48-El Oni y El Niño de Oro que Cambiaron su Vida
Periodo Heian (944 D.C) Japón...
Había una vez, Ibaraki...
Lo primero que Ibaraki recordaba de su infancia fue haber estado perdida en un bosque de Japón, en aquel entonces tendría la apariencia de una niña de cinco años, nadie se daría cuenta de lo que era en realidad, porque sus características aún no se habían formado.
Ella deambulaba por ese gigantesco bosque mientras lloraba desconsoladamente, no sabía como salir de ese aterrador lugar, pero en medio del miedo, un corazón noble apareció.
—Oh, pobre niñita, ¿te perdiste? —dijo una mujer en sus cuarenta años, cargándola en brazos con cariño y limpiando sus lágrimas con su propia ropa.
—Ma... ma... mamá —balbuceó la niña con dificultad.
—Ya veo, estas sola aquí, ¿verdad? —preguntó con una expresión triste, para luego pasar a una sonrisa tranquilizadora—. No te preocupes, de ahora en adelante vivirás conmigo como mi hija, te llamarás... Ibaraki y vas a estar bien a partir de ahora.
Aquella mujer era Utahime, una barbera que vivía en un pequeño pueblo rodeado de bosques y prados verdes. Utahime se dedicaba a la barbería, era quien se encargaba de que los hombres del pueblo estuvieran bien peinados y afeitados.
Con el pasar de los años, Ibaraki aprendió del oficio y empezó a ayudar a su madre adoptiva en el negocio, pero poco a poco Ibaraki empezó a notar que era diferente a otras chicas de dieciséis años. Sus dientes caninos crecieron tanto que ahora eran colmillos filosos, como el de un animal, varias rayas anaranjadas como las de un tigre aparecieron en su cuerpo, las uñas de sus pies y manos se volvieron igual de puntiagudas que sus colmillos y su cabello, antes marrón, se empezaba a teñir de rojo.
Ninguna de estas cosas afectó la relación que tenía con Utahime, quien siempre la consentía y la colmaba de cariño siempre que podía, ya que al ser una mujer muy solitaria, Ibaraki fue una luz en su vida. Lastimosamente, todo cambiaría un día.
Era como cualquier otro, una mañana como todas. Ibaraki estaba atendiendo a un cliente, afeitándole poco a poco la barba con una navaja.
—Has crecido bastante estos años, Ibaraki-chan —comentó el hombre, buscando hacer conversación.
Ibaraki en ese momento era mucho más grande que el japonés promedio, llegando a medir 1,77 mts.
—¿Tú madre ya ha estado buscándote marido? —preguntó en tono amistoso—. Mi hijo Saito ya está en la edad, ¿no estás interesada?
—Uhahaha... me siento honrada por tal oferta, me lo voy a pensar, Saito es bastante divertido —respondió con tono jovial.
—"Divertido", pero muy cabezón —bromeó girando los ojos—. Avísame si hace alguna estupidez contigo y lo colgaré de un árbol ¡Auch!
Por accidente, Ibaraki le había cortado la mejilla con la navaja, haciendo que saliera sangre.
—¡Lo siento, lo siento, lo siento! La navaja estaba mal afilada y no me di cuenta —se disculpó con múltiples reverencias y un rostro apenado, lo que le daba un aire cómico.
—¡Jejeje! No te preocupes, Ibaraki-chan, he soportado cosas peores —replicó el hombre despreocupadamente—. Después te contaré de la vez que me peleé con un lobo.
La "chica" se retiró para ir a afilar la navaja en otra habitación más al fondo, pero al ver la sangre en la navaja algo despertó dentro de ella. Era como una especie de instinto primitivo, una voz en su cabeza que le decía que lamiera la sangre. Ibaraki empezó a jadear y a sudar frío mientras se le hacía agua la boca. Por unos segundos sucumbió a esos extraños instintos y la lamió, sintiendo un sabor sin igual. Esa sangre sabía tan dulce como la miel, mejor que cualquier otra cosa que hubiera probado en su corta vida, pero no estaba segura de por qué sabía tan bien solo sabía que quería más y pasó su lengua con desespero por el filo, cortándose la lengua y saliendo de ese extraño trance.
Ibaraki terminó el trabajo y siguió como si nada el resto del día, pero al caer la noche no se podía quitar de la cabeza aquel exquisito sabor, necesitaba desesperadamente probarlo una vez más.
Al intentar dormir, las ansias se apoderaron de ella, se retorció en la cama mientras gruñía como perro y sus ojos se tornaban de un color dorado. Sin pensárselo dos veces, escapó de casa y merodeó el pueblo, encontrándose con un viejo cazador que retornaba a altas horas de la noche. Lo atacó sin piedad alguna, el hombre naturalmente se defendió, logrando apuñalarla en el vientre, pero eso no lo salvó de su trágica muerte. Ibaraki le mordió en el cuello, arrancándole un gran trozo de carne y haciendo que muriera desangrado en pocos segundos y después siguió comiendo del cadáver sin parar, disfrutando cada bocado, cada gota de sangre, cada hueso. Al final solo quedaron unos cuantos huesos de aquel hombre y una Ibaraki bañada en sangre, quien asustada, se fue a bañar a un lago cercano para quitarse toda la sangre de la ropa y el cuerpo. Pasó allí una hora entera, hasta quedar libre de cualquier evidencia de us crimen y silenciosamente volvió a su cuarto a dormir.
La noticia de la muerte causó cierto temor en el pueblo, nunca antes se había visto tal horroroso crimen que parecía ser hecho más por un monstruo que por un ser humano, por lo que se temía de la presencia de un Yokai.
Por su parte, Ibaraki se sentía satisfecha con lo que había comido, no sentía más esas ansias de comer carne humana, pero tampoco se sentía bien de haber cobrado una vida. También empezó a darse cuenta de que en realidad nunca fue humana, se revisó la puñalada que debería tener en el vientre y no había ni siquiera una cicatriz, tampoco en su lengua donde se había cortado el otro día. Se miró los ojos y se dio cuenta de que se habían vuelto permanentemente dorados.
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Después de eso, cada cierto tiempo, el hambre volvía a ella y le incitaba a comer más personas, otras dos muertes ocurrieron en el transcurso de un mes y el jefe de la aldea ordenó que nadie saliera al caer la noche. La única que salía a altas horas de la noche era Ibaraki para buscar presas.
Una noche, su madre, preocupada por su seguridad fue a verla solamente para quitarse la mortificación y no la halló en su cuarto. Por lo que con desespero salió de su casa con una antorcha para buscarla, temiendo lo peor. Gritó su nombre y corrió por todas partes mientras sus ojos se ponían llorosos.
Sonidos guturales llamaron su atención y al ver el origen de dichos sonidos, casi se desmaya por lo horrible de la escena que se desarrollaba delante de ella. Ibaraki, la niña a la que había cuidado, amado, bañado, alimentado y educado durante muchos años, ahora estaba comiéndose a Kibutsushi, un vecino suyo que era cliente regular en su barbería. Devoraba la carne de su brazo con una sonrisa infantil, como una niña que disfrutaba de una golosina.
—Ibaraki... ¿Qué estás haciendo? ¿Por qué mataste al señor Kibutsushi? —interrogó Utahime, derramando ríos y ríos de lágrimas.
La voz de su madre la hizo reaccionar y salir de su ensoñación que le provocaba el placer de comer carne humana. Miró a su madre con temor, luego miró sus manos bañadas en sangra y las lágrimas empezaron a caer por sus mejillas. Por primera vez, Ibaraki se dio cuenta de todo lo que había hecho; había devorado a clientes, vecinos, personas con las cuales había convivido durante años, había matado a gente inocente.
—Lo siento... lo siento tanto, pero no puedo evitarlo —confesó retrocediendo varios pasos—. Lo siento mamá... ya no puedo detenerme.
Ibaraki salió corriendo, buscando escapar del pueblo, pero su madre empezó a perseguirla.
—¡Ibaraki, espera, por favor! ¡Puedo ayudarte, podemos solucionarlo! ¡Te dije que todo estaría bien cuando te encontré en aquel bosque! ¡Mamá nunca va a abandonarte! —gritó con desespero, pero ya era tarde.
Con una velocidad sobrehumana, Ibaraki perdió a su madre en la oscuridad del bosque y desde entonces, madre e hija nunca más volvieron a verse.
Durante dos años, Ibaraki vivió en los bosques, convirtiéndose finalmente en una animal salvaje, deshaciéndose de sus ropas y joyas. Cazaba a desafortunados humanos que se adentraban a su territorio. Con el pasar del tiempo, el cuerpo de Ibaraki siguió cambiando, había aumentado de tamaño hasta medir 4,25 mts, su cabello se volvió rojo como la sangre, su piel amarillenta y las rayas de tigre se extendieron por todo su cuerpo. Pensaba que estaba condenada a una vida de absoluta soledad, hasta que apareció la primera persona que cambió su vida.
Aquel día, estaba cocinando a un humano en una fogata para comérselo y entonces, una presencia captó su atención.
https://youtu.be/QxJrjV4PNXA
—No he visto a muchas Onis que sean nudistas, aunque me gusta tu estilo —escuchó una voz detrás suya.
Ibaraki se dio la vuelta, viendo a un hombre mucho más alto que ella, midiendo 5,48 mts. Tenía cabello pelirrojo y largo, acomodado con una liga, orejas puntiagudas, largos cuernos negros como un toro, colmillos, garras en manos y pies, en su mano izquierda llevaba un vaso para sake; vestía con ropas de samuráis, elegantes, pero coloridas y llamativas, con varias cuentas como las que usan los monjes budistas. Su sonrisa era maliciosa, pero también atractiva a ojos de Ibaraki.
Ibaraki se puso en guardia, tomando ciertas distancias por precaución, ya que era la primera vez que veía algo no humano además de ella.
—¿Qué eres tú? —interrogó frunciendo el ceño.
—Soy un Oni, al igual que tú —respondió de forma relajada mientras tomaba un sorbo de sake.
—¿"Oni"? ¿Yo soy un Oni? —preguntó sorprendida.
—Ah, ya veo, supongo que nunca escuchaste historias de nosotros —observó caminando hacia ella lentamente para no alarmarla—. Mi nombre es Shuten Douji, Rey de los Onis y el mayor terror de los humanos. Gobierno sobre todos los Yokais de Japón, ¿Cuál es tu nombre?
—Mi madre me nombró "Ibaraki" —respondió cabizbaja al recordar a Utahime.
—¿"Madre"?... Hmmm, ya veo, fuiste criada por humanos, con razón no sabías nada de tu verdadera raza —concluyó Shuten, con una sonrisa juguetona—. Dime, ¿Qué te llevó a estar desnuda aquí en el bosque?
Por alguna razón, Ibaraki decidió confiar en Shuten Douji, después de todo, eran de la misma raza se sentía segura con él a diferencia de con los humanos. Por lo que le contó sobre su madre, su hogar natal y sus crímenes.
—Después de eso, no quería involucrar a mi madre, ¿Cómo podría siquiera lastimar a la mujer que me crio y me siguió amando a pesar de ser un monstruo? —finalizó, sentada en posición fetal, viendo que que Shuten le ofrecía de su sake.
—Los humanos suelen calmar sus penas con alcohol, ¿quieres un poco? —ofreció con una sonrisa amistosa.
Ella tomó el vaso y le dio un sorbo, el líquido que era nuevo para ella le quemaba la garganta y todo el caminó que recorrió hasta llegar a su estómago, dejando en Ibaraki una mueca que hizo reír a Shuten.
—¡Hehehehehe! Te acostumbrarás a medida que lo pruebes —aseguró limpiándose una lágrimas del ojo.
—Idiota —murmuró mientras le devolvía con brusquedad el vaso.
—Eres bastante hermosa estando enfadada —elogió con una sonrisa.
—¿Y-y-yo soy hermosa? —preguntó insegura.
—¡Por supuesto! Entre las mujeres Onis estás entre las más hermosas, alta, fuerte, con un apetito voraz y con enorme par de dones —explicó, procediendo a ponerse detrás de ella para masajearle los pechos— ¡Que suaves! ¡Uyuyuy!
—¡¿Quién te dijo que podías hacer eso, idiota?! —exclamó Ibaraki, dándole un codazo que lo mandó a volar.
—Ay, me dolió —pensó Shuten antes de estrellarse contra un árbol.
—¡Malvado! ¡Los pechos de una dama son sagrados! —exclamó Ibaraki, señalándolo de forma acusatoria con el dedo.
—¡Hehehehehehe! ¡Qué carácter! Me encantas —dijo Shuten al levantarse y sonriendo de forma seductora—. Si no quieres que los toque no deberías tenerlos al aire.
Ibaraki se los cubrió con los brazos, con la cara roja como tomate.
—¿Por qué no vienes conmigo? Te daré un lugar mejor donde vivir, ropa y te daré de todo tipo de banquetes de humanos —ofreció con elocuencia—. Después de todo, ¿no estás cansada de vivir aquí en la intemperie?
—Bueno... la verdad es una oferta tentadora —musitó llevándose mano a la barbilla—. Creo que es lo mejor, extraño tener ropa. Tuve que dejar la mía cuando dejó de quedarme.
—¡Perfecto! Me complace darte la bienvenida a tí y a tus grandes amigas —dijo Shuten, señalando a sus senos.
—Cochino —murmuró frunciendo el ceño ruborizada.
https://youtu.be/DgcgG5e_dRI
Aquel día, Ibaraki se unió a Shuten Douji como parte de su ejército de Yokais, siendo Ibaraki una Oni particularmente fuerte físicamente hablando y gracias a las instrucciones de Shuten, no tardó mucho tiempo en poder desarrollar su Jujutsu, por lo que tampoco carecía de talento.
Con el pasar del tiempo, sentimientos románticos despertaron en ambos y en menos de tres años, contrajeron matrimonio, convirtiéndose Ibaraki en la Reina de los Yokais junto a su ahora marido, Shuten Douji.
Juntos, cometieron todo tipo de atrocidades contras los humanos de Japón, todo mundo oía y temía el nombre de Shuten Douji e Ibaraki Douji como los causantes de las desapariciones de pueblos enteros, se sabía que tomaban prisioneros a humanos y samuráis y los volvían sus esclavos, al aburrirse de ellos los devoraban. La pareja se había vuelto imparable, nadie les hacía frente y parecían tener a todo el país a su merced, hasta que lo conocieron a él.
En una de sus campañas de conquista, Shuten e Ibaraki atacaron a una de las grandes ciudades del país para tomar prisioneros a su gente y tener su propia granja de humanos para que nunca se les acabara el alimento y la diversión.
Todos los samuráis de la ciudad fueron desplegados para enfrentar a esta terrible amenaza, pero no eran rivales para ellos. Shuten Douji invocó su Jujutsu principal. Jujutsu: Kusanagi. Hametsu o Motarasu Hebi-no-Tsurugi (Técnica Maldita: Kusanagi. La Espada de la Serpiente que Trae Devastación)
Una diabólica espada plateada capaz de cortar cualquier cosa, incluso el espacio, generando una deformación en el universo que se arregla automáticamente atrayendo todo lo que esté alrededor menos al propio Shuten Douji. Además, esta espada le permitía invocar gigantescas serpientes blancas que arrasaban con todo a su paso.
Por su parte, la Jujutsu principal de Ibaraki Douji era Jujutsu: Joō no Akuma no Buki (Técnica Maldita: Armas Diabólicas de la Reina). Una lluvia de todo tipo de armas que eran lanzadas al enemigo como si fueran flechas, diezmando escuadrones enteros.
Todo parecía perdido, pero de la nada, todas las serpientes gigantes que habían sido invocadas por Shuten Douji eran aniquiladas como si nada por alguien. Debido a los instintos agudos de ambos, pudieron sentir como un monstruo desconocido se acercaba hacia ellos y descendiendo del cielo cual meteoro se paró delante de ellos, firme y con una mirada determinante.
https://youtu.be/3lTcZL9J5ow
Para la pareja, era el humano más grande que habían visto en sus vidas, midiendo 2,45 mts, su piel era bronceada, su cabello acomodado como el de los samuráis, su rostro parecía juvenil. A primera vista, parecía un individuo gordo, pero eso solo era por lo holgado de sus ropas de samurái y su barriga redonda, la realidad era que tenía unos pectorales, brazos, piernas, manos de puro músculo, músculos que lucían como una armadura impenetrable, sus hombros eran anchos, sus nudillos parecían rocas y sus manos podrían aplastar una cabeza humana sin muchos problemas. En su mano derecha, portaba una gran hacha de oro, que no se parecía a ningún otra arma que hubiera sido portada por un humano.
Su mera presencia era sentida por los Reyes como una anomalía de la naturaleza.
—¿Por qué...? ¿Por qué es tan fácil para ustedes arrebatar una vida? —interrogó frunciendo el ceño— ¿Qué somos los humanos para ustedes? ¿Acaso ustedes no tienen sueños, aspiraciones, amores? ¿No vivimos en el mismo mundo que ustedes?
—¿Eres idiota o algo? Los humanos son meras escorias para nosotros —declaró Shuten Douji, con una sonrisa soberbia—. Los superamos en todo. Fuerza, velocidad, resistencia, intelecto, magia, en lo que se te ocurra. Así como ustedes comen animales indefensos, nosotros nos alimentamos de humanos, ¿no crees que es algo tan básico en el mundo de los animales?
—Incluso Brama lloró cuando Buda reencarnado en conejo saltó al fuego como sacrificio para él —replicó cabizbajo—. No tengo otra opción, debo detenerlos para salvar cientos de vidas.
El humano blandió su hacha y se lanzó al ataque, era tan rápido que Shuten Douji apenas si tuvo tiempo para bloquear el primer golpe con su espada y aún así, salió disparado treinta metros.
—¡Danna-sama! —exclamó Ibaraki, preocupada y a la vez, sorprendiendo al humano.
Ibaraki disparó sus armas contra el humano, pero este las repelía con su hacha sin muchos problemas, era jodidamente rápido, mucho más rápido que cualquier humano que haya visto antes.
—¡Despierta dios de la tierra! ¡Jibara Arami-Dama! (Alma Agresiva que se Arrastra por la Tierra) —exclamó dando un gran pisotón que hizo que la tierra temblara.
Debido al temblor, Ibaraki Douji perdía el equilibrio, lo que la dejó indefensa ante el ataque del guerrero, logrando generar un profundo corte en su pecho que expulsó grandes cantidades de sangre. Era la primera vez que un humano lograba dañarla así.
El guerrero del hacha fue atacado por otra serpiente gigante, convocada por Shuten Douji para alejarlo de su amada, pero nuevamente la serpiente es asesinada en pocos segundos y de sus entrañas, aquel guerrero emerge como si nada.
—Danna-sama, yo te cubriré desde la distancia, sé que tu espada podrá cortarlo —dijo Ibaraki, mientras se regeneraba de aquel corte.
—¡Por supuesto! Soy el más fuerte de Japón, podré encargarme de él fácilmente —declaró con soberbia, adoptando su pose de combate—. Puede que este tipo sea un desafío, pero al final, si estoy contigo, seré invencible.
Esas palabras hicieron sonreír al guerrero del hacha, se estaba dando cuenta de algo importante.
Shuten Douji se lanzó al ataque, creando un corte en el aire para atraer a su enemigo y aquel gran hombre fue atraído por una poderosa fuerza gravitacional hasta aquel punto, casi recibiendo un corte por parte del Oni, pero este logró bloquearlo a tiempo y el choque de ambas armas generó un estruendo supersónico que se escuchó por varios kilómetros. Ambos intercambiaban golpes, ninguno dejaba un hueco en su defensa, Ibaraki Douji entonces comenzó a lanzar sus armas cual flechas contra su enemigo y este mostró una gran agilidad y velocidad pese a su gran tamaño y peso, dando un gran salto giratorio en el aire y logrando conectarle una patada a Shuten en el cráneo, para luego darle un uppercut que lo mandó a volar de regreso con su amada, bastante herido por ese último ataque, ya que vomitó sangre y su frente sangraba.
—Por favor, no quiero matarlos, por lo que les pido que se rindan —suplicó con un tono compasivo.
—¡No te atrevas a insultarnos, maldito humano! —gritó Shuten Douji, con su orgullo herido ante esta situación. Por primera vez en su vida, un humano peleaba en igualdad de condiciones contra él.
—Lo que dices no tiene sentido alguno —replicó Ibaraki Douji, frunciendo el ceño— ¿Por qué actúas así con nosotros? ¿Qué es lo que planeas? Se supone que los Onis y los humanos nos odiamos mutuamente, somos enemigos naturales.
—Yo no odio a nadie, porque yo no tengo enemigos —declaró aquel guerrero, para sorpresa de los Reyes—. Tampoco los odio a ustedes, a pesar de que sé el número exacto de personas a las que han matado sin ninguna razón, en circunstancias normales los hubiera matado, pero... al verlos, puedo ver el enorme amor que los une. Es un amor tan humano y sincero, que no puedo evitar sentirme feliz por ustedes. Por eso, quisiera que se rindan y se entreguen ante Minamoto no Raiko, hablaré ante él a su nombre. Tal vez sean encerrados de por vida, pero no verán morir al otro. No disfruto de matar gente, ni siquiera a seres como ustedes, porque cada vida es valiosa en este mundo sea humana o Yokai.
https://youtu.be/yngIRIDmMis
Los Reyes de los Yokais estaban sorprendidos ante esas palabras, antes solo habían sentido el odio de todos los humanos a los cuales habían enfrentado, pero al ver a ese humano veían detrás de él un halo de luz dorada.
—¡Uhahahahahahahaha! ¡Estás loco maldito humano, estás jodidamente loco! —exclamó Shuten Douji entre risas—. Sin embargo, eres diferente al resto, un verdadero héroe de la justicia humana. Me siento honrado de poder pelear contra tí junto a mi amada esposa.
—Ser reconocido por el Rey y la Reina de todos los Yokais... que honor más grande —dijo con una sonrisa de satisfacción, blandiendo su hacha nuevamente— ¡Entonces, vengan aquí compañeros, aún tengo muchos trucos que mostrarles!
Ambos Reyes sonrieron con emoción lunática ante ese reto.
—Nunca pensé que un humano nos llamaría "compañeros" —comentó Ibaraki Douji, con una ligera risa.
—En definitiva el coco le funciona mal —dijo Shuten, en pose de combate—. Dime tu nombre, humano y prometo jamás olvidarlo.
—Mi nombre es Sakata Kintoki, El Niño de Oro, me pueden llamar "Kintaro" si así lo desean —se presentó con jovialidad.
—Sakata Kintoki, yo Shuten Douji, Rey de los Yokais, te declaro mi eterno rival hasta la muerte de alguno —proclamó Shuten, con genuina emoción y admiración.
Con esas palabras se dio inicio a una de las rivalidades más grandes de la edad media de Japón. A lo largo de ese año, Shuten Douji, Ibaraki Douji y Sakata Kintoki tuvieron varios enfrentamientos en los cuales ningún bando se proclamaba como vencedor, pero realmente no le importaba a ninguno ya que por fin tenían un rival a la altura de sus habilidades. Ambos bandos se habían ganado el respeto del otro, conectando sus corazones en cada duelo.
Lastimosamente, eso no duraría mucho, ya que una noche, el general Minamoto no Raiko junto a tres de sus Reyes Celestiales, llevarían a cabo un acto de gran cobardía.
Los Reyes Celestiales, eran los cuatro guerreros élite de Minamoto no Raiko y estos eran, Watanabe no Tsuna, Urabe no Suetake, Usui Sadamitsu y el más fuerte y verdaderamente noble de todos ellos, Sakata Kintoki. Shuten Douji e Ibaraki Douji habían escuchado hablar de aquel general y de los otros Reyes Celestiales, pero jamás los habían visto en persona, debido a que Sakata Kintoki era el encomendado para darles caza y matarlos. Sin embargo, Raiko comenzó a desesperarse por la actitud de Kintoki, ya que parecía que realmente no estaba interesado en matarlos, sino en prolongar sus enfrentamientos.
Por lo que una noche, se infiltraron en su guarida en el Monte Oe como monjes budistas, siendo recibidos por Shuten Douji y sus guerreros más cercanos, entre ellos su esposa. Raiko haría esto a escondidas de Sakata Kintoki, por lo que lo engañó y lo envió a que atacara una aldea de Yokais, diciéndole que habían atacado a toda una ciudad, dejando a varios niños huérfanos, lo que hizo que Kintoki se enfadara y fuera para allá sin pensárselo mucho ya que el también era huérfano de padre y madre.
Shuten Douji los dejó pasar, ya que traían un buen sake de frutas cuyo olor era embriagante para él, una vez que probara el sake los devoraría, sin saber que ese sake sería su perdición.
En el banquete, Shuten Douji y sus hombres hicieron un brindis, sentados junto a los monjes. Cabe mencionar que Ibaraki Douji estaba a la izquierda de Watanabe no Tsuna.
Todos bebieron del sake, menos Ibaraki Douji ya que incluso con los años, jamás se acostumbró al sabor del alcohol. Al cabo de unos minutos, Shuten Douji y sus hombres cayeron al suelo paralizados producto de aquel sake lleno de un veneno especial. Cuando Ibaraki trató de atacarlos, Watanabe no Tsuna desenvainó su espada mágica y le cortó la mano derecha.
Cuando Ibaraki trató de regenerarla, esta se volvía polvo.
—¡Corre, busca a Sakata Kintoki y cuéntale lo que sucedió aquí! —ordenó Shuten Douji, queriendo salvar la vida de su esposa a como de lugar.
Con lágrimas en los ojos, Ibaraki Douji salió huyendo a toda velocidad del monte, el amor de su vida ahora estaba a merced de sus enemigos.
—¿La persigo, Raiko-sama? —inquirió Tsuna.
—No hará falta, El Colmillo del Leviatán le despojó de la mitad de su fuerza al cortarle la mano, no será un problema a futuro —respondió desenvainando su espada—. Además, el mayor premio está aquí.
—¡Uhahahahahahahaha! ¡Que tristes ustedes héroes, se supone que tenían honor y no mentían! ¡Nosotros los Onis no mentimos en nuestras palabras! —se burló Shuten Douji, con su espíritu inquebrantable.
—Silencio, maldito error de la naturaleza —sentenció Minamoto no Raiko, decapitándolo.
Esa noche, el Rey de los Yokais murió por engaños y actos cobardes y su esposa buscaría desesperadamente la ayuda del único humano al que podía recurrir.
Al amanecer, se encontró con Sakata Kintoki, quien salía del bosque después de aquella misión falsa.
—¡Ah, Ibaraki Douji! Veo que buscas otro duelo contra mí —dijo Kintoki, con una sonrisa— ¿Dónde está Shuten Douji, mi gran rival? ¿Acaso piensas que puedes vencerme sola?
—¡Tu maldito general nos engañó y mató a mi esposo! —le gritó entre lágrimas.
Ante esa declaración, Sakata Kintoki palideció y su mundo se derrumbó.
—¿Qué?... Eso no puede ser verdad... Minamoto no Raiko es un guerrero honorable, el jamás vencería a Shuten Douji con engaños —replicó sudando frío.
—Fingieron ser monjes, ofrecieron un sake envenenado a mi esposo y a nuestros soldados ¡y me hicieron esto! —exclamó mostrando el muñón que le había quedado.
—Esa herida... solo El Colmillo de Leviatán de Tsuna podría hacer eso —dijo impactado.
