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6. Un policía en prácticas


Me entrega las flores con una sonrisa en el rostro, y yo las acepto. Tiene el pelo castaño, al igual que sus ojos, y la piel clara. Es guapo.

—¿Gavi? —Es una pregunta tonta, pero necesito hacer tiempo para pensar si lo conozco de algo y, si es así, saber de qué. ¿Es un chico del instituto? ¿Lo he visto en algún restaurante? ¿A caso es mi vecino?

—Sí, eso es. —su sonrisa permanece, no se desvanece. Yo se la devuelvo y espero a que me informe qué hace aquí, así que me cruzo de brazos. —Te vi en la comisaría.

Mi media sonrisa se desvanece de repente. Me está enviando señales extrañas que ahora mismo no logo comprender. Me ha traído flores, ¿la policía? Lo miro sin entender nada, lista para que me dé las explicaciones que merezco.

—Estoy de prácticas y me encargaron revisar las cámaras en que pegabas a ese chico. No se lo digas a mi jefe, pero le diste bien. —río. Es una risa nerviosa, pero es lo único con lo que puedo reaccionar. —Vengo por lo del calendario, hablé con tu amiga, Ashley. Iba a darte una sorpresa en la comisaría, pero he pensado que sería muy extraño para ambos, así que...

En este instante me percato de que mi hermano sigue a mi lado, aunque me ha soltado la mano hace un tiempo. Lo miro por el rabillo del ojo para ver cómo reacciona y él se percata de que lo estoy observando. Me da un beso en la mejilla y se despide con un divertido "Que vaya bien, pareja", antes de volver dentro de casa.

Veo que Gavi no parece entender lo que pasa, así que le explico que es mi hermano mayor y qué no tiene por qué preocuparse, porque no es mi novio. En cierto modo, me da risa que, en algún momento, le haya pasado por la mente que ese chico que se acaba de ir fuera mi novio. En fin, nos parecemos mucho, y encima es mayor que yo, aunque no tanto como para que nuestra relación fuera extraña.

Los segundos pasan y nadie dice nada. El silencio se vuelve cada vez más incómodo, así que me aparto a un lado de la puerta y dejo ir un improvisado "Perdón, pasa, pasa". Él acepta y yo cierro la puerta detrás de nosotros. Lo adelanto y me dirijo hacia las escaleras para llegar a mi habitación. A lo lejos se ve el salón, donde mi hermano y yo pasamos una tarde entera montando el árbol de Navidad. Mis padres hicieron centenares de fotografías de recuerdo y, aunque son muy molestos, me gusta recordar cómo de diferentes y de iguales son las Navidades cada año. Siempre somos las mismas personas, pero, cuando colocamos una foto de un año al lado de la del año siguiente, me da nostalgia ver cómo de rápido crecemos.

Las luces del árbol le dan la bienvenida a Gavi a la casa, tan coloridas y divertidas como siempre. Yo las ignoro y lo guío hasta mi cuarto. Entramos, yo primera y él después, y me siento en mi cama de forma cómoda. Es una costumbre cruzarme de piernas mientras la otra persona habla, aunque, esta vez, él está callado. Se queda de pie frente a la puerta y yo arrugo la frente. Está bien ser formal en una casa en la que no has estado nunca y más con una chica que no conoces de nada, pero...

—Puedes cerrar la puerta y sentarte, si quieres —le digo para animarlo. Él se pone nervioso y se lo toma como una obligación, así que sigue mis órdenes al pie de la letra y de forma sorprendentemente rápida. Le hago un sitio a mi lado y se acomoda en la cama.

Sinceramente, no lo estoy pasando demasiado bien. Esto es muy forzado y no creo que lo nuestro funcione, aunque Ashley me dijo que no me dejara guiar por las primeras impresiones y mucho menos por las apariencias. Creo que su aspecto no me importa —de hecho, es muy guapo—, aunque debo admitir que su carácter sí que me ha podido repeler un poco. Quizá, la mejor forma de conectar un poco, sea conociéndonos.

