56-El Último de los Muramasa
San Casciano, Municipio de Florencia, Italia. 1513...
Una Ibaraki Douji en su forma humana y ropas renacentistas ingresó a una gran biblioteca en una elegante casa de San Casciano. En dicha biblioteca había un hombre en sus cuarenta años, de elegantes togas de color negro y rojo, cabello corto, barba bien afeitada, quijada cuadrada y una mirada tranquila; estaba leyendo un libro en un gran sillón de color rojo mientras tomaba una taza de té, este hombre era el que un futuro sería conocido como "El Padre de la Ciencia Política Moderna", Nicolás Maquiavelo.
Su pacífica lectura y hora del té se vieron interrumpidas por la llegada de Ibaraki Douji.
—Maestro Maquiavelo, me encuentro bastante decepcionada en estos momentos —confesó sentándose en otro sillón enfrente suyo.
—Entiendo, ¿a qué se debe tal decepción? —interrogó dejando de lado su libro y entrecruzando los dedos, como deseoso de hablar.
—He estado observando y analizando a la sociedad italiana moderna desde que me he convertido en su alumna y este es el origen de mi decepción —explicó pensativa—. La gente parece escoger a los gobernantes menos competentes para dirigirlos en vez que a los buenos gobernantes.
—Ah, joven Ibaraki, las cosas han sido así desde hace mucho tiempo —respondió Maquiavelo con una ligera sonrisa—. Los hombres son tan simples y unidos a la necesidad, que siempre el que quiera engañar encontrará a quien le permita ser engañado. Estos "falsos gobernantes" vienen con promesas fabulosas y que cautivan a las masas y al final son promesas que jamás cumplen, a diferencia de tí, no necesitan la fuerza ya que tienen a la mentira como un don natural.
—¿La humanidad siempre ha sido tan estúpida?... Sin ofender, maestro Maquiavelo —inquirió Ibaraki, cruzada de brazos.
—No me ofende, descuida —aseguró tomando un sorbo de té—. Los pueblos, aunque ignorantes, son capaces de discernir la verdad cuando la demuestra un hombre digno de fe. Nunca subestimes a los ciudados solamente por dejarse engañar algunas veces, un príncipe digno es capaz de guiarlos por el buen camino.
—¿Qué es exactamente un príncipe digno para usted? —interrogó intrigada.
—Un verdadero príncipe... debe ser alguien que se conduzca de tal manera para ser estimado y admirado por su pueblo, los nobles y el ejército —respondió tras pensar en su respuesta unos segundos—. Debe tener templanza, prudencia y un sentido de la justicia incorruptible, para poder comprender las aspiraciones de su gente. Debe saber manejar la política interna y la economía de su reino. Debe reconocer las hazañas de sus subditos, pero también debe castigarlos severamente por sus crímenes para que sirvan de ejemplo para los demás.
—¿"Castigarlos severamente"? —musitó llevándose la mano a la barbilla.
—Es mejor castigar de forma severa a dos o tres criminales que ser erroneamente suave con sus transgresiones —explicó con elocuencia—. Después de todo, los seres humanos no suelen cometer ofensas contra alguien a quien temen.
—Comprendo, maestro Maquiavelo.
Monte Oe, Kioto, Japón. En la actualidad...
Ibraki Douji estaba sentado en un trono de madera de bambú tallada en su guarida, viendo fijamente su mano derecha finalmente recuperada, aún le costaba un poco moverla tan bien como antes, pero podía sentir como todo su poder finalmente había regresado.
—¡Uhahahahahaha! ¡Que buenos recuerdos, que buenos recuerdos! —exclamó llamando la atención de sus hijas allí presentes—. Toda esta situación con Nara-chan me ha traído viejos recuerdos de mis maestros.
—Ahora que los mencionas madre, ya que estamos nosotras solas, ¿cuál es tu opinión con respecto a lo de Nara-Onee-chan? —inquirió Sakura.
—Si ella decidió dimitir es porque no estaba de acuerdo con mis ideales y compartía unos más parecidos a los de Akatasuki Akira —respondió con una sonrisa sincera—. Debí haberlo notado desde el principio, por lo que les pregunto hijas mías, ¿están de acuerdo con mis objetivos?
—Por supuesto —respondieron Sakura y Katsuki al mismo tiempo.
Yumei por su parte, parecía temerosa de hablar.
—¿Yumei-chan? ¡Vamos, ¿qué sucede?! ¡No tengas miedo de hablar y de desafiar a tu propia madre! ¡Uhahahahahaha! —exclamó Ibaraki Douji, con una actitud bastante jovial y confiable—. Puede que yo no envejezca como los humanos, pero sigo siendo una mortal y como tal, no poseo la verdad absoluta. Fácilmente mi revolución podría empeorar las cosas; por eso, quisiera que me dieras tu opinión al respecto.
