Capítulo 1
SUEÑOS VIVIDOS
HAYLEY
Papá
Papá
—Hoy es mi cumpleaños, papá, por favor despierta —le dije a mi padre, James Cooper, un prestigioso abogado. Su cabello castaño estaba desordenado, tenía ojos grises y por la expresión de su rostro podía notar lo fatigado que estaba.
—Hayley, ¿qué haces despierta tan temprano? —preguntó mi padre observándome con una expresión perpleja.
—Hoy es mi... —mi padre me interrumpió, se puso de pie y me dio un fuerte abrazo.
—Lo sé, preciosa. ¡Feliz cumpleaños! —habló mi padre elevando la voz.
Luego se acercó a la mesita de noche y sacó una pequeña caja de terciopelo. Estrechó la mano y recibí el obsequio. Al abrirlo quedé pasmada, se encontraba un hermoso collar con un colgante de sol, que brillaba en la oscuridad revelando una luz amarilla.
—¡Guao! ¡Que lindo detalle! Gracias papá —Grité emocionada.
Mi rostro reflejaba una expresión de alegría inmensa.
Si había algo que me gustaba, era eso. Desde que tenía uso de razón, había sido fanática de los regalos sorpresa, no por el hecho de que recordaran tu cumpleaños, sino por aquella sensación de desconocimiento, de saber que dentro de aquella caja podría haber cualquier cosa.
Hoy era mi noveno cumpleaños, lo celebraría con mis dos mejores amigas, Everly y Susan, y varios de mis compañeros del colegio.
—Todo para mi pequeña solecito. —La voz de mi padre me trajo de nuevo a la realidad.
Apenas había terminado la oración, cuando solté una carcajada tan fuerte que noté que mi padre se cubría los oídos —de nuevo con ese apelativo —Me había apodado así hacía cinco años. No podía negar que se había vuelto como mi segundo nombre. Mejor dicho como mi tercer nombre. El motivo de aquel apodo radicaba en mi personalidad. No había día en el que no me recordaba que era una chica demasiado alegre y risueña.
«Cielo, eres la niña más hermosa y alegre que mis ojos han visto. Eres mi gran solecito, mi universo entero.»
Sus palabras eran como magia. Cuando me sentía triste, él estaba para mí. Cuando tropezaba con algún obstáculo, él me animaba a seguir. Cuando algo me angustiaba o daba miedo, él me escuchaba y protegía. Él y mi madre eran todo para mí. Eran mi mayor regalo, uno que jamás se compararía con los demás. Eso lo tenía muy claro.
«¿Habéis escuchado la frase «los padres son como las brújulas?.»
Pues yo si. Y tenéis razón. Porque siempre están para guiarte, para encaminarte y orientarte en las diversas rutas que elijas. No importa las grandes mareas, las inundaciones o las tormentas. Ellos nunca te abandonarán. Estarán contigo cuando decidas zarpar y conocer otros mares. Porque todos somos tripulantes de un barco, hasta que decidimos navegar solos y desviar nuestras rutas.
Mí padre y yo bajamos las escaleras para ver a mi madre. Estaba en la cocina preparando el desayuno, su melena rubia estaba recogida en una coleta alta dejando ver sus facciones. Sus ojos azules destacaban más en su rostro, como si fuesen más profundos como el mar azul. Era una mujer esbelta, tenía un carácter bastante fuerte y era muy decidida en lo que hacía.
—Juliette, te quiero lista en diez minutos —ordenó mi madre, sonriéndome.
Juliette, ese era mi segundo nombre. No me gustaba que se refiriera a mí con esa designación. Muchos optaban por nombrarme Julieta. Porque esa era su derivación del español. Cómo la famosa protagonista del libro «Romeo y Julieta», aunque seamos sinceros, me faltaba mi Romeo. Y además era demasiado trágico. Mi madre había seleccionado el nombre por mi bisabuela Mireille Juliette Dufour. Una famosa pintora con obras muy reconocidas.
Respiré hondo cuando estuve frente a ella.
—Mamá, pero hoy es mi cumpleaños —supliqué, fingiendo una sonrisa inocente. Ella cruzó los brazos sobre su pecho. Sabía perfectamente que no cambiaría de opinión.
