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Capítulo 20

INESPERADA VISITA

HAYLEY

No podía estar sucediendo esto. Y menos ahora, cuando estaba a punto de conocer la verdad.
   
«Gracias por nada, destino», pensé, sarcásticamente.
   
Había confirmado que la mala suerte sí existía, y llevaba mi nombre destacado en su lista negra, probablemente en letras mayúsculas y resaltado en negrita. No era de las que creían en supersticiones, amuletos o astros. O al menos yo me consideraba una persona de mente racional, pero había momentos, como este, que me hacían dudar de su existencia.
   
Ahora me estaba volviendo paranoica. ¿Qué seguía?
   
Respiré hondo y dejé escapar un suspiro que mostraba desesperanza; quizás eso resumía mejor mi situación, porque la oportunidad se había desvanecido, esa única e irrepetible oportunidad. En ese momento, comprendí cómo en cuestión de minutos, lo insignificante podía tornarse decisivo.
   
—Si prefieres, puedes quedarte aquí. Yo iré a investigar qué sucede —sugirió Fred con una sonrisa de alivio. Sabía que para él esto había sido un milagro, una excusa perfecta o algo por el estilo. Por el simple hecho de no desear responder mis cuestionamientos.
   
Con un bufido de frustración, decidí seguirlo hacia la sala. Al cruzar el umbral, ambos nos detuvimos en seco, y fijamos nuestra vista en dos figuras: una era la madre de Fred, quien me miraba con escepticismo, y en ese momento, supe que ella no estaba al tanto de mi visita. A su lado se encontraba Chase, el mejor amigo de Fred, quien lucía un pantalón verde que contrastaba con una camisa blanca, y su cabello rubio estaba perfectamente peinado, sin ningún mechón fuera de lugar.
   
Chase nos examinó un instante, antes de romper el silencio con su voz teñida de diversión.
   
—Vaya, no sabía que tenías visita, Fred. Si lo hubiera sabido, me habría quedado en casa. Pero ni una llamada he recibido de parte tuya, ¿has sido bastante cruel, no crees? —bromeó el chico, lanzando una mirada cómplice hacia su amigo.
   
Me sentí rara protagonizando la escena, no esperaba que las cosas tomaran ese giro.
   
—Hayley, ¿te importaría tomar asiento en el sofá mientras converso con mi madre? —preguntó Fred, al mismo tiempo que se dirigía a la cocina.
   
Asentí y me deslicé en el sofá gris, que crujía bajo mi peso. Cerré los ojos por un instante, permitiéndome un respiro. Al reabrirlos, mi mirada se posó en Chase. Se mantenía erguido, con una mano descansando sobre la mesa.
   
—Así que tú eres la famosa chica pelirroja de Francia —dijo Chase, rompiendo el silencio con un tono juguetón.
   
¿Acababa de decir famosa? ¿Fred había estado hablando de mí?
   
«Venga ya, seguro que no. Fred no haría eso, ni en mil años.»
   
«Pero entonces, ¿cómo explicaría su comentario?.»
   
Bajé la vista al suelo y sacudí mi cabeza, intentando concentrarme en el presente.
   
«Vale, respira»
   
—Eso parece. Y tú debes ser el mejor amigo de Fred. ¿No es así? —inquirí con curiosidad, aunque ya sabía la respuesta.
   
—Correcto, aunque no sé si seguiré siendo su mejor amigo después de tanto tiempo sin vernos. Fred podría haber encontrado a alguien más, y en lo personal eso me dolería bastante —respondió con una voz afligida.
   
—Oh, no creo que Fred te haya sustituido. Pero vamos, cuéntame, ¿dónde os habéis metido todo este tiempo? —indagué, observándolo detenidamente.
   
Chase sostuvo mi mirada por un momento, luego se acercó con pasos lentos y tomó asiento en un sofá azul cercano.
   
