53-Luto y Viaje a China
Eran las diez de la mañana, después del brutal enfrentamiento entre la Organización Lovecraft y las tropas de Ibaraki Douji, ambos bandos habían sufrido bajas importantes, pero lo más grave se lo llevó la organización, debido a que las Tres Espadas Divinas forjadas por el Clan Muramasa habían sido destruídas y sus tres usuarios habían perdido sus poderes.
Los restos de dichas espadas estaban reunidas en bandejas de metal, sobre una mesa en una sala de reuniones de la Sede de Tokio. El Jerarca Kangxi Lang veía estos restos con preocupación, sentía que su presión arterial se le estaba subiendo. Junto a él en la sala estaban el supervisor Kotetsu Momoshiki y Akatsuki Motobe.
—Esto es lo peor que le ha pasado a la Sede de Tokio desde el Escuadron 731 —mencionó masajeándose las sienes— ¿Cómo están los chicos?
—Cuando llegaron aquí tenían heridas muy graves, la única razón por la que no murieron fue porque la agente Li actuó rápido en tratar sus heridas lo mejor que pudo —respondió Momoshiki, genuinamente preocupado por sus agentes—. Los más experimentados médicos de la sede han tratado todas sus heridas, pero aún con eso, tardarán dos semanas en volver a pelear a su cien por ciento.
—Diganme por favor, que lograron encontrar algún descendiente del Clan Muramasa que pueda reparar estas espadas —suplicó tomando asiento para evitar desmayarse.
—Es posible, Kotetsu-dono, Katahara-san y yo hemos descubierto que durante la Segunda Guerra Mundial, varios miembros del Clan Muramasa huyeron al centro de China —informó Motobe, cruzado de brazos—. Hablamos con varias sedes de esas zonas y resulta que hay registros funerarios y de nacimiento de gente con ese apellido en varios pueblos del condado de Danba, en la provincia de Sichuan. Tal vez quede algún miembro del Clan Muramasa con vida.
—Bien, bien, bien. Infórmeles que dentro de una semana viajarán a China para buscar a algún miembro que pueda devolverles sus armas y poderes —ordenó Lang, un poco aliviado.
En la sala de enfermería de la Sede de Tokio, Kaioh Rai estaba en su habitación, sentado en pose de loto en su cama de hospital con varias vendas en el cuerpo, pero sobretodo en el torso y el craneo que fue donde más se lastimó en su duelo contra Yumei. Tenía todos los huesos de su caja torácica rotos, había sufrido una contusión cerebral antes de llegar a la sede, desgarro muscular en brazos y en piernas y su orgullo estaba por los suelos. No era la primera vez que se hallaba en ese estado debido a los duros entrenamientos que había sufrido por parte de Kaioh Eiroh, pero no estaría en paz consigo mismo hasta hacerse aún más fuerte y derrotar a aquella Oni que lo derrotó de esa manera.
Su madre entró a su habitación con unas manzans en una canasta para animar a su hijo. Lo dejó a una lado suyo en una mesita de noche y se sentó, notándose bastante preocupada por él.
—No fue tu culpa que La Tormenta Salvaje se rompiera, lo sabes ¿verdad? —le dijo tomándo su mano.
—Si fue mi culpa, fue mi culpa porque no soy lo suficientemente fuerte como para soportar el Kamui, por eso perdí mis poderes y murió Florentino-dono —replicó fruciendo el ceño, sintiéndose impotente—. Ni siquiera cuando me enfrenté contra Kuroneko-san y Akatsuki-san fuí derrotado con tanto margen de diferencia.
—¿Por qué caemos, Rai? —inquirió su madre en un tono tranquilizador.
—Para volver a levantarnos —respondió mientras una sonrisa llena de frustración se formaba en su rostro— ¡Kuhahahahahaha!... ¿Acaso mi sangre Kaioh empezó a arder?... Incluso si tengo que ir hasta el fin del mundo, voy a reparar esas espadas y dominaré el Kamui. Yumei... nos volveremos a enfrentar y el resultado será diferente.