—¿Ahora me crees? ¿Dónde estabas mientras hacían este acto cobarde? —interrogó molesta.
—Raiko-sama me envió a una aldea oculta de Yokais al sur, atacaron una ciudad y mataron a muchas personas, dejando a niños desamparados —explicó.
—¡¿Qué?! ¡¿La aldea del Lago Lunar?! ¡Pero esa aldea está habitada por Yokais pacíficos que rechazaron formar parte de las filas de Shuten! —reveló Ibaraki, alterada— ¡Ese maldito de Raiko te mintió y te hizo matar inocentes!
Varias venas se marcaron en los brazos y en la frente de Sakata Kintoki por el coraje que le provocaba este hecho, había sido engañado vilmente y había derramado sangre inocente, había sido traicionado por su propio maestro y señor. Era un crimen que no quedaría impune. De la nada, sonidos similares a tambores de guerra se empezaron a escuchar, Ibaraki Douji pensó que se trataba del enemigo, pero al prestar atención se dio cuenta de que se trataban de los latidos del corazón de Sakata Kintoki, latía tan fuerte y tan rápido que era capaz de escucharlo claramente. El cuerpo del samurái se tiñó de rojo, su sudor empezó a evaporarse debido al calor que producía y una presencia terrible se sintió en el ambiente, una presencia similar a un desastre natural.
—¿E-e-e-este es e-el verdadero poder de Sa-Sakata Kintoki? —pensó Ibaraki, empezando a temblar por el terror que le producía estar enfrente de este hombre— ¡Entonces jamás usó todo su poder contra Shuten!
Sakata Kintoki le dio una pequeña palmada en el hombro a Ibaraki, sobresaltándola.
—Lo lamento tanto, Ibaraki, lamento haber estado ciego tanto tiempo —declaró con una inmensa ira en sus palabras—. Yo me encargaré de hacer justicia por Shuten Douji y por aquellos Yokais inocentes.
El Niño de Oro se fue, hacia una misión desconocida para Ibaraki y no volvería a saber de él sino hasta muchas horas después.
https://youtu.be/Ur5tYVMazkc
En una nueva noche, Ibaraki Douji estaba sentada a orillas de la playa, llorando la pérdida de su esposo. Ella ya sabía por instinto que él no había sobrevivido, la persona que le enseñó a aceptar su verdadera naturaleza ya no estaba.
Ella fue sacada de sus pensamientos deprimentes por la llegada de Sakata Kintoki, quien arrastraba su hacha por la arena, decaído y ya sin fuezas mentales. Se sentó al lado de Ibaraki y se dio cuenta de que estaba bañado en sangre de pies a cabeza.
—Me lo confesó todo, mientras yo me enfrentaba a ustedes dos, él y quienes yo pensé que eran mis amigos mataban a Yokais inocentes, queriendo liberar a Japón de ellos —relató con una gran culpa en su corazón—. Mi abuela solía decir que era el mejor amigo Dios, de lo contrario, no me hubiera dado un cuerpo como el mío, pero ahora... creo que dejé de ser el mejor amigo de Dios. Maté a gente inocente y permití que el mal ocurriera delante de mis narices. Los maté a todos, no dejé a ninguno vivo, pero no pude destruir El Colmillo de Leviatán, Watanabe no Tsuna lo ocultó para que no recuperaras tu fuerza original. Lo lamento... en serio que lo lamento, yo... no quería que las cosas terminaran así... quería derrotar a Shuten con honor... ¿Qué sentido tenía actuar de una forma tan cobarde? No está bien... simplemente no está bien todo lo que pasó... quiero volver a casa con mi abuela y pretender que nada de esto pasó... perdóname Ibaraki... en verdad quería que las cosas terminaran mejor.
Sakata Kintoki rompió en llanto, recibiendo consuelo de su rival, Ibaraki.
—Tú no hiciste nada malo, Kintoki-san, el malo de tu historia es Minamoto no Raiko —replicó Ibaraki, abrazándolo—. Gracias, muchas gracias por creer que todavía queda bondad en mí. Nunca pensé que algún otro humano además de mi madre pudiera creer en eso.
Los dos se quedaron un largo rato abrazados, tratando de superar la tristeza de todo lo que habían vivido en tan poco tiempo. Tres horas después, Kintoki se quitó la sangre en el mar y le dedicó unas últimas palabras a Ibaraki Douji antes de irse.
—Vive, Ibaraki Douji, debes vivir por Shuten Douji y por tu madre. Mientras haya vida, tendrás esperanza —declaró, llenando de energías el corazón devastado de Ibaraki—. Yo creo en tí, sé que podrás volverte una mejor persona, aún puedes hacer un bien al mundo, tienes una infinidad de tiempo. Por favor, recuerda esto siempre... tú no tienes enemigos, nadie en este mundo tiene enemigos y nadie merece ser asesinado, sin embargo, hay veces en las que un guerrero tiene que cobrar una vida y no nos queda de otra que pedir perdón a los dioses y procurar ser mejores que nuestro yo del pasado.