—Durante estos últimos años, mi familia y yo nos establecimos en Canadá. Mis padres recibieron una oferta de trabajo que no podían rechazar. Fueron dos años intensos, llenos de nieve, siropes de arce y la presencia constante de osos en la naturaleza y a lo largo de las carreteras. Pero hace poco, por razones personales, decidieron que era hora de regresar a Melbourne. Y, sinceramente, volver ha sido como respirar de nuevo el aire que me vio crecer. Estoy convencido de que mis padres hicieron lo correcto. ¿Sabes? La vida tiene esa peculiaridad, suele llevarnos por caminos inesperados solo para traernos de vuelta al lugar donde todo comenzó —explicó, sonriendo.
   
—En verdad, eso suena de maravilla, ¿no? —pregunté, intentando mantener la conversación. Parecía que, a diferencia de Fred, Chase no tenía esa tendencia a ser malhumorado. Me sentí aliviada por dentro; era un respiro estar en presencia de alguien con un temperamento más ligero. No me veía con fuerzas para lidiar con dos personas tan intensas.
   
Sin embargo, pensando en Fred, sabía que haría cualquier cosa por él.
   
Fred Russell. Aquel chico se había infiltrado en mi corazón.
   
Y lo había hecho sin esforzarse demasiado. Porque así era el amor, te atrapaba de repente, sin previo aviso, y cuando menos lo esperabas, ya estabas completamente enamorado. Quizás, solo quizás, yo también estaba enamorada.
   
—Definitivamente, pero también me enseñó a valorar lo que tengo, especialmente mi amistad con Fred. Aprendí a no dar nada por sentado; la vida puede dar giros inesperados en cualquier momento. Y a veces, aquellos cambios no suelen ser los mejores.
   
—Guao, eso fue profundo —expresé, asintiendo con la cabeza. Estaba de acuerdo con él; la vida a menudo nos presenta situaciones tan repentinas de las cuales aún no estamos listos para enfrentar. Pero así es la vida, tan imprevista.
   
Un silencio reflexivo se instaló entre nosotros. Hasta que el chico decidió retomar la charla.
   
—Entonces, Hayley, ¿alguna vez has jugado al videojuego ese… cómo se llama…? «¿Un mundo interminable?» —preguntó con un brillo travieso en los ojos.
   
Me reí y negué con la cabeza.
   
—No, nunca he sido muy buena con los videojuegos. ¿Ese es el que más te gusta? —me atreví a preguntar, esbozando una sonrisa. Aunque no era una experta, conocía algunos juegos gracias a Everly, quien era una verdadera fanática, y siempre lograba convencerme para qué jugara con ella.
   
Chase asintió con entusiasmo.
   
—¡Es genial! Pero claro, Fred siempre se lleva la victoria. Debe ser porque no tiene nada mejor que hacer que practicar todo el día, o porque aún no se ha conseguido una novia —dijo, lanzando una mirada burlona hacia la cocina donde Fred había desaparecido.
   
Sonreí, divertida. 
   
El chico era realmente gracioso.
   
—Eh, ¿te has dado cuenta de que Fred no puede oírnos, cierto? —pregunté, siguiendo su juego.
   
Chase se inclinó hacia adelante, con una sonrisa cómplice.
   
—Por supuesto, pero eso es lo divertido. Cuando vuelva, fingiré que esto nunca pasó, y espero lo mismo de tu parte —comentó, guiñándome un ojo.
   
No pude contener una sonrisa ante la travesura de Chase.
   
—Eres gracioso —le dije, entre risas.
   
—Soy un encanto. ¿A qué sí?
   
—Sin duda.
   
El chico se inclinó hacia delante una vez más, adoptando una seriedad fingida que contrastaba con el brillo divertido de sus ojos. Parecía un crío a punto de jugarle una broma a alguien.
   
—¿Te gustaría saber un secreto? —interrogó, con un tono conspirativo.
   
—Vale, espero que sea algo que merezca la pena —añadí, compartiendo el mismo tono que había utilizado.
   
