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61-Kamui

Tras una semana y media de arduo trabajo por parte de Muramasa Hashibira, finalmente pudo terminar las nuevas espadas, las versionas mejoradas del Juicio del Avīci, el Sol Orgulloso y la Tormenta Salvaje.

Aquella mañana las presentó ante todo el equipo Eiyū no Tabi con mucha teatralidad, ya que los mantuvo sentados en troncos de árboles, enfrente de tres pedestales con sábanas blancas que ocultaban sus creaciones.

https://youtu.be/A-ZyTVMlplg

—He llevado mi Arte Arcano, Lord of the Blacksmith, al máximo y he agotado todo el Oricalco y Dadhachi que le quedaba a mi Clan —relató con teatrilidad y soberbia—. Todo con un único objetivo... ¡mejorar aún más la obra maestra del Clan Muramasa!

Hashibira removió las sábanas, revelando las nuevas Tres Epadas Divinas, cosa que hizo que Yamiko, Akira y Rai se levantaran de su asiento con emoción y con los ojos llorosos de la felicidad.

El Juicio del Avīci ahora tenía una hoja totalmente negra, con el dorso de color morado claro, su mango ahora de color verde oscuro, junto a una guarda con la forma del demonio Vajra Bodhisattva.

El Sol Orgulloso tenía una hoja de color escarlata, la cual debido al dorso totalmente negro tenía un patrón de llamas, su mango seguía siendo dorada y ahora su guarda tenía forma de llama.

En el caso de La Tormenta Salvaje; la katana ahora tenía una hoja negra con un dorso amarillo que le daba un patrón eléctrico, su mango era de color gris y su guarda seguía manteniendo la forma de nube gris. La wakisashi ahora tenía una hoja celeste con blanco, con un dorso negro que le daba la apariencia de la espuma de la marea, su mango seguía siendo de color azul oscuro y su guarda ahora tenía forma de flor de loto.

Los tres jóvenes tomaron sus espadas y en menos de un segundo, pudieron sentir el poder divino volver a fluir por sus venas. Su felicidad solo creció aún más al ver a los Tres Hermanos Divinos reaparecer ante ellos.

—¡Tsukuyomi-Onii sama! —exclamó Yamiko, pudiendo sentir un escalofrío por el toque de Tsukuyomi, siendo esta otra mejora de Muramasa— ¡Lo siento tanto, debí escucharte!

Por supuesto que siempre debiste escucharme, pero eso ya no importa —dijo Tsukuyomi entre soberbia y cariño—. Estoy feliz volver a verte, Yamiko-chan, estuve muy preocupado por tí.

¡¡¡Akiracchiiiii!!! ¡¡¡Te extrañé mucho!!! —exclamó Amaterasu entre lágrimas.

—Yo también, Amaterasu-Onee sama, me hacías falta todas las noches antes de dormir —confesó Akira, llorando junto a ella.

A diferencia de los otros pares, no hubo mucho sentimentalismo entre Rai y Susanoo, nunca se llevaron bien debido a lo diferente de sus personalidades y códigos de honor, pero el chico de cabellos dorados debía admitir que estaba feliz de saber que estaba de vuelta.

Que bueno verte muchacho, ¿cómo has estado? —preguntó Susanoo, cruzado de brazos.

—Trato de mejorar —se limitó a decir, rascándose la nuca.

Ahora que hemos regresado, tenemos que saber algo —declaró Tsukuyomi, con seriedad— ¿Cómo planean dominar el Kamui?

—Solo se me ocurre un método —respondió Yamiko, frunciendo el ceño—: necesitamos ver qué fue lo que hicieron los Tres Grandes Fundadores para dominarlo y entonces podremos duplicarlo.

En el pasado, antes del encuentro entre Ibaraki Douji y sus hijas, los tres jóvenes espadachines se abstuvieron de tratar de dominar el Kamui, ya que según Tsukuyomi y Amaterasu, su cuerpo al no estar completamente desarrollado era posible que hubieran consecuencias para ellos. Sin embargo, tiempos desesperados requieren acciones desesperadas.

¡Perfecto! Entonces los llevaremos a un viaje muy psicodélico al pasado —dijo Amaterasu, regresando a su característica jovialidad.

—Buena suerte, Kohais, espero que encuentren las respuestas que buscan —dijo Oyama, con una sonrisa.

Yamiko, Akira y Rai se apartaron un poco del grupo, ya que el límite de personas que podían acceder a esta proyección era ese. Se sentaron en posición del loto en círculo, tomándose de las manos.