—Hayley, no permitiré ese tipo de actitud, irás a la escuela y punto. —Su tono fue firme.
—Estoy de acuerdo con Hayley. Hoy debería quedarse en casa para disfrutar de su cumpleaños —me defendió mi padre.
Mi madre se quedó boquiabierta, pero después de unos segundos respondió:
—Bien, pero solo está vez —me reprendió enfadada.
Ella era el prototipo perfecto de la madre responsable.
—¡Gracias mamá!, eres la mejor.
Avancé un paso hacia ella y, un segundo después, estaba entre sus brazos, abrazándola. Olía a una mezcla de vainilla y flores.
—¡Estupendo!, un abrazo familiar —dijo mi padre mientras se unía a nosotras.
Me levanté bruscamente, parpadeé, confusa, mi vista estuvo nublada por unos segundos. Recordé mi sueño y estallé en sollozos. Respiraba con dificultad, y aún sentía la humedad de mis lágrimas en las mejillas.
«Mi padre había fallecido hacía cinco años a causa de diabetes, sin embargo, seguía doliendo como aquel día que lo vi en el ataúd, aún no podía superar su ausencia, él ya no estaba y jamás lo volvería a ver, nunca más escucharía su dulce voz.»
Mi madre había hecho lo posible por verme sonreír. Me obligó a ir a terapia. Y aunque para mí los primeros días fueron los más difíciles, aprendí a sobrellevarlo.
Tardé unos segundos en volver a centrarme, me puse de pie y caminé hacia el espejo que se encontraba junto al armario, me quedé observando mi reflejo, me veía más sana, ya no tenía las ojeras bajo los ojos, ni la mirada perdida, mi piel lucía mejor.
Cerré los ojos por un momento, recordando la sonrisa alegre de mi padre.
—Papá ¿por qué sonríes?, si acabas de ausentarte de tu trabajo —cuestioné y crucé los brazos. Sabía que en el fondo la noticia le rompía el corazón. Él amaba su trabajo, su gran desempeño lo había colocado en uno de los mejores abogados del país.
—Cielo, en ocasiones la vida no cumple nuestras expectativas. Sin embargo, siempre debemos mirar el lado positivo.
Pude notar como su semblante decayó, pero poco después fingió una sonrisa.
—¿Qué pasa si no hay un lado positivo? —Inquirí con mi ceño fruncido .
—Siempre lo hay, de una u otra forma. Por ejemplo, en un día lluvioso, todo se ve triste y deprimente. Pero llegará el momento en que se formará el arcoíris y saldrá el sol. Los malos momentos son solo eso: instantes, fragmentos de tiempo que van y vienen.
Abrí los ojos y sonreí para mí misma. Vivía en una casa de dos pisos, y mi habitación estaba en el piso superior. Mi puerta se abrió y allí estaba mi bella madre: Nicolle Dufour, una reconocida diseñadora francesa, podía ser estricta como madre, pero era la mejor persona que conocía.
—Hola —le dije en un susurro apenas perceptible.
—Hola cariño, necesito que bajes a desayunar —Mi madre me miró con una sonrisa en sus labios.
—Iré después de ducharme. —Ella asintió y salió del dormitorio.
Cogí la toalla y el jabón y me metí en la ducha. Me desvestí y abrí el grifo para disfrutar del agua caliente caer sobre mí.
Después de ponerme mi vestido azul corto, me sequé el cabello con la toalla y bajé a la sala. Encontré a mi madre sentada en el sofá gris con un vestido rojo que le llegaba hasta sus rodillas. Elegante, como siempre.
—Cariño, toma asiento —indicó mi madre, señalando el sillón.
Caminé hacia el y me deje caer. Hubo un momento de silencio, hasta que decidí hablar.
—¿Sucede algo? —cuestioné alzando una de mis cejas.
Noté a mi madre abrumada. Tal vez era por lo que estaba a punto de decir.
—Nos mudaremos a Melbourne la próxima semana —Informó, posando sus ojos sobre mí.