—Oh, verás que sí. Se trata de Fred, a él le encantan los cupcakes de fresa con chispitas de colores. ¿Puedes creerlo? Con chispitas y todo. Son sus preferidos. Esa es mi táctica infalible para convencerlo de jugar unas partidas. ¿No es genial? —afirmó, ensanchando su sonrisa.
   
—Creo que eres un genio —agregué, apreciando su humor ligero.
   
Él se encogió de hombros con un atisbo de orgullo.
   
—Bueno, tengo mis momentos de brillantez como todos —replicó, imitando una voz engreída que me hizo soltar una carcajada.
   
—Grandioso, ¿y has hecho alguna travesura que involucre a Fred? —pregunté, con cierta intriga.
   
—Por supuesto, una vez, cuando teníamos doce años, convencí a Fred para ir a la biblioteca que está justo al lado del parque. Al principio no estaba muy feliz, pero nada que unos cupcakes no pudieran arreglar. ¿Lo puedes creer? El poder de los postres. Así que allá fuimos, cada uno eligió un libro, el uno de fantasía y yo uno de terror. Cuando llegamos al mostrador, la bibliotecaria nos echó una mirada y, con una sonrisa alegre, nos soltó: “Vaya, estos sí que son libros de aventuras, pero lo siento, Fred, no puedo dejarte llevar este ejemplar. Eres un niño demasiado travieso e inquieto” —explicó, recordando la escena. Mientras yo ponía toda mi atención en él.

Algo en la historia no encajaba, y menos aún cuando Fred me había hablado de su amor por la escritura.
   
—Espera, ¿por qué la bibliotecaria comentó eso? ¿Acaso Fred se había metido en algún lío en la biblioteca? —cuestioné, intentando entender la situación.
   
—No, qué va. Fred no había hecho nada malo en la biblioteca. En realidad, todo fue parte de una broma que se me ocurrió. Antes de ir, le di cinco dólares a la bibliotecaria para que fingiera negarle el libro y llamarlo travieso. ¡Y vaya que funcionó a la perfección! ¡Soy el amo de las bromas! —concluyó con la voz juguetona.
   
Mis ojos se abrieron de par en par ante la confesión. Jamás habría imaginado que Chase haría algo así. La idea ni siquiera había rozado mi mente.
   
—¡Guao, eso fue… demasiado cruel y divertido! —exclamé, sorprendida.
   
Me eché a reír, imaginándome la escena. Fred, con su cara de sorpresa, y Chase, disfrutando del momento.
   
—¡Desde luego! Aunque las cosas han cambiado un poco, Fred se ha vuelto un poco más reservado —confesó, desviando la mirada hacia la ventana un instante antes de volver a encontrarse con la mía.
   
Nos miramos y soltamos a carcajadas. Chase se acomodó mejor en su asiento, listo para seguir hablando, pero justo entonces, Fred volvió, su rostro mostraba indiferencia.
   
—Eh, mira quién ha vuelto. Te hemos echado de menos —vaciló el rubio, poniéndose de pie y estirando los brazos hacia Fred en un gesto exagerado de bienvenida.
  
—Venga ya, solo fui a la cocina, no es como si hubiera cruzado el océano, solo son seis metros —puntualizó Fred con una sonrisa torcida, mientras golpeaba el hombro de su amigo.
   
—Pues para que lo sepas esos seis metros pueden ser un universo entero, depende de lo que dejes atrás. Y por si no te has dado cuenta, has dejado a tu amigo de toda la vida, vamos, tu hermano del alma —pronunció, soltando una carcajada que resonó por toda la sala.
   
—Serás idiota —exclamó Fred mirándolo fijamente.
   
Chase sonrió, restándole importancia a su comentario anterior.
   
—Yo también te quiero, Fred —declaró el rubio, antes de envolverlo en un abrazo espontáneo.
   
Y si tuviera que describir la escena, diría una sola palabra.
   
Adorable.
   
Así se veían ambos. Tan tiernos.

—Basta, suéltame —replicó Fred, elevando la voz.
   
Chase asintió y dio un paso atrás, pero no sin antes darle una palmada en la espalda a Fred.
   
—Bueno, me gustaría hablar contigo, Hayley. Pero a solas —agregó Fred, dando énfasis en las tres últimas palabras .
   
Mi mirada se posó en él. Y al observarlo, me percaté de que estaba hablando en serio, sin ninguna pizca de broma.
   
—No seas tan directo, que tus palabras me dañan —bromeó Chase, llevando su mano al pecho en un gesto dramático de dolor. 
   
—Déjate de juegos y hazme el favor de largarte. Si no, te echo yo mismo —amenazó Fred, dando un paso al frente.
   
—De acuerdo. Me voy, pero no intentes detenerme. Y tampoco me extrañes demasiado —murmuró, alejándose detenidamente.
   
Una vez que Chase se marchó, Fred se aclaró la garganta y tragó saliva, un gesto que denotaba su inquietud. Permaneció en silencio, su mirada fija en la mesilla frente al sofá, como si estuviera analizando algo.
   
Sentí la necesidad de romper la tensión que se había apoderado de la habitación.
   
—¿Ibas en serio con eso? —pregunté, mi voz apenas un susurro.
   
«Vaya forma de retomar la conversación.»
   
«Silencio, subconsciente. No es momento para tus comentarios pesados.»
   
—¿El qué? —inquirió, sin apartar la vista de la mesilla.
   
—Lo que le has dicho a Chase, lo de golpearlo… —expliqué, confusa.
   
—¿Qué? ¿Piensas que podría hacerle eso? —indagó, con voz aguda.
   
«Tal vez»
   
—No lo sé, ¿por qué no me lo dices tú? —sugerí, enseguida.
   
—A mi me encantaría que tú respondieras —dijo, finalmente girando su cabeza para encontrarse con mi mirada.
   
Oh, no.
   
—No, no creo que lo harías. Es tu mejor amigo, después de todo.
   
—Bien, ahí tienes la respuesta —concedió, con un asentimiento que parecía cerrar el tema.
   
—¿Y cómo puedo saber que no estás mintiendo?
   
—No puedes saberlo, pero no mentiría sobre algo así. De todas formas, creo que hoy no es el mejor día para enseñarte a tocar la guitarra.
   
—Vale. Entonces, me iré —dije, levantándome del sofá, preparada para marcharme.
   
—¡Espera, no te vayas! —exclamó de repente, su voz rompió el silencio mientras se acercaba a mí.
   
—¿Por qué? —inquirí, nerviosa.
   
—Mi madre insiste en que te invite a desayunar, ¿te apetece? —ofreció en voz baja. 
   
¡Rayos! Aún no estoy lista para hablar con su madre.
   
—Claro que sí.
   
—Me alegro, no tienes ni idea de lo pesada que puede llegar a ser mi madre cuando alguien rechaza sus invitaciones —aclaró con cierta pizca de felicidad en su voz.
   
Sonreí. Esta vez con una alegría inmensa dentro de mí.
   
Mi vida estaba tomando un nuevo rumbo, uno que tal vez me llevaría a sanar. Pero muy en el fondo, tenía miedo.
   
Miedo a soñar.
   
Porque a veces, nuestros sueños nos elevan tan alto que olvidamos que en cualquier instante podemos caer.
   
Y yo no quería desplomarme.
   
No estaba lista para eso.

NOTA:

Hola, ¿Cómo están, solecitos? ¿Qué tal su semana?

Espero y bastante bien. Les tengo nuevo capítulo. He regresado. ☺️

¿Qué les pareció?

¿Qué tal la relación de Chase y Fred?

¿Qué tal, Chase?

¿Ya leyeron sus travesuras? ¿Qué opinan?

¿Qué piensan que sucederá?

❤️ Gracias por estar pendientes de las actualizaciones y seguir apoyándome.
Es realmente satisfactorio todas sus palabras tan lindas y motivadoras.
¡MILLONES DE GRACIAS!

Saluditos ✨

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