello. Un escalofrío me recorrió el cuerpo cuando el metal del objeto se posó justo sobre mi pecho a la altura del corazón. Fue extraño, me sentí ligada a él en ese instante, era hermoso, brillante y delicado.
Me gustaba, recordaba que mi madre me leía aquella historia cuando era pequeña. Aún en su estado, ella siempre pasaba tiempo conmigo. Eran recuerdos leves, a veces hasta borrosos, pero allí estaban. Latentes en algún lugar de mi cerebro para aparecer de vez en cuando y permitirme no olvidarme jamás de su voz, sonrisa o la manera tan extraña que tenía de arrugar los labios. Papá decía que yo heredé el mismo gesto. Se sentía bien sentir que llevaba algo característico de ella en mi. Volteé una y otra vez el dije entre mis dedos. Mi mente viajó al ático, donde el libro descansaba dentro de un baúl de madera luego de que ella no pudiera terminar de leerlo. Algún día volvería a ser abierto, cuando me sintiera preparada para no llorar y manchar sus hojas. Algún día sabría el final de la historia.
Negué, evadiendo los pensamientos y centré la mirada en la pantalla del computador. En la esquina superior, el reloj marcaba las doce y diez a.m. La historia de amor de Ignacio y Mandy debía esperar hasta la próxima vez. En ese momento solo ansiaba meterme bajo mis mantas y descansar abrazada a mi peluche de ratón.
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