Tan solo de escuchar eso, mi mente viajó a cada recuerdo, cada vivencia en esta casa. Cualquiera diría que mi madre estaba siendo muy egoísta al tomar esa decisión sin siquiera consultarme. Pero claramente no era así. Todo lo que deseaba era que me sintiera en completa tranquilidad, que volviera a mostrar una sonrisa genuina y no una fingida.
Muchas veces presencié a mi madre llena de impotencia, sin ganas de vivir, destrozada desde lo más profundo de su ser. A pesar de ello, nunca me descuidó, fue la primera en visitar a la psicóloga Milner. Para ninguna fue fácil asumir todo esto, pero tarde o temprano teníamos que hacerlo y vivir en memoria de mi padre. Y tal vez, solo tal vez, la opción de mudarme era la única manera de aprender a sanar las heridas. Así que, aunque sufriera por la decisión, estaba lista para volver a empezar.
—¿Por qué?... ¿Qué pasará con mis amigas, la escuela y las consultas con la psicóloga? —Me enredé con mis palabras sin saber que pregunta era más importante.
—Cariño, está decidido. —su voz no fue firme, ni dura. Al contrario, fue cálida—. Nos hará bien mudarnos, tus amigas lo entenderán y por supuesto que vendremos a visitarlas, además estarás en contacto con ellas y seguirás tus estudios en Melbourne. —Dio un suspiro, su rostro se mantuvo neutro—. En cuanto a las consultas la psicóloga Milner estuvo de acuerdo que nos mudáramos, cree que es una excelente idea.
—De acuerdo —me limité a contestar.
—Por cierto, hoy será el último día de consulta. En Melbourne buscaré otra psicóloga para ti —.Elevé la mirada y entrecerré los ojos.
No estaba del todo feliz con la decisión, me había costado muchísimo encontrar a alguien que me hiciera sentir en confianza. Y ahora, simplemente dejaría de acudir a las consultas de la doctora Milner, para marcharme a otro continente, país y ciudad.
—Está bien —Asentí y mi madre se adentró en la cocina.
La seguí y miré la mesa que estaba justo en medio, encima había un frutero y un par de flores del jardín.
Mi madre había preparado hotcakes con frutos rojos y miel de maple, huevos estrellados, tocino y jugo de naranja. Un desayuno delicioso, pero también nutritivo y saludable.
Ella no era tan buena cocinando, hasta que un día decidió asistir a clases de cocina. Ahora era como una chef.
—Están deliciosos —dije tras probarlos.
—Me alegra que te haya gustado —Mencionó, inclinándose hacia mí para darme un beso en la frente.
—Gracias mamá.
—Claro cielo —Concluyó, irguiéndose de nuevo.
★★★
El consultorio de mi psicóloga Melanie Milner era una habitación muy amplia, las paredes eran de colores muy llamativos y alegres. Había varias plantas y flores, y algunas piezas de arte. En el escritorio se encontraba una fotografía que llamó mi atención: una chica rubia, alta y muy hermosa. De rasgos delicados y ojos color miel, que portaba una sonrisa de alegría y diversión. Pude reconocer que la chica era la doctora.
Con ella me sentía en paz, podía hablar de todo lo que me agobiaba. Y siempre tenía las palabras adecuadas para hacerme sentir mejor.
La doctora Milner entro después de mí. Vestía unos pantalones beige, una camisa blanca y un blazer café. Me recibió con una mirada acogedora.
—¡Que alegría verte, Hayley!, te ves muy bien. Toma asiento en el sillón, por favor —Dijo cortésmente.
—Gracias —hablé aclarándome la garganta.
—Bien, ¿cómo te has sentido últimamente? —Preguntó reposando sus brazos en el escritorio.
—No lo sé. Hay días en los que creo que estoy mejorando, sin embargo a veces vuelve ese sentimiento de tristeza, agotamiento y vacío. —Respondí con sinceridad.
Nunca me había abierto con alguien que no fueran mis padres, a excepción de mis amigas, pero ahora lo estaba haciendo y sabía que en algún lugar del mundo, mi padre estaría orgulloso de mí.