Kurayami no naka o aruki, tsuneni taiyō no yō ni kagayaki, hageshī arashi o kainarashita senshi no bōken o tōshite tabi o hajimemashou (Que empiece un viaje por las andanzas de un guerrero que anduvo en las tinieblas, de uno siempre radiante como el sol y de uno que domó una tormenta salvaje) —recitaron los Tres Hermanos Divinos al mismo tiempo.

El espacio alrededor de los tres chicos se deformó, mostrando ya no una colina de China, sino un hermoso residencia japonés del periodo Edo.

En este pacífico lugar durante la primavera, Kuroneko Yami caminó por esta residencia hasta llegar a una sala, donde se encontraba su maestro, Yagyu Munenori de ya cincuenta años, quien estaba puliendo su arma.

—Tienes muchas agallas al mostrate aquí —dijo Munenori, con una sonrisa—. No eres muy querido por Tokugawa Ieyasu.

—Incluso si el bastardo no me desea aquí, no tiene más opción que dejarme tranquilo —replicó con tono burlón mientras tomaba asiento enfrente de su maestro—. Después de todo, podría tomar su cabeza cuando quisiera.

—Jejejeje... tan sombrío como siempre, muchacho —mencionó guardando su espada en su vaina— ¿Qué te trae por aquí?

—No mucho, solo quería verlo y contarle algunas cosas que han pasado —respondió lanzando un suspiro incrédulo—. Tanto Asa, como Kaito y yo nos hemos casado y el idiota de Asa ya tiene una hija, ¿puede creerlo?

—Guao... ¿tanto tiempo ha pasado desde que dejaste de ser mi aprendiz? —dijo con nostalgia—. Aún recuerdo cuando eras un chico desprolijo que solo quería matar y mírate ahora, eres un samurái hecho y derecho hasta con esposa.

—Los años se han ido volando, sin duda y me he vuelto una mejor persona gracias a usted, maestro —reconoció con gran admiración y cariño—. Por eso quisiera pedirle un pequeño favor, quisiera tener un duelo con usted.

—¿Quieres pelear con este anciano? —inquirió arqueando la ceja con una sonrisa.

—Hace una semana, Kaito tuvo un duelo con su maestro, Miyamoto Musashi y perdió por paliza contra él —relató con una sonrisa de shinigami, similar a la que heredaría su descendiente Yamiko—. Por eso, quiero medir fuerzas contra otro Santo de la Espada como lo es usted, alguien igual de poderoso que Miyamoto Musashi.

—¿Por qué siento que nada más moverme me vas atacar? —preguntó con una sonrisa igual de siniestra que la de su antiguo discipulo.

—Tal vez es porque eso es lo que planeo hacer —respondió Yami, poniendo su mano en el mango de su espada—. No se preocupe por los daños, después de todo, esta casa fue un regalo de Tokugawa.

Parecía que Kuroneko Yami podría hacer algo en contra de Yagyu Munenori, pero para la sorpresa de los jóvenes que veían este recuerdo, el anciano espadachín se movió más allá de lo que sus ojos podían notar, apareciendo al otro lado de la habitación con su espada con sangre.

Yagyu Shinkague-Ryu: Kenjutsu Musō (Inigualable en el Manejo de la Espada).

El pecho de Kuroneko Yami fue cortado, dejando salir una cantidad considerable de sangre. Había sido atacado sin que el pudiera reaccionar y además, no pudo darse cuenta de que fue cortado hasta que empezó a sangrar.

—Aún tienes un largo camino por delante para que me superes, muchacho —declaró Munenori, con seriedad y firmeza—. En este mundo existen fenómenos como yo que logramos hazañas mucho más allá de lo posible por otros humanos y Yokais. Ahora bien, llamaré al médico de mi dojo para que te revise.

—He escuchado muchas historias de Yagyu Munenori en mi familia, pero ninguna se compara a esto —comentó Yamiko, impactada— ¿Qué clase de monstruos existían en el pasado?

—¿Fue a partir de este momento que desarrollaron el Kamui? —preguntó Rai, intrigado

—Si algo caracterizaba a Yami, es que odiaba perder y siempre buscaba hacerse más fuerte —explicó Tsukuyomi, haciendo un ademán de manos.

Los Arcontes mostraron otra escena del pasado, una semana después del duelo entre Yagyu Munenori y Kuroneko Yami. Este último estaba en una planicie, entrenando con su tachi mientras era observado por Kaioh Kaito.

https://youtu.be/oPamCZ5PnXc

—¡Maldición! Incluso con todas las batallas que he librado, incluso con mis capacidades mágicas, no soy capaz de darle un combate digno a mi maestro —dijo mientras realizaba cortes verticales una y otra vez, estando bañado de sudor.

