Capítulo 12
PROGRESO
HAYLEY
Había asistido a miles de consultas en mi vida. Al principio me hacían repetir una y otra vez lo mismo.
¿Cómo te sientes?
¿Cuál crees tú que es el principal motivo por el que has venido?
Esas preguntas ya me eran muy familiares. Cuando fui a terapia por primera vez, fue bastante difícil. No sabía cómo contarles lo que sentía. Cada vez que intentaba hablar, se me quebraba la voz y las lágrimas brotaban de mis ojos.
No quería recordar nada. Pero sabía que eso no me ayudaría. Si intentaba vivir como si nada, evitando mis sentimientos, nunca me recuperaría.
La depresión, siempre estaba a mi lado, recordándome que lo único que había en mi vida era la tristeza. No se podía vivir así, con un monstruo que atormentaba tu mente día y noche.
El tiempo pasaba y seguía luchando por no recaer. Había progresado y no me detendría hasta estar completamente en paz.
Volveré a ser feliz.
Volveré a amar.
Volveré a ser yo misma.
Volveré a vivir.
Recordé las palabras de mi abuela Mireille: «A veces vivir experiencias malas nos hace ser fuertes.»
Vaya que tenía razón.
Si miraba hacia atrás, me daría cuenta del largo camino que había recorrido, uno con muchos obstáculos y retos, pero que al final había vencido.
—Cariño, es hora —dijo mi madre, sacándome de mis pensamientos. Estaba en el consultorio de la psicóloga Elsie Hart, una mujer de pelo castaño y ojos negros. Una recomendada de mi antigua doctora.
Di un suspiro y me acerqué a la puerta donde la abrí lentamente.
—Hola, encantada de conocerte. Soy la psicóloga Hart, toma asiento.
Ella me miraba sonriendo, analizándome.
—Gracias —dije sentándome en la silla que estaba justo al frente de la mesa. Desvié mi mirada hacia el lugar, no era colorido, las paredes eran grises y blancas. Había buena iluminación, los muebles eran del mismo tono y en el escritorio había una fotografía, donde se podía ver a la terapeuta sonriendo, sosteniendo un reconocimiento.
Suspiré.
—Hace unos días me llegaron a mi consultorio los informes sobre ti —comentó y continúo hablando.— Hoy es la primera consulta de la terapia, así que me gustaría saber si estás cómoda. Ante todo respetaré tu espacio, si no estás lista para hablar, lo haremos con tiempo.
Ella me sonrió, lo que me recordó a mi antigua psicóloga.
—Estoy lista —afirmé con un tono seguro.
—¿Cómo te sientes?
Jugué con las manos sobre mi regazo. Mi piel estaba pálida y había perdido bastante peso, me veía más delgada.
—Estos últimos días me he sentido fatal, he llorado demasiado... —respondí, fingiendo una sonrisa.
Cerré los ojos, inhalé y exhalé varias veces, hasta que me sentí mejor.
—¿Has comido bien? —cuestionó anotando en su cuaderno las observaciones sobre mí.
Me removí incómoda de mi asiento.
—No lo suficiente —hablé en un titubeo.
—Bien, en el informe del médico nos menciona la falta de nutrientes. Por eso te desmayaste, porque no has ingerido suficientes alimentos.
Asentí en silencio.
—Me gustaría hablar sobre tu padre, pero necesito que estés lista —informó mirándome.
—Lo estoy doctora Hart —mi voz se rompió un poco.
Di un suspiro antes de contárselo todo. La terapeuta Hart me escuchaba atenta.
—Sé qué para ti es muy duro, el fallecimiento de tu padre dejó un vacío muy grande. Pero a veces debemos aceptar las cosas para poder sanar —Me miró—. La depresión llega para desestabilizarnos, llenarnos de dudas y pensamientos negativos; sin embargo, con ayuda profesional y apoyo familiar, podrás seguir adelante. La fuerza se mide con las acciones de nuestro presente —dijo, encogiéndose de hombros.
Supongo que la vida era así.
A veces fallamos, pero eso no significa una derrota, sino un impulso para poder llegar a nuestra meta.
Y mi objetivo era volver a vivir.
Vivir sin miedo.
Vivir sin dolor.
—¿Y si nunca vuelvo a ser la misma? —pregunté, girándome para mirarla a los ojos.
—Tu vida ha cambiado y tú también. A veces como seres humanos, nos da tanto miedo el cambio que creemos que siempre será malo. Pero la verdad es distinta. Los cambios llegan para crear en nosotros mucha más valentía y hacernos mejores.
—Lo intento, ... Pero es difícil —dije mirando hacia el techo.
—Todos hemos sufrido la pérdida de alguien, pero la cuestión es cómo lo afrontas. Hay dos opciones, o lloras en tu cuarto, lamentándote y preguntándote qué pasará. O te levantas y luchas por seguir tu vida. Suena fácil, pero no lo es. Dentro de todo esto se encuentran bastantes etapas. —Las palabras de la terapeuta me hicieron reflexionar. Tenía razón, la única manera de sanar era que yo misma le pusiera empeño.
—¿Usted cree que lo lograré?
Aparté la mirada, era un tema sensible para mí.
—La respuesta está en ti y en lo que hagas hoy, pero si quieres mi opinión, estoy más que segura de que lo harás, mírate, has llegado bastante lejos, eres una chica fuerte —confesó. Sus palabras me hicieron sonreír.
—De acuerdo.
Ella se puso de pie de golpe y rodeó el escritorio para abrazarme.
—Las consultas serán semanales, así que tendremos bastante tiempo para poder sanar juntas.
Asentí.
Me levanté de la silla y salí del consultorio. Miré a mi madre a unos escasos centímetros de mí.
—Cariño, ¿Cómo te fue? —cuestionó dulcemente.
—Muy bien —dije, y asentí rápidamente con la cabeza.
—Ven, te llevaré a casa.
Caminé con mi madre hacia su coche azul, me senté a su lado y me puse el cinturón mientras ella arrancaba.
Mantuve la mirada fija al frente.
—Eres lo más importante para mí. Todo esto es difícil, pero te conozco. Eres más valiente de lo que crees.
Nos miramos un momento antes de que yo respondiera.
—Te amo mamá, perdón por no ser lo s-suficientemente valiente para e-enfrentar esto.
Agaché la cabeza y ya no pude aguantarme las ganas de llorar, me cubrí la cara con las manos y traté de calmarme a mí misma.
—No cariño. No te culpes, nadie decide vivir padeciendo una enfermedad —su voz sonaba triste.— Has sido una buena hija, siempre alegre y colmando nuestras vidas de felicidad. Tu padre te amó hasta el último de sus suspiros, antes de morir me dio una carta para ti, me pidió que te la diera cuando cumplieras diecisiete años y pronto lo harás.
Apreté los labios, llorando.
—¿Por qué t-tuvo que i-irse?
Las lágrimas me inundaron los ojos, tenía que ser fuerte.
—Tu padre sufría mucho, al final se fue tranquilo y quiso que tú siguieras adelante, él te amaba muchísimo y lo hizo hasta el final.
Mi madre puso su mano sobre mi hombro.
—No quiero olvidarlo —La voz se me rompió.
—Y no lo harás, solo necesitas aceptarlo. Estaré para ti siempre que me necesites, juntas seguiremos adelante. Porque eres el pilar de mi vida. Te amo, cielo.
Besó mi cabeza.
—Y yo a ti, mamá —me aclaré la garganta.
Mi madre era realmente hermosa. La mayoría de las personas decían que tenía muchas cosas en común con ella. La realidad era otra. Tal vez físicamente éramos similares, en realidad, no lo suficiente. El color de cabello era distinto y ni hablar de mi personalidad, yo era más entusiasta, sociable e inquieta, aunque en estos momentos no lo demostrara, muy en el fondo seguía siendo esa chica.
Mi padre era igual a mí. Ambos le temíamos a las desagradables arañas.
—¡Mamá, aléjate...! —grité, horrorizada.
El arácnido se encontraba moviéndose por el sofá, era diminuto y de color negro.
¡Dios, qué miedo! ¿Cómo puede algo tan pequeño causar temor?
—No te hará daño, ya baja de ahí —ordenó mi madre, acercándose a mí.
—No te acerques, podría hacerte daño —demandé, mientras estaba subida en la mesa.
Cualquiera diría que estaba siendo bastante cobarde, pero cómo sería capaz de aproximarme a la araña.
De ninguna manera lo haría.
—Te pareces a tu padre —me dijo, divertida.
Me quedé mirándola un momento.
—¡Mamá llama a alguien que fumigue la casa! ¡O seremos invadidos! —dije dramáticamente.
Intentaba desviar mi mirada de la araña, pero era imposible. Tenía tanto miedo. ¿Podía lastimarme? Seguro que sí.
—Hayley Juliette... baja ya —replicó ella.
Escuché resonar pasos en las escaleras, dirigí mi vista al lugar para ver de quién se trataba.
Era mi padre.
Él me miraba fijamente.
—¿Qué haces Hayley? ¿Por qué estás arri...?
Se cortó a sí mismo cuando vio a la araña.
—¡Qué es esto! Debemos salir —dijo con urgencia.
Mi madre, por su parte, sonreía, como si le divirtiera la situación.
Me temblaba el cuerpo, pero aun así mantuve la mirada fija en el sofá todo el tiempo que pude mientras la araña se paseaba por ella.
—Son dramáticos —comentó mi madre, riendo.
—¡Ves el tamaño de esa cosa! ¡Es gigantesca! —repitió él, haciendo énfasis en la última palabra.
Sonreí. Los recuerdos eran lo único que quedaba de él y lo apreciaría siempre.
Me concentré en observar los lugares por la ventana del coche, cerré los ojos y respiré. Al abrirlos me di cuenta de que habíamos llegado a casa.
Mi madre se detuvo al llegar a la acera junto a la calle y puso ambas manos sobre mis hombros.
—Quiero lo mejor para ti. Siempre serás mi prioridad y haré lo que esté en mis manos para ayudarte, ¿de acuerdo?
Mi madre besó mi frente.
—Sí, mamá —Me sonrió al separarse de mi y caminar hacia nuestra casa. Para mí sorpresa, en las escaleras de nuestro porche, estaba sentada Maddie. Traía una blusa de manga corta y unos pantalones azules.
—Hola, Hayley. —La chica me sonrió, envolviéndome en un abrazo.
Así era Maddie. Imprevisible.
—¿Te gustaría tomar una taza de té? —preguntó mi madre, ella asintió y nos adentramos a la casa.
En nuestra sala, Maddie tomó un sorbo de su té y después lo puso sobre la mesa.
—Tu casa es acogedora —dijo ella amablemente
Asentí.
—Estoy preocupada por ti, sé que hace unos días nos conocimos, pero te has vuelto alguien importante para mí.
Su sonrisa fue tan amable como sus palabras.
—Gracias...
Suspiré hondo y comencé a contarle mi historia.
NOTA:
Hola. ¿Cómo están?
Les tengo nuevo capitulo.
Es más largo de lo esperado, pero bueno. Nos divertiremos un poco.
¿Cuéntenme, a qué le tienen miedo?
Hayley va mejorando paso a paso. ❤️
¿Qué les pareció el capítulo?
Maddie es una gran amiga 💖
Espero y sea de su agrado.
Dejen sus comentarios, los leo.
Saluditos solecitos✨
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