—Bueno... ¿Me cuentas algo de ti? ¿Qué te gusta hacer? —giro mi cara hacia él para poder verlo mejor y hacer que la conversación sea más agradable para ambos, pero me encuentro con que se ha acercado tanto que mi nariz toca la suya. Mis reflejos me apartan instintivamente, pero él me toma la cara con una mano para acercarme y darme un beso. Nuestros labios se rozan un poco antes de que yo pueda apartar el rostro de nuevo, esta vez con mucha más fuerza,  y ponerme de pie de un salto. —¿Pero qué haces? —exclamo mientras me intento lavar la boca con las manos, ensuciándomelas de baba.

De repente, él está desconcertado. ¿A caso ha malinterpretado alguna señal? No, creo que no he hecho nada que pueda malinterpretarse. Espero su respuesta con ansia, apartada de él un par de metros, por precaución. No dice nada, y eso me pone nerviosa.

—Joder, quería hablar, no besarme contigo.

—Lo siento, yo... —empieza, y agradezco oír su voz aparte de la mía; casi parecía que estuviera sola en la habitación. —Nunca he dado un beso y pensaba que...

Creo que lo he entendido. Debe de ser uno de esos chicos que, aunque no han salido nunca con nadie, tienen una gran obsesión por las chicas. Supongo que creen que el hecho de estar solos con una de ellas es lo mismo que tener que liarse con nosotras.

—Creo que esto no funcionará —le digo. Después giro la cabeza hacia la puerta, como señalándole la salida. 

—Vale, yo... Perdóname, no era mi intención.

—Ya, ya. —le abro la puerta, invitándole a salir. Él se acerca y cuando ya se encuentra fuera de mi cuarto le vuelvo a hablar:—¿Sabes? Te daré un consejo. Cuando las chicas estamos con un chico, nuestro objetivo no es solo besarnos. Para llegar a eso tienes que crear una conexión especial. No puedes ir besando por allí sin tan solo saber mi nombre. 

—Sí que sé cómo te llamas —se intenta justificar.

—Vale, ¿y mi apellido?

—No lo sé.

—Pues ya está. Cuando conozcas a la chica y ella te conozca a ti, entonces podréis tirar adelante. Si solamente quieres besar, ves a una discoteca. Te aseguro que allí habrá mucha chica dispuesta que no volverás a ver en tu vida. —dicho esto, cierro la puerta. 

El silencio de la habitación me envuelve como una manta suave, y sienta bien estar sola después de estar acompañada tanto en la cárcel como a la vuelta de esta. No me había dado cuenta hasta ahora de lo mucho que necesitaba  estar a solas conmigo misma. Aprovecho el momento para hacer una breve reflexión sobre todo lo que está pasando, sobre cuántas citas he tenido ya en los pocos días de vacaciones que llevamos. Normalmente, mi vida no ha sido una gran variable, más bien la podría describir como constante. Pero, últimamente, está habiendo tantos cambios... Creo que a mi cuerpo le está costando un poco procesarlo.

Me tumbo en la cama y abrazo un cojín que siempre he disfrutado acariciando por su suavidad. Me ayuda a tranquilizarme cuando necesito un rato de paz, como ahora. Aunque, como siempre, mi cerebro empieza a sobre pensar: quizá sea yo el problema por el que no encuentro novio. O, a lo mejor, tengo un problema y nunca podré encontrar a mi chico ideal... No lo sé. He visto a amigas encontrar pareja en una tarde y yo ya llevo unos días y no hay ningún resultado. Se lo agradezco a Ashley, pero empiezo a pensar que quizá esto ha sido un error. Puede que estemos perdiendo el tiempo.

Aunque, por otro lado, ella lo ha preparado todo con tanto amor... Dejar esto a medias y abandonar todo su trabajo me convertiría en una mala amiga. Y nunca he querido ser eso.

Unos golpes en la puerta me llevan de vuelta a la realidad. Levanto la cabeza para encontrarme con mi hermano mayor, quien sonríe ligeramente y tiene una mirada compasiva. Sé que lo ha escuchado, o que, al menos, tiene una mínima idea de lo que ha pasado.

Se sienta al lado mío en la cama, pero en ningún momento me fuerza a hablar o a contarle lo que sea que ha pasado. Porque, sinceramente, yo tampoco lo entiendo bien. No sé lo que estoy haciendo, no sé cuál es mi problema. Antes echaba la culpa a los chicos: que si no son amables, que si no son cariñosos... Pero, quizá, el problema sea yo. Sé que le debo una explicación a mi hermano porque con mi estado de ánimo lo estoy preocupando, pero no sé por dónde empezar a contarle mis penas.

—Unai, yo... —empiezo, pero no tengo idea de cómo continuar. 

—No tienes que decir nada si no quieres —me asegura.

Tomo su palabra tal y como la ha dicho. Lo abrazo, callada, con todas mis fuerzas. Solamente necesito saber que alguien estará allí para cuando lo necesite, como ahora. Estoy bien, lo sé, pero siempre habrá algún momento en el que los recuerdos me atrapen. Encontrarme a Andrés fue demasiado para mí. Pensaba que ya lo había superado, pero, al parecer, no sano tan rápido como pensaba. Me decepciona no entender mi mente. Creía estar lista para tener una relación, y, en cierto modo, seguramente sea verdad, pero odio no estar segura al cien por cien.

Tengo un debate interno que me pone de los nervios. Aprieto mis puños con fuerza contra mis rodillas, y él se da cuenta de lo mucho que me cuesta combatir contra mi mente, contra mis pensamientos. Siempre he sido una persona complicada, sicológicamente, excesivamente indecisa en algunos casos, perdiendo el control. Unai se levanta sin hacer ruido y pone música en la pequeña radio que heredé cuando mi abuela murió. Para mi sorpresa, suena una canción alegre, aunque con un toque romántico que me pone los pelos de punta. Pone su mano sobre la mía con delicadeza antes de empezar a hablar, casi susurrando:

—Sé lo que estás pasando, cómo te sientes, cómo de impotente te sientes ante tu mente. Se supone que las personas tenemos la capacidad de controlar lo que pensamos y sentirnos siempre bien porque, al fin y al cabo, es nuestro cerebro. Somos los propietarios de él y deberíamos saber utilizarlo a nuestro favor, ¿no? —hace una pausa seguida de un suspiro largo y lento —Pero no, no siempre es así. Nos juega malas pasadas que no podemos parar siempre que queremos. ¿O a caso a alguien le gusta pasarlo mal mentalmente? Lo dudo, la verdad.

Sí, yo también. 

—Pero al final aprendemos a controlarlo. No es fácil, nada lo es en este mundo. Pero, con la  experiencia y años de práctica, se consigue. Yo lo he hecho, tú lo sabes bien. —levanto la mirada del suelo para encontrarme con sus ojos verdes que tantas veces me he preguntado de quién habrán salido. —Encontrarte a Andrés no debió de ser fácil. Ir a la cárcel, por dos días que fueran, injustamente, mucho menos. Y no sé qué cojones te ha pasado con ese chico que se creía policía, pero, por cómo te veo, supongo que nada bueno —sonrío; qué bien me conoce.

>> Así que, te diré lo que vas a hacer. Te levantarás de esta maldita cama, cenaremos todos juntos y charlaremos de lo que sea, y estas vacaciones disfrutarás. Solamente tú puedes decidir si estás lista para ver a más chicos o si encontrarte a ese imbécil ha hecho retroceder suficientemente tu seguridad como para dejarlo ir. Ninguna de las dos opciones es mala, quiero que lo recuerdes. Elijas lo que elijas, no permitas que tu conciencia cargue contra ti. No sobrepienses nunca más, ¿me has oído?

Asiento. Sí, me lo ha dejado bastante claro. Aunque es muy fácil decir que sí sin tener que llevarlo ahora a la práctica. Cuando llegue el momento, me pondré nerviosa, no sabré cómo sacar esos pensamientos de mi cabeza. Pero, lo importante, es que tendré la oportunidad. Sí, eso es. Mi mayor defecto es sobrepensar, y voy a solucionarlo aquí y ahora. Porque no puede ser de otro modo.

Unai se levanta de golpe y se dirige hacia la puerta. Antes de marcharse, se gira para observarme con el ceño fruncido. 

—No seas idiota, Emily, no dejes que esos pensamientos ganen a la felicidad que tienes dentro —se gira de nuevo y, esta vez sí, abandona la habitación para ir a la cocina, donde supongo que ayudará a mi madre a preparar la cena.

Sus palabras se quedan retumbando en mi cabeza. Intento encontrar la forma de aplicarlas, pero no sé muy bien cómo hacerlo. Supongo que lo descubriré cuando esos pensamientos de los que habla vuelvan a aparecer.

Pasados unos minutos en los que me limito a descansar tumbada en mi cama, decido hacer algo de provecho. Nunca me ha gustado perder el tiempo ni dejar que pasen las horas sin hacer nada, pero en esta ocasión lo he visto necesario por mi bienestar. Me siento sobre la cama y estiro un brazo para llegar a mi mesita de noche, donde descansa mi querido portátil. Es uno de esos objetos a los que les tengo un cariño especial.

Acaricio la parte superior del aparato, donde hace tiempo pegué una pegatina personalizada con una frase que me encanta: "Un lector sin un libro es como un pájaro sin alas". No recuerdo muy bien en qué momento se me ocurrió, pero creo que fue algo que marcó un antes y un después en mi camino como lectora. Ahora comprendo que no soy nada sin mis libros, pero que ellos tampoco lo son si no hay gente como yo que los lea.

Abro el portátil con suavidad y escribo la contraseña. Con un doble click, se abre un documento donde hay escritas unas cuantas frases sin sentido. Es el lugar donde apunto todas las ideas que tengo para escribir un nuevo libro. Hace tiempo que quiero hacerlo, pero tengo la sensación de que mis ideas no son lo suficientemente buenas como para agradar al mundo.

Leo lo que hay escrito en repetidas ocasiones, y después cierro el documento para abrir otro en el que hay cuatro páginas enteras escritas. Empiezo a leer esas palabras que ya he leído por lo menos cien veces, cuando llego al final: es hora de seguir con la historia. Allí cuento mis experiencias con los chicos, aunque debo admitir que la mayoría de ellas no son buenas. Hablo sobre lo que pienso, sobre lo que me intriga, sobre lo que me preocupa y hasta lo que me emociona. Es... una especie de manual, supongo. Cada capítulo se lo dedico a uno de estos chicos. Nunca había pensado que tendría la oportunidad de rellenarlo —más que nada porque no me veía saliendo con muchos chicos—, pero parece ser que he tenido suerte.

De momento, lo que hay escrito habla sobre Andrés. Leerlo no ha sido fácil, porque me ha recordado todo lo que pasó y lo que no pasó, pero me he obligado a hacerlo, porque sé que lo necesito para recordarme a mí misma lo que no se puede repetir. Supongo que fue esa emoción de tener mi primer novio lo que me cegó y no me dejó ver la realidad de nuestra relación. Pero, bueno, eso ya no importa.

—Capítulo dos: Tom —susurro para mí.

Y empiezo a escribir. Cómo fue la cita, qué impresiones tuve sobre él... En resumen, lo explico todo y doy recomendaciones para mi yo del futuro cuando lea esto, pero también para las chicas que lo lean algún día, si es que lo hacen o yo se lo permito hacerlo.

No sé si algún día lo publicaré... Supongo que podría, pero moriré de verguenza si lo leen esos chicos o gente que conozco. Aunque... Existen los pseudónimos, y están para eso, ¿no?

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