—¡Lo haré! —exclamó Ibaraki, levantándose de la arena con fuerza—. Aunque me tome mil años, te prometo volverme una mejor persona, ya no más Ibaraki Douji Reina de los Yokais... ahora quisiera conocer a más humanos tan nobles y amables como tú. Gracias por creer en mí, Kintoki-san.
—Rezaré a Dios para que tengas una buena vida y encuentres la redención —se despidió con una sonrisa—. Sé que hallarás a más humanos de buen corazón, tengo fe en la humanidad.
A partir de esa noche, Ibaraki Douji renunció a su forma de Oni y siguiendo las enseñanzas de Shuten Douji, logró tomar forma humana y decidió que ya no tenía lugar en Japón, por lo que solo le quedaba un camino por recorrer: ir hacia el oeste, ir más allá de ese mar que alzaba en el horizonte y que parecía infinito a sus ojos. Había escuchado varias historias sobre distintos reinos lejanos a Japón, pero realmente no estaba segura de la veracidad de todo lo que le habían contado, pero aún así valía la pena arriesgarse, para poder aprender del mundo, de los humanos y poder encontrarse a ella misma.
Tomó un barco y navegó durante varios días, hasta llegar a su primer destino: China. En ese país, conoció las artes marciales y la filosofía, descubriendo un nuevo mundo para ella, también mejoró poco a poco en el manejo del miasma, ya que en aquella época, China era el país que mejor manejaba la Energía Kundalini, por lo que solo tuvo que aplicar sus métodos a su propia energía demoníaca.
Pasó varios años allí, hasta que se aburrió, insatisfecha de conocimiento, siguió su viaje por todo el oeste, conociendo lugares que en un futuro serían conocidos como Tailandia, India, pasó por Persia, Constantinopla, Egipto, Grecia, Roma, Italia, Francia, Alemania, Portugal, España, Inglaterra y cuando llegó el momento, logró llegar hasta El Nuevo Mundo.
Ibaraki Douji durante todos sus viajes, conoció a muchos humanos que le hicieron cambiar su visión deformada de la humanidad. Omar Khayyam, Saladino, San Francisco de Asis, Frederick II Hohenstaufen, Dante Alighieri, Nicolás Maquiavelo, Francisco de Miranda. Pulió su técnica, aprendiendo varias artes marciales y dominando varias armas, para así ser fuerte incluso sin la mitad de su fuerza original.
No solo eso, sino que también participó en varios eventos de revolución. Gracias a las enseñanzas de todos sus maestros y amigos, ella aprendió el valor de la libertad y de los derechos del ser humano y eso la llevó a estar al frente de eventos como La Revolución Francesa, La Independencia de Haití, La Independencia de Venezuela junto a varios otros países de Sudamérica y al regresar a Japón, participó en la Restauración Meji para librar a su amado país de la tiranía del Shogunato Tokugawa y para que Japón se abra al mundo moderno.
Ibaraki Douji tuvo a sus cuatro hijas, las crio y las entrenó, amándolas como si fueran de ella y de Shuten Douji y contándoles todas las historias de sus viajes por todo el mundo, de todos los nobles humanos que conoció, de su amado esposo Shuten y del Niño de Oro que le cambió la vida, Sakata Kintoki.
—Oye, madre, despierta —la voz de su hija mayor, Sakura, la sacó de su sueño—. El banquete ya está listo, te estamos esperando.
Ibaraki se levantó de la cama, notando que una lágrima había caído por su mejilla.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Sakira, viendo ese detalle.
—Sí, no te preocupes —respondió de despreocupadamente—. Tuve un sueño de... viejos amigos.
Mientras caminaban para ir al comedor, Sakura no podía evitar pensar en todo lo que había vivido su madre durante más de mil años. Enseñanzas, guerras, tragedias.
—Me hubiera encantado conocer a la abuela y a papá —confesó llevándose la mano derecha al pecho.
—También me hubiera gustado que los conocieras, de seguro ellos te amarían —declaró Ibaraki, abrazando a su hija—. A veces me pregunto, ¿qué pensarán de lo que me he convertido?
—Yo pienso que eres grandiosa —admitió con una ligera sonrisa.
—¡Uhahahahahaha! Gracias hija, ahora vamos, me muero de hambre.
Notas del Dr. Alto Clef.
Si se preguntan por qué Utahime nombró así a Ibaraki, es porque su nombre significa "árboles silvistres". Es decir, el nombre es por el lugar donde la encontró, un bosque.
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