—B-bueno... yo... no disfruto de pelear y de la violencia, a diferencia de mis otras hermanas. En mis propios "ideales" no creo que una revolución sea la solución al problema —confesó cabizbaja.
—¿Y por qué no discerniste junto a Nara-chan? —interrogó Ibaraki, intrigada.
—Porque eres mi madre, me diste una segunda oportunidad de vivir después de mi lamentable final, te debo mi vida y te amo tanto que no podría permitirme el traicionarte —confesó de forma determinante.
—¡Uhahahahahaha! ¡Yumei-chan, me conmueves! —exclamó Ibakira, con una sonrisa de oreja a oreja—. También te amo, ¿sabes? Las amo a todas ustedes, incluso a Nara-chan. Nada en este mundo podrá hacer que deje de amarlas.
—Si no estás al cien por ciento segura que esta revolución mejorará las cosas, ¿por qué la harás entonces? —preguntó Yumei, más que todo por curiosidad.
—Porque no lo sabré hasta realizarla, ¿no? —respondió con diversión ante este debate—. "Es mejor actuar y arrepentirser, que no actuar y arrepentirse". Eso lo dijo una vez mi maestro Nicolás Maquiavelo. No puedo dar marcha atrás ahora, es un todo o nada para un mejor futuro para Japón y su gente, ¡Por ende! ¡Vayamos a entrenar hijas mías, necesito probar mi nueva fuerza! ¡Uhahahahahahahaha!
—Madre, tengo una pregunta —dijo Katsuki, curiosa—. Con tu actual fuerza, ¿quién ganaría entre tú y Sakata Kintoki?
—¿Mmm?... Es una interesante pregunta —respondió mientras se levantaba de su trono—. Sin duda le daría pelea.
—¿Lo vencerías? —preguntó Yumei.
—No, a la larga él me vencería si llegara a usar el cien por ciento de su fuerza —respondió negando con la cabeza con diversión—. No por nada Sakata Kintoki era el samurái más fuerte del periodo Heian.
Ibakira Douji y sus hijas abandonaron la sala para ir a un lugar más amplio para entrenar más a gusto. La sangre Oni de Ibaraki ansiaba peleas ahora que había recuperado toda su fuerza.
Montañas de Jijuan Tibetan Village...
https://youtu.be/ilteZyYJVa4
Tras cinco horas de caminar por las montañas, el equipo Eiyū no Tabi divisó a lo lejos humo a menos de un kilometro de distancia, por lo que se apresuraron para ver de dónde provenía, encontrándose con un choza de madera de estilo japones, que tenía un taller de herrería algo anticuado, pero bastante bien cuidado y funcional.
—¡Holaaaa! ¡¿Muramasa-san?! —llamaba Yamiko, ansiosa por finalmente poder reparar su espada y ver otra vez a Tsukuyomi.
De la choza salió un chico en sus veinti y tantos años, de cabello negro y bastante largo, recogido en una cola de caballo que le llegaba hasta la mitad de la espalda, no llevaba camisa por lo que dejaba ver su torso y brazos musculosos y bien trabajados debido a su oficio, llevaba una hakama negra sucia de cenizas grises, su piel era medio bronceada debido al sol y tenía algunas cicatrices en sus manos.
—¿Tú eres Muramasa? —interrogó Oyama.
—Sí, mi nombre es Muramasa Hashibira —respondió fijándose en Rai y mirándolo con cierta hostilidad—. Esos ojos, ese cabello, ese color de piel... ¿eres un miembro del Clan Kaioh?
—Mi nombre es Kaioh Rai, ¿Y qué si lo soy? —inquirió Rai, con indiferencia.
—Kaioh Eiroh mató a mi abuelo, ¿vienes a terminar el trabajo? —preguntó acercándose a Rai con una sonrisa burlona.
Yamiko estaba a punto de intervenir, pero fue detenida por Akira, quien le puso la mano en el hombro y le hizo una seña para que prestara atención.
—Kaioh Eiroh murió hace más de sesenta años, no tengo nada que ver con él —respondió Rai, con un tono sereno y mirando a Hashibira a los ojos—. Los pecados de mi tío abuelo no son los míos y si no eres capaz de notar eso, entonces eres más estúpido de lo que pensé.
—Hmp... tienes un buen punto —dijo separándose de él alzándose de hombros— ¿Y bien? ¿Qué hacen aquí? Debo suponer que la chica emo y el cabeza de manzana son del Clan Kuroneko y del Clan Akatsuki, ¿verdad?
—Eso es correcto, soy Akatsuki Akira.
—Yo soy Kuroneko Yamiko, y si no quieres que te corte un dedo será mejor que no vuelvas llamarme emo en tu vida —advirtió frunciendo el ceño—. Ellos son de nuestro equipo, Fūma Kumiko, Yasunari Oyama, Shui Li y Nara Douji. Tenemos una urgencia que solamente tú puedes solucionar.
