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Capítulo once

Llagó el martes. Estaba emocionado y con una ansias grandísimas de volver a ver a Luna. Era día de saber qué era lo que pensaba.

Me apuré con las tareas del hogar para poder ir a la tienda de música.

En el trayecto hacia allá iba con un objetivo que ni siquiera S.R me lo borraría.

Entré a la tienda y allí estaban todos, los saludé a cada uno, Kat me abrazo con mucha felicidad como siempre.

Le di un beso en la mejilla a Luna. Olía muy rico, un olor a coco característico de ella que me volvía loco.

Pasaron un par de horas y sucedió algo parecido que el día anterior; Pablo contándonos unas anécdotas y los tres chicos opinando al respecto. De vez en cuando le hacía una que otra pregunta a Luna y ella me respondía sin ningún problema.

El día era muy gris, todos lo sabíamos.

Ya avanzada la tarde, Vivian tuvo que salir, Pablo estaba dormido en un sillón y solo estábamos los tres chicos platicando y jugando baraja. Era bueno saber que esta vez no había apuestas de por medio.

Hubo una pequeña discusión entre Kat y Luna. Nada tan grave, pero fue suficiente motivo para que mi mejor amiga se retirara del lugar. Se quedó sentada afuera del local y nos quedamos solos Luna y yo.

Los astros se alineaban, era momento de charlar con ella.

Seguí barajeando las cartas para empezar una partida nueva.

–Así que no tienes novio Luna– le comenté de la nada. Estaba preparando el camino para darle fin a mis dudas.

–No, por el momento no tengo.

–Ya veo.

Hubo un momento de silencio.

–Y es raro porque por lo general hay uno o dos chicos que me gustan– respondió ella. –Pero en este momento no hay alguien que me llame la atención.

Ese comentario me desbalanceo un poco. No había nadie que le gustara ¿Y yo qué?

–Y entonces ¿lo del beso? – pregunté al mismo tiempo que repartía las cartas.

– ¿Cuál beso? ¿Lo de la fiesta?

–Si, ¿qué fue lo de la fiesta?

–Ah eso– dijo un poco pensativa. Hizo una ligera pausa. –Pues no sé, las cosas pasaron de repente y pues sucedió.

Ya sabía maso menos lo que pasaba, pero quería que fuera más clara. Los dos estábamos jugando, viendo nuestras cartas. No teníamos el valor de cruzar las miradas.

–Entonces el beso que nos dimos ¿Fue equis? – algo en mí ya intuía cual sería la respuesta y no iba a ser de mi agrado.

Ella apartó su vista de las cartas y me miró. Yo hice lo mismo.

Se tapó la boca con las mismas cartas y asintió.

Gran desilusión. Sentía que algo en mi se rompía, otro golpe bastante bajo por parte de Luna.

Lo único que quería era salirme de ese lugar, no podía seguir estando enfrente de ella.

Los primeros mensajes con Luna, lo hermosa que estaba aquella noche en la fiesta, la increíble pareja de baile que formábamos, el dulce beso sabor a chocolate que me hizo pensar que le gustaba. Todos esos pensamientos golpearon mi cabeza de repente, varios flashbacks también se hacían presentes.

Me vería muy mal si salía en ese momento de la tienda, así que aguante a pie firme y bloquee mi cabeza para que dejara de pensar. Las personas en la tienda no podían verme derrumbado, tenía que soportar el dolor.

Pasaron unos cuantos minutos y seguía jugando con Luna. No había alguien con quien desviar mi atención, Pablo durmiendo y Kat distante.

El sufrimiento se apaciguo un poco cuando mi amiga apareció. Ella y Luna hicieron las pases, se mostraban felices. Tuve a alguien con quien distraerme de la asquerosa situación.

Pasó una hora o dos y ya era el momento indicado para retirarme. Me despedí de todos, no quería despedirme de Luna, estaba muy enojado con ella, pero no era de caballeros hacer eso, así que solo le di la mano.

Cuando Kat me abrazó me dijo al oído:

–Te espero el jueves aquí Saúl–. Al siguiente día no la vería porque la tienda no abría los miércoles.

–No lo sé Kat– le dije un poco desanimado. –Yo creo que te vería hasta la próxima semana.

Ella volteo a ver a Luna y solo asintió.

El clima estaba acorde a lo que yo estaba pasando, las nubes daban un aspecto de tristeza bastante profunda. Me daban ganas de llorar, de correr, de gritar por la desesperación. Los malditos pensamientos no cesaban.

Llegué a mi casa y mi familia estaba a punto de comer.

–Siéntate Saúl te voy a servir– dijo mi madre mientras sostenía un plato.

–No mamá, no tengo hambre. Al rato bajo y me sirvo ¿va? –. Ya me dirigía a mi cuarto cuando desde la cocina volvía a escuchar su voz:

– ¿Todo bien Saúl?

–Si mamá, es solo que tengo un buen de sueño–. Clásica excusa cuando las cosas de verdad no están bien.

Me acosté en la cama y las ganas de llorar se intensificaron, no lo iba a hacer. Luna no valía tanto como para que llorara por ella.

Estando el caos todavía en mi cabeza se escuchó a lo lejos vibrar mi teléfono. Al revisarlo vi el mensaje que me llegó. Se me salieron algunas lágrimas. Era mi mejor amigo, Leo.

Hacía mucho tiempo que no hablábamos. A Leo lo conocí en el segundo año de preparatoria, es difícil explicar el buen cotorreo y la sana convivencia que tenía con él, sin duda una extraordinaria persona.

Fue como si el destino estuviera a mi favor, lo que quería para salir de ese infierno era alguien que me escuchara, alguien que fuera importante para mí, alguien que no me juzgaría por lo que había hecho. Leo sin duda era la persona indicada.

El mensaje decía: "Qué onda Saúl. ¿Como andas? ¿Oye puedes hablar como a las 11?".

De inmediato le respondí: "Que pasó Leo, aquí andamos. Vale al rato hacemos una llamadita"

Después de un largo tiempo, Leo supo mandarme mensaje el día y el momento indicado. Una llamada con mi mejor amigo era lo que necesitaba.

Todavía faltaban algunas horas para la llamada, decidí acostarme. Aquel mensaje hizo que mis pensamientos se tranquilizaran.

Cerré mis ojos y con una imagen del beso que tuve con Luna, me dormí.

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