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37-Cerrar un Ciclo

Tres días después del enfrentamiento de Kaioh Rai contra Kuroneko Munenori, él junto a Kumiko se encontraban en su departamento, revisando la mochila que se les había sido entregada por el actual patriarca del Clan Kuroneko. Revisarla era lo mínimo que podía hacer Rai después de que le hayan perdonado la vida, a pesar de la humillación que eso le producía. Dentro de la mochila había un proyector con varios rollos de película y fotos en blanco y negro. 

Rai miró impactado como en las fotos aparecía Kaioh Eiroh, junto con varios miembros del imperio japonés y con miembros del Escuadrón 731. Prepararon rápidamente el proyector y los rollos, reproduciendo lo que había. La película mostró escenas de masacres provocadas por el Clan Kaioh en varias ciudades de China, tormentas e inundaciones provocadas por Kaioh Eiroh en las costas de Corea y las ejecuciones de gente que tenía carteles colgados en el cuello que decían "traidores".

—I-imposible... ¿Qué es esto? —musitó pálido por la impresión—. Todos ellos eran miembros de mi clan y también estaba el propio Kaioh Eiroh... ¿por qué hicieron todo esto?

—Esto debe ser falso ¿no? —sugirió Kumiko, viendo como Rai parecía ponerse ansioso—. Después de todo, esto nos fue entregado por Kuroneko Munenori y no podríamos confiar en ellos.

—Solo hay una manera de saberlo —dijo cabizbajo—. Necesito hablar contigo, Susanoo.

El Arconte samurái hizo acto de presencia, cruzado de brazos y con una sonrisa burlona.

Pensé que ya no querías verme, mocoso —increpó entre risas— ¿Qué es lo que quieres ahora?

—¿Qué significa esto? —preguntó señalando a la película.

Ah, pero que grandes recuerdos —dijo llevándose la mano a la barbilla para acariciar su barba—. Estas son las viejas obras de Kaioh Eiroh, el último bastardo que tuve antes de tí. Sin duda provocó un gran desastre.

—¿Todo esto...? ¿Todo esto realmente pasó? —preguntó con los labios temblorosos debido a la sorpresa.

Completamente, Kaioh Eiroh estaba obsesionado con ser el más fuerte del mundo y esa obsesión enfermiza lo volvió el mayor monstruo que he conocido —reveló sin tacto alguno—. Realmente no me interesa lo que hagan mis usuarios, después de todo, no soy yo quien derrama la sangre. Solamente me importa demostrar mi superioridad ante mis hermanos mayores.

Rai cayó de rodillas al suelo, con ambas manos en el suelo, no podía creer todo lo que le decía el Arconte. Durante ocho años de su vida le habían mentido.

—¿Por qué...? ¡¿Por qué nunca me dijiste que Kaioh Yuichiro me había mentido?! —inquirió furioso y frustrado.

—No tengo ninguna obligación de decirte qué es verdad y qué es mentira, tienes cerebro ¿verdad? —replicó con burla mientras se señalaba la cabeza—. Tú mismo podrías haberte dado cuenta de las mentiras que te decía Kaioh Yuichiro, pero pecaste de ingenuo y ahora eres un fugitivo buscado por la Organización Lovecraft y casi mueres dos veces.

—¡Maldito Arconte! ¡¿Cómo te atreves a decir tal cosa?! —gritó Kumiko, apretando los puños.

—No, él tiene razón, nee-chan —replicó Rai, cubriéndose parte de la cara con la mano por la vergüenza que sentía, sabía que había sido un idiota—. Necesito saber lo que realmente hizo el Clan Kaioh, necesito saber lo que realmente hicieron por mi propia cuenta. Susanoo, ¿hay alguna manera de que me muestres la vida de los usuarios de la Tormenta Salvaje anteriores a mí? 

—La hay, solo dame un momento —avisó haciendo varios ademanes de manos—. Wairudosutōmu o shihai shi, nihon'notsurugi no geijutsu o mananda senshi-tachi no monogatari o manabimashou (Conoce la historia de los guerreros que dominaron a una Tormenta Salvaje y que conocieron el arte de las dos espadas).

La habitación en la que estaban Rai y Kumiko empezó a distorsionarse en forma de olas, extendiéndose hasta mostrar un lugar mucho más grande que el departamento de mala muerte en la que estaban recién.

Parecía un templo budista, ubicado en un valle repleto de vegetación y vida animal. Allí se encontraban un joven, de ojos color verde claro y cabello de rizos puntiagudos, piel bronceada y ropa descolorida. Frente a él estaba un hombre al que Rai y Kumiko identificaron al instante como Miyamoto Musashi, el más grande ronin de Japón y el chico, era el fundador del Clan Kaioh, Kaioh Kaito.

Ambos estaban sentados uno enfrente del otro, Musashi desenfundó su katana, mostrándola como un objeto sagrado ante el joven.