—Te entiendo, yo tampoco puedo hacerle frente a Miyamoto-sensei —agregó Kaito, llevándose la mano a la barbilla.

—Debe de haber una forma de hacernos más fuertes, ¿qué pasará si aparece un Yokai tan fuerte como ellos? —declaró tomándose un descanso de su entrenamiento—. Seríamos derrotados al instante.

—¡Hola, chicos! ¡¿Cómo han estado?! —saludó Asa, quien venía corriendo a lo lejos con su hija de cuatro meses atada a su espalda.

—¿Qué...? ¿En serio tragiste a tu hija, pedazo de idiota? —reprendió Yami, llevándose una mano a la cabeza.

—Ay vamos, no seas así, Florence tiene una misión con Anastasia-dono y Momochi-dono, por eso decidí pasar tiempo de calidad con Danu —explicó cargando a su hija en brazos—. Además ella es adorable y se va a comportar, ¿verdad que sí, mi angelito?

Akatsuki Danu reía con la boquita llena de baba, eso para su padre era una afirmación.

—¿De qué estaban hablando? —preguntó sentándose en el suelo junto a Kaito.

—Ninguno de nosotros todavía ha podido superar a nuestros maestros —dijo Kaito, algo preocupado por tocar ese tema con Asa.

—Ah, ya veo... Kojiro-sensei solía tener ese problema —relató Asa, con cierta nostalgia y tristeza—. Mi maestro vivió en un gran aburrimiento, sin oponentes a la altura nada más llegó a interesarle, incluso cuando dominé mis poderes mágicos no era un rival para él. No fue sino hasta su duelo contra Miyamoto-dono que pudo morir con una sonrisa. Aún así, me hubiera encantado acompañarlo en su soledad y caminar juntos en las penumbras de ser poderosos.

—Entonces hay que hacernos poderosos, de esa manera, cuando llegues al más allá podrás darle el combate digno que siempre quisiste darle a tu maestro —dijo Yami, poniéndole una mano en el hombro a su amigo.

—T-tienes razón... sé que podemos superarlos —dijo Asa, sintiéndose más aliviado.

—¿Qué tienes en mente, Yami? —preguntó Kaito.

—Bueno... nosotros adquirimos nuestros poderes mediante nuestras espadas, incluso si no las tenemos a mano podemos seguir manipulando las sombras, el fuego, el agua y el rayo, pero al alejarnos bastante de nuestras armas entonces perdemos gradualmente nuestros poderes —explicó haciendo dibujos en la tierra con una vara para ilustrar su punto—. Solo tenemos un 20% del poder original de Tsukuyomi, Amaterasu y Susanoo, pero ¿y si obtenemos más que eso? 

—Ajá, ajá ¿cómo podríamos hacer eso? —inquirió Kaito, con una agudeza mental desarrollada gracias a su entrenamiento—. Recuerda lo que nos contó Muramasa Sengo, nosotros podemos aguantar el poder divino de los tres hermanos, pero el excedernos podría causarnos daños graves o peor, podría destruir las espadas.

—Hmmm... Tal vez... ¿Qué tal si mantenemos un equilibrio entre ambas energías? —sugirió haciendo un dibujo de un humano, con un espiral en el centro—. La unión armónica entre nuestra Energía Kundalini con la de los Tres Hermanos Divinos, un 50/50 ¿quizás?

—Casi, te daré noventa puntos —declaró Kaito, chasqueando los dedos.

—Diablos —murmuró Yami.

—¿Qué nos haría falta, Aniki? —preguntó Asa, arquenado una ceja.

—No hace falta solo un equilibrio sobre ambas energías, sino también un control absoluto de esta misma —expuso, tomando la vara de Yami para hacer dibujos—. La Energía Kundalini de los Tres Hermanos Divinos es tan pura y caótica que al incrementar el porcentaje que llega a nuestro cuerpo, resultaría en distintas fugas por nuestro cuerpo y armas. Dichas fugas resultarían en la destrucción de nuestras espadas.

—Entonces debemos mantener esta energía dentro de nuestro cuerpo, haciendo que fluya hasta la más mínima parte —prosiguió Asa, entendiendo poco a poco la explicación de Kaito.