—Esa es la actitud que quiero en mi hijo. De las derrotas se aprende, Rai y a base de prueba y error es como te volverás más fuerte —agregó Miyako con una ligera sonrisa.
A pesar de su dolor muscular, Rai abrazó a su madre con cariño, sintiendo como sus fuerzas de espíritu se revitalizaban.
En otra habitación de enfermería, Kuroneko Yamiko yacía en su cama, mirando fijamente el techo, sus brazos y torsos estaban completamente envueltos en vendajes, no podrá usar sus brazos correctamente en un tiempo, ni siquiera podía moverlos sino hasta dentro de unos cinco días. Su padre había llegado a la habitación para informarle sobre la muerte de Florentino Cantaclaro; ella sentía una gran presión en el pecho en aquel momento, sentía que podía romper en llanto en cualquier momento. Para Yamiko, Florentino había sido un modelo a seguir, un maestro, un amigo en quien confiar y también había sido un abuelo para ella. Su alma se llenó de rencor hacia aquella Oni que controlaba el hielo, la deseaba muerta con cada célula de su cuerpo. Ella fue sacada de sus pensamientos por su padre, quien la abrazó con cuidado.
—Cuando tú naciste, juré ante Dios que te iba a proteger incluso si todo el mundo se ponía en tu contra —confesó decaído—. Al verte en este estado siento que fracasé como padre. No pude protegerte y casi te pierdo, mi mayor orgullo y mi mayor alegría en esta vida.
—Tú no fracaste, padre, gracias a tí soy la guerrera samurái que soy ahora —corrigió dándole un beso en la mejilla—. En serio lamento haber destruído El Juicio del Avīci. Lo he intentado, pero ya no puedo comunicarme con Tsukuyomi-Onii sama, ¿acaso está...?
—No, él sigue con vida, solo que al destruirse la espada se cortó el ancla que le daba su forma espiritual y por eso no puede manifestarse fuera del Juicio del Avīci —aclaró separándose un poco de su hija—. Una vez que las reparen ellos regresaran.
—Entiendo —musitó desviando un poco la mirada.
A la habitación entró Ritsuka, la prima de Akira, quien miraba por los alrededores.
—¿Han visto a Akira? —preguntó preocupada—. Se escapó de su habitación, Gudako-Onee sama y yo no hemos podido encontrarlo.
Yamiko se levantó de su cama aún bastante adolorida, queriendo salir de la habitación para buscarlo.
—¿Qué haces, Yamiko? —preguntó su padre, queriendo detenerla.
—No te preocupes, padre, mientras no tenga que encestar un tiro de tres puntos en baloncesto estaré bien —aclaró con un poco de humor—. Creo saber donde estará ese idiota cabeza de manzana, voy a ir a buscarlo.
Con paso lento, pero constante, Yamiko se desplazó por los pasillos de la Sede de Tokio, viendo en una sala de espera a Shui, Oyama, a Kirei y a Kumiko, quienes se enteraron por parte de Kotetsu Momoshiki sobre la muerte de Florentino, noticia que los afecto bastante, incluso Oyama destruyó una pared entera del lugar para liberar su ira. La moral de gran parte del equipo estaba por los suelos y Yamiko sabía que solo había una persona que podía devolverles la esperanza.
Akatsuki Akira estaba parado frente al pasillo de cuadros/fotos de honor de todos los agentes fallecidos de la Organización Lovecraft de Japón. Entre los más destacados se encuentran miembros de los Clanes Kuroneko y Akatsuki, así como otros hechiceros o samuráis que lucharon a su lado antes de la llegada de la Organización Lovecraft, como Yasuke, Katsushika Hokusai, Yagyu Jubei Mitsuyoshi, O-Ryu, Okada Izou y por supuesto, los padres de Akira, Sasaki y Otsu. Andaba en muletas, ya que tenía un yeso en la pierna izquierda, tenía rotas ochos costillas, su clavícula derecha, su muñeca izquierda y su torso estaba vendado por los cortes que recibió.
https://youtu.be/lzd6yoEN00k
—Finalmente la encontré, ya no voy a tenerle miedo a esa kitsune —decía hablando con las fotos de sus padres—. Me he vuelto más fuerte, solo tengo que dominar el Kamui por completo y entonces... le devolveré cada herida que les provocó, una por una, la torturaré hasta el cansancio y cuando me aburra de ella, voy a quemarla hasta reducirla a cenizas.
—Esas palabras no quedan contigo —dijo Yamiko, llamando su atención— ¿Te enteraste lo de Florentino-dono?
—Sí, mi tío Motobe me informó cuando desperté. Otra razón más para ir con Tamamo no Mae y convertirla en mi perra —respondió con una inmensa sed de sangre en sus ojos.
—El equipo te necesita, todo mundo está decaído y no es el momento para eso, debemos recuperarnos lo más pronto posible para reparar nuestras armas, recuperar nuestros poderes, dominar el Kamui y detener a esa Oni —explico con una mirada sombría—. Hasta yo necesito de tus palabras, siento que puedo enloquecer en cualquier momento. Eres el sol de la esperanza que necesitamos.
—Esperanza... mi cabeza es un caos ahora. Mi novia resulta ser una Oni, me encontré con la asesina de mis padres y uno de mis maestros está muerto, también siento que podría quemar al mundo ahora mismo —confesó con una ligera sonrisa.
En respuesta a esas palabras, Yamiko le dio un fuerte cabezazo, haciendo los dos suelten un quejido de dolor.
—¡Idiota! ¡¿A qué viene eso?! —exclamó sobándose la frente.
—"Una espada blandida con ira es una espada que caerá ante el primer corte. Cuando un samurái pelea por los inocentes, no lo hace por ira, sino para buscar la paz. Si peleas con ira, te convertirás en alguien mucho peor que los monstruos a los que quieres matar". Eso lo dijo Yagyu Munenori, el maestro de Kuroneko Yami —respondió mirándolo a los ojos con tono firme—. El que estoy viendo ahora no es el verdadero Akatsuki Akira, solo veo a un imbécil que se está dejando dominar por la ira y la venganza. El verdadero Akatsuki Akira es un idiota de buen corazón que siempre ve una chispa de esperanza, por más minúscula que sea, siempre ve el lado bueno de las personas y es un grandioso amigo con una sonrisa de idiota; ¡yo deseo ver esa sonrisa de idiota toda mi vida! Por lo que te advierto, si dejas de lado aquella sonrisa radiante y de idiota... te mataré.
—¿Tenías que decirme idiota tantas veces? —increpó con un gotón de sudor bajándole por la frente. Akira suspiró y al final se dio cuenta de todas las cosas que estaba diciendo, sus padres no criaron a un vengador sino a un samurái de la justicia. Alzó la visto y miró a su amiga del alma con una sonrisa mucho más tranquila—. Yamiko-chan, tienes una rara manera de animar a la gente, pero gracias por tu acto de tsundere.
—¡¿A quien llamas tsundere, idiota?! —exclamó ligeramente sonrojada.
—A la única tsundere que tengo de frente —respondió sacándole la lengua.
Yamiko terminó dándole otro cabezazo y como la primera vez, los dos se quejan del dolor.
—Creo que me mordí la lengua —murmuro Akira.
Después de recuperarse del golpe, Akira y Yamiko fueron con los demás en la sala de espera, Rai también llegó desde la enfermería al mismo tiempo que ellos.
—¿Qué diablos les pasó en la frente? —preguntó Kirei, señalando los chichones que tenían.
Ambos se miraron el uno al otro, notando los moretones que tenían y por poco se echan a reír, pero pudieron contenerse.
—Cof, cof... eso no importa ahora, lo que importa es que perdimos ante el enemigo y también perdimos a un valioso amigo, perdimos esta batalla, pero aún no perdemos la guerra —habló Akira, con una mirada seria, pero cada una de sus palabras parecían cargadas de un sentimiento esperanzador y cálido—. Sé que nos invade este sentimiento de derrota y de desesperanza, pero estos sentimientos lo único que harán será frenarnos en hacernos más fuertes para hacer justicia por Florentino-dono y para frenar esta nueva amenaza. Florentino Cantaclaro no hubiera querido que nos hundieramos en la tristeza sino que siguieramos adelante y eso es lo que debemos hacer ahora. No dejemos que su sacrificio sea en vano, él creía en nosotros, creía en todo el equipo, ¿que clase de deshonra sería para él el rendirnos ahora? ¡Quiten esas caras tristes! ¡Caemos, nos levantamos y seguimos luchando! Ese es nuestro orgullo como guerreros. Tenemos que seguir luchando en nombre de Florentino-dono y que las artes marciales no abandonen nuestros corazones, porque fueron creadas para proteger a los inocentes, es nuestro deber como guerreros de la justicia.
—Akatsuki-san tiene razón, incluso el gran Miyamoto Musashi se hundió alguna vez en la oscuridad, pero salió de ella gracias a las artes marciales y a su propia voluntad —agregó Rai, sonriéndole a su amigo—. Todos aquí aún seguimos lejos de nuestros límites, si nos lo proponemos, podremos superar a nuestros enemigos. Si algo he aprendido al estar en este equipo es a nunca rendirse.
Gracias a esas palabras, poco a poco Oyama, Shui, Kirei y Kumiko recuperaron sus sonrisas y es que era cierto, aún no era el momento para deprimirse. Por los momentos, guardarían sus lágrimas para cuando lograran derrotar a estos nuevos enemigos.
—Han madurado bastante, chicos —comentó Shui, sintiéndose orgullosa por ellos.
El momento emocional fue interrumpido por la llegada de Kotetsu Momoshiki, quien se veía consternado.
—Akatsuki Akira, necesito que vengas conmigo —ordenó el monje—. Tenemos a una prisionera que se niega a hablar con cualquiera que no sea tú.
Akira ladeó la cabeza confundido, pero rápidamente esas dudas desaparecerían al entrar a la sala de interrogatorios, encontrándose con Nara, quien estaba en su forma humana debido a las esposas especiales que tenía las cuales anulaban su Miasma. Momoshiki le había dicho a Akira que se había entregado voluntariamente a la Organización Lovecraft y que solo hablaría con él.
https://youtu.be/yS2KyK3pqj4
—¿Me odias por lo que pasó con tu amigo? —preguntó Nara, nada más Akira sentarse.
—Tú no fuiste quien lo mató, sino más bien me salvaste la vida, no tengo motivos para odiarte ¿entiendes? —respondió con sinceridad—. Solo quiero saber todo de una vez.
Nara le contó a Akira sobre su vida, sobre como hace más de cien años fue una mujer humana prostituta que ayudaba a Sakamoto Ryoma y a su esposa O-Ryu, sobre como fue asesinada por un miembro de la primera división del Shinsengumi y renació como una Oni, siendo adoptada por su madre, Ibaraki Douji.
—¿Entonces cuando dijiste que te recordaba a unos amigos te referias a Sakamoto y a su esposa? —preguntó con una sonrisa risueña— ¡Vaya! ¡Me siento honrado de ser comparado con ellos!
La alegría de Akira fue interrumpida por unos golpes de Momoshiki al otro lado del cristal, como diciendo "centrate".
—Lo siento... ehm, hay algo que no entiendo —declaró Akira—. Cuando nos enfrentamos al Shinsengumi y tu adoptaste esa forma musculosa y sexy, ¿cómo fue que no sentí nada de Miasma en tí? Y cuando conociste a Florentino-dono, ¿cómo es que él no pudo sentir nada?
—Porque no soy completamente una Oni, soy mitad Oni, mitad humana —explicó Nara—. Fuí creada a partir de mi cuerpo original, el Miasma, la magia negra de Tamamo no Mae y el ADN de Ibaraki Douji. Mientras no me transforme completamente en una Oni podré pasar desapercibida entre los humanos.
—¿Qué es lo que busca Ibaraki Douji? —interrogó.
—Revolución. Mi madre ha visto como la sociedad japonesa ha ido en decadencia hasta convertirse en lo que es hoy, un país racista y supremacista, con explotación laboral, altos índices de suicidios, bullyng, corrupción política y judicial —relató Nara con una mezcla entre culpa y fascinación—. Ella quiere recuperar el resto de su fuerza que se le fue arrebatada por Watanabe no Tsuna y crear un golpe de estado, devorando a todos los líderes corruptos de Japón, a todos los criminales y personas malvadas para que Japón sea gobernado por los verdaderos humanos nobles y llegar a la paz entre humanos y Yokais. Donde ningún malvado sea humano o Yokai escape de la justica. Nosotros los Yokais devorariamos a los malvados y ustedes los humanos de buen corazón crearían una sociedad utópica para todos, no solo japoneses, sino para el resto de la humanidad.
—"El fin justifica los medios" ¿eh? ¿Por qué decidiste traicionar ese objetivo? —inquirió pensativo.
—Porque al final, ¿qué sentido tiene derramar sangre para logarlo? —respondió cabizbaja—. Si bien los objetivos de mi madre pueden parecer nobles, ella está dispuesta a matar a todo aquel que se interponga en su camino. Quiero creer, Akira-kun, quiero creer que hay mejores maneras de lograr estos objetivos; eso era lo que pensaba Sakamoto Ryoma, eso es en lo que crees tú y eso es lo que yo creo. Tengo fe en que personas nobles como tú o tus amigos pueden lograr eso con otros medios que no sean una revolución sangrienta. Por eso quiero ayudarlos a detener a mi madre antes de que sea demasiado tarde.
Akira se levantó de su asiento tomando su muleta, dirigiéndose hacia el cristal para hablar con sus amigos y su supervisor.
—Confío en ella —declaró de forma determinante—. Dejela unirse a nuestro equipo.
Al otro lado del cristal, Kotetsu Momoshiki estaba cruzado de brazos y no se le veía del todo convencido.
—Es más que evidente que tiene sentimientos románticos por ella, no creo que deba confiar en lo que dice ya que no está siendo del todo objetivo —declaró al resto del equipo.
—Yo confío tanto en Akira como en Nara —replicó Shui, con firmeza—. Ví como ella lo ponía a salvo alejado del peligro cuando pudo perfectamente matarlo. Puede ser una gran adición al equipo y con ellos tres sin poderes, necesitamos toda la ayuda posible.
—Ehhh, muy bien, tiene un buen punto agente Li —dijo Momoshiki, suspirando—. Dentro de una semana ustedes viajarán al condado de Danba en China, para buscar a algún miembro del Clan Muramasa que pueda reparar las Tres Espadas Divinas. Rezaré para que se recuperen pronto y puedan tener un buen viaje.
Los días pasaron, en la guarida de Ibaraki Douji, ella, sus hijas y sus capitanes estaban reunidos en una sala. Ya era oficial la traición de Nara hacia ellos.
—Esto es inaceptable, Ibaraki-sama —declaró Ootakemaru, con múltiples venas marcas en las manos y en la frente—. La traición es un pecado imperdonable, lo único que Nara merece es la muerte.
—Silencio, maldito anciano —replicó Katsuki, con un rostro molesto.
Ootakemaru se levantó de su asiento, parándose enfrente de Katsuki y tomando el mango de su katana.
—¿Qué fue lo que dijiste, mocosa de mierda? —interrogó con un aura intimidante.
Sakura desenvainó su katana, poníendola cerca del cuello del Tengu.
—Ootakemaru-dono, yo lo respeto como mi maestro en kenjutsu —declaró con una mirada filosa—, pero usted llega a ponerle un dedo encima a Nara y joder, voy a matarlo sin dudarlo.