Los chicos espadachines sacaron de sus mochilas y maletas los restos de sus espadas. Muramasa Hashibira podía reconocerlas a la perfección, cayó de rodillas al suelo, derramando lágrimas al ver dichas espadas destrozadas.
—El Juicio del Avīci, el Sol Orgulloso y la Tormenta Salvaje... las obras maestras por excelencia del Clan Muramasa —musitó impactado— ¡¡¡¿Cómo mierda hicieron para destruirlas, escorias de mierda?!!!
—Ehm... es una muuuuy larga historia —dijo Yamiko, desviando la mirada ya que no sabía muy bien qué decir.
—Creo poder resumirlo en... usamos irresponsablemente el Kamui y las rompimos —agregó Akira, rascándose la mejilla por la pena.
—¿Puedes repararlas? —preguntó Rai, llevándose la mano a la cintura.
—¡Debería hacer que se traguen todos estos trozos por haberlas roto! —exclamó con varias venas marcadas en la frente.
—¿Eso es un "sí"? —preguntó Yamiko, jugando con sus dedos.
—¡Ugh!... sí, puedo repararlas, aunque me tomará tiempo —respondió inspeccionando los fragmentos ahora mucho más calmado—. Tal vez me tome una semana y media, incluso usando el Arte Arcano del Clan Muramasa. Si dicen que fueron destruídas por el Kamui, entonces no solo tengo que rehacerlas, sino que también tengo que volverlas aún más resistentes para que puedan soportar toda la Energía Kundalini de los Tres Hermanos Divinos. Para su suerte, tengo los materiales ideales para esta misión, empezaré esta misma tarde.
—¡Perfecto! Eso quiere decir que pronto nos volveremos más fuertes y venceremos a Ibaraki Douji —aseguró Akira, con jovialidad.
De pronto, el equipo Eiyū no Tabi siente poderosas presencias que aparecieron en el Jianju Tibetan Village, eran Yokais sumamente poderosos y estaban atacando el pueblo.
—Son Yokais de Clase S cada uno —dijo Oyama, con el ceño fruncido.
—Son tres en total —informó Kumiko, viéndolos con unos binoculares—. Una Jiang Shi, un Oni y un Goryō.
—Mierda... ¿los habrá mandado Ibaraki Douji? —musitó Yamiko, mordiéndose la uña del pulgar derecho.
—Es lo más probable, ella dijo que había reclutado Yokais muy fuertes en su último viaje —respondió Nara, adoptando su forma Oni—. Nosotros no encargaremos de ellos, ustedes quedense aquí hasta que sea seguro.
—¡¿Qué?! ¡También podemos pelear! —aseguró Yamiko.
—Douji-san tiene razón, deben de quedarse ahora que no tienen sus poderes —resplicó Oyama, tronándose los puños—. No se trata de cualquier Yokai, se tratan de Yokais de Clase S, sin sus poderes no tendrían la más mínima oportunidad.
Yamiko, Akira y Rai apretaron los puños llenos de impotencia, pero Yasunari Oyama les llamó la atención dándoles pequeños golpes en la frente a cada uno.
—No crean que estamos desprotegidos sin ustedes, tontos Kohais.
Shui Li se quitó su medallón, volviendo a ser una Jiang Shi, Kirei invocó sus tijeras y Kumiko lanzó una bomba de humo, apareciendo con su traje de ninja nada más despejarse.
—Nosotros nos encargaremos de esos Yokais hijos de puta —aseguró Oyama, con una sonrisa llena de emoción—. Confíen en su Senpai y en sus amigos, ¿ok?
Con esa declaración, los hechiceros y Yokais se lanzaron de un salto hasta la base de la montaña, dirigiéndose rápidamente hacia el pueblo y dividiéndose para encarar a los invasores.
Yasunari Oyama evitó que el Oni, Taima no Kehaya se comiera a una mujer indefensa, conectándole una patada en la nuca que hizo que el monstruos volteara a verlo con molestia.
—Ahora yo seré tu oponente, asqueroso Oni —declaró con una mirada similar a la de un fiera—. Dime, ¿me darás una buena pelea para fortalecer aún más mi karate? ¿O serás una decepción para tu raza?
—Ma... ma... ¡Matar! —exclamó adoptando una postura baja característica del sumo.
—Veo que entiendes la temática —dijo Oyama, tomando una postura de pie de gato, listo para el combate.
Tres combates a muerte tendrán lugar en Jianju Tibetan Village, ¿cómo lograrán ganar nuestros héroes hechiceros y Yokais? ¿Qué clase poderes demostratán estos nuevos enemigos? Todas esas preguntas se resolverán pronto. El karate kyokushinkai se enfrentará a un sumo de miles de años de rencor acumulado por una vieja derrota.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro