Capítulo 30
REGRESO INESPERADO
FRED
La mañana había llegado, y los primeros rayos del sol se filtraban por la ventana de mi dormitorio, iluminando las paredes con una luz dorada.
Abrí los ojos lentamente, y en cuanto los rayos me golpearon la cara, fruncí el ceño. La luz era tan intensa que me obligaba a despertar antes de lo que quería. Intenté cubrirme con las sábanas, pero fue inútil
Resignado, me levanté de la cama con un suspiro y me dirigí al baño para ducharme.
Después de terminar, bajé las escaleras con el uniforme puesto. Al llegar al comedor, vi a mi madre sentada en la mesa, sonriendo mientras sostenía su taza de café, disfrutando del calor que emanaba de ella.
—Buenos días, mamá —dije, todavía medio adormilado, sin muchas ganas de hablar.
—Buenos días, cariño —me respondió con dulzura—. ¿Te gustaría una taza de café?
—No, gracias —contesté rápidamente, mientras me acercaba al mueble y me servía un vaso de zumo de uva—. Prefiero esto para despertar.
Me senté frente a ella, recostándome en la silla con los brazos cruzados sobre el pecho. Estiré las piernas, dejando los pies apoyados en el borde de la silla, y dejé el vaso de zumo sobre la mesa, como si no tuviera prisa en comenzar el día.
—¿Cómo dormiste? —preguntó, sin apartar la vista de mí.
—Bien, supongo. Aunque los rayos del sol son una tortura —comenté, frotándome los ojos.
Ella sonrió con ternura.
—Lo sé. Aunque, la verdad, tendré que agradecerle a esos rayos del sol por haberte despertado.
—¿Qué quieres decir?
—Que ya se está haciendo tarde para ir al colegio, y me dijiste que pasarías a por Hayley.
—Oh, cierto. —Mi mirada se desvió hacia el reloj de pared y me levanté rápidamente, dándome cuenta del tiempo—. Ya estoy listo.
Recogí mi mochila del sofá, la lancé al hombro con rapidez y me dirigí a la puerta.
—Cuídate, cariño. Y ya sabes, ¡sonríe un poco más! Así te verás mucho mejor —Mi madre se acercó, me dio un beso en la frente y, con una sonrisa, me vio salir.
Luego, me dirigí hacia casa de Hayley, que no quedaba muy lejos. De hecho, no eran más que unos pocos pasos, ya que vivía justo al lado. Lo cual estaba genial.
Al llegar a la puerta, toqué el timbre suavemente. En unos segundos, la puerta se abrió y apareció la madre de Hayley, sonriendo con amabilidad.
—Fred, qué alegría verte —comentó la madre de Hayley, con su habitual tono suave y cálido—. Mi hija baja enseguida, no te preocupes. Si quieres esperar un momento, ¿te gustaría tomar algo? Puedo ofrecerte un té o lo que prefieras.
—No, gracias, señora Dufour —sonreí, ajustándome la mochila al hombro—. Estoy bien así.
La señora Dufour asintió y, con un gesto amable, me invitó a entrar. Pero, antes de hacerlo, la miré y respondí cortésmente:
—No, no es necesario, gracias. Preferiría esperar afuera.
Ella sonrió, comprendiendo mi decisión.
—Está bien, querido —Y, después de un breve silencio, añadió—. Por cierto, ¿cómo está tu madre?
—Está bien, gracias —respondí con una ligera sonrisa.
—Me alegra oír eso, dale un saludo de mi parte. Nos vemos. —Y con eso, se retiró al interior de la casa.
Me quedé unos minutos en el umbral, disfrutando del aire fresco de la mañana.
Finalmente, la puerta se abrió de nuevo, esta vez para dar paso a Hayley. Al verla, una sensación de felicidad se instaló en mi pecho. Era tan increíblemente bella, que por un momento me costó respirar.
—¿Has esperado mucho?
—No, para nada —contesté, levantando la mano en un gesto despreocupado. —Solo unos minutos. Además, me gusta esperar por ti.
Hayley sonrió más ampliamente, y vi cómo sus mejillas se teñían de un suave color rosado.
—¿De verdad te gusta esperar? ¿O solo dices eso para quedar bien? —se acercó a mí, jugando con una de las tiras de su mochila.
—Te juro que me gusta —respondí, cruzándome de brazos y dándole una mirada juguetona—. Si te soy honesto, prefiero esperar por ti a estar haciendo cualquier otra cosa.
De repente, sin previo aviso, se acercó a mí y me abrazó con fuerza, apretándome un poco más de lo normal. Antes de que pudiera reaccionar, se puso de puntillas y, con una mano traviesa, comenzó a desordenarme el cabello.
—¡Oye, para! —protesté entre risas, intentando apartarme—. ¿Qué haces? ¿A qué viene todo esto?
Ella dio un paso atrás, pero no dejaba de sonreír, sus mejillas todavía rojas, como si estuviera disfrutando de lo que acababa de hacer.
—Eso —dijo con tono juguetón, mirando hacia abajo antes de alzar la vista para encontrar mis ojos—. Es venganza. Tú me lo hiciste antes, ¿recuerdas? Cuando fui a tu casa, en el jardín. Me dejaste el cabello hecho un desastre.
«Claro que lo recuerdo», pensé.
—No sabía que podías ser tan vengativa —bromeé, levantando una ceja y dándole una mirada cómplice.
Ella soltó una risa suave, negando con la cabeza.
—No lo soy.
—No, no lo eres. Y aunque lo fueras, no me importaría. Me encantas tal como eres, incluso cuando me desordenas el cabello.
Ella sonrió, y sin decir palabra, me dio un pequeño empujón con el hombro antes de empezar a caminar hacia la calle.
★★★★★
—Bien, chicos. Hoy vamos a hablar sobre la naturaleza del ser. —El profesor Sanders se giró hacia la pizarra y escribió rápidamente. Luego volvió hacia la clase—. La filosofía se ha ocupado durante siglos de entender qué significa «ser». ¿Qué es lo que nos hace ser quienes somos? ¿Por qué existimos de la forma en que existimos?
El profesor Sanders era un hombre alto, de complexión delgada. Tenía el cabello rubio, corto y algo despeinado. Sus ojos, de un tono café profundo, contrastaban con su rostro serio pero amigable. Llevaba gafas de montura delgada y usualmente vestía una camisa clara con pantalones oscuros.
Mientras el profesor continuaba hablando sobre el concepto del ser, mi mente comenzó a vagar. A través de la ventana del aula, vi cómo los árboles se mecían suavemente con el viento, y la luz del sol se derramaba sobre el campo de deportes de la escuela. La imagen era tan tranquila que me resultaba difícil concentrarme en sus palabras.
De repente, su voz se volvió más lejana, como si la clase estuviera siendo absorbida por un muro invisible. Todo lo que podía escuchar era el murmullo distante de las hojas y el sonido del reloj de pared que marcaba el paso de los minutos. Un dolor frío y vacío se extendió en mi pecho, como si algo me estuviera oprimiendo por dentro, impidiéndome respirar.
Los recuerdos llegaron de golpe, como lo hacían siempre. No había manera de olvidarlos. Eran fragmentos, pedazos de mi vida que se repetían sin compasión. Imágenes de momentos que preferiría no haber vivido, de palabras que aún resonaban en mis oídos.
Odiaba todo esto.
A veces deseaba poder apagar mi mente, desconectarme de todo lo que había vivido. Pero no podía. Y me frustraba.
Cuando me veía al espejo, me preguntaba si las cicatrices, aquellas marcas invisibles que llevaba dentro, alguna vez desaparecerían. Si alguna vez me sentiría libre, si alguna vez podría dejar de cargar con todo lo que me había roto. Pero sabía que la respuesta era no. No podía olvidar. Y eso me destrozaba más que cualquier golpe o palabra que alguien pudiera haberme dado.
Y lo peor era que ni siquiera podía hablar de ello. ¿Cómo lo haría? ¿Cómo le explicaría a Hayley lo que pasaba en mi cabeza sin hacerla huir de mí, sin hacerla pensar que no merecía estar cerca de alguien como yo?
Sabía que había personas que, simplemente, se alejaban, cuando veían algo en ti que no les gustaba. No lo hacían de manera brusca, pero se notaba. Había algo en sus miradas, en la forma en que cambiaban de actitud, que te hacía sentir como si fueras una carga. Algo que te decía que no eras lo suficientemente bueno, que no merecías su tiempo ni su afecto.
Me preguntaba si Hayley sería como ellos. Si al descubrir lo que realmente llevaba dentro, si conocía la verdad sobre mi pasado, se alejaría también. El pensamiento me aterraba. La idea de perderla, de que se apartara de mí como si fuera algo roto, me hacía sentir más vacío que nunca. No sabía si podría soportarlo. Y me atormentaba la duda de si alguna vez podría ser suficiente para alguien, sin que mi dolor, mis cicatrices, los ahuyentara.
A pesar de todo el caos en mi cabeza, la amaba y me importaba muchísimo.
La única opción que tenía, era sanar por mí. Por ambos.
Mis pensamientos se disiparon de golpe cuando la puerta del salón se abrió. Volví al presente, sacudido de mi trance. La directora Erin Klein entró en el aula. Era una mujer alta, delgada, con el cabello castaño claro recogido en una coleta, y unos ojos verdes, que reflejaban una mirada autoritaria.
—Perdón, profesor Sanders —se disculpó con voz firme pero amigable. Su mirada recorrió la clase antes de centrarse en él—. Pero tengo una gran noticia que compartir con todos.
La directora hizo una pausa y sonrió antes de continuar, sabiendo que todos los ojos estaban sobre ella.
—Como muchos de ustedes saben, nuestra institución es muy prestigiosa, es reconocida por los grandes valores que se les inculcan a nuestros estudiantes, por la disciplina, el respeto y el esfuerzo. Y es por eso que me llena de orgullo anunciar que, una de nuestras alumnas ejemplares, Amanda Barnes, quien se había ido a Londres por razones personales, ha decidido regresar.
Los murmullos en la clase comenzaron a crecer, y mi corazón se detuvo por un segundo.
«No podía ser ella».
«¿Cómo era posible?»
Mi mente trató de negarlo, pero mi cuerpo ya estaba tenso, como si supiera lo que venía.
—Así es —continuó la directora, levantando la mano para calmar la emoción creciente—. Amanda ha decidido reincorporarse a nuestra institución, y estamos felices de recibirla nuevamente. Estoy segura de que su regreso será una gran inspiración para todos nosotros.
La directora sonrió y, con un gesto hacia la puerta, dijo:
—Amanda, pasa, por favor.
Fue como si el tiempo se detuviera. No podía moverme, no podía respirar. De alguna forma, mis ojos se clavaron en la puerta, esperando, temiendo lo que estaba por suceder.
Y ahí estaba ella. Amanda. La misma que me había destrozado el corazón, la misma que me había mentido, que me había dejado cuando más la necesitaba.
La miré y vi que todo seguía igual, o al menos eso parecía. Tenía el cabello rubio hasta los hombros, perfectamente peinado, como siempre. Sus ojos color miel brillaban con la misma intensidad arrogante de siempre. Caminó hacia el frente con esa sonrisa que siempre usaba para cautivar a todos, como si nada hubiera pasado.
Porque sí, seguía siendo la misma en muchos aspectos, pero ahora ya no me importaba. Ya no sentía nada más que desprecio por ella.
—¡Amanda! ¡Qué alegría que haya regresado! —expresó el profesor, con un tono de bienvenida.
Ella asintió y respondió con una voz falsa, que pretendía ser dulce.
—Gracias, profesor. Me alegra mucho estar de vuelta.
La directora, viendo que todo se desarrollaba con normalidad, asintió satisfecha.
—Bueno, chicos, eso es todo por ahora —anunció, sonriendo con amabilidad—. Ya pueden continuar con la clase, Amanda se quedará con nosotros desde hoy.
La clase volvió a su murmullo normal. Mientras Amanda se quedaba allí, de pie, mirando a su alrededor.
Fue entonces cuando ella me miró, y sin decir una palabra, sonrió. Esa sonrisa. La misma que había usado tantas veces para conseguir lo que quería. Pero ahora, no me engañaba. No era la sonrisa que alguna vez me había hecho sentir que todo iba a estar bien. Ahora veía a través de ella. Era una chica sin verdaderos sentimientos, que solo actuaba para su propio beneficio.
Mis labios se apretaron y le respondí a su mirada con frialdad. Ya no había nada que nos atara, nada que me hiciera sentir que éramos lo que alguna vez fuimos.
Entonces, ella desvió la mirada, y sin un solo gesto de incomodidad, se dirigió a un asiento vacío en la parte de adelante, y se sentó allí con la misma gracia de siempre.
En ese instante, mi mirada se desvió hacia otro lugar, hacia alguien que realmente sí significaba algo para mí.
Hayley.
Me sentía más tranquilo por tenerla cerca, aunque una tristeza profunda se apoderó de mí. Porque había algo que no podía compartir con ella, algo que llevaba dentro, enterrado bajo capas de mentiras y recuerdos. No había tenido el valor de confesarle todo lo que había sufrido antes de ella.
Era un cobarde.
Sabía que tenía que ser honesto, que tenía que contarle a Hayley lo que realmente había pasado. Pero no podía. Había demasiado dolor, demasiados recuerdos que no quería revivir, demasiado miedo a que ella me viera de la misma forma en que yo me veía: roto.
Entonces, recordé unas palabras que mi abuela había escrito en un cuaderno hacía meses.
La verdadera felicidad está en nosotros, jamás permitamos que el pasado destruya nuestro presente.
Y, como siempre, ella tenía razón.
Pero, ¿qué pasa cuando ya no sabes cómo sanar? ¿Cuándo el dolor se acumula y la verdad se vuelve demasiado pesada para cargarla solo?
Sentí que todo lo que había estado evitando, todo lo que había tratado de esconder, finalmente estaba a punto de estallar.
Lo presentía.
Era cuestión de tiempo antes de que todo explotara.
NOTA:
HOLAAAAAA 🫶🏻.
¿CÓMO ESTAN?
NUEVO CAPÍTULO
¡ESTOY MUY EMOCIONADA POR COMPARTIR ESTE NUEVO CAPÍTULO CON USTEDES! ✨
¡Espero que lo disfruten tanto como yo disfruté escribiéndolo!
Gracias por su apoyo constante. Como siempre, les agradezco muchísimo por todo su apoyo. ❤️
¿Qué opinan del regreso de Amanda?
¿Creen que traerá problemas?
Y por último, ¿ creen que será un obstáculo en su relación?
No olviden dejar un comentario. Me encanta leerlos.
Abrazos. 🪄✨
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