—¿Quieres que te enseñe a usar una espada? —inquirió con voz tranquila—. Las espadas son para matar gente, ¿a quienes quieres matar?

—Gente mala —respondió determinante—. Quiero matar a aquellos que me arrebataron a mi familia, a la de Asa y la de Yami, quiero matar a los villanos que destruyeron mi hogar.

Musashi guardó su katana en su funda y tomó al chico de los hombros, mirándolo con lástima y comprensión.

—Hace poco, yo era como tú, estaba lleno de ira y maté a mucha gente para conseguir más poder, pero nada de eso me trajo paz —confesó hablándole al joven con un tono paterno—. Quiero que siempre recuerdes esto: tú no tienes enemigos, nadie tiene enemigos y nadie merece ser asesinado. Sin embargo, hay veces en la que un guerrero se ve obligado a cobrar una vida, en esas ocasiones lo único que nos queda por hacer es pedirle perdón a los dioses y tratar de ser una mejor persona. Acompáñame en este nuevo viaje que haremos, para desarrollar algo que llamé Niten Ichi-Ryu y así, ser verdaderos artistas marciales.

Ya veo... maestro, enséñeme el verdadero camino de un guerrero —pidió con un rostro más sereno.

Rai y Kumiko vieron algunos de los recuerdos de los antecesores del primero, fascinados por la historia de cada uno de los usuarios de la Tormenta Salvaje y de las enseñanzas que predicaron sobre la paz interior, el heroísmo, el camino del guerrero y sobre el amor al prójimo. Al menos hasta que llegaron a los recuerdos de Kaioh Eiroh.

En dicho recuerdo el estaba en una reunión con los aquel entonces sesenta miembros del Clan Kaioh en su antigua residencia en Hokkaido, antes de que fuera destruida por los Clanes Kuroneko y Akatsuki. Su sonrisa era maliciosa y sus ojos eran como el de una serpiente.

El imperio japonés a escogido un bando en esta guerra que ha sacudido al mundo entero, la Organización Lovecraft, junto a los Kuroneko y los Akatsuki, naturalmente están en contra del imperio y de los alemanes, pero yo les pregunto: ¿Quiénes deberían gobernar al mundo? —declaró con una gran energía y elocuencia— ¿Deben gobernarlo naciones débiles e inferiores como China, Corea, Estados Unidos o La Unión Soviética? ¡No! Este mundo les pertenece a los poderosos, como nosotros, el Clan Kaioh, el clan más fuerte en toda la historia de Japón. ¡Nosotros somos el futuro de la nación y del mundo entero! ¡Se acabó de un mundo en el que nosotros los Hechiceros estemos al servicio de gente tan débil que ni siquiera pueda exorcizar a un Yokai de Clase D! ¡Seremos la voz guía de un nuevo mañana! ¡¿Quién está con nosotros?!

Varios miembros del Clan Kaioh victoriaron con éxtasis y euforia, pero muchos otros activaron sus Artes Místicos y tomaron sus armas, listos para enfrentarse a su propia familia para proteger al mundo, pero fueron rápidamente asesinados por Kaioh Eiroh y sus seguidores. Así fue como inició el reinado de terror de Kaioh Eiroh, que provocó la muerte de mil doscientas setenta personas chinas, coreanas y japonesas, hasta que fue detenido por Kuroneko Masamune y Akatsuki Yotsuba.

Finalmente la proyección de los recuerdos terminó, los dos hermanos volvieron a la realidad, quedándose ambos en silencio, hasta que Kumiko notó que Rai había empezado a llorar, por lo que lo envolvió en un abrazo para consolarlo.

—He sido tan estúpido... deshonré a Kaioh Kaito y a Miyamoto Musashi al igual que Kaioh Eiroh, soy un gran tonto— dijo entre lágrimas, estaba devastado tras tal revelación—. Lastimé a gente inocente por nada, por un legado lleno de sangre y devastación.



Los días pasaron, aquel día frío de enero, Kuroneko Yamiko se encontraba durmiendo en su habitación de su departamento, eran cerca de las seis de la mañana. Por alguna razón, sus instintos forjados a base de su último entrenamiento se activaron y se despertó, encontrándose con Kaioh Rai parado enfrente de ella. Sus mejillas se pusieron de mil colores debido a un pequeño detalle del cual Rai no era consciente.

—Quisiera que vengas conmigo, Kuroneko Yamiko —exigió con un rostro inexpresivo—. Quiero retarte a un duelo a tí y Akatsuki Akira. Ahora mismo. Finalmente me he dado cuenta de la verdad.

—¿Te enteraste de lo que hizo Kaioh Eiroh? —preguntó sorprendida.

—Fue gracias a tu padre, él y Susanoo me mostraron la verdad y ahora... solo quiero cerrar este ciclo de violencia enfrentándome a tí y a Akatsuki una vez más —declaró con determinación—. Por eso quiero que vengas conmigo y luchemos lo más rápido posible para que pueda expiar mis pecados.

—No creo que eso sea buena idea en este momento —dijo Yamiko, con una sonrisa nerviosa.

—Agh, oye déjate de bromas y levántate, no me agradan las personas perezosas —increpó Rai, queriendo quitarle la sábana del futón.

—Te vas a arrepentir de eso —advirtió con picardía.

Nada más al quitarle una parte de la sábana, Rai retrocede dando pasos torpes hasta que cayó de espaldas, con el rostro rojo como tomate.

—Ajajajaja... lo siento, estoy acostumbrada a dormir desnuda —dijo con un poco de rubor en sus mejillas, mientras miraba a Rai con una sonrisa.

—Y-yo l-lo siento, n-no fue mi i-intención —balbuceó nervioso.

—Ajaja, no pasa nada —aseguró jugando con su cabello de forma coqueta—. Si eres tú, no me importa que me veas desnuda.

Rai no sabía como responder a eso, era la primera vez que una chica le hablaba de esa manera. Su corazón palpitaba rápido y su respiración se aceleró, además se quedó viendo fijamente la sonrisa de Yamiko, "¿siempre tuvo una sonrisa tan linda?" era lo que pensó en ese momento.

—¿Qué opinas de esto? Tú, yo y Akatsuki-kun nos enfrentaremos en la Ganryujima dentro de tres días, solo nosotros tres al medio día, sin trucos ni nada —propuso con cierta emoción.

—Sería de mi busto ¡digo gusto!... Sería de mi gusto, Kuroneko-san —respondió aclarándose la garganta para calmarse—. Los veré dentro de tres días.

Kaioh Rai abandonó la habitación en silencio, a los pocos segundos Yamiko silencio su grito de emoción con la almohada.

—¡Que lindo, que lindo, que lindo! —exclamó con una actitud infantil—. Podré volver a pelear con Rai-kun y esta vez, Akatsuki-kun y yo no perderemos por nada del mundo.

A las siete de la mañana, Rai estaba sentado en una banca de un parque, cubriéndose la cara con ambas manos para cubrir su sonrojo que no desaparecía por más que tratara. En ese momento apareció Kumiko, con unos cafés que había comprado en una cafetería cercana, sentándose al lado de su hermano.

—¿Estás bien? —preguntó mientras le ofrecía el café— ¿Acaso te estás resfriando? Tus orejas están rojas.

—Le vi los senos —murmuró apenado.

—¿Qué?

—¡N-nada! No es es... nada, es solo que se me subió la tensión un poco —mintió preso de los nervios—. Gracias por el café, nee-chan.

—¿Es duelo es oficial? —preguntó intrigada.

—Sí, el duelo es oficial —respondió con su expresión tornándose triste—. Debo pagar por lo que hice, de la misma forma que lo hizo Kaioh Eiroh.

Esa misma tarde, Kuroneko Munenori, Momoko, Akatsuki Motobe y Kotetsu Momoshiki estaban reunidos nuevamente en el laboratorio forense de la Sede de Tokio de la Organización Lovecraft, ya que una nueva información había salido a la luz.

—Hemos terminado de analizar el ADN de Kaioh Rai y finalmente hemos logrado determinar sus orígenes —anunció el monje, mostrando en una pantalla de computadora una vieja foto de un chico en su adolescencia, con lentes redondos y vestimentas elegantes—. Él es Kaioh Suekichi, hermano menor de Eiroh y Yuichiro. Según nuestras investigaciones basadas en relatos históricos, registros, ADN, etc, hemos hecho una cronología de lo ocurrido con este chico.

—Tal parece que después de que Kaioh Eiroh se uniera al imperio japonés, Suekichi escapó y se escondió en un pueblo costero —agregó Motobe, cruzado de brazos—. Allí se cambió el apellido a Sanada y se casó a la edad de treinta y siete años, donde tuvo tres hijas, siendo la más importante la tercera de ellas, Katahara Miyako

—He enviado a mis hijos a buscarla a ella y a sus hijas —informó Munenori, apoyando los codos en una mesa cercana—. Por más que odie a ese mocoso, tiene un buen punto, él y su familia merecen la vida que alguna vez tuvo el Clan Kaioh antes de lo de Eiroh.

—Hemos hablado con Lang-sama y se le dará a Katahara Miyuki un trabajo de archivista en la sede de Tokio y se le dará un buen departamento para que viva aquí en Tokio —declaró Momoko con una ligera sonrisa.

—Esperemos que esa mujer pueda hacer entrar en razón al chico y hacer que se pase a nuestro bando —comentó Motobe, suspirando.

El teléfono de Munenori sonó, era un mensaje de sus hijos, Musashi y Tsuyu, ya estaban de camino a Tokio en tren junto a la familia de Rai.

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