Esta discusión fue interrumpida por Ibaraki Douji, quien de un fuerte pisotón hizo temblar una buena parte del lugar.
—Suficiente de peleas, quiero que ustedes tres se separen —ordenó con tono autoritario y fue obedecia al instante—. Ya veré que haré con Nara cuando la vuelva a ver, pero seré solo yo quien se encargue de ella, ¿escuchaste, Ootakemaru-san? Si me entero que tú o cualquier otra persona le hizo algo sin mi autorización voy a devorarlos hasta los huesos.
El Tengu asintió de mala gana, regresando a su asiento.
—¿Qué sabemos de Nara-chan y esos espadachines? —inquirió dirigiéndose a Tamamo no Mae.
—He enviado algunos Shikigamis a vigilarlos, tal parece que tomaron un vuelo esta mañana a China —informó la Kitsune, con algo de pereza—. Si tuviera que adivinar, tal vez van a ir a ver a alguien que repare sus espadas las cuales se rompieron durante el enfrentamiento.
—¿Por qué le preocupan tanto esos mocosos, Ibaraki-sama? —preguntó Ootakemaru, arqueando una ceja.
—Por esa transformación que adquirieron al pelear contra mis hijas, mi instinto me dice que si logran perfeccionarla, entonces los resultados serían distintos —explicó chasqueando los dedos, como si llamara a alguien—. Por eso debemos detenerlos antes de que adquieran más poder y tengo a las personas indicadas.
A la habitación entraron tres seres monstruosos y solo con su presencia era evidente que todos pertenecían a la Clase S. La primera de ellas era una hermosa mujer china, de ropas elegantes, coloridas, reveladoras y de alta calidad, con un cabello acomodado en un moño, piel pálida con tonos azules, ojos sin vida, pero autoritarios y un porte de la realeza.
El segundo era un humanoide masculino monstruoso, con manos esqueléticas, su rostro era una calavera deforme cuyos orificios brillaban de un blanco fantasmagórico, cuernos, ropas religiosas de origen chino de color rojo y negro, de donde colgaban varios craneos humanos, su altura era de 1, 89 y expulsaba un aura de Miasma terrible.
El tercero era el más alto de los tres, midiendo 4, 02 metros, cabello negro largo, ojos llameantes, cuernos, varios tatuajes alrededor del cuerpo y un traje tradicional del sumo.
—Les presento a nuestros más recientes soldados —dijo Ibaraki Douji con cierta teatralidad—. Wu Zetian, Mao Zedong y Taima no Kehaya.
Esos nombres eran conocidos para las hijas y para los capitanes de Ibaraki Douji e inmediantamente no confiaban en ellos.
—Escuchen bien, su misión será ir a China y encontrar a los primogénitos de los Clanes Kuroneko, Akatsuki y Kaioh, junto al resto de sus amigos y matarlos, también quiero que capturen con vida a mi hija Nara —ordenó remarcando que quería con vida a Nara.
Los tres monstruos hicieron una pequeña reverencia antes de abandonar la habitación para ir a cumplir con su nueva misión.
—¿Estás segura que podemos confiar en ellos, madre? —preguntó Yumei, nerviosa—. Esas tres personas ya eran unos monstruos en vida.
—Si logran matar a nuestros enemigos está bien y si ellos mueren, también está bien —respondió con seguridad—. Después de todo pensaba en matarlos una vez que mi revolución termine, estoy plenamente consciente de todas las atrocidades que cometieron cuando eran humanos. Lo importante ahora es que, ahora que El Colmillo de Leviatán está destruido, debo encontrar mi mano derecha.
Un nuevo viaje para el equipo Eiyū no Tabi había empezado, siendo seguidos de cerca por antiguos males del pasado, ¿cómo lograran enfrentarlos? ¿Habrá ciertas confesiones en el camino? Todo esto se resolverá muy pronto.
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