—Lo sé. Estás pasando por la etapa del duelo, y se que es muy difícil pero no imposible. Y claro que estás mejorando, el hecho de que experimentes todo eso no quiere decir que tú proceso está decayendo.
Ella entrecerró los ojos y se formaron pequeñas arrugas en su frente.
—Tengo miedo de quedarme anclada a este dolor —Me falló la voz.
Tragué grueso y sentí mi pecho apretarse.
—El miedo es parte de esta etapa, y está bien sentirlo. Debes aprender a gestionar esta emoción y evitar que bloqueé tu vida. No reprimas el dolor, ya que cuanto más lo hagas, más explosiva y potente será la emoción liberada —comentó, con la voz tranquilizadora que poseía.
—Tengo que sentir miedo y dolor aunque me haga daño —murmuré por lo bajo.
—Como toda emoción, el miedo tiene su lugar y es necesario. Sentir emociones es positivo, siempre lo és. El problema surge cuando esté sentimiento se impregna en todos los aspectos de nuestra vida y nos domina. Y respecto al dolor, es normal sentirlo después de la muerte de un ser querido. Pero con el tiempo experimentarás el alivio.
—Pero, si estoy mejorando, ¿por qué me siento atrapada en esta tristeza?
La pregunta me venía atormentando hacía meses.
—Es completamente normal. Cada persona pasa por estas etapas a un ritmo diferente. Ahora, ¿has estado comiendo bien? ¿Estás realizando tus pasatiempos y actividades habituales?
Interrogó inclinándose hacia atrás. Analizándome con cautela.
—Si, doctora. He seguido las indicaciones de mi alimentación. Respecto a las actividades, las he realizado todas.
—Oh, estoy muy orgullosa de ti. Recuerda no minimizar tus logros por pequeños que sean —Me felicitó dando unas pequeñas palmadas con sus manos.
—Muchas gracias, doctora Milner.
—También estás aquí porque pronto te mudarás. ¿Cómo te sientes?
—Es complicado. Sé que es lo mejor para mí, sin embargo, no sé si estoy lista para soltar a mi padre. La casa me recuerda mucho a él. Y si me voy...todo eso... quedará... en el olvido... las anécdotas, las reuniones familiares, las risas... los abrazos y todo —el nudo en mi garganta estaba tan apretado que no podía pronunciar palabra alguna, aún así lo intente—. N-no...no sé si ... lo-lograré. Y tengo mucho miedo... si-siento impotencia.
—Tu padre siempre vivirá en tu corazón, —la doctora Milner comenzó —Y los recuerdos siempre te pertenecerán. Sanar las heridas significa aceptarlas como parte de ti, de tu historia. No se trata de borrar ese suceso en tu mente, sino de que lo puedas integrar, de manera que no te dañe. Se que suena bastante difícil, no lo negaré, pero también se que eres muy valiente. Y el hecho de que estés aquí, luchando por seguir adelante, por vivir, por sanar, ya es un logro más.
Tenía razón la doctora Milner, tenía que salir adelante y el primer paso ya estaba dado: aceptar la ayudar de profesionales.
—¿Enserio lo cree?..., y si vuelvo a recaer.
—Claro que si, no lo dudo. Las recaídas son parte de todo el proceso, así que no supongas que es un fracaso —la doctora Milner aclaró.
—Gracias. Todo esto me ha ayudado mucho. La echaré de menos a usted y a sus consultas.
—El mejor agradecimiento es verte feliz y en paz.
Me levanté del sillón y di unos pasos hacia la psicóloga.
—¿Puedo darle un abrazo? —Pregunté amigablemente.
—No tienes que preguntarlo.
Extendió sus brazos y yo los tomé, aquello me hizo sentir en calma. Por primera vez, tenía la certeza de que saldría adelante.
NOTA:
Hola. Antes que nada me gustaría darles la bienvenida a mi primera historia "Mi Chica Francesa". En este libro encontrarás romance, risas y superación. Si decides no avanzar o abandonar la historia está bien.
Agradezco el hecho de que se hayan tomado el tiempo de echar un vistazo y conocer mi obra.
¡Muchísimas gracias!
¿Qué les pareció el primer capítulo?
Saluditos:) 💗.
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