—Más o menos, podríamos intentar algo similar a lo que ocurre con nuestro corazón, haciendo que la energía divina fluya desde cada parte de nuestro cuerpo hasta nuestras armas y de regreso a nosotros como un ciclo sin fin —concluyó, mostrando el dibujo de un monigote con varias flechas en su interior que indicaba el recorrido que debía tener la energía.

—Entonces hay que intentarlo —dijo Yami, emocionado.

Fue a partir de ese día que Yami, Asa y Kaito empezaron a entrenar la técnica que tiempo después bautizarían como: Kamui. Durante casi tres semanas, su único entrenamiento consistió en pura meditación para tener un control absoluto tanto de su Energía Kundalini como la de los Tres Hermanos Divinos. Cada vez que alguno parecía descontrolarse, su esposa lo golpeaba en la cabeza con un bokken para frenar el proceso y reanudarlo nuevamente.

Al final, todo su esfuerzo dio frutos, ya que en una noche sin luna y tormentosa, los tres se transformaron enfrente de sus esposas, de Yagyu Munenori y de su hijo, Yagyu Jubei Mitsuyoshi, adquiriendo apariencias identicas a las descritas en la pintura que el padre de Yamiko les enseñó hace meses.

—Ya veo, entonces no hay tiempo que perder —dijo Akira con seriedad.

La regresión fue concluida por los hermanos, sin un segundo de espera le pidieron a Shui Li que les enseñara técnicas de meditación profunda que ella conocía de su tiempo con los monjes del templo del loto y también le indicaron que los dejara inconscientes en caso de que el Kamui se volviera inestable.

Al igual que con los Tres Grandes Fundadores, fueron semanas difíciles para los jóvenes debido a su poca experiencia en el tema de la meditación silenciosa, ya que estaban acostumbrados a meditar mientras resitaban mantras y además, Shui los golpeaba bastante fuerte. Les costó casi cuatro semanas lograrlo, hasta una noche nublada sin luna y sin vientos fuertes.

https://youtu.be/P9FN6xpk-ZA

En presencia de sus amigos y de Muramasa Hashibira, los tres jóvenes empezaron a brillar de morado, rojo y celeste, respectivamente, en medio de su meditación. Luego flotaron en el aire siendo envueltos completamente en esas luces, aumentando todos de tamaño. Yamiko creció hasta los 1, 89 mts, Akira hasta los 1, 94 y Rai hasta los dos metros, al emerger de aquella luz, todos los espectadores pudieron ver en persona su transformación.

Yamiko portaba lo que parecía una combinación entre un haori y una túnica con capucha de color morado oscuro, debajo de esta llevaba un kimono rosa claro, junto a su hakama negra; detrás de ella flotaba en el aire un halo dorado con una media luna en el centro. La joven Kuroneko parecía tener una apariencia más adulta, como una Yamiko en sus veinticinco años, no solo su estatura había crecido, sino también sus senos y su figura era más curvilínea y definida; su piel era gris, sus ojos eran totalmente negros con algunas pequeñas luces en su interior que los hacía ver como pequeñas galaxias y su cabello era como la plata reluciente. La mirada de Yamiko había obtenido una vibra temible incluso para sus amigos, como un espíritu vengador.

Akira llevaba un kimono rojo, con guanteletes de metal de color amarillo y con las palmas de tela negra para no dificultar su agarre, su hakama ocre parecía pantalones más bombachos que los de Yamiko o Rai; detrás suyo estaba un halo dorado con un sol en el centro. Él también lucía en sus veintitantos, con una musculatura mucho más desarrollada y piel que parecía bronceada por el sol. Su cabello rojo adquirió patrones amarillos dándole una apariencia de llama y sus ojos eran completamente dorados. A diferencia de Yamiko, su mirada era mucho más alegre y energética.

Rai portaba una especia de uttarasanga de color celeste, una túnica que suelen usar los monjes budistas que deja descubierto el hombro derecho, alrededor de su cuello había un japa mala o rosario budista con cuentas de madera pintadas de azul oscuro y amarillo, su hakama era de color blanco; detrás de él flotaba aquel halo dorado con una nube relampaguetante en el centro. Su musculatura era parecida a la de Akira. Su piel se volvió completamente negra, pero con marcas amarillas similares a rayos eléctricos, sus ojos eran de un plateado metalizado y su cabello se volvió ligeramente gris con una forma de nube. Su mirada parecía serena y libre de todo pensamiento nocivo, como si fuera la de un Buda.

—Este es el verdadero poder de los Tres Grandes Clanes de Japón —declararon al mismo tiempo, con voces entre angelicales y